viernes, julio 25, 2014

Métodos de estudio.


Ahora pienso, cuando ya para qué, que debí disculparme con mis padres por haber sido tan maqueta. Tantas rabias que pasaron cuando perdía el año, me suspendían por indisciplina, sacaba pésimas calificaciones, llamaban a decir que no había ido al colegio y otras tantas quejas por el estilo. Nunca me dictó el estudio y no encuentro otra razón diferente a que los métodos de entonces eran absurdos y antipedagógicos, con unos profesores, la mayoría, sin capacitación ni disposición para enseñar. Recuerdo uno que nos daba inglés y era tan ignorante del tema que su clase consistía en mostrarnos unos carteles elaborados por él, para que repitiéramos como autómatas la frase correspondiente a cada figura; ese era el bilingüismo de entonces.

Mitigó algo mi remordimiento por ser tan mal estudiante una frase de Bernard Shaw, donde dice que el único tiempo que perdió en su vida fue mientras asistió al colegio. Después supe que el dichoso raciocinio es atribuido a otros tantos personajes, eminentes y brillantes, pero debí aceptar que en todos los casos se trata de inteligencias superiores, muy diferentes a la mía que es la de cualquier mortal del montón. De manera que no me quedó sino echarle la culpa de nuevo al método y a los maestros.

Antaño era común que al terminar la clase el educador indicara a los alumnos cuántas páginas del libro debían leer para la próxima cita, con el agravante que ellos no se preocupaban porque entendiéramos el texto, lo analizáramos y disfrutáramos del mismo, sino que debíamos aprenderlo de memoria con todos los detalles. Como es lógico, de entrada perdíamos el interés por la lectura y nos centrábamos en fechas, nombres, situaciones determinadas y demás asuntos puntuales, los cuales anotábamos en un papelito por si el examen era escrito.  Llegaba el profesor y señalaba al escogido, quien empezaba a relatar lo que había captado del texto, pero era interrumpido para preguntarle un dato cualquiera y la respuesta tenía que ser exacta, porque de lo contrario “cero pollito”. No importaba que entendiera el tema, lo dominara y estuviera interesado en él, porque una simple falla lo descalificaba definitivamente.

A diferencia de ahora que a los jóvenes les enseñan a pensar y a desarrollar la inteligencia, el método aplicado a nosotros era el de repetir como loras el contenido de los textos y lo que enseñaban los profesores. Nada de investigación, debate o consulta, todo nos lo daban masticado y solo debíamos memorizarlo. De manera que quien estuviera mal de la memoria quedaba fregado. Muy de vez en cuando algún maestro nos ponía un trabajo como tarea, lo cual requería consultar una enciclopedia, un verdadero problema en aquella época porque no sabíamos acudir a una biblioteca y además había muy poco de dónde escoger.

En mi casa teníamos la Enciclopedia Británica, presentada en doce grandes tomos con pasta azul, papel amarillo por el paso del tiempo, ilustraciones en blanco y negro, letra diminuta y llenos de polvo debido al poco uso; ahora pienso que esa edición debía ser de principios del siglo XX, ya que muchos de los datos que buscábamos no aparecían por pertenecer a las tres o cuatro décadas anteriores. Por fortuna apareció la Enciclopedia Salvat, la cual venía en fascículos coleccionables que se mandaban a encuadernar por tomos. Fue una verdadera novedad por el colorido, la calidad del papel y la actualidad del contenido, pero si allí no encontrábamos el dato requerido nos tragaba la tierra. No quedaba sino arrancar para la Biblioteca Municipal o la del Banco de la República y si encontrábamos la información, a copiar sin descanso porque no existían fotocopiadoras, grabadoras, escáneres o demás aparatos. 

Imagino lo que será estudiar con una computadora y conexión a internet, además de poseer ese don que tienen las generaciones posteriores a la nuestra, el cual les permite entender a la perfección cualquier tipo de dispositivo electrónico; uno con esa facilidad y con Google, no necesita más. Pero deben ser ambas, porque aunque tengo acceso a la red me saco un ojo al momento de realizar una búsqueda; si quiero registrarme en algo llego hasta que me pide un código postal u otro dato por el estilo; y a diario me enredo con las claves, pasabordos, nombres de usuario y demás reseñas.  

Al finalizar el bachillerato los jóvenes reciben asesoría para determinar qué carrera seguir, visitan universidades, reciben información, investigan al respecto, etc., a diferencia de nosotros que tomábamos esa decisión reunidos en el recreo con los compañeros. Quienes tenían facilidad para las matemáticas optaban por una ingeniería; los hijos del papá finquero estudiaban agronomía o veterinaria; si tenía facilidad para el dibujo escogía arquitectura; el hijo del médico casi siempre seguía el ejemplo y así por el estilo nacían las vocaciones. Claro que entonces bastaba el paso por la universidad y el profesional salía a ejercer, a diferencia de ahora que tienen que hacer posgrados, diplomados, doctorados y cursos mil; sin olvidar que es indispensable el inglés y ojalá un tercer idioma.
Por los pelos nos libramos de este medio laboral competitivo y estresante, donde los ejecutivos son exprimidos al máximo y si no rinden, los remplazan por otro que tenga unos años menos y varios cartones más. A ese ritmo pocos llegarán a la edad de retiro.

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