Debería implantarse de nuevo
el civismo como materia obligatoria del pensum escolar. Inculcar a los menores
cariño por su terruño, respeto a los símbolos patrios, la importancia de
cumplir las normas, solidaridad, buen comportamiento y en general todo lo que
aporte para hacer de ellos ciudadanos ejemplares. Repetirles hasta el cansancio
que antes que ser buenos profesionales, excelentes deportistas, artistas
destacados o lo que escojan para su futuro, deben ser buenas personas. Después
de cumplir con esa condición pueden contar con que les irá bien en la vida.
La asignación puede dedicar
un capítulo completo a evitar que las nuevas generaciones hereden de sus
mayores el vicio, arraigado con fuerza entre nosotros, de criticar por
criticar. Porque somos campeones en sacarle pero a todo, porque sí, porque no,
casi siempre sin conocer el tema ni tener razones suficientes para emitir un
concepto. Basta con que alguno exprese una opinión negativa sobre cualquier
cosa para que todo el mundo se largue a criticar sin compasión. Muy diferente –por
ejemplo-, cuando un eminente profesional comenta los defectos de una obra
pública realizada en la ciudad, con explicaciones válidas, cifras, razones y
conocimiento de causa, pero que lo haga cualquier perico de los palotes sin
saber de lo que habla me parece atrevido.
Hace unos años la
administración municipal de turno contrató con un artista local para exponer
esculturas de su autoría en la avenida Santander y otros sitios de la ciudad.
Quién dijo miedo: qué cosa tan ñuca, cómo se les ocurrió semejante absurdo, por
qué pagaron ese dineral; alguno dio una cifra y en cada repetición la aumentaban.
Pero pocos comentaron que los visitantes quedaban boquiabiertos ante semejante
belleza, sobre los turistas que hacían fila para tomarse fotos con las
esculturas, de los comentarios positivos y elogiosos que hacían en otras
ciudades respecto a la iniciativa de nuestra alcaldía.
Para continuar el bulevar de
la avenida Santander debieron robarle unos centímetros a la calzada y eso dio
pie a miles de críticas, porque según los opinadores de turno la vía quedaría
intransitable por estrecha. Pues construyeron el andén -amplio, agradable y
funcional-, y ahora nadie se acuerda de que la avenida era treinta centímetros
más ancha.
Desde siempre los
manizaleños nos quejamos porque construyen todos los edificios iguales, cajones
sin gracia ni diseño, y ahora que levantaron el Parque médico en el sector de
El Cable, hay que oír los comentarios: esa vaina quedó torcida, qué cosa más
fea, no se parece a ninguno del sector, qué diseño tan raro. Por fortuna muchos
reconocemos el esfuerzo del constructor para presentar un edificio novedoso y
llamativo, que seguro se convertirá en icono de la ciudad.
Inauguraron el Parque del
agua y no faltan los que sentados en una banca le sacan peros y echan números
para calcular cuánto se robaron; cuentan las luminarias y les ponen precio,
aproximan los metros de tubería, motobombas, jardines y demás mobiliario, sin
tener idea del tema. Ni riesgos de reconocer que es una belleza, y que además
le dará vida y desarrollo a un sector estratégico de la ciudad.
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