lunes, julio 04, 2016

Casi me estripan… (II)

Hace treinta años el ambiente de trabajo en el aeropuerto era relajado, entre otras cosas porque el trato entre los diferentes empleados se basaba en el respeto y la camaradería. Cuando quedaban ratos disponibles se jugaban ‘picaos’ de fútbol entre quienes laborábamos allá: El policía, mecánicos, cuadrilleros, los del aseo, un copiloto, maleteros, el controlador aéreo, el guarda de la aduana y cuanto ‘pato’ se apuntara al improvisado juego. Después todos para la cafetería a comentar los pormenores del encuentro, mientras repartían gaseosas.

Recuerdo que llegábamos a las 5:30 de la mañana y a esa hora el administrador le ordenaba a su perro que saliera a la pista de aterrizaje a espantar el ganado que pastaba en el predio durante la noche. Al pastor alemán, que ya estaba adiestrado, le bastaba oír el silbido del amo para arrancar a corretear esas vacas hasta dejar despejado el entorno, momento que aprovechaban los pilotos para despegar hacia sus destinos cuando apenas despuntaba el día.

Trascurría la rutina en un ambiente tranquilo y familiar, hasta que recibí una llamada que cambió la situación. Resulta que por esos días nacía el proyecto del aeropuerto de Palestina y en Manizales un movimiento cívico buscaba opciones para sacar adelante la idea. Se procedió a vender los terrenos del aeropuerto de Santágueda y varios estamentos se comprometieron con sus contribuciones, entre ellos la Gobernación que destinó un aporte por cada pasajero que pagara tasa de aeropuerto en La Nubia.

En esa época los vuelos, sobre todo a Bogotá, tenían una excelente ocupación y por ello mi extrañeza cuando la persona encargada de recolectar los fondos para el naciente proyecto, llamó a decirme que estaba desencantado por el bajo flujo de pasajeros que viajaban por La Nubia. Con archivo en mano le pedí que cotejáramos datos de algunos vuelos en particular y ninguno coincidió, pues mientras los nuestros aparecían llenos, ninguna de sus copias llegaba siquiera a quince pasajeros, la mayoría con muy pocos y hasta se atrevían a presentar como cancelados vuelos que salieron con el cupo completo.

Resulta que los encargados de cobrar la tasa de aeropuerto, con la complicidad de empleados de ACES, retiraban el papel carbón de su lista de pasajeros en cierto momento y así solo quedaba registrado el número que ellos quisieran. Esa noche recibí la llamada de un personaje a aconsejarme que mejor no dijera nada, porque podía ser peligroso, y que a cambio de mi silencio tendría derecho a participar en el ‘negocio’. Madrugué a avisar a la gerencia y ese mismo día estaba la denuncia en la Presidencia de la compañía.

Qué decepción sentí al ver que para muchos de quienes trabajaban en el aeropuerto yo era en un pendejo, un sapo, un regalado; no podían entender que hubiera ‘aventado’ a los compañeros en vez de recibir mi tajada. A ambos recaudadores los metieron a la cárcel, pero como todo lo nuestro, una semana después los dejaron libres. El ambiente se puso muy pesado, hasta que una tarde llegó uno de ellos rascado disque a arreglar el asunto; por fortuna me volé, porque el tipo se puso a hacer tiros al aire y a echarme vainazos.

Pues no me quedó sino salir a vacaciones y remontarme en una finca, porque cada que sentía una moto me daba terronera. Y eso que por seguridad dispusieron un ‘tira’ del F-2 en la puerta de mi oficina, pero el tipo era amigo de uno de los implicados y me miraba con un odio, que a la legua se notaba que me quería dar una pela. ¡Por sapo! 

2 comentarios:

Carlos Olaya (Gmail) dijo...

Eso Pablo, así es la gente que vale la pena. Felicitaciones!!!.
Con esta anécdota usted pasó a ser de los míos, es decir, la gente buena y honrada como nuestros ancestros.

Carlos Olaya (Gmail) dijo...

Eso Pablo, así es la gente que vale la pena. Felicitaciones!!!.
Con esta anécdota usted pasó a ser de los míos, es decir, la gente buena y honrada como nuestros ancestros.