Nuestra generación será recordada
por el privilegio de vivir una etapa de transición que cambió radicalmente a la
humanidad. Claro que a nuestros abuelos les tocó experimentar en carne propia
aquel adagio utilizado para definir los cambios impuestos por la tecnología, de
la mula al jet, porque muchos de ellos experimentaron en su infancia el
transporte en recuas por los caminos de herradura, en tanto que mayores
pudieron viajar grandes distancias en aviones a propulsión.
Las innovaciones tecnológicas
empezaron a imponerse desde mediados del siglo XX, pero a paso lento porque
entre una novedad y otra podían pasar muchos años. Claro que entonces era un
descreste ver un aparato de televisión, una batidora o una máquina de coser
eléctrica, pero esos electrodomésticos duraban mucho tiempo sin que aparecieran
nuevos modelos con cambios representativos y diseños novedosos. Años después en
los hogares la radiola fue remplazada por el tocadiscos, la brilladora por la
aspiradora, el procesador de alimentos complementó a la licuadora y al viejo transistor
lo desplazó una grabadora con radio de varias bandas.
A finales del siglo pasado los
avances en todos los campos de la ciencia y la tecnología eran notorios, pero a
partir del año dos mil empezó una carrera entre las marcas más representativas
y las personas no acabamos de asimilar una novedad, cuando aparece otra que
relega la anterior y la torna obsoleta. Hace una década mi amigo Harry
Vandenenden llegaba a las fiestas con su aparatoso equipo de sonido, el cual
requería una camioneta para transportarlo, y grandes tulas repletas de álbumes
que contenían discos compactos y videos musicales. Poco después nos sorprendió
con el Nómada, un adminículo que podía almacenar dos mil canciones y las
reproducía con un sonido espectacular; a la fiesta siguiente llevó el Zenit,
con mayor capacidad y mejores características; después consiguió el primer iPod,
el cual evolucionó en capacidad y además redujo su tamaño de forma
considerable. Y los antiguos parlantes, en los que se podía bailar encima,
fueron remplazados por unos diminutos y de excelente fidelidad; de igual manera
mejoraron consolas y demás accesorios.
Ahora los menores se preguntan
por qué nos alarmamos al verlos durante las vacaciones enclaustrados en la casa
y sin hacer nada diferente a entretenerse con el juego electrónico, la
computadora, el televisor, la tableta o el teléfono celular. Dicha preocupación
no desvelaba a nuestros mayores, porque nos divertíamos de la misma manera que
ellos y sus antepasados; con una cauchera, rodando de alguna manera por las
pendientes, los bolsillos llenos de canicas, en una comitiva y las niñas
jugaban a las muñecas y a la casita. Disfrutábamos el asueto desde el primero
hasta el último día, y mientras pudiéramos no parábamos en la casa.
Pero así como tuvimos el
privilegio de vivir una niñez maravillosa, también nos tocó experimentar la
magia que ofrece la tecnología en la actualidad; y lo que falta por ver… Para
un joven ahora no es novedad ver los cambios en las cámaras digitales o los
teléfonos inteligentes, porque no conocieron las antiguas máquinas de retratar
de rollo en blanco y negro, o aquel viejo teléfono negro, un mamotreto de disco
que ocupaba sitio de privilegio en cualquier hogar. A muchos ni siquiera les
tocaron los primeros teléfonos celulares, conocidos como “panelas”, esos primeros aparatos que aunque parezca paradójico
solo servía para hacer y recibir llamadas.
A quienes estamos próximos a
ingresar en la tercera edad y tenemos olvidos y lagunas, nos llegó la
tecnología como un salvavidas. Recuerdo que mi mamá mantenía una agenda
pequeña, su libretica, donde anotaba todo sin ningún orden ni lógica; la
dirección y el teléfono de un pintor, una receta de cocina, unas medidas para
llevarle a la costurera, el adelanto que le hizo al carpintero, una lista de
compras pendientes, el nombre de un remedio y mil cosas más que apuntaba en la
primera página que abría. Entonces la llamaba su hermana Lucy para preguntarle
los datos del pintor y empezaba ella a pasar páginas, mientras le conversaba
para ocupar el tiempo, hasta que le daba risa nerviosa porque no podía
encontrar el dato.
También se quejaba mi madre por
desmemoriada; ¡dónde tengo la cabeza!, repetía a diario. Pues ahora cuento con
recordatorios en varios aparatos electrónicos y si olvido cualquier dato,
recurro a Google. Diccionarios y enciclopedias virtuales, traductor, fotos
satelitales detalladas del mundo entero, procesador de palabras que facilita la
escritura de una manera increíble. Ya no necesito tener libros de cocina, atlas
y mapas en general, tablas de conversión, catálogos, textos y tantos libros que
recogían polvo en las estanterías.
Después de leer un año en la
tableta y de absorber textos como ratón de biblioteca, en estos días me regalaron
un buen libro y a poco de empezarlo me sorprendí, cuando en cierto momento al
no conocer el significado de una palabra le puse el dedo encima. Ya estoy
acostumbrado a consultar de esa manera el diccionario en la tableta digital;
además me hace falta el reloj, buscar en la red, la luz del monitor para leer
en la noche, o agrandar la letra si no tengo las gafas a la mano. Ahora mismo
termino de escribir y procedo a resolver mi crucigrama favorito, lo último que
hago antes de cerrar este aparato.
pablomejiaarango.blogspot.com
2 comentarios:
Pablo:
Una de las ventajas de la modernidá es que ahora no necesitamos mucha memoria y podemos gastarnos el cerebro en bobadas. La memoria está en todos estos aparatos; por eso la mayor parte de los jóvenes se mantiene pegada a ellos, pues no saben o le tienen pánico al simple y pasado de moda hecho de pensar.
Si algunos vivimos la transición en la tecnología fuimos aquellos que nacimos en el principio de la década de 1950 a 1960. Yo soy de 1951.
Y he visto el surgir de la tecnología electrónica, su invasión en la vida sencilla de la gente para convertirla en una serie de autómatas o zombis, por no decir que en estúpidos muertos vivientes.
he visto paulatinamente que los niños cambiaron sus rondas y juegos infantiles por una serie de ataris, nintendos, play stations y no sé que otra serie de jodas más, por no mencionar los black berries smart phones, tablets, etc., etc.
Yo creo que soy de una generación afortunada que vivió una infancia sin tanta tecnología, donde primaban los valores humanos.
Que nostalgia por aquellos años de felicidad auténtica.....
BERNARDO MEJIA ARANGO
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