martes, mayo 31, 2016

Diatriba contra el dinero.

Cómo vivirían de bueno los cavernícolas sin preocuparse a todo hora por conseguir plata. Claro que tenían otras cabeceras, como ser exitosos en las cacerías, defenderse de las fieras, mantener encendido el fogón o apertrecharse de pieles para confeccionar buenas pintas, pero no necesitaban bolsillos porque no existían los billetes; mucho menos cédula, licencia de conducir, libreta militar, tarjetas de crédito y demás ‘papeles’ que cargamos en la cartera. Todo se conseguía por medio del recurrido ‘cambis cambeo’, modelo de transacción que nació cuando uno de los primeros humanos negoció con otro el cambio de un garrote por un collar de premolares.

Dice la historia sagrada que cuando despacharon a Adán y Eva del paraíso, por díscolos y ambiciosos, fueron condenados a laborar por el resto de sus días para procurarse el sustento. Para colmo de males criaron a los muchachitos como si todavía vivieran en el edén y por eso ninguno de los dos sirvió para nada; el uno le echaba candela a lo que encontraba para hacerle ofrendas al Creador, mientras el otro pasaba el día dedicado al ocio y a fumar porquerías. Y claro, terminaron mal las criaturas, mientras los taitas debieron vivir en función de producir para tener algo que echarse a la boca.

Con el paso del tiempo la situación de los humanos es similar, con la condición inmodificable que empeora día a día. Porque aquellos primeros habitantes del planeta se defendían con los productos básicos para alimentarse, pero a medida que avanza el calendario las necesidades son infinitas gracias a una sociedad de consumo que nos obliga a tener dinero para suplir cualquier necesidad. Toda acción que quiera realizarse tiene un costo y si por casualidad dicen que es gratis, cuente con que de alguna manera se la cobran.

Desde chiquitos nos refregaron la leyenda del rey Midas para prevenirnos acerca de la ambición desmedida, además de los relatos relacionados con de la búsqueda de la piedra filosofal, con los que quisieron advertirnos del demonio que representa la codicia extrema. Pues de nada sirvió porque hoy como nunca se rinde culto al vil metal, la mayoría de los mortales viven en función de atesorarlo, el afán por conseguirlo no tiene límites, la avidez es un barril sin fondo.

Nunca he sido propenso a tantas corrientes y modos de vida que existen en la actualidad, hasta que me enteré del conocido como ‘Bajo consumo’. Uno de sus principales activistas es el expresidente uruguayo Pepe Mujica, quien aclara que no se trata de una apología de la pobreza sino de la sobriedad. El consumismo desmedido esclaviza a las personas, es adictivo y las convierte en máquinas del despilfarro. Pocos son conscientes de que al adquirir un producto no pagan con dinero, sino con el tiempo de vida que gastaron para conseguirlo. Tiempo precioso que pudo dedicarse a disfrutar de la existencia y del cual no puede recuperarse ni un segundo. La vida es solo una, y muy corta por cierto.

Empalagan las personas que solo hablan de plata, de negocios, de cómo conseguir más, de la quiebra de fulano y del cheque de nómina  fabuloso que recibe perencejo. Y aunque estén viejos y llenos de plata, se levantan al amanecer a trabajar y a producir, con la meta de retirarse a los 70 años para dedicarse a la buena vida. Olvidan que a esa edad hacen daño el trago y la comida, no provoca salir, todo parece lejos e inconveniente, el chiflón es mortal y los amigos ya no están para fiestas. Además, debido al estrés acumulado es probable que ni siquiera ‘armen’.

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