martes, noviembre 25, 2014

Un diablo genial.

Hace años participé como entrevistador en un programa de Telecafé que buscaba resaltar personajes del Eje cafetero, quienes por no pertenecer a la política o a la farándula pasaban desapercibidos. Supe entonces de un satanista pereirano a quien llamaban El Papa negro. Aunque me sonó a charlatanería lo contacté por teléfono, conversación que cambió mi parecer al escuchar a un tipo serio, muy bien expresado, con humor y sin duda inteligente e ilustrado. Cuadré de inmediato todo lo necesario y quedamos de vernos en una fecha determinada.

Ese domingo fuimos a recogerlo y como había investigado acerca de la vida de Héctor Escobar Gutiérrez, lo imaginaba estrambótico o al menos diferente al ciudadano común; porque supe que joven escandalizaba a las viejas pacatas y rezanderas, al recorrer las calles con unos cuernos que improvisaba peinándose unos cachumbos con gomina para semejarse a Lucifer. Por el contrario encontré un hombre afable y simpático, quien en la charla previa a la entrevista me pidió no insistir acerca del satanismo, ya que por esos tiempos desaparecieron muchos niños en Pereira y los rumores lo señalaban a él como culpable de tan infame proceder. Por fortuna comprobaron que el asesino era Luis Alfredo Garavito.

Ese día descubrí en Héctor a un poeta extraordinario y nació entre ambos una amistad que mantuvimos por teléfono y correspondencia, un entrañable carteo a la antigua porque era renuente a ingresar a la cibernética. Entonces me confesó que lo del satanismo era una manera de ir contra la corriente, de rendirle culto a lo prohibido, de no comulgar con las normas establecidas. La idea nació de querer sacudir a una sociedad mojigata que se escandalizaba con las misas negras que realizaba para atemorizar a tanto beato hipócrita y solapado. Después regó la bola que él leía el tarot, porque de algo tenía que vivir, y había que ver la fila de viejas encopetadas que salían dichosas dizque porque el Diablo les había leído el futuro, cuando lo único que oían era una sarta de babosadas que brotaban de su magín.

Alguna vez compartí un delicioso intercambio epistolar con Bernardo Cano, Berceo, desde su exilio voluntario en La Florida, y Héctor desde su Pereira natal, donde yo ejercía como enlace porque ellos no se conocían. Ahora con la muerte del poeta me quedo sin dos amigos geniales y rememoro unas rimas con las que respondió cuando quisimos conocer la definición de satanista:

Ser satanista, Pablo, es ser sincero/ sólo consigo mismo hasta la médula,/ al registro civil, la vieja cédula,/ hasta al número pi y por ende al cero./ Es ser como el voraz oso hormiguero,/ es conservar el alma siempre incrédula,/ es burlarse de aquella casta Édula,/ de la Biblia y la fe del carbonero. / Es no creer en nada, !excepto en uno!/ pero en uno no más, no en otro alguno,/ porque el Ego es el dios del satanista./ Ser satanista es ser, !oh amigo Pablo!/ disfrutar del pecado como el Diablo/ y a Cristo escarnecer cuando se enquista./ II- Es atizar el fuego que nos quema,/ es echarle carbón a los infiernos,/ es no creer en dioses sempiternos,/ es ser de los cristianos la postema./ Es no callar la boca que blasfema,/ es ir bajo los más crudos inviernos,/ es sabernos mortales y no eternos,/ es lucir en la frente el triple emblema./ Ser satanista es ser como es el mundo:/ terrífico, salaz, plácido, inmundo,/ es ser del polo opuesto, lo contrario./ Todo esto es ser un satanista;/ por ello, viejo Pablo, ten tu vista/ enfocada hacia el goce y no al osario.

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