martes, julio 09, 2013

Mandado a recoger.


Es curioso que los defensores de los animales sean tan activos en ciertos casos, como el que tiene que ver con las corridas de toros, mientras en otras situaciones no actúan como debieran; un ejemplo es el maltrato que reciben los animales en los circos. Al menos yo nunca he sabido que boicoteen la presentación de este tipo de espectáculos, donde los animales llevan una vida indigna y además son maltratados con sevicia al momento de prepararlos para sus presentaciones; porque la única forma de lograr que un oso haga el “oso” al comportarse como una prima dona, es dándole garrote hasta que aprenda.

Existen momentos de la vida que se le quedan a uno grabados en la memoria, por traumáticos o cruciales, y uno de ellos sucedió cuando yo tenía unos cinco años. Nos fuimos con mi papá para el parque Liborio donde esperábamos asistir al circo y mientras caminábamos por la calle entre un tumulto para conseguir las entradas, todos agarrados de la mano para no perdernos, sentimos que alguien desde atrás nos pedía espacio para pasar. Al voltear a mirar vimos un elefante, casi al alcance de nuestra mano, que paseaban los manejadores para promocionar la función que estaba a punto de comenzar. A esa distancia el animal se veía del tamaño de una locomotora y el susto fue tal, que nos fuimos de inmediato para la casa en medio de llantos, suspiros y escalofríos.

A los de mi generación nos tocó vivir el cambio de conciencia ecológica con respecto a los animales, porque en ese entonces no estaba mal visto matar pajaritos con cauchera, enjaular ardillas y micos, dispararle al gavilán o al aguilucho, coger a garrote iguanas y culebras, o darle una pela a un perro con un zurriago. Nadie decía una palabra en contra de tal proceder y en cambio los mayores nos enseñaban a hacer las caucheras o nos regalaban los rifles de diábolos. Tiempos en que el éxito de los circos radicaba en la cantidad y variedad de animales que presentaran, mientras que al público lo traía sin cuidado las condiciones en las que mantenían a las fieras y demás bichos itinerantes.

Pero al verlo ya con ojos críticos y actualizados, la existencia de un animal de circo es lamentable. Tigres, leones y demás fieras, que deben poblar las estepas africanas o las selvas asiáticas, reducidos a jaulas diminutas donde apenas pueden moverse, sometidos a climas extremos desconocidos para ellos y obligados por un domador y su látigo a brincar de banco en banco o a saltar a través de un aro encendido. Los elefantes, majestuosos ejemplares, permanecen debajo de una carpa diminuta amarrados a una estaca, a la espera de pasar a la pista para hacer piruetas y maromas. Los chimpancés con su mirada melancólica visten prendas de humanos, fuman y montan en bicicleta para deleite del público.

En los circos pueden verse perros que caminan en dos patas y otros que juegan fútbol; camellos del desierto que deben soportar un invierno en Canadá, y focas y pingüinos que tratan de sobrevivir en las altas temperaturas del trópico. Parece mentira pero algunos espectáculos circenses presenten delfines que entretienen a los asistentes con sus saltos y piruetas, reducidos a un estanque de unos pocos metros cúbicos de agua donde deben pasar su existencia.  

Por fortuna apareció el Circo del sol con un nuevo concepto que manda al trastero todo lo que hasta ahora conocíamos. Un espectáculo impresionante que se basa en la expresión corporal, la belleza del color y del glamur, el sonido perfecto y la sincronización, tanto que durante la presentación se descubre el espectador varias veces con la boca abierta y a punto de chorrear la baba. Admira ver hasta qué nivel de perfección puede llegar el ser humano con disciplina y dedicación, ya que realizan unos números que no parecen de este mundo. Artistas de todo el planeta conviven en una especie de Torre de Babel, donde el arte y la exquisitez son el común denominador.  

En el recuerdo quedan aquellos circos que explotaban las malformaciones humanas para atraer noveleros; en los que el maestro de ceremonias era el mismo domador; la trapecista vendía visores con fotos y manzanas acarameladas en la platea; y el payaso principal fungía de taquillero. Durante mi niñez fue el circo mejicano Egred Hermanos y en la actualidad recorre el continente el de los Hermanos Gasca, hasta que lo desplacen las nuevas tendencias circenses.       

Seguro a muchos legisladores hubo que explicarles que la ley que prohíbe animales en los circos no incluye al Congreso, así digan que eso allá es uno de tres pistas, ya que de lo contrario no le habrían dado trámite a la iniciativa. Porque si de animales se trata, es ese honorable recinto hay mucha variedad: zorros, perros y unos lobazos… Los micos pululan y los gorilas se encargan de cuidar espaldas. Tigres, leones (y Rotarios) y en el pasado hubo leopardos. Las culebras hacen fila en los pasillos porque algunos creen que su investidura los exime de pagar cuentas. Hay chuchas, ratas y hienas; delfines, dinosaurios, águilas y víboras; sardinas, bagres y bacalaos. Lagartos, patos y sapos; es común toparse con osos monumentales y alguna vez un elefante se paseó por los pasillos sin que nadie lo viera.
pamear@telmex.net.co

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