viernes, julio 31, 2015

Reingeniería del matrimonio.

Suelo pensar, en cualquier reunión, cuántas de las parejas presentes son las originales desde que dieron el sí ante el cura o ante el notario. Entonces me convenzo de que el matrimonio está en vía de extinción porque cada vez son más los separados, muchos de ellos ya organizados con otro media naranja que seguro vivió la misma experiencia. Nacen así nuevos hogares donde los hijos reciben buen ejemplo, cariño y comprensión.

Pasan los años y disminuyen los matrimonios tradicionales, mientras aumentan las parejas que prefieren vivir juntas un tiempo antes de lanzarse al agua; sin duda una estrategia muy racional. Cuando esas personas deciden formalizar la unión, muchas prefieren el notario y para celebrarlo optan por un paseo con familiares y amigos. El dineral que cuesta una fiesta convencional lo destinan a un viaje o a cualquier otra inversión.    

Hasta nuestra generación perduró aquello de acatar los sacramentos y con los hijos procedimos como tal, pero estos crecieron en un medio sin dogmas ni condiciones y eso les abrió los ojos al mundo; sed de viajar, de conocer, de compartir experiencias y aprender. Tampoco son amigos de traer bebés a un planeta con semejante futuro tan negro.  

Opino que quienes perseveramos con la pareja somos privilegiados, porque eso de acostumbrarse a vivir con otra persona a estas alturas me parece muy trabajoso. Otro asunto que obliga a hacer una reingeniería de las relaciones, tiene que ver con la incursión de la tecnología en los hogares. Procedo a exponer un par de experiencias a ver si alguien se identifica.

Veo una película en el televisor mientras ella disfruta en su tableta la red social preferida, una dedicada a las fotografías; nada que le guste más. De pronto me habla de una amiga del costurero que tiene una prima en Medellín; que esa prima tiene una hija que acaba de tener un bebé y procede a mostrarme la foto del recién nacido. Sin mucho entusiasmo la miro, rápido para no perderle el hilo a la película, pero insiste y me pregunta si había visto alguna vez una cuquera de bebé como ese; que qué tal la cumbamba partida, que esas orejas, que los hoyitos en los cachetes. Rezongo como respuesta, pero se anima y ahora quiere que vea la nieta de fulanita. Entonces ahí sí la paro, pues ella sabe que a mí esos muchachitos me parecen todos iguales.

Coge el celular para revisar los grupos del chat y en esas empieza a sonar como una máquina tragamonedas, y entonces anuncia: ¡vamos a jugar! Toca pararle bolas, así mi película esté en el momento cumbre, intrigado además porque no sé de qué me habla. Siguen los sonidos en ese aparato y ella reniega porque le van a preguntar sobre deportes. Luego lee en voz alta para que le ayude: ¿Cuál de estos deportes se practica sin pelota? A: fútbol. B: tenis. C: boxeo. D: baloncesto. Se apresura a responder y comenta satisfecha, ¡yo también seé!

Nunca había jugado en un dispositivo electrónico y aquí estoy, engrampado en semejante pendejada. La mayoría de preguntas son infantiles, pero de pronto quieren saber cuál selección quedó de tercera en Chile 62; o el premio Nobel de física en 1948; o cuántos latidos por minuto emite el corazón de un canguro. Le digo que bien pueda adivine porque no tengo ni idea, pero insiste y lee de nuevo las opciones. Por fin se termina el ‘instructivo’ jueguito y comenta bastante desilusionada que pensó que nos iba a ir mejor, pero que tranquilo, que en un ratico ‘nos’ invitan otra vez. ¡Bendito!

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