martes, enero 15, 2008

Se me lengua la traba.

Una de las cosas más bellas de un bebé en sus primeros años es cuando empieza a hablar con media lengua, y le cambia el apelativo a las cosas para renombrarlas a su gusto. Ellos aprenden con mucha facilidad, pero es normal que relacionen una cosa con otra, lo que se presta para que los adultos disfruten con sus ocurrencias. Algunas personas corrigen los muchachitos cada que pronuncia mal una palabra, con el cuento que es mejor que aprendan desde chiquitos, pero otros preferimos dejarlos con su inocencia, convencidos de que en su momento sabrán hablar como cualquier cristiano. No conozco el primer viejo que se haya quedado media lengua. Los hay tartamudos, o gagos que llaman; otros hablan con un seseo, y a estos les dicen “sopitas”; y algunos se expresan de una forma ininteligible.

La ere es una consonante que presenta dificultad para ciertos niños, entre muchos otros casos, y son las fonoaudiólogas las profesionales encargadas de enseñar a los pacientes la forma correcta de pronunciar los diferentes fonemas. Lo curioso es que cuando yo estaba chiquito no existía esa profesión, o al menos nunca la oí mencionar. Al que hablaba de forma irregular le daban fuete en la casa, en el colegio el profesor le cascaba con una regla en las corvas, y eso era hasta que aprendía. Deberían ser más los traumatizados en la sociedad actual, ya que antes el que sufría alguna tara debía aguantarse la burla de todos, aparte de que a garrote le enderezaban lo que fuera necesario.

Los bebés aprenden primero las palabras más sencillas, y es una maravilla verlos a medida que crecen cómo intentan armar frases coherentes. Yo trato de imaginar el funcionamiento de sus mentes mientras idean la forma de decir lo que quieren expresar. Hace unos días mi sobrina Maria Antonia, una mocosa divina y tierna de cuatro años, estaba de visita donde los abuelos. Ella se amaña donde los viejos cuando está con el hermanito o con algún primo, porque con ellos se entretiene en alguna actividad, pero si está sola al poco rato busca una disculpa para que la lleven a su casa. Estaba la niña sentada en una cama, colgando las piernitas y sin saber de qué conversar, y mi madre le preguntó qué le pasaba que estaba tan callada. Ella, con mucha prudencia para no parecer grosera, le dijo con franqueza:
-Es que estoy cansada de ir aquí.

Otra vez estaba entretenida mientras jugaba con su primo Pedro Luís, y mis padres les ponían cuidado para oírlos conversar. En esas el muchacho, que es unos añitos mayor, le dijo que quería invitarla a su apartamento a dormir para que pasaran bien rico, y aunque la mocosa no le paraba bolas porque estaba entretenida, Pedrito le quiso explicar que él vive en un edificio al lado de Batuta. Como María Antonia estaba distraída, solo alcanzó a reconocer la última palabra y en forma alevosa respondió al supuesto insulto:
-¡Más batuta será usted!

En todas las familias se presentan estas situaciones, y son cosas que debemos anotar para no olvidarlas, porque los niños crecen y todos esos momentos maravillosos se pierden en el olvido. Quedan fotografías y películas, pero su forma de hablar, sus cuentos y salidas, y esa inocencia tan especial son borrados por el paso de los años. En casi todas mis crónicas dedicadas a este tema los protagonistas son mis sobrinos, porque con ellos es que convivo, y sus cuentos son los que me relatan a diario mis padres y hermanos. Siempre recojo los cuentos de los hijos y parientes de mis amigos o conocidos, pero sin duda los más allegados son los que influyen con mayor fuerza en las remembranzas de cada cual.

Mi hermana Mónica es fonoaudióloga y muchas veces debió echar mano de su profesión para deducir algunas cosas que le quisieron decir sus hijos. Cierta vez conversaba con su hija Manuela sobre el tema de las telenovelas, y la muchachita trataba de recordar el nombre de una actriz que le había gustado mucho cuando representó cierto papel. Ella insistía en que tenía el nombre en la punta de la lengua, y le daba pistas a la mamá a ver si lograba ayudarle a refrescar la memoria. Por fin se le encendió la bombilla a la muchachita y dijo triunfante: ¡Se llama Angie Pedorri! Mónica no pudo dejar de sonreír cuando recordó que el nombre de la artista es Angie Cepeda.

En otra oportunidad Arturo, su hijo menor, le dijo muy serio que para el otro día le empacara un buen algo en la lonchera, porque no iban para el colegio sino que los iban a llevar a una salida “pedográfica”. Cuando la mamá leyó la circular correspondiente se enteró de que se trataba de una salida pedagógica. Pero el mejor cuento fue cuando Manuela estaba muy chiquita, y andaba con un julepe rascándose la cola, se movía inquieta y no dejaba de tocarse las “partes”, como dice mi madre. Fue hasta que la mamá le dijo a la mocosa que dejara ya de molestar y se estuviera quieta, por lo que la pobre china le dijo en tono de súplica:
-Mami, pero qué hago… ¿no ve que me está “piculo el cando”?
pmejiama1@une.net.co

1 comentario:

Jorge Iván dijo...

Excelente tema Pablo. Al respecto, cuando murió mi suegro de enfisema pulmonar, de eso hace 24 años, mi hijo Alejandro que tenía entonces 6 años, lo único que dijo fue: siquiera mi abuelito se murió de clínica y no de carro bomba