martes, noviembre 25, 2014

Criticones de oficio.

Debería implantarse de nuevo el civismo como materia obligatoria del pensum escolar. Inculcar a los menores cariño por su terruño, respeto a los símbolos patrios, la importancia de cumplir las normas, solidaridad, buen comportamiento y en general todo lo que aporte para hacer de ellos ciudadanos ejemplares. Repetirles hasta el cansancio que antes que ser buenos profesionales, excelentes deportistas, artistas destacados o lo que escojan para su futuro, deben ser buenas personas. Después de cumplir con esa condición pueden contar con que les irá bien en la vida.

La asignación puede dedicar un capítulo completo a evitar que las nuevas generaciones hereden de sus mayores el vicio, arraigado con fuerza entre nosotros, de criticar por criticar. Porque somos campeones en sacarle pero a todo, porque sí, porque no, casi siempre sin conocer el tema ni tener razones suficientes para emitir un concepto. Basta con que alguno exprese una opinión negativa sobre cualquier cosa para que todo el mundo se largue a criticar sin compasión. Muy diferente –por ejemplo-, cuando un eminente profesional comenta los defectos de una obra pública realizada en la ciudad, con explicaciones válidas, cifras, razones y conocimiento de causa, pero que lo haga cualquier perico de los palotes sin saber de lo que habla me parece atrevido.

Hace unos años la administración municipal de turno contrató con un artista local para exponer esculturas de su autoría en la avenida Santander y otros sitios de la ciudad. Quién dijo miedo: qué cosa tan ñuca, cómo se les ocurrió semejante absurdo, por qué pagaron ese dineral; alguno dio una cifra y en cada repetición la aumentaban. Pero pocos comentaron que los visitantes quedaban boquiabiertos ante semejante belleza, sobre los turistas que hacían fila para tomarse fotos con las esculturas, de los comentarios positivos y elogiosos que hacían en otras ciudades respecto a la iniciativa de nuestra alcaldía.

Para continuar el bulevar de la avenida Santander debieron robarle unos centímetros a la calzada y eso dio pie a miles de críticas, porque según los opinadores de turno la vía quedaría intransitable por estrecha. Pues construyeron el andén -amplio, agradable y funcional-, y ahora nadie se acuerda de que la avenida era treinta centímetros más ancha.

Desde siempre los manizaleños nos quejamos porque construyen todos los edificios iguales, cajones sin gracia ni diseño, y ahora que levantaron el Parque médico en el sector de El Cable, hay que oír los comentarios: esa vaina quedó torcida, qué cosa más fea, no se parece a ninguno del sector, qué diseño tan raro. Por fortuna muchos reconocemos el esfuerzo del constructor para presentar un edificio novedoso y llamativo, que seguro se convertirá en icono de la ciudad.

Inauguraron el Parque del agua y no faltan los que sentados en una banca le sacan peros y echan números para calcular cuánto se robaron; cuentan las luminarias y les ponen precio, aproximan los metros de tubería, motobombas, jardines y demás mobiliario, sin tener idea del tema. Ni riesgos de reconocer que es una belleza, y que además le dará vida y desarrollo a un sector estratégico de la ciudad.

A los criticones acostumbro preguntarles la causa de su rechazo y después me atrevo a decirles que si se topan algo parecido en una capital europea, seguro buscarán retratarse a su lado. Pongo ejemplos de obras y edificaciones similares y localizadas en otras latitudes, y del éxito que tienen, y hago hincapié en los aspectos positivos que les veo. Aunque muy pocos cambian de opinión, estoy seguro de que la observación les queda sonando y es posible que en el futuro sea otra su actitud.

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