lunes, abril 27, 2015

A la costa en carro (I).

Mucho se habla ahora del problema, cada vez mayor, de la movilidad en calles y avenidas de las principales ciudades del país. Lo más grave es que no existe solución a la vista porque mientras las ventas de vehículos crecen como espuma, la infraestructura vial es la misma desde hace varias décadas. Llama la atención que quienes tocan el tema en cualquier conversación, poco se detienen a analizar esa problemática cuando se presenta en nuestras carreteras durante los puentes y temporadas de vacaciones. Porque puedo asegurar que pasará poco tiempo antes de que implanten restricciones, tipo pico y placa, para evitar aglomeraciones en las principales vías nacionales.  

A diferencia de muchos para quienes viajar por tierra es una tortura, disfruto recorrer las carreteras y observar el entorno; las casitas a la orilla del camino, ventas de frutas y artesanías, pueblos y caseríos, ríos y quebradas, o cualquier cosa que llame mi atención. Lo único que me estresa es tener que adelantar esa cantidad de tracto camiones que atiborran unas carreteras llenas de curvas y pasos estrechos, donde muchas veces se ve uno matado; por ello, si existe la opción, prefiero tomar caminos secundarios que aunque más extensos o en regular estado, evitan el tráfico y el ofusque.

Hace poco viajé con mi familia a Ayapel, al sur de Córdoba, unos 550 kilómetros que se recorren en aproximadamente 10 horas. Arrancamos hacia Medellín optimistas porque anunciaron restricción de tráfico pesado, pero ya en la carretera empiezan a aparecer cada vez más camiones: los que transportan combustibles, furgones refrigerados, otros con frutas, vegetales, ganado para el matadero, pollitos, etc., y los que viajan vacíos que son los peores porque van a una velocidad que hace difícil adelantarlos. Está claro que todos tienen permiso para transitar, pero muchos otros llevan contenedores y uno se pregunta si también cargan alimentos que viajan hacia o desde el puerto. Luego aparecen los que llevan chipas de varilla de hierro, cemento, productos químicos y demás materiales que por más que le busque no tienen nada de perecederos.

Hasta La Pintada es relativamente fácil adelantar, con mucho cuidado porque el flujo vehicular que vienen por el otro carril es alto, además de estar pendientes de los policías que controlan la velocidad y el adelanto de vehículos en doble línea, lo cual es imposible de acatar porque entonces tendríamos que viajar todos a paso de tractomula. Como el tramo de La Pintada a Caldas por el Alto de Minas es una tortura por la cantidad de camiones y vehículos particulares, desde hace años resolvimos con mi hijo viajar por Fredonia; por Bolombolo es más largo y hay algo de tráfico, mientras que el escogido por nosotros es una maravilla.

En La Pintada seguimos por la orilla izquierda del río, hacia el norte, y a unos 20 minutos está Puente Iglesias donde se cruza el río y empieza el ascenso por una carretera en perfecto estado, con Matarratones en ambos lados que forman un hermoso túnel natural y desde donde se observa una panorámica espectacular del cañón del río Cauca y las montañas circundantes. A cierta altura los potreros son remplazados por cultivos de café y fincas y casas de campo. Fredonia es un pueblo sin ninguna gracia, con una característica muy particular: el exagerado número de policías acostados; eso sí, sus alrededores y panorámica son bellísimos.

Pasado el pueblo sigue la carretera –amena y bien tenida-, y lo mejor, sin tráfico pesado y el liviano es muy escaso. Veinte minutos después encontramos Amagá y de ahí sigue Medellín. Parada técnica y continuamos.

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