A veces me pregunto si vivimos
una etapa evolutiva en la cual la sexualidad cambia sus patrones o a lo mejor
sucede como en las modas, que tiempo después regresan para imponerse de nuevo.
Porque el homosexualismo fue algo común por ejemplo en la época de Alejando
Magno, quien a pesar de tener muchas mujeres en su vida compartía la cama con
Bagoas, el eunuco persa que sirvió como esclavo al gran guerrero. Y los romanos
en sus bacanales eran servidos por hermosas doncellas y apuestos efebos, siempre
dispuestos a satisfacer el variado gusto de sus amos; porque a esa gente como
que le gustaba de res y de marrano.
Entonces la duda es si durante la
historia del hombre el gusto por personas del mismo sexo ha sido igual de
intenso, o en las últimas décadas ha aumentado de forma considerable el número
de militantes de lo que conocemos por aquí como “el otro equipo”. En los países
más desarrollados las parejas de hombres o mujeres son algo común, mientras en
el tercer mundo todavía se miran con recelo, novelería y hasta repulsión.
Durante nuestra adolescencia y juventud salir del clóset en nuestro medio era
muy difícil, ante el rechazo casi general, y por lo tanto muchos “dañaos”
emigraban a otras tierras o se metían a conventos y seminarios. Otros
decidieron disimular y formaron familia, para vivir una existencia falsa y amargada.
Mientras tanto quienes tenemos
bien definida nuestra sexualidad, alguna vez hemos participado en discusiones amistosas
donde los miembros de cada género defienden su condición y exponen razones para
no querer pertenecer al sexo opuesto. Las mujeres hablan de sus ventajas y
critican a los varones por diferentes razones, mientras nosotros decimos
babosadas, le metemos morbo a la conversación e insistimos en que no cambiamos
nuestra situación por nada del mundo; eso sí, que no nos falten las damas
porque quedamos incompletos. Sin duda son controversias inútiles porque nunca nos
pondremos de acuerdo, por la simple razón que cada quien está satisfecho con lo
suyo y no alcanzamos siquiera a imaginar una opción diferente.
A diario agradezco haber nacido
varón, sobre todo cuando veo a mi mujer en algunas situaciones muy propias de
su género. Por ejemplo soy enemigo de untarme cualquier producto en la piel y
me siento incómodo cuando debo acceder a que me apliquen bloqueador solar o
repelente contra los zancudos. Entonces imagino lo que será maquillarse todos
los días de la vida, depender de esa máscara para salir a enfrentar la rutina y
al terminar el día verse obligado a embadurnarse de nuevo para retirar todo ese
pegote. Y después échese crema para las arrugas, agua de rosas, Acid Mantle, el
menjurje para fortalecer el pelo y un reconstituyente para las uñas.
En asuntos del vestir sí que soy
diferente a las damas. Vamos para una fiesta o paseo y me pongo lo que mi mujer
decida, sin rechistar, mientras ella empieza con varios días de anticipación a
pensar en la muda que va a lucir; claro que siempre prefiere algo prestado,
porque lo propio le parece pelludo y pasado de moda. Cuando tiene varias
opciones procede a tenderlas sobre una cama, las detalla, se las mide y desfila
ante el espejo, para después preguntarme cuál me gusta más. Sin dudarlo señalo mi
preferida y de inmediato esa queda descartada, de lo cual me entero el día del
compromiso, aunque antes de salir cambia de parecer por lo menos dos veces
antes de decidirse. Otra ventaja de ser hombre y además cero vanidoso, es que
la palabra moda no existe para mí.
Y qué tal el julepe de ellas con el bendito
pelo. Ninguna está conforme con lo que tiene y hay que ver el tiempo que pasan bregando
con marrones y bigudíes, echándose cepillo y secador, para terminar renegando
porque se les para un cachumbo, el copete no funciona o no pueden asentar una
onda rebelde. De manera que deben irse para la peluquería donde la oferta es
amplia: pintura de pelo, iluminaciones y rayitos, encrespado o alisado, extensiones,
cortes clásicos y novedosos, además de que las antojan de comprar productos y accesorios.
No importa cuánto cueste con tal de quedar satisfechas, así la dicha les dure
máximo una semana. Y como los años no vienen solos y las canas aparecen, a
pintarse las raíces cada quince días para mantener la tapadera.
El arreglo de uñas lo dejan para
tarde en la noche y después a esperar que se sequen para evitar dañarlas con el
roce de las sábanas, y durante un rato caminan como un pato debido a las
esponjitas que se ponen entre los dedos de los pies. Me da repelús verlas
arrancarse las cejas con pinzas o aplicarse cera caliente para remover los
vellos de las piernas de un tirón; ni hablar de la modalidad de depilarse la
horqueta. Y no alcancé a hablar del embarazo, el cólico menstrual, la
citología, los juanetes, las cirugías estéticas, los zapatos de tacón, el
contenido de las carteras, el glamur, la mamografía y demás perendenques.
Lo que sí queda demostrado es que el homosexualismo es
genético, porque de qué otra manera puede explicarse que a un hombre le
provoque maquillarse, ponerse tanga, brassier, vestido largo y zapatos de
plataforma.
1 comentario:
Mire pariente lejano, para no ir muy lejos a mi no me preocupa el tema. Mi lema es que mientras no me pisen los cayos, cada cual puede hacer de la parte posterior del tubo digestivo, un candelabro.
Como usted dice, homosexuales ha habido toda la vida. A lo mejor los tenemos más cerca de lo que creemos; el tiempo que vamos a invertir en analizar ese cuento lo podemos gastar en cosas más productivas. Comparados con los políticos, los homosexuales me parecen inofensivos e inocuos. Cordial saludo,
BERNARDO MEJIA ARANGO
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