Una de las primeras cosas que
aprendimos al ingresar al kínder fue todo lo relacionado con los símbolos
patrios; después, en bachillerato, la cívica era materia obligatoria en el pensum
escolar. No sé cómo será en la actualidad, pero si todavía existe, a los alumnos
les entra por un oído y les sale por el otro. El espíritu del civismo debe
inculcarse a las personas desde sus primeros años y ante el descuido en esa
materia ahora se ven unos zambos que parecen criados sin dios ni ley. Por ejemplo
los desadaptados esos de las barras bravas, quienes a un equipo de fútbol le
rinden la pleitesía que debería estar destinada a la tierra que los vio nacer,
a sus raíces, al ancestro familiar.
A nosotros nos educaron con unos
principios básicos, como el acatamiento indiscutible de la ley; el respeto a
cualquier persona mayor, sin importar rango o condición; un cariño espontáneo a
la ciudad y al terruño; y en general comportamientos dignos de personas de
bien. El dejar de inculcar esas enseñanzas a los infantes se nota
definitivamente en la sociedad actual, donde el caos y el desorden imperan;
cada quien hace lo que le da la gana; todos buscan el interés personal; a
muchos parece no importarles lo concerniente a la ciudad; la ley es para
pasársela por la galleta; y lo único que importa es el dinero y el poder. Antes
era impensable que un conductor se bajara del carro a pegarle puños al policía
que lo quiere reconvenir.
Mi primera bandera la hice con
plastilina que pegaba en una cartulina, bajo las indicaciones de la profesora
quien me enseñó el significado de los colores: el amarillo representa el oro
que se llevaron los españoles, el azul el color de los océanos que nos rodean y
el rojo rinde homenaje a la sangre que derramaron nuestros libertadores. Pues
va siendo hora de replantear la distribución de las franjas porque el asunto ha
cambiado significativamente. Al amarillo toca aumentarle tela, ya que ahora con
la tal locomotora minera es que están sacando oro por toneladas; y de paso le
hacen un daño letal al medio ambiente. También podría mezclarse esa franja
dorada con un poco de púrpura, porque la extracción ilegal por parte de los
paramilitares deja mucha sangre en el camino.
En cambio al azul ya se le puede
morder un poquito, debido al mar que perdimos con Nicaragua después del
cacareado pleito que dio tanto de qué hablar; y que dejen la tijera a la mano
porque dicen que los centroamericanos no están satisfechos con lo alcanzado,
sino que aspiran a un mordisco monumental que se arrima hasta Cartagena. De una
vez desteñir un poco el azul en un nuevo diseño de la bandera, como muestra de
lo poco que nos beneficiamos de esa inmensa riqueza que tenemos al contar con
dos océanos. En Suramérica ninguna otra nación se da ese lujo y sin embargo
países como Chile y Perú aprovechan al máximo los beneficios del mar.
Con el rojo se presenta un
inconveniente porque si a la sangre de los héroes que dieron su vida para
lograr nuestra independencia le sumamos toda la que se ha derramado durante una
historia plagada de guerras, rencillas, odios y violencia en general, entonces
el diseño de la bandera cambiaría de manera considerable porque esa última
franja pasaría a ser la de mayor tamaño. Opino que como está ahora no alcanza a
reflejar siquiera la sangre que derraman los cientos de motociclistas que se
estampillan a diario, los apuñalados a la salida de fútbol o quienes se
revientan las ñatas a trompadas cada que se emborrachan.
El escudo sí que necesita una
reingeniería. El cóndor podemos dejarlo, aunque quedan muy poquitos, y a la
cinta que tiene entre sus garras basta hacerle un pequeño cambio: “Libertad
’sin’ orden”; porque aquí todo el mundo es libre de proceder como le provoque,
pero de orden más bien pocón. Luego están los cuernos de la abundancia, palabra
exagerada en un país donde hay tanta miseria, a los que es hora de variarles el
contenido porque montones de monedas de oro ya no se ven ni en el cine,
mientras al otro no es sino meterle algo de revuelto (yuca, papa, plátano,
arracacha) que es de lo que se alimenta el populacho. Remplazar el gorro frigio
por un sombrero “vueltiao” y por último, sacar de una vez el istmo de Panamá
porque ese territorio lo perdimos hace más de cien años.
Nos comimos el cuento que nuestro
himno nacional es el segundo más bonito del mundo, después de La Marsellesa, como
si conociéramos muchos para poder comparar; además, los gustos son subjetivos e
imagino que no habrá una encuesta mundial que corrobore el dato. A ver cuántos
cameruneses, uruguayos, mongoles o lituanos lo conocen para que opinen al
respecto. Propongo mejor que dejen solo el coro y una o dos estrofas, porque el
resto no sirve sino para que los maestros mortifiquen a sus alumnos al hacérselas
aprender; con decir que ni siquiera Shakira se las sabe y por eso metió las
quimbas.
Nuestros símbolos patrios fueron creados en el siglo
XIX y desde entonces es mucha el agua que ha pasado bajo El puente de Boyacá.
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