martes, julio 10, 2012

¿Distintos nosotros?

Algunas adolescentes que apenas empiezan a ejercer en los tejemanejes del amor se quejan porque el noviecito de turno es muy distinto a ellas. Es que no nos parecemos en nada, dicen angustiadas, convencidas tal vez de que el escogido sería algo así como su alma gemela, con gustos idénticos y sueños paralelos a los suyos. Claro que las niñas a esa edad deberían saber, por crecer en familia, que pocas cosas son tan diferentes en este mundo como el comportamiento de hombres y mujeres. Porque aunque está claro que mi Dios sabe cómo hace sus cosas, en situaciones como estas nos preguntamos si se descachó, debido a algunas discrepancias que nos complican un poco la convivencia a los humanos.


Sin duda las diferencias se notan desde los primeros años de vida porque la mayoría de los niños son inquietos, ladinos, dañinos y traviesos, mientras las nenas se distinguen por su ternura, suavidad y dulzura. Al crecer un poco ellas juegan a las muñecas, al doctor o al papá y a la mamá, mientras los zambos buscan qué maldad hacer, cómo mortificar a las muchachitas, o en muchos casos participan en sus juegos con el único fin de meterle malicia al asunto. Sin duda las féminas maduran primero que los varones, lo que puede verse cuando púberes ellas empiezan a mirarlos con interés, mientras a los mocosos no se las pueden siquiera nombrar. ¡Gas!, dicen los culicagaos.

Entonces llega la adolescencia y los papeles se invierten. No sé cómo será ahora, porque estoy desactualizado, pero aunque cambien las costumbres la forma de pensar y de comportarse son muy similares. Entiendo que hoy, como dicen, son dos cucharadas de caldo y mano a la presa, mientras que a nosotros nos tocaba trabajarle más al galanteo. En las primeras visitas de novio, o marcadas de tarjeta, tocaba ser prudente y recatado para que ella lo tildara de tierno, divino y detallista, cuando en realidad por la mente del machucante pasaban pensamientos ardientes y su imaginación volaba entre la lujuria y el deseo. Era común ir a cine el sábado por la tarde con varias parejas amigas, programa que era esperado por ambos sexos con disímiles expectativas: mientras ellas se preguntaban si la película sería tierna y de llorar, los zambos sólo pensaban en el momento en que apagaban las luces para poderse lanzar al ataque.

En las fiestas y reuniones también se notaban ciertos contrastes, como que los muchachitos estaban pendientes de tomar trago a escondidas, entre otras cosas para tener el valor de cuadrársele a la pretendida o siquiera sacarla a bailar. El que supiera bailar y además no le diera pena era calificado de mariquetas (igual si era educado, tuteaba, no decía groserías, era caballeroso, etc.), y en cambio la mayoría debíamos esperar a estar copetones para animarnos a hacer semejante oso. Ni pensar en esa época en tomar clases de baile porque si los amigos se enteraban no quedaba sino irse del país, de manera que para las mujeres era una gran decepción no tener con quién revolotear por la pista. Eso sí, sonaba un bolero y salíamos todos en patota, porque ese ritmo es muy fácil de llevar y además le permite al parejo arrimársele a la muchacha. Lo que llamábamos rastrillarlo.

A las mujeres siempre les ha gustado participar en fiestas de disfraces, mientras a la mayoría de los hombres el asunto nos parece ridículo y enguandoso. Claro que eso tiene que ver con la personalidad, que en ellas es más definida, porque nosotros le empezamos a encontrar gracia al disfraz cuando tenemos varios tragos entre pecho y espalda. Luego viene el tema de las fotos. En cualquier fiesta, paseo, reunión, celebración o donde quiera que estén, ellas tienen que tomar cientos de fotografías; a las mismas personas, en poses similares, sin variables ni sorpresas. Luego se sientan a verlas en grupo, comentan una por una, las repasan, critican a fulano, detallan el peinado de aquella, y aprovechan para alabarse mutuamente: cómo sales de bonita, te sienta muy bien ese vestido, tienes el pelo divino… En cambio le muestran a uno las fotos, las mira a la velocidad del rayo y por compromiso comenta: muy buenas.

Esto es apenas una muestra de las miles de diferencias que hay en la forma de comportarse y de pensar de ambos sexos, situación que deben tener muy clara las personas antes de decidirse a convivir con una pareja. Porque ahí es donde aparecen los contrastes: en el orden, los gustos al momento de ver televisión, el cuidado del carro familiar, los horarios, la cuerda para la rumba, la tomadita de trago, la educación de los hijos… Aunque tal vez la diferencia más marcada está en la calentura, que en los varones dura varias décadas mientras que ellas empiezan a perder el entusiasmo a las pocas semanas de cohabitar; para ello echan mano de las consabidas disculpas: el período, dolor de cabeza, los niños, que de pronto llama mi mamá, que los vecinos oyen, que qué calor, que mejor mañana temprano…

Claro que estas situaciones dejarán de tener vigencia muy pronto porque si en el pasado la mariconería era algo inusual, en el presente se ve con frecuencia y al paso que vamos mucho me temo que puede llegar a volverse obligatoria.

pamear@telmex.net.co

1 comentario:

BERNARDO MEJIA ARANGO bernardomejiaarango@gmail.com dijo...

Estimado tataratataraprimo:

Buen análisis el suyo sobre las diferencias entre ellas y nosotros. Después de dos o tres golpes que me ha dado la vida, dejó de importarme el tema y en general los comportamientos de los demás, sean hombres o mujeres.

Sencillamente ahora me preocupo más por mi mismo.