miércoles, agosto 18, 2010

Como no explican…

El columnista de opinión está expuesto a que lo critiquen, malinterpreten, discrepen de sus opiniones, lo apoyen, lo ensalcen o hablen mal de él. O todo a la vez. Pero definitivamente ahí está la gracia, porque bien cierto es que por el gusto se venden los carambolos y si todos comulgáramos con las mismas ideas, este mundo sería aburridísimo. Sin duda los temas que generan más controversia son la política y la religión, porque son asuntos que despiertan pasiones y éstas no son fáciles de controlar. En dichos casos, por lo tanto, es cuando más debemos aplicar aquello de respetar las opiniones ajenas y ser tolerantes.

Hace poco toqué el tema religioso en un escrito y como era de esperarse recibí comentarios por diferentes vías, de los cuales sólo acostumbro responder los respetuosos que tengan un soporte inteligente y valedero; a los improperios y groserías no les paro bolas. Varios sacerdotes, algunos desde el exterior, se comunicaron conmigo para exponer sus reparos, opiniones o comentarios, y uno de ellos vino en persona para que tratáramos el asunto. Después de mucho conversar, filosofar y discutir, en la mejor tónica por supuesto, llegamos a la conclusión que a la Iglesia Católica le ha faltado profundizar en sus enseñanzas.

Porque le meten en la cabeza a un niño que Adán y Eva vivieron en El Paraíso vestidos apenas con hojas de parra, en perfecta armonía con toda clase de animales, además de la culebra que conversaba, el cuento de la manzana, del desalojo, etc., pero con el pasar de los años nunca le aclaran que todo fue una metáfora, una forma sencilla de difundirlo para su fácil comprensión. Claro que quien desarrolla su inteligencia logra desenmarañar después esos misterios, pero el analfabeto e ignorante se queda con la versión original. Y se muere convencido de que Moisés separó las aguas del Mar Rojo con una varita mágica o que Jonás vivió tres días en el buche de una ballena.

La Iglesia no le habla a su grey con claridad y después se presentan los hechos bochornosos y aberrantes que dejan a la feligresía desconcertada. Imaginemos una familia de campesinos que vive apartada de la civilización, sin estudios ni conocimientos, que ven al párroco del pueblo como una figura superior, representante de Dios en la tierra, a quien confían sus secretos y temores; ese mismo que oye sus confesiones, que los casó y bautizó sus hijos, resulta que tenía mujer y con ella una preciosa niña de 7 años. Pero eso es lo de menos, porque la noticia aterradora es que cuando el reverendo se vio encartado con ellas, las mandó matar e incinerar los cadáveres para borrar cualquier huella.

O quién le explica a una comunidad devota como la de Bituima, en el departamento de Cundinamarca, que en la Semana Santa del 2006 estaba congregada en la iglesia en uno de sus actos litúrgicos y debido a un vendaval el techo del templo se les vino encima. El saldo trágico fue de 6 muertos y medio centenar de heridos, porque el techo era de guadua y zinc; que si hubiera sido de mampostería y tejas de barro no queda títere con cabeza. O el pasado 3 de mayo cuando en San Rafael, Antioquia, salieron en peregrinación hacia la cumbre de un cerro a venerar la santa cruz, en medio de un tremendo aguacero, y cuando el sacerdote oficiaba la misa cayó un rayo que fulminó 3 cristianos y dejó heridos a cien. Quisiera saber qué le responde un representante de la Iglesia a un devoto que le pregunte por qué les sucedió eso a ellos, mientras que quienes estaban en el billar, los que tomaban trago o visitaban un prostíbulo ni siquiera se mojaron. Seguro tendrá que echar mano de teorías complicadas, lecciones de teología y mucha filosofía, pero más seguro es que el otro no entenderá ni forro.

Por cierto, yo también debo explicar cómo es el ejercicio que busco los sábados con muchas de mis columnas, donde me refiero a familiares y allegados al relatar anécdotas y vivencias. En vista de que no conozco la vida y milagros de los demás, debo recurrir a mis propias experiencias y así trato de rememorar con pelos y señales cómo vivíamos en aquellas épocas de antaño. Lo que hago es proponer el tema para que cada persona traiga a la mente los recuerdos y así recree a su modo el asunto tratado. Si escribo acerca de los papás hablo de los míos; si refiero anécdotas de niños apelo a los de mi familia; si relato algo acerca del patio de las casas echo mano a los recuerdos de los que conozco; si es acerca del colegio la misma vaina y así con todos los temas. De otra forma me tocaría contactar otras personas y la columna sería de entrevistas. Además, muchos lectores me relatan sus anécdotas y si me parecen valiosas, aquí las reproduzco.

A otra que le faltó explicar que la demanda era simbólica fue a la flacuchenta Ingrid. Claro que ese cuento no se lo cree nadie y en cambio en Colombia pensamos reemplazar la palabra ingratitud por “ingridtitud”. Me queda el consuelo que no derramé una lágrima, recé una jaculatoria o fui a marchar por esa zamba, porque nunca me gustó.
pmejiama1@une.net.co

2 comentarios:

JuanCé dijo...

Estimado Pablo:
El problema con la Iglesia Católica y Romana es que ha tenido unos períodos tan radicalmente opuestos que uno diría que no saben para dónde van: en los años de la Inquisición murió mucho "hereje" por decir cosas como las que tu ahora mencionas; pero ahora, dicen que faltó decir una bobadita: eran metáforas...
¡O sea! ¿En qué quedamos? ¿Ni siquiera van a decir: ala, qué pena, se me fue la mano?
Eso pasa por haber tomado como propio un libro de otra religión mucho más antigua como es el judaismo; no se entiende todo y lo poco es a mi manera; pero ahora la SANTA Inqusición tendría la oposición de Amnistía Internacional y la CPI.
Un abrazo.
JuanCé

Jorge Iván dijo...

A propósito de la demanda "simbólica" de la ingridma, una cuñada nos regaló por estos días un cuchillo para la cocina, de esos que están dando por puntos en un almacén de cadena. Pues bien, dice la tradición que cuando alguien regala un cuchillo, la persona que lo recibe debe darle "simbólicamente" algúnas monedas a quien se lo regala para que no se vaya a dañar la amistad. Así las cosas mi esposa le preguntó a su hermana cuanto debería darle y ella, pensando en la tal demanda "simbólica" le dijo sin parparear: un millón de pesos