martes, julio 17, 2012

Metamorfosis urbana.

Si uno entra a Manizales por la avenida Centenario y viene acompañado de un foráneo, al llegar al parque Olaya Herrera debe pensar muy bien por dónde va a cruzar el centro de la ciudad, porque el viajero va a toparse con esa primera imagen que es tan importante. Puede seguir por la avenida del centro, pero debe entretenerlo para que no detalle ambos costados de esa vía porque en ese tramo inicial, hasta la plaza Alfonso López, presenta un estado lamentable. Aunque la avenida tiene muchos años de construida, varios edificios de los que levantaron entonces en las culatas que resultaron alrededor de la vía permanecen en obra gris. Son esperpentos sin ningún estilo, nunca les dieron siquiera una capa de pintura y en su interior funcionan chuzos y cuchitriles de todo tipo.


Unos metros más arriba de la iglesia de los Agustinos hay un edificio al que se le cayó hasta el letrero donde antes podía leerse su nombre, encima de la puerta principal; el inmueble presenta un estado ruinoso y su deterioro abisma, por lo que la alcaldía debe conminar a sus propietarios a hacer algo al respecto. Inadmisible que esa sea la cara que presenta la ciudad en una de sus puertas de ingreso.

La otra opción es seguir por la carrera 23 para atravesar el centro, pero creo que por ahí es peor. Sin duda el tramo que lleva de la calle 15 a la 19 es uno de los más deprimidos de toda la ruta, porque los talleres de motos, almacenes de repuestos, cascos, chalecos, morrales y demás aditamentos para motociclistas invaden gran parte del sector. Asaderos de pollo con vitrinas donde la grasa chorrea a raudales y muchos cafetines de mala muerte que muelen música del despecho a todo timbal. Hoteluchos y pensiones hacen suponer que las bandidas andan por ahí, y en la esquina de la calle 18 hay uno en cuya puerta un anuncio ofrece pasar la noche allí por la módica suma de ocho mil pesitos, ¡negociables!

Unos metros antes de llegar a la esquina de la 18 un pendón promociona jugos afrodisíacos y vitamínicos, con precios que van desde los mil pesitos por el de chontaduro hasta los veinte mil que cobran por el cinco tiros; con precios intermedios están el de borojó, el jugo del amor prohibido, el tumba catres, el polvorete, kamasutra, levántate Lázaro, dinamita y el rompe colchones. No deben dar abasto los hospedajes del sector para atender a los clientes del incitante negocio. Una cuadra después, diagonal al Palacio Arzobispal, el andén de un supermercado está invadido por vendedores informales que ofrecen frutas y verduras de una calidad infame.

Hasta allí el visitante pensará que lo metieron por el sector de la plaza de mercado, pero al observar las construcciones a ambos lados de la calzada caerá en cuenta de que se trata del centro de la ciudad. Sin embargo, en los amplios espacios que están destinados a los peatones va a encontrar todo tipo de personas que buscan la forma de conseguir unos pesos para tener algo qué llevar a sus casas.

La arquitectura republicana se intercala con construcciones comerciales improvisadas sin ningún estilo y destinadas sólo a dar cabida a la mayor cantidad de cacharros posibles. Como en el antiguo edificio de la Caja Agraria, donde en el espacio que ocupaba el banco improvisaron varios locales que están abiertos todos los días de la semana y en cuyo interior los arrumes de mercancía llegan al techo. En los andenes los vendedores informales mantienen su botellita de licor camuflada en un talego y a cada momento la pasan de mano en mano para echarse un trago; otros juegan partidas de ajedrez o dominó para entretenerse.

No falta el limosnero que genera lástima al exhibir heridas o malformaciones, o la viejita que tirada en el piso le arranca notas destempladas a una guitarra para que le den una moneda. En la esquina de la catedral un hombre consiguió conectarse de manera fraudulenta a un poste de la energía para encender un televisor y el reproductor de video, para que quienes le compren películas piratas puedan ensayarlas antes de adquirirlas; porque de suceder, cuestan más los pasajes para ir a cambiarlas que el producto en sí.

Todo evoluciona y supongo que los negocios tradicionales que le dieron lustre a este sector de la ciudad ya no son rentables, pero esos almacenes de ropa que mantienen en la puerta un equipo de sonido a todo volumen mientras un locutor anima a los peatones a entrar, presentan una imagen deprimente; y los baratillos que ofrecen “todo a dos mil”; almacenes de chancletas y chucherías; vendedores de minutos, frutas, jugos recién exprimidos, de fritangas y demás porquerías. Y más casinos, restaurantes chinos, asaderos de pollo, cafetines y metederos. Y atracadores, travestis y fufurufas.

Soy consciente del problema social que genera el desempleo y de que la gente debe rebuscarse como sea, pero el desorden y la mala imagen que presenta nuestra vía central, columna vertebral de la ciudad, no son aceptables. Algo tiene que hacer la administración municipal para solucionarlo, para que ojalá muy pronto podamos sentirnos orgullosos nuevamente de nuestra antigua carrera de La Esponsión. Porque al menos yo, prefiero no llevar al turista por allá para no pasar vergüenzas.

pamear@telmex.net.co

1 comentario:

BERNARDO MEJIA ARANGO bernardomejiaarango@gmail.com dijo...

Conocí Manizales a finales de la década de 1960. Viví en El Tablazo durante varios años. Me gustó Manizales y sentí un atractivo especial por la ciudad de mis ancestros, quizá por eso aunque en ese tiempo no lo tenía claro.

Lo que si tengo claro ahora es que quiero a Manizales con todo lo que tenga, cordial saludo tataratataraprimo.