jueves, junio 07, 2012

Rolos, paisas, costeños...

A pesar de todos ser latinoamericanos, la mayoría hablar el mismo idioma, proceder de ancestros comunes, ser colonizados por las mismas gentes, habitar regiones similares e identificarnos hasta en lo cultural y gastronómico, cómo somos de distintos quienes habitamos centro y sur América. Sin ir muy lejos, en nuestro país pueden notarse diferencias muy marcadas entre habitantes de las distintas provincias; los acentos, dichos, costumbres, gustos culinarios, la actitud de las personas, la arquitectura, el clima, la topografía y tantas otras particularidades que distinguen a las regiones.


En un canal de televisión promocionan una telenovela en la que cierta familia de bogotanos debe radicarse en la costa atlántica, circunstancia que los obligan a hacerse pasar por costeños, algo que de verdad parece imposible porque un habitante de esa región los descubriría con solo verlos. Sin oírlos hablar siquiera porque la pinta, sus gestos, la reacción al calor y a las plagas, el modo de caminar, la forma de comportarse y muchos otros detalles van a desenmascararlos. Es posible con práctica llegar a imitar el acento, pero quedan pendientes la cantidad de modismos, términos, dichos, expresiones y ese léxico tan particular de la región. Por ejemplo familiarizarse con el recurrido ajá, interjección que con solo tres letras llega a reemplazar un porcentaje muy grande del léxico en esas tierras; un costeño echa un cuento y en el momento en que se queda sin qué decir, simplemente recurre al ajá y todo queda resuelto. Funciona como fórmula mágica para que el interlocutor deduzca lo que faltó expresar.

Los paisas somos muy parecidos en todos esos aspectos y sin embargo se enreda uno cuando está en Medellín y le ofrecen un fresco, cuando en realidad se refieren es a una bebida gaseosa, o un perico en vez de un café con leche; más, si por aquí se le dice así a la cocaína. En cambio en la zona cafetera nunca he encontrado diferencias y las gentes de Caldas, Quindío y Risaralda tenemos idéntico comportamiento; por algo procedemos todos del mismo departamento. A la región del antiguo Caldas la separa del Valle del Cauca el río La Vieja, el cual basta cruzar para encontrar a Cartago, una población donde la gente ya es diferente; entre otras cosas cambian el acento y algunas costumbres. Por ejemplo allí le sirven a usted un sancocho de gallina sin papa y acompañado de tostadas de plátano (patacones) con hogao. Pequeños detalles que hacen las diferencias.

Cuando conocí a mi mujer, hace ya bastantes años, su familia procedía de Bogotá y llevaban poco tiempo en Manizales. Hasta entonces no había tenido vínculos con la capital y la visité en escasas ocasiones, por lo que me pareció novedoso el acento y algunas expresiones que utilizaban. Sobre todo la abuela, a quien llamábamos cariñosamente Meneca, quien a pesar de tener ancestros paisas y santandereanos era una bogotana de pura cepa; conversadora sin igual, de humor fino y oportuno, práctica, auténtica y de una inteligencia admirable, relataba anécdotas e historia con ese hablar propio de los bogotanos de antaño. De ella recuerdo un vocablo que está en desuso: enantes (antes). Hoy la capital es una mescolanza de razas, colores, acentos y personajes de toda laya, mientras los cachacos tradicionales cada vez son más escasos. Quién más bogotano que el Presidente Santos y su familia, y sin embargo no tienen el acento propio del rolo chapineruno.

Como mi madre vivió en Bogotá cuando era una niña, disfrutaba al recordar algunas palabras que su nuera mencionaba en cualquier conversación. El resto de mi familia le hacía bromas por su acento, pero sin duda el qué más lo celebraba era mi papá que siempre le pedía que dijera toalla, palabra que ella pronuncia tualla. Nos causó gracia que dijera apuntar en vez de abotonar; al partido que hacemos al peinarnos ella lo llama carrera; nosotros decimos comedido y ella acomedido; acobijarse en vez de cobijarse; y cuando se golpea el pie contra la pata de la cama, exclama: ¡Uch, me estrompé un dedo!

De mi familia política aprendí que al mecato le dicen galguerías, al fiambre comiso, a la devuelta de un billete vueltas, las promociones son chisgas, la persona distinguida es chirriada; así mismo le dicen a un bombón colombina, al sacapuntas tajalápiz, al lapicero esfero, a las sinvergüenzas guarichas, a la torta ponqué, y el zapato viejo que nosotros llamamos garra, ellos prefieren chagualo. Además los bogotanos llaman zuros a las palomas, guales a los gallinazos, zorras a las carretillas, rellena a la morcilla, al algo le dicen onces, al puré naco, a las crispetas maíz totiao y lo desagradable es frondio.

Con ellos conocí el piquete, una especie de sudao presentado sobre hojas de plátano, generoso hogao encima de carne, papas, yucas y plátano maduro hervido, y caldo con cilantro servido en pocillo. Probé changua al desayuno, disfruté el típico ajiaco santafereño, la sopa de mute, el peto (que es la mazamorra nuestra, porque allá mazamorra es una sopa) y le cogí gusto al cocido, un estofado de origen chibcha que lleva carne de res, papa criolla, frijoles verdes, habas y unos tubérculos propios de la sabana, cubios y chuguas.

Idénticas experiencias tendrá todo aquel que comparta su vida con una persona de otra región del país, o del mundo.

pamear@telmex.net.co

3 comentarios:

BERNARDO MEJIA ARANGO bernardomejiaarango@gmail.com dijo...

Excelente su artículo estimado tataratataraprimo.

Imagínese cuando uno ha: nacido en el Valle del Cauca pero es de familia paisa.

Cuando uno es vallecaucano pero estudió bachillerato en Manizales.

Cuando después curso estudios Universitarios en Ibagué, cursó estudios de posgrado en y luego vivió 10 años en Bogotá.

Cuando volvió a vivir en su tierra natal desde hace más de 20 años.

pero nada se compara con la vergüenza por no saber utilizar o mejor dicho por no saber el léxico y las palabras soeces de algún país, como por ejemplo de la Madre Patria.

En un autobús en Madrid, España, le dije con toda amabilidad a una señora: "por favor córrase". Todavía me arde la cara por causa de la vergüenza ocasionada por las boconadas que la vieja (Quiero decir la "señora") me dijo en tono iracundo. Cordial saludo. BERNARDO MEJIA ARANGO

Anónimo dijo...

Excelente artículo... llevo viviendo 13 años en Bogotá y aú le digo taco al trancón, aún me motilo en ves de cortarme el pelo y me da mico en vez de la tortículis.

Me salen morados en ves de ematomas, como chocolate parviado y arepa en vez de pan y calados jajajaja...

No hay nada mejor que conocer las costumbres, dichos, gastronomía y demás de otra región.

Anónimo dijo...

vivir en barranquilla, o vivir en el infierno, no le emcuentro la diferencia o si, bquila. es peor