martes, mayo 10, 2016

Aversión natural.

Nada más sagrado que la salud, porque sin ella no puede disfrutarse la vida; mientras unos pasan su existencia sanos, otros debemos bailar con la más fea. Eso sí, sin importar los males que padezcamos toca enfrentarlos con estoicismo y buena actitud, porque lo contrario nos amarga la existencia y mortifica a familiares y allegados.

Gracias a la tecnología la medicina ha avanzado mucho, lo que aumenta nuestra expectativa de vida. Claro que requiere grandes inversiones y por ende es costosa para el usuario, por lo que la mayoría dependemos de la salud pública, atención que cada vez se complica más debido al desgreño administrativo que presenta. El paciente con urgencia de atención debe enfrentar trámites y dilaciones que aumentan su angustia; aunque tanta tramitología se debe en parte a que los colombianos somos tramposos y marrulleros, y eso genera desconfianza.

Por mucho que reniegue uno del sistema de salud, el día que le diagnostican una enfermedad de alto costo se da cuenta de sus bondades. Tratamientos sumamente onerosos son asumidos por la EPS sin ningún costo para el usuario; seguro debe hacer filas, esperar horas, pasar rabias y enfrentar inconvenientes, pero al final puede ser la diferencia entre vivir o morir.

Yo le he salido caro a la salud pública; si recibiera lo que me han invertido, nadaría en la abundancia. No más el cáncer y sus tratamientos, los cuales son invasivos y dañinos, pero que con algo de suerte pueden aplazarnos el momento de ‘fruncir cagalera’; digo dañinos porque así como combaten la temible enfermedad, joden el resto de sistemas del organismo y toca tomar medicamentos para que funcionen. Claro que, en honor a la verdad, todavía puedo parpadear sin ayuda de pastillas.

A lo que tenemos aversión la mayoría de las personas es a ir a templar al hospital; estar enfermo es muy maluco y peor si es por fuera de la casa. Recientemente fui internado en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital de Caldas; sus instalaciones son 5 estrellas y ni hablar del profesionalismo y la amabilidad de quienes allí laboran. Sin embargo, la experiencia es traumática porque allá van los casos más delicados; verse uno conectado a esa cantidad de aparatos, con las alarmas y sonidos correspondientes, es bien estresante. Cada que entra una enfermera es a inyectarlo y debido a que las instalaciones no tienen visual hacia el exterior, el tiempo parece estancarse.

Cuando durante la noche logra uno dormirse, lógicamente medicado, llega un técnico a hacerle una placa de tórax; más tarde lo despierta la que viene a chuzarle la arteria; y a las dos horas aparece otra a tomar la temperatura y preguntarle si ha dormido bien. Lo peor es a las seis de la mañana cuando proceden a bañarlo dizque porque van a entregar turno; como los taxistas.

Uno criado en una cultura bien púdica, verse en pelota mientras dos muchachas lo restriegan por todas partes, le abren las patas como a un pollo asado y le jabonan las vergüenzas, es algo francamente embarazoso; aparte del pegote en que lo dejan porque después de secarlo lo embadurnan con cremas y aceites. Debido a tantos medicamentos la digestión se frena y entonces la tratan para que funcione, lo que ocasiona una avalancha que preciso se viene durante la noche. Qué humillación amanecer cagao hasta el cuello, mientras el abnegado personal limpia y cambia ropas; ahí no queda sino hacerse el que está en estado de coma.

Mi hijo lo definió bien al decirme: Papá, esta mañana cuando entré usted estaba como San Bonifacio, ¡con medio culo en el espacio!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pablo: yo también tuve la "fortuna" de pasar por una UCI y disfrutar de todas las ventajas que te da ser uno de sus habitantes; es uno de los peores recuerdos que tengo y no se lo deseo a nadie.

JuanCé dijo...

El comentario anterior no era anónimo, pero no supe como firmarlo: JuanCé