miércoles, junio 10, 2015

Ornitólogo urbano.

Algún día tendrá que normalizarse la situación de violencia e inseguridad en este país, para que turistas de todo el mundo nos visiten sin miedos ni prejuicios. En la actualidad pocos se arriesgan a conocer esta bella tierra y casi sin excepción se llevan una grata impresión de nuestros destinos turísticos, pero sin duda lo que más recuerdan con cariño es a nuestra gente; por amable, expresiva y simpática.

De manera que aquí tenemos una mina de oro en cuanto a turismo ecológico se refiere, sobre todo el de observación de aves, porque son muchas las especies que habitan en los bosques de niebla aledaños a Manizales. Claro que no es necesario meterse al monte para verlos, porque basta sentarse en el corredor de una finca a disfrutar de infinidad de pajaritos que vuelan de rama en rama; además del concierto de los cucaracheros que ocupan los zarzos.

Es tanta la diversidad que desde mi ventana, en plena ciudad, puedo ver diferentes especies que prefieren vivir en la urbe con tal de evadir a los depredadores. Un pequeño gorrión conocido como pinche, copetón o afrechero, es tal vez el ave citadina más común; invaden cualquier espacio con tal de hacerse a unas migajas. Las palomas silvestres, llamadas collarejas, se instalan en cuerdas de la luz y en aleros a currucutear, y hasta el alfeizar de mi ventana llegan en busca de comida. Unas más pequeñas y oscuras, cafés con pintas negras, son las abuelitas que se comportan de igual manera a las anteriores.

Curioso es que las aguerridas caravanas, temidas por su reacción cuando un depredador se arrima al nido y a las que conocí siempre en campo abierto, aniden ahora en los techos de los muchos edificios que oteo desde mi atalaya. Algún gallinazo vuela muy bajo sobre su territorio y salen en pareja como aviones caza a lanzarse en picada para picotearle la cabeza; en la actualidad se instalaron en un espacio verde que hay detrás de la Escuela de enfermería. Otro caso llamativo fue el de una bandada de loras que se asentó en el bosque del morro Sancancio y a cierta hora salían a volar por el vecindario, creando una algarabía que las hacía visibles para todos; lástima que unos días después se fueron así como vinieron, de repente. También he tenido la oportunidad de ver un par de veces a los gavilanes migratorios que cruzan nuestros cielos provenientes de Norteamérica.

Un halcón majestuoso patrulla el vecindario todas las mañanas y trato de seguirlo con mi vista para ver los sostenidos que hace cuando observa algún movimiento entre tantas tejas y recovecos, listo a lanzarse en picada tras una posible presa. Y las estilizadas garzas que temprano en la mañana y al caer la tarde cruzan en pequeñas bandadas, con ese vuelo rítmico y lento que las distingue. Para nosotros, los preferidos son los colibríes que gracias a la perseverancia de mi mujer, quien siempre les tiene agua con azúcar en el bebedero, adornan la ventana con su vuelo, bellos colores, plumajes tornasolados y elegancia natural; ellos son nuestras mascotas en libertad.

Las golondrinas revolotean a gran velocidad y así identifican cualquier agujero que haya entre las tejas para anidar, mientras los chamones, pájaros negros de regular tamaño, pasan en bandadas frente a mis ojos. Con menos regularidad veo azulejos, mayos, mirlas de pata colorada, siriríes y algunos pájaros que no tengo en mi lista de ornitólogo aficionado. Aclaro que con estos nombres los conozco desde chiquito, cuando pasé mi infancia rodeado de los bosques que daban sombra a los cafetales.

1 comentario:

JuanCé dijo...

Pabloprimo:
Mencionas a las garzas con su aparición en las mañanas y tardes.
Me recuerda a A. Carpentier que decía que "se veían las garzas con ese su volar cayendo" Me parece una belleza semejante licencia literaria. Excelentes y muy simpáticos y ciertos todos tus escritos.