Debemos tener presente que la
vida es una sola, muy corta por cierto, y en nuestras manos está hacerla
agradable y productiva. Sobre todo quienes tienen una existencia cómoda, sin
afugias económicas, y sin embargo se quejan de su suerte y envidian a los demás.
Y cada vez son más los menores que sufren depresión, ansiedad, estrés y angustia
existencial, lo que además se refleja en úlceras y desórdenes gástricos; muchos
deben visitar al siquiatra sin siquiera alcanzar la adolescencia.
La sociedad parece desorientada y
muchos no encuentran su identidad, por lo que a diario aparecen movimientos,
creencias, modas y tendencias que reciben adeptos a granel, sobre todo de una
juventud que se nota desubicada e irresoluta. Esas enguandas requieren
condiciones, disciplina, lealtad y sin duda influyen en la personalidad de sus
seguidores. Un ejemplo son las barras bravas, donde jóvenes inseguros y
desubicados se escudan en los tumultos para desfogar sus instintos.
O los tales Emos, palabra relacionada
con las emociones, que se basan en una filosofía de tristeza y aislamiento. Un
mechón sobre la cara, el pelo liso y flechudo, la mirada baja, el rostro
adusto, visten prendas negras y ajustadas, y comparten solo con personas afines.
Se declaran incomprendidos, rechazados y acostumbran cortarse la piel, lo que lleva
con frecuencia al suicidio. Muchos adolescentes incursionan en esas cofradías
por mortificar a los papás y por ello recomiendan esperar a que maduren para
que dejen la pendejada.
Los Cabeza rapada, aparte de
carecer de pelo en la testa, presentan tatuajes, calzan botas militares y
visten prendas llamativas que resaltan su musculatura. Son homofóbicos,
racistas y dependen de un líder que los manipula a su antojo. En general son
ignorantes, apocados, resentidos y se envalentonan con el respaldo de una
pandilla violenta y pendenciera. Los Metaleros son similares a los anteriores,
pero mechudos, pacíficos y solo piensan en su música. Se la pasan con unos
palitos golpeando cualquier cosa mientras llevan el ritmo, bailan empujándose
unos a otros, y tienen un caminado y una forma de hablar muy particulares;
típico de gambas y marihuaneros.
Otros se complican la vida con
asuntos menos radicales, como los vegetarianos, que se obsesionan con la
alimentación e investigan los productos antes de consumirlos. Practicarlo en
casa no es problema, pero al salir pasan muchos trabajos. Porque rechazan una
presa de pollo, el pescado o un buen filete, los tildan de cadáveres, y algunos
tratan de convencer a los demás del disparate que cometen al consumirlos. Por
su parte prefieren lechuga, papa cocinada, verduras al vapor y de sobremesa
yogur o té verde.
Más complejos y obsesivos son los
veganos, porque no ingieren ningún alimento de procedencia animal. Si es trabajoso
planear el almuerzo en una casa donde se consume dieta normal, no quiero
imaginar lo que será diseñar un menú variado con tantas restricciones; ni
hablar de llegar a un parador de carretera a preguntar qué pueden ofrecerles. También
son comunes quienes aseguran que comen de todo, pero a la hora de la verdad son
complicados y exigentes, porque cualquier preparación diferente a lo básico los
espanta y a todo le sacan pero.
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