Hablan los expertos de la
transición que ya está en camino para que sea China, en remplazo de Estados
Unidos, el nuevo imperio que domine el mundo. Y a fe que se nota porque cada
vez son más explícitas las cifras de su crecimiento económico, lo que los hace
fuertes en todos los campos, incluido el militar. Hoy en día la mayoría de
objetos que llegan a nuestras manos, desde el más sofisticado dispositivo
electrónico hasta la insignificante chuchería, son fabricados en el coloso
oriental. Algunos con precios tan irrisorios que nos hacen preguntar cómo es
posible que alguien los haya producido, luego comercializado, después
transportado hasta el otro lado del mundo, donde alguien les gana algo antes de
vendérnoslo. Claro que muchos son ordinarios, pero para lo que cuestan…
En las últimas décadas China se
ha occidentalizado de manera significativa y las ciudades más importantes,
localizadas en su mayoría al oriente del extenso territorio, presentan un
aspecto moderno y cosmopolita que las asemeja a las más destacadas urbes del
planeta. Sin embargo en el interior del país un gran porcentaje de su población
habita en condiciones de pobreza, donde sobreviven de lo que produce la tierra
y sin contar con las mínimas comodidades del mundo moderno; muchos villorrios
parecen estancados en el siglo XIX.
Debido al exagerado aumento de su
población esa nación se ha visto en la obligación de acomodar ciudadanos en los
diferentes continentes, lo que representa una diáspora que en el mediano plazo
tendrá una influencia importante en los países que la acoja. En todo el sudeste
asiático la presencia de chinos es muy importante y en ciudades como Bangkok ya
representa un gran porcentaje de su población. Europa, Canadá, Estados Unidos y
en general los países industrializados están inundados de orientales, pero
sobre todo de chinos. Recuerdo que hace unos años el gobierno Chino propuso al
nuestro montar varias plantas de confecciones, en diferentes ciudades, con la
condición que varios miles de obreros procedentes de ese país trabajarían en
ellas y se radicarían aquí con sus familias. Y ante el auge de compra de
tierras en Colombia, en especial por parte de chinos y brasileños, en el Congreso
propusieron una ley que prohíbe a los municipios vender más de 15% de su territorio.
En nuestro medio la presencia de
chinos no es numerosa y casi todos se desempeñan en el negocio de los restaurantes,
los cuales abundan en el mundo entero. Son muchas las personas renuentes a
consumir las delicias orientales que
ofrecen, porque circulan rumores y creencias acerca de que son
desaseados, utilizan productos de mala calidad y demás prejuicios, lo que puede
ser cierto en algunos casos, pero la gran mayoría trabaja de manera responsable
y honesta. Disfrutar la comida china, sin escrúpulos ni misterios, es una
delicia para el paladar.
En las grandes ciudades del mundo
existen colonias de chinos y en Suramérica son importantes las de Sao Paulo y
Lima; en Buenos Aires también hay un barrio chino que atrae turismo al sector. Nueva
York es una inmensa torre de babel donde la diversidad de razas llama la
atención, pero sin duda la presencia de orientales es notoria. Famoso en todo
el mundo es el barrio chino de Manhattan, donde el ambiente es idéntico a
cualquier ciudad de ese gran país; los negocios, la gente, la diversidad de
dialectos e idiomas que pueden oírse al pasar, las costumbres y todo lo que
identifica a un pueblo. Es común que al preguntarle a otras personas que han
visitado esa ciudad sobre cómo les pareció el barrio chino, digan que sucio,
desordenado, sin ninguna gracia; y al indagar si comieron en sus restaurantes respondan
que ni siquiera se les pasó por la cabeza. Cuestión de gustos, porque con mis
compañeros de viaje fuimos tres veces al barrio chino en una semana, y nuestro
mayor aliciente fue su deliciosa comida.
Claro que al recorrer sus calles
puede verse basura, desorden, ruido y alboroto, pero como uno no va a alojarse
allá, sino de paso, la idea es disfrutar la visita, convivir con una cultura
desconocida y tomarlo como una experiencia enriquecedora. En medio del barrio encontramos
un hermoso parque con una edificación en forma de pagoda, la cual visitan los
vecinos para practicar sus ejercicios de relajación, una especie de gimnasia
espiritual. Al oír una hermosa música nos adentramos por un sendero peatonal
para buscar su origen y encontramos un grupo de ancianos que ejecutaban
instrumentos tradicionales de su cultura, mientras una mujer los acompañaba con
su voz. A nuestro lado, una viejecita ataviada con la típica vestimenta
enjugaba sus lágrimas al escuchar una tonada que le recodaba sus orígenes; lágrimas
de nostalgia.
Observar la diversidad de
mercancías que ofrecen en los tenderetes es entretenido y mejor aún regatear
con los hábiles vendedores. En las calles comercian vegetales desconocidos,
mariscos, pescados y todo tipo de productos exóticos. En los restaurantes la
oferta gastronómica es tan numerosa, que así uno escoja platos diversos y apetitosos,
al mirar hacia otras mesas puede confirmar que necesitaría muchas visitas al
lugar para disfrutarlos todos. También llama la atención la variedad de viandas
que degustan en cada comida y la ceremonia que representa para ellos sentarse a
la mesa. Visitar el barrio chino es una vivencia maravillosa.
pamear@telmex.net.co
2 comentarios:
Podré padecer de nacionalismo, pero veo en tanta y tanta mercancía, mucha de ella buena y barata, una amenaza para la industria y la obra de mano nacional: traducción: DESEMPLEO. Como si ya no tuviéramos suficiente. Su artículo me deja preocupado pariente lejano.
BERNARDO MEJIA ARANGO
Excelente, por un momento me transportó a el parque en China Town. Pensé que iba a contar el cuento del mesero mejicano en el restaurante del pato, pero me imagino que lo dejó para otra entrega.
Buen artículo... eso es lo que yo quiero hacer cuando viaje, escribir sobre los lugares... pero no es tan fácil.
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