miércoles, junio 20, 2007

El velorio evoluciona.

Los jóvenes no pueden creerlo cuando escuchan que antes los velorios se hacían en las casas. Muchos creen que los están tomando del pelo ante semejante despropósito, ya que no alcanzan a imaginar una escena como ésa. Viéndolo bien tienen razón, porque dicha costumbre siempre es que era como muy lúgubre y traumática. Pues así era la cosa ni más ni menos. En la casa del finado se procedía con el velorio, y en caso de ser esta muy estrecha, incómoda o mal localizada, siempre resultaba un familiar o vecino más acomodado que prestaba su domicilio para proceder con lo que hoy nos parece una tradición arcaica.

Instalar el cajón en la sala, rodeado de cirios, y empezar a recibir gente era el paso obligado cuando un miembro de la familia estiraba la pata. Y mientras unas viejas beatas recitaban letanías, berreaban y se daban bendiciones al lado del ataúd, los hombres entraban un momento, daban el sentido pésame a quienes correspondiera, le echaban una postrer mirada al muerto, saludaban al resto con un leve movimiento de cabeza y se disponían a jartar trago y a comer de lo que ofrecieran. Para la mayoría el programa era con amanecida incluida, y no faltaba el que se animaba y contrataba un trío para darle trascendencia al momento, lo que convertía la luctuosa despedida en reunión de logreros y gotereros que veían la oportunidad de consumir sin gastar un solo peso.

Otra característica es que si algún familiar vivía en el exterior era menester esperar hasta que llegara para proceder con el entierro. Como muchas veces la sola avisada podía demorar dos o tres días, el dichoso velorio se extendía indefinidamente hasta tener a toda la parentela reunida. Y entre y salga gente, friten empanadas, preparen tinto, repartan trago, contesten el teléfono, repitan el cuento de cómo fueron los últimos instantes del finado, boten las coronas de flores marchitas y estén pendientes de los ceniceros y demás adornos para que no se los llevaran.

Por fortuna aparecieron entonces las salas de velación, porque definitivamente dormir con el muerto en la habitación vecina debía ser muy incómodo. Ni habar de los muchachitos que durante la noche olvidaban la tragedia y cuando al despertar salían flechados a pedir el desayuno, se topaban de frente con el lúgubre espectáculo. En cambio en las modernas salas a cierta hora todo el mundo se va para la casa y no es necesario llegar a hacer oficio ni a organizar el reblujo. Tampoco hay que ofrecer tinto o aromática porque éso lo venden en la cafetería del complejo funerario. Muy justo además, porque a quienes van a rajar del muerto y a chismosear que al menos les cueste algo.

No hay duda de que hay gente a la que le fascina asistir a velorios y entierros (digo entierro ya que esa palabra se volvió genérica sin importar que se trate de la misa que celebran luego de una cremación). Los aficionados a esta cita solidaria mantienen el traje oscuro aplanchado, y cuando se enteran del fallecimiento empiezan a llamar a todo el mundo para ser ellos los primeros en difundir la noticia. Llegan muy puntuales a la sala de velación y no pierden detalle de los asistentes, además de que se ofrecen para hacer cuanta diligencia se ocurra. Yo hago parte de los que somos el polo opuesto y no vamos a una vaina de ésas ni por equivocación. Que usted era muy allegado al muerto, le dicen a uno, como si el fulano se fuera a dar cuenta de nuestra asistencia. Tampoco estoy de acuerdo con que la familia agradece que los acompañen, porque en semejante trance ni cuenta se dan y es tanta la pelotera que no recuerdan quienes asistieron.

Tengo muy claro que al único que pienso asistir es al mío, y éso porque no me puedo mamar. Los velorios son más un acto social donde la gente se dedica al cotilleo y a saludar amigos, además de tener tema de conversación cuando les pregunten sobre los pormenores de la ceremonia. Si viera las palabras tan divinas que dijo fulanita; hay que ver cómo lloraba la hija; la tranquilidad de perano, pasmosa; y ni qué decir de lo bien que habló el cura del muerto. Ya es hora de abolir esa costumbre y que al acto asistan solo los familiares cercanos, y quien después quiera manifestarse que mande un bono de contribución a una obra social. Nada de flores ni sufragios (también los llaman papel para-finado). Otra cosa bien jarta son las visitas de pésame, donde no se sabe a quien le da más pereza, si al que las hace o al que las recibe.

Me cuentan mis padres que hace años un señor de apellido Vallejo, comerciante reconocido y dueño del almacén Canadá, se ahogó en el río Cauca y el velorio fue muy concurrido. Gustavo Vallejo, sobrino del muerto, aprovechó la ocasión para tomarse unos tragos mientras conversaba con familiares y amigos, y al momento de abandonar la casa ya bastante copetón, abrazó a la viuda para darle el sentido pésame y le dijo:
-¡Ay! qué dolor tan grande. No puedo creer que el tío haya muerto de esa forma tan absurda. ¡Descanse en “pez”!
pmejiama1@une.net.co

6 comentarios:

Anónimo dijo...

No se si es por la cercanía pero opino exactamente igual. No hay nada más mamón que eso. En los pocos que he estado no quiero estar con nadie, ni que nadie me hable ni nada... hay veces que la soledad es una mejor compañía.

Anónimo dijo...

Vero..
yo tambien pienso igual, no hay nada mas harto para mi que ir a un velorio y entierro, se pasan horas hablando de lo mismo y el tiempo se hace eterno, no se como hacian antes para poder dormir con un muerto en la casa, si por mi fuera tampoco irìa ni al mio!!!

Jorge Iván dijo...

Creo Pablo que es dentro de poco este tema de los velorios hará parte de los cachivaches del cuerto de san Alejo de las casas o del cuarto "inutil" de los edificios de apartamentos, pues acá en la bella villa la moda es cero velorio, sólo la misa con en el cadaver o las cenizas y chaito pues. Me hiciste recordar el velorio de mi suegro que fue directamente en su casa; que tiempos aquellos.

Anónimo dijo...

Y ni hablar de esa macabra costumbre del culto a los muertos. Tengo un en remojo que habla al respecto, algún día lo terminaré.

Anónimo dijo...

Y bueno, un mes después lo terminé.

Anónimo dijo...

Llegué por acá gracias al enlace del previo comentador.

Me parece muy sensato todo lo que ud. dice, es por eso que yo tampoco voy a esos eventos, quizás nunca lo había analizado tan profundamente pero las razones de mi apatía están ahí en sus letras.

Aunque alguna vez leí en Selecciones que a las personas les gustaba recibir el pésame así fuera de desconocidos, supongo que esa práctica es sólo para algunos, yo la verdad preferiría salir de donde me muera directo a los hornos crematorios y luego que mis cenizas las esparzan en algún lado bonito, si alguien quiere hacerme el duelo pues que vaya allá a ver el procedimiento pero eso de que me tengan quién sabe cuánto tiempo velándome me parece pura pornografía morbosa.