jueves, diciembre 11, 2014

Complicarse la vida.

Debemos tener presente que la vida es una sola, muy corta por cierto, y en nuestras manos está hacerla agradable y productiva. Sobre todo quienes tienen una existencia cómoda, sin afugias económicas, y sin embargo se quejan de su suerte y envidian a los demás. Y cada vez son más los menores que sufren depresión, ansiedad, estrés y angustia existencial, lo que además se refleja en úlceras y desórdenes gástricos; muchos deben visitar al siquiatra sin siquiera alcanzar la adolescencia.

La sociedad parece desorientada y muchos no encuentran su identidad, por lo que a diario aparecen movimientos, creencias, modas y tendencias que reciben adeptos a granel, sobre todo de una juventud que se nota desubicada e irresoluta. Esas enguandas requieren condiciones, disciplina, lealtad y sin duda influyen en la personalidad de sus seguidores. Un ejemplo son las barras bravas, donde jóvenes inseguros y desubicados se escudan en los tumultos para desfogar sus instintos.

O los tales Emos, palabra relacionada con las emociones, que se basan en una filosofía de tristeza y aislamiento. Un mechón sobre la cara, el pelo liso y flechudo, la mirada baja, el rostro adusto, visten prendas negras y ajustadas, y comparten solo con personas afines. Se declaran incomprendidos, rechazados y acostumbran cortarse la piel, lo que lleva con frecuencia al suicidio. Muchos adolescentes incursionan en esas cofradías por mortificar a los papás y por ello recomiendan esperar a que maduren para que dejen la pendejada.

Los Cabeza rapada, aparte de carecer de pelo en la testa, presentan tatuajes, calzan botas militares y visten prendas llamativas que resaltan su musculatura. Son homofóbicos, racistas y dependen de un líder que los manipula a su antojo. En general son ignorantes, apocados, resentidos y se envalentonan con el respaldo de una pandilla violenta y pendenciera. Los Metaleros son similares a los anteriores, pero mechudos, pacíficos y solo piensan en su música. Se la pasan con unos palitos golpeando cualquier cosa mientras llevan el ritmo, bailan empujándose unos a otros, y tienen un caminado y una forma de hablar muy particulares; típico de gambas y marihuaneros.

Otros se complican la vida con asuntos menos radicales, como los vegetarianos, que se obsesionan con la alimentación e investigan los productos antes de consumirlos. Practicarlo en casa no es problema, pero al salir pasan muchos trabajos. Porque rechazan una presa de pollo, el pescado o un buen filete, los tildan de cadáveres, y algunos tratan de convencer a los demás del disparate que cometen al consumirlos. Por su parte prefieren lechuga, papa cocinada, verduras al vapor y de sobremesa yogur o té verde. 

Más complejos y obsesivos son los veganos, porque no ingieren ningún alimento de procedencia animal. Si es trabajoso planear el almuerzo en una casa donde se consume dieta normal, no quiero imaginar lo que será diseñar un menú variado con tantas restricciones; ni hablar de llegar a un parador de carretera a preguntar qué pueden ofrecerles. También son comunes quienes aseguran que comen de todo, pero a la hora de la verdad son complicados y exigentes, porque cualquier preparación diferente a lo básico los espanta y a todo le sacan pero.

Es normal que todos tengamos resabios, pero algunos se pasan de la raya. Como no poder dormir con cualquier ruido o reflejo de luz; o los escrupulosos que ven suciedad en todo y sufren lo indecible; ni qué decir de los que quieren mantener el carro como lo sacaron del concesionario. Dejarse abrumar por ese tipo de chocheras solo produce ansiedad, estrés, mal genio, angustia y desazón. Como es de bueno vivir sin tanto perendengue. 

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