Me da golpe cuando oigo a una
señora decir que su marido es machista porque no recoge la ropa sucia ni ayuda
a lavar los platos. Tal comportamiento tiene que ver más con la forma como lo
criaron, porque la mamá es la encargada de inculcarnos esas cosas desde
chiquitos: tender la cama, poner la mesa, hacer mandados y ayudar en la cocina.
Algunos mayores creen que exigirle a un niño ese tipo de responsabilidades es
un abuso y entre los campesinos es común que el hijo varón no haga ningún tipo
de oficio en la casa, porque puede volverse afeminado. Lo increíble es que hoy
en día los muchachitos, de ambos sexos, crecen sin saber preparar un huevo
frito.
Las que se quejan del machismo ignoran
la historia, no han leído, ni se interesan por otras culturas y costumbres. Porque
después de conocer cómo se ha subyugado a la mujer a través de los siglos, que
un hombre deje los calzoncillos tirados en el baño es una minucia
insignificante. Claro que todavía se acostumbra golpear a las mujeres, abusar
de ellas y menospreciarlas, práctica arraigada en los estratos bajos y el
campesinado, pero a la mayoría nos tocó una generación donde la mujer exige
igualdad de condiciones; sin duda la posibilidad de educarse y trabajar les da
independencia, a diferencia de antes que muy pocas podían separarse del marido porque
se las tragaba la tierra. Qué decir de otras religiones y tradiciones tribales,
donde la mujer es propiedad del esposo.
En épocas pasadas el papel de la consorte
era secundario y estaba confinada al hogar. Debía administrar la casa, educar
los hijos, acudir a la iglesia, coser, preparar viandas y delicias, controlar
al servicio y estar dispuesta a complacer al marido cuando este lo dispusiera;
nada de dolor de cabeza ni demás disculpas. Salía de un embarazo, pasaba la
dieta y arrancaba para el próximo. Muchos señores tenían amante, con quien
daban rienda suelta a su fogosidad, y acostumbraban rematar las tertulias de
amigos en una casa de citas.
Ahora los jóvenes no necesitan
recurrir a prepagos ni guarichas porque las amigas lo aflojan sin misterios, y
lo mejor, no necesitan estar enamoradas. Para ellos el sexo no es tabú y
abordan el tema sin tapujos ni malicia. Muy diferente a como nos tocó a
nosotros, que ni en el colegio ni en la casa nos nombraban el tema; aprendíamos
con los amigos mientras se nos salían los ojos ante una revista Playboy.
Después, a calmar la naturaleza con la mano o donde las mujeres de la vida.
Otra costumbre actual es convivir en pareja durante un tiempo antes de tomar la
determinación de casarse y tener hijos, lo que resulta práctico y efectivo,
porque ambos pueden evidenciar si escogieron a la persona ideal y están
preparados para comprometerse.
Aunque unas por otras, porque
mientras un marido de antaño podía llegar a la casa al amanecer, jincho de la
perra y con el pelo revolcado, y la mujer ni siquiera se atrevía a preguntar
dónde andaba porque era el señor de la casa y por lo tanto podía hacer lo que
le provocara, ahora los mantienen controlados al minuto y darse una escapada
para echar una cana al aire es prácticamente imposible. Para no ir muy lejos,
nosotros podíamos perdérnosle a la novia e inventar cualquier disculpa, y a
ellas les tocaba tragar entero porque no tenían manera de confirmarlo. Ahora
los avances en las comunicaciones tienen jodido a más de uno, porque una mujer
celosa no se contenta sólo con que responda el teléfono, sino que exige que el
fulano se conecte a la red y muestre el entorno donde se encuentra. Ya no
pueden contestar desde el amoblado y decir que están en la oficina.
Una justificación para la
infidelidad de los hombres puede ser que hay mucha diferencia en la calentura
de ambos cónyuges después de unos años de matrimonio; mientras el marido
siempre está con ganas y no desperdicia oportunidad para entucar, la señora
busca disculpas e inconvenientes para evadir el encuentro. Conozco a una pareja
muy querida que enfrentó una crisis por un desliz del marido, y ella quiso superar
lo sucedido al planear una celebración inolvidable del aniversario de bodas que
estaba próximo. El día señalado llegó el hombre cansado del trabajo y cuando se
disponía a recostarse para ver el noticiero, la mujer le dijo que no se
acomodara porque saldrían a comer afuera; sin los niños.
Mientras disfrutaban la velada él
no veía la hora de irse porque el sueño le podía. Camino a casa la mujer lo
hizo desviar y después de algunas señas, fueron a parar a un amoblado en las
afueras de la ciudad. El tipo trataba de mostrar entusiasmo y después de
parquear, ella lo hizo esperar un momento; luego lo llamó y al entrar en la
habitación, la encontró en medio de un ambiente cubierto de pétalos de rosa y envuelta
en un abrigo de piel que dejaba entrever que no llevaba nada debajo. Entonces
ella, en un gesto como si quisiera abrirse el abrigo de un tirón, lo instó a
que adivinara cuál era la sorpresa que le tenía. Él no pudo disimular su
estupor y por responder algo dijo: Eeeeeh… ¿Las chicas águila?
pablomejiaarango.blogspot.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario