miércoles, junio 10, 2015

Fámulas igualadas (I).

Cada vez escasean más las empleadas domésticas que trabajan como internas, modalidad que consiste en convivir con la familia empleadora durante toda la semana, excepto domingos y festivos cuando salen a disfrutar del descanso. Y son menos comunes debido a que pocas asalariadas están dispuestas a renunciar a su libertad, la mayoría tienen familia y demás compromisos que no les permite ausentarse de los suyos durante tanto tiempo. En cuanto al empleador, pocos pueden darse ese lujo; otros tienen con qué pero no se aguantan a una extraña en la casa a toda hora; y a los que les toca, como a las parejas donde ambos trabajan y por lo tanto necesitan que alguien se encargue de los oficios de la casa.

A fuerza de compartir el diario vivir durante décadas estas mujeres se vuelven resabiadas y mandonas, a toda hora se lamentan y quieren que los miembros de la familia se rijan por sus reglas. Por ello las discusiones con la patrona son cada vez más acaloradas, con el agravante que ninguna se atreve a ponerle fin a la relación laboral. Entonces la señora le pone quejas al marido a diario y este, desesperado, le dice que salga de esa mujer y acabe con la joda de una vez. La verdad es que toda la familia se estremece de solo pensar en que la empleada se vaya, porque dependen absolutamente de ella.

¡Concepción Sáchica! ¡Ay! su mercé, y ora yo q’hice que usté anda como de mala vuelta… De dónde saca usted esas bobadas, ¿ah? Pos porque todo mundo me dice Concha, pero cuando su mercé me llama por el nombre de pila es porque me va a meter un vaciadón de padre y señor mío. No veo nada raro en que le llame la atención, o me tocará recordarle que aquí la patrona soy yo. A ver su mercé, desembuche rapidito que tengo mucho oficio y... Si ve mija, eso es lo que me enerva de usted, que tiene un modito desafiante que provoca es… Mire, es para lo siguiente, dice Valen que usted le metió tremendo regaño cuando llegó del colegio; ¿de cuándo acá tiene autoridad para reprender a los niños?

Fíjese su mercé, esa mocosa llega tuiticas las tardes del colegio y tira la mochila a un rincón, luego deja el saco po’ahí, se quita los zapatos y los avienta onde caigan, en seguida se mete al baño y lo deja como si hubiera pasao un terremoto… y después empieza: Concha tráigame esto, Concha dónde dejé aquello, Concha sírvame el algo… y ni hablar cuando llega con esas culicagadas que dentran derechito a la nevera y se tragan lo que haiga. Entoes, como me cansé de repetile todos los días lo mesmo, resolví hablale durito a ver si le dentra.

Pues quiero recordarle, Concepción, que cuando tenga quejas me informa que yo tomo los correctivos. Además los niños invitan amiguitos cuando les provoque, que para eso es su casa, y si quieren tragarse todo el mercado, pues que se lo traguen; ese no es problema suyo. Claro su mercé, y cuando llega el dotor por la noche antojao de un cafecito con leche, arroz con güevo y arepa con mantequilla, me toca decile que no hay leche ni güevos ni mantequilla, porque las criaturitas prepararon güafles y arrasaron con lo que había. Y dígase a renegar ese hombre y a echale vainas a una, como si tuviera la culpa; pero eso sí, a los cagones no les dice ni mu… qué tal, como los tienen de mimaos… Mire Concha, ¿sabe qué…? mejor hablamos después.

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