Es curioso que los defensores de
los animales sean tan activos en ciertos casos, como el que tiene que ver con
las corridas de toros, mientras en otras situaciones no actúan como debieran;
un ejemplo es el maltrato que reciben los animales en los circos. Al menos yo
nunca he sabido que boicoteen la presentación de este tipo de espectáculos,
donde los animales llevan una vida indigna y además son maltratados con sevicia
al momento de prepararlos para sus presentaciones; porque la única forma de
lograr que un oso haga el “oso” al comportarse como una prima dona, es dándole
garrote hasta que aprenda.
Existen momentos de la vida que
se le quedan a uno grabados en la memoria, por traumáticos o cruciales, y uno
de ellos sucedió cuando yo tenía unos cinco años. Nos fuimos con mi papá para
el parque Liborio donde esperábamos asistir al circo y mientras caminábamos por
la calle entre un tumulto para conseguir las entradas, todos agarrados de la
mano para no perdernos, sentimos que alguien desde atrás nos pedía espacio para
pasar. Al voltear a mirar vimos un elefante, casi al alcance de nuestra mano,
que paseaban los manejadores para promocionar la función que estaba a punto de comenzar.
A esa distancia el animal se veía del tamaño de una locomotora y el susto fue
tal, que nos fuimos de inmediato para la casa en medio de llantos, suspiros y
escalofríos.
A los de mi generación nos tocó
vivir el cambio de conciencia ecológica con respecto a los animales, porque en
ese entonces no estaba mal visto matar pajaritos con cauchera, enjaular
ardillas y micos, dispararle al gavilán o al aguilucho, coger a garrote iguanas
y culebras, o darle una pela a un perro con un zurriago. Nadie decía una
palabra en contra de tal proceder y en cambio los mayores nos enseñaban a hacer
las caucheras o nos regalaban los rifles de diábolos. Tiempos en que el éxito
de los circos radicaba en la cantidad y variedad de animales que presentaran,
mientras que al público lo traía sin cuidado las condiciones en las que
mantenían a las fieras y demás bichos itinerantes.
Pero al verlo ya con ojos
críticos y actualizados, la existencia de un animal de circo es lamentable.
Tigres, leones y demás fieras, que deben poblar las estepas africanas o las
selvas asiáticas, reducidos a jaulas diminutas donde apenas pueden moverse,
sometidos a climas extremos desconocidos para ellos y obligados por un domador
y su látigo a brincar de banco en banco o a saltar a través de un aro
encendido. Los elefantes, majestuosos ejemplares, permanecen debajo de una
carpa diminuta amarrados a una estaca, a la espera de pasar a la pista para
hacer piruetas y maromas. Los chimpancés con su mirada melancólica visten
prendas de humanos, fuman y montan en bicicleta para deleite del público.
En los circos pueden verse perros
que caminan en dos patas y otros que juegan fútbol; camellos del desierto que
deben soportar un invierno en Canadá, y focas y pingüinos que tratan de
sobrevivir en las altas temperaturas del trópico. Parece mentira pero algunos
espectáculos circenses presenten delfines que entretienen a los asistentes con
sus saltos y piruetas, reducidos a un estanque de unos pocos metros cúbicos de
agua donde deben pasar su existencia.
Por fortuna apareció el Circo del
sol con un nuevo concepto que manda al trastero todo lo que hasta ahora
conocíamos. Un espectáculo impresionante que se basa en la expresión corporal,
la belleza del color y del glamur, el sonido perfecto y la sincronización, tanto
que durante la presentación se descubre el espectador varias veces con la boca
abierta y a punto de chorrear la baba. Admira ver hasta qué nivel de perfección
puede llegar el ser humano con disciplina y dedicación, ya que realizan unos
números que no parecen de este mundo. Artistas de todo el planeta conviven en
una especie de Torre de Babel, donde el arte y la exquisitez son el común
denominador.
En el recuerdo quedan aquellos
circos que explotaban las malformaciones humanas para atraer noveleros; en los
que el maestro de ceremonias era el mismo domador; la trapecista vendía visores
con fotos y manzanas acarameladas en la platea; y el payaso principal fungía de
taquillero. Durante mi niñez fue el circo mejicano Egred Hermanos y en la
actualidad recorre el continente el de los Hermanos Gasca, hasta que lo desplacen
las nuevas tendencias circenses.
Seguro a muchos legisladores hubo
que explicarles que la ley que prohíbe animales en los circos no incluye al
Congreso, así digan que eso allá es uno de tres pistas, ya que de lo contrario
no le habrían dado trámite a la iniciativa. Porque si de animales se trata, es
ese honorable recinto hay mucha variedad: zorros, perros y unos lobazos… Los
micos pululan y los gorilas se encargan de cuidar espaldas. Tigres, leones (y
Rotarios) y en el pasado hubo leopardos. Las culebras hacen fila en los
pasillos porque algunos creen que su investidura los exime de pagar cuentas. Hay
chuchas, ratas y hienas; delfines, dinosaurios, águilas y víboras; sardinas,
bagres y bacalaos. Lagartos, patos y sapos; es común toparse con osos
monumentales y alguna vez un elefante se paseó por los pasillos sin que nadie
lo viera.
pamear@telmex.net.co
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