martes, abril 30, 2013

Cómo es la cosa…


La película Milk, dirigida por Gus Van Sant, trata sobre la lucha de un activista homosexual, Harvey Milk, quien aboga por los derechos de sus iguales en una sociedad santurrona y tradicionalista en la década de 1970. El personaje, caracterizado por el actor Sean Penn, inicia una campaña para exigir condiciones dignas e igualdad de derechos para sus semejantes, logros que contra todo pronóstico alcanza con el apoyo de ciudadanos que votan por él, para elegirlo en un cargo desde el cual pudo desarrollar su proyecto en la ciudad de San Francisco. Desde entonces en el mundo entero los homosexuales luchan por sus derechos, y a fe que es mucho lo que han conseguido.

En Colombia, igual que en otras latitudes, la comunidad homosexual se llamó en un principio LGB (lesbianas, gays y bisexuales), pero con el paso de los años han ido aumentándole letras porque aparecen militantes de otras disciplinas. Primero le agregaron la T de transgénero y últimamente la I de intersexuales; de manera que ahora es LGBTI. Pues muy pronto tendrán que ponerle coto al asunto y cerrar con una O, de otros, porque de lo contrario no alcanzará el alfabeto para acoger tantas rarezas que presentan los humanos del siglo XXI. El caso es que en nuestro país también han obtenido beneficios y derechos que antes ni siquiera soñaban.

Lo que llama mi atención es que a pesar de gozar de las mismas condiciones que una pareja heterosexual en cuanto a derechos patrimoniales, a heredar la pensión de su media naranja y poder registrar la convivencia ante notario público, ahora les dio porque lo que quieren es casarse. Paradójico que el matrimonio entre parejas de ambos sexos, como debe ser según la iglesia y tradicionalistas redomados como el Procurador Ordoñez, sea cada vez más escaso y lo trabajoso es encontrar una pareja dispuesta a echarse el lazo al cuello. Entonces, mientras la mayoría de la humanidad le hace el quite al himeneo, a los del otro equipo les dio la ventolera porque no les sirve sino casados.

Pienso que todos debemos tener los mismos derechos, sin importar la condición sexual, y en lo único que tengo dudas es en la adopción por parte de parejas del mismo sexo. Y lo digo por una razón simple: porque con lo fregado que está ahora el problema del matoneo, no quiero siquiera imaginar lo que será para un muchachito el día que en el colegio citen a los padres de familia por cualquier motivo y que lleguen su papá y su mamá, ambos de bigote, cogidos de la mano y dándose besitos. Más le vale al mocoso no volver a aparecer por el colegio, porque será blanco de burlas y apodos ofensivos.

Cambio de tercio para tratar un asunto que llamó mi atención en estos días. Leo en el periódico que el nuevo propietario del Once Caldas está sentido porque los empresarios del departamento no han querido comprometerse con el apoyo económico al equipo. Sin duda el patrocinio de Kenworth de la Montaña llegó en un momento oportuno porque al equipo se le cerraba el horizonte, pero al menos yo pensé que al ser adquirido por una multinacional se solucionaban los problemas económicos. Pues ahora parece que lo que el inversionista esperaba era vender varios patrocinios entre la industria local para así, aparte de promocionar su marca, hacer negocio con la publicidad que luce el equipo en su uniforme.

Es de suponer que cuando un equipo deportivo tiene un dueño nadie querrá invertir en él, como sucede con Atlético Nacional, en cuya camiseta sólo aparece la marca de gaseosas perteneciente al grupo económico propietario del equipo. Lo mismo sucede con escuadras en el mundo entero, por lo que tacó burro el empresario antioqueño si pensó que aquí iban a hacer fila para invertir en “su” equipo. Así amenace con que lo va a liquidar o con llevárselo para otra parte, no veo posible que la empresa privada se le apunte a ese negocio. Más si se trata de un equipo irregular que hoy gana un partido importante y mañana pierde con el último de la tabla.

Por último, no veo con buenos ojos la “guerra” contra el proceso de paz en la Habana que libran los escuderos del ex presidente Uribe. Está bien que difieran, critiquen y hagan oposición, pero esa obsesión por convencernos de que lo que adelanta el gobierno con el grupo guerrillero es un exabrupto que todos vamos a lamentar, al menos a mí, me tiene hasta la coronilla. De manera que, según ellos, la solución es continuar en un conflicto que no deja pelechar al país, destinar una buena tajada del presupuesto a la guerra, seguir con el conteo de víctimas inocentes, acostumbrarnos a la zozobra y observar impávidos cómo Colombia se desangra.

Claro que hay que ceder de parte y parte, porque así son las negociaciones. Si pretendemos que ellos acepten todas las condiciones del Gobierno, se trataría más bien de una rendición. Nadie podrá convencerme de que es mejor seguir en un conflicto interminable en vez de pactar por la vía del diálogo; eso sí, alertas para que las conversaciones no sean un trampolín para la reelección. Yo confío en la entereza de Humberto de la Calle y su equipo negociador.
pamear@telmex.net.co     

martes, abril 23, 2013

Turista satisfecho…


Es común que en época de vacaciones muchos planeen sus paseos a la costa atlántica, San Andrés, Panamá o Miami. Lo increíble es que un gran porcentaje de ellos no conocen tantos destinos espectaculares que tenemos en nuestra geografía; qué chanda, dicen los mocosos cuando les plantean un paseo por Colombia. Porque no apreciamos lo que tenemos sino al perderlo o cuando nos lo hacen notar. Lástima que tanto turismo extranjero prefiera otros destinos debido a nuestra mala imagen; esa imagen tan trabajosa de recuperar, mientras se pierde fácilmente con unos pocos hechos de terrorismo y delincuencia.

Cada ciudadano puede aportar para mejorar la imagen del país: al conocer un visitante extranjero sea amable con él, colabórele en lo posible, enséñele nuestra cultura, la gastronomía, sitios turísticos y demás atractivos. Una buena impresión cambia ese prejuicio que tienen de nosotros y con seguridad esa persona regresa a su país y difunde su experiencia. Así sembramos la semilla que después traerá beneficios, para que muchos se animen a visitarnos sin miedos ni prevenciones.

Tuve la oportunidad de compartir con una pareja de estadounidenses que llegaron a Manizales invitados por unos amigos, a modo de agradecimiento porque en su casa se alojó por un tiempo una hija que fue a ese país a estudiar. Durante casi tres semanas recorrieron la ciudad y sus alrededores, y de una vez aprovecharon para someterse a tratamientos odontológicos. Él de 62 años y ella unos años más joven, viven en una población al norte de Nueva York y visitaban Colombia por primera vez. Llegaron a Bogotá y fueron agasajados por varios jóvenes que residieron alguna vez en su casa, pero la capital les pareció caótica y poco atractiva. En cambio arribaron a Manizales y desde el primer momento los embrujó la ciudad.

Un domingo frío y lluvioso estábamos de tertulia en casa de unos amigos que viven en las afueras de Manizales, y recién bajados del avión allá llegaron los visitantes. Aunque no creímos que ellos le jalaran, les teníamos para el algo unos chorizos artesanales inmensos, acompañados de tajadas maduras, arepitas fritas y empanadas, todo comprado en una venta callejera de la vereda; también había torta casera preparada por nuestro anfitrión. Es común que a los extranjeros ese tipo de comida tan diferente a lo que ellos conocen, aparte de lo aliñada, no les llame la atención, y sin embargo les encantaron las viandas y hasta repitieron.

En una finca cerca a Neira se embelesaron con las imponentes montañas y conocieron todos lo relacionado al cultivo del café, desde el almácigo hasta su venta en la cooperativa del pueblo. Se deleitaron con lulos, guanábanas, granadillas, tomates de árbol y demás frutas tropicales, y los platos típicos fueron para ellos novedosos y de todo su gusto. Cuando supieron que yo tenía esta columna en el periódico quisieron contarme sus experiencias y después de oírlos, pude notarles cierto remordimiento por la prevención que tenían hacia nosotros.

Aunque el español de Andy es escaso, no busca traductor y prefiere hacer el esfuerzo para expresarse en nuestro idioma. También llamó mi atención la expresividad y elocuencia de ambos, tan diferente a norteamericanos y europeos. Por eso les impactó la espontaneidad de nuestra gente, la sencillez y el trato cálido y amable que le damos al visitante. Contaron que al compartir con familiares y amigos en Estados Unidos que venían a una ciudad de Colombia a hacerse tratamientos odontológicos, todos se asombraron y les advirtieron mucho de infecciones y otras complicaciones que podrían enfrentar. Pues encontraron muy diferente el asistir al dentista aquí, porque son profesionales que explican con amabilidad lo que van a hacer, dibujan en un papelito y algo que no podían creer, al otro día llaman al paciente a preguntarle si siente alguna molestia. Iban descrestados con la calidad del servicio, la asepsia y ciertas tecnologías, como la anestesia electrónica, que aseguraron no conocer. Viniendo de donde vienen.     

Mientras Andy esperaba en la sala de espera del centro radiológico, entró la empleada del aseo a barrer y en cierto momento se queda mirándolo y le pregunta si él no es de por aquí. Entablan así una conversación, él con su escaso español y ella encantada, le habla de un familiar que vive por allá y otros tantos cuentos que lo entretienen mientras espera. Eso le pareció encantador, lo mismo que el detalle de la empleada doméstica de la casa, quien cuando timbraba muy temprano y él le abría la puerta, lo saludaba en un inglés aprendido para la ocasión.

Al final los llevaron al Quindío y aunque les pareció muy bonito, dijeron que nada igual a Manizales y sus alrededores. Ellos conocen Europa, India y otros lugares del mundo, y aseguran que esto es lo más bello que han visto; Kathleen dice que las montañas de Suiza tienen fama, pero que definitivamente las de por aquí las opacan por su majestuosidad y esa variedad de verdes. Además, insistieron en que la visita a esta tierra es la mayor experiencia de sus vidas. Les reiteramos que Colombia tiene muchos otros lugares espectaculares, por lo que iban dispuestos a difundir su experiencia y tratar de cambiar entre sus allegados el concepto que tienen del tercer mundo, además de animarlos a venir. Por lo pronto, ellos ya planearon su próxima visita.
pablomejiaarango.blogspot.com

martes, abril 16, 2013

Hipócritas y mojigatos.


El ser humano es un espécimen bien particular. Es curioso que tantos se comporten de forma similar, sin variar en nada las detestables taras que nos han acompañado a través de los siglos. Sin importar género, raza, color o religión, en todos los rincones del planeta y en las diferentes épocas el hombre ha sido el mismo en cuanto a virtudes y defectos. No cabe duda de que en la actualidad vamos en caída libre, debido a la falta de principios y a una decadencia que parece no tocar fondo, pero en general la actitud de las personas ha cambiado muy poco al compararla con nuestros antepasados. Odio, solidaridad, envidia, honestidad, sevicia, entereza, malicia o petulancia, son comportamientos innatos de nuestra especie.

Defectos que producen desazón y repudio son la hipocresía y la mojigatería, que nunca han perdido vigencia y son tan comunes en el diario devenir. En el mundo entero suceden tantas cosas por debajo de la mesa, y aunque todos sospechamos de su existencia, mientras no salgan a la luz pública nadie las da como ciertas. Pero el día que se comprueban muchos ponen el grito en el cielo, se santiguan, rasgan sus vestiduras, critican y descalifican, como si fueran los dueños de la moral y los buenos principios.

Ejemplos hay muchos, aunque apelo a sucesos recientes para que estén frescos en la memoria. Hace años, en una requisa en el aeropuerto, pillaron a Carlos Osa Escobar con un cacho de marihuana y hay que ver la que se armó; y me pegunto cuántos de esos que lo señalaron escondían vicios y aberraciones aún peores. Cuando el gobierno de Uribe compró las conciencias de los congresistas Yidis Medina y Teodolindo Avendaño para asegurar esos votos a su favor, las voces de repudio se hicieron sentir desde todos los rincones del país. Como si nadie sospechara siquiera que así funciona la política en nuestro medio, que en el Congreso nadie vota por compromiso o idealismo, sino a cambio de dádivas y beneficios. Cuántas embajadas, notarías, contratos, puestos, etc., se habían repartido hasta entonces, pero no fue sino que sucediera el hecho que menciono para que todos nos escandalizáramos.

El lío de faldas del presidente Clinton con una becaria de la Casa Blanca, cuyas faenas se realizaban en la Oficina “oral”, es uno de los escándalos más sonados de las últimas décadas. Reprochable que el hombre que desempeña el cargo más importante del mundo se comporte de esa manera, pero daba risa ver a personajes de todos los continentes furiosos, aterrados, ofendidos y asombrados por el hecho, como si fuera la primera vez que sucediera. Cuántos de esos políticos, periodistas, predicadores y dirigentes tendrían en su historial comportamientos similares, o peores, y de dientes para afuera mostraban asombro y repudio.

El golfista Tiger Woods ha sido el más famoso y reconocido de los últimos tiempos, pero no solo por su rendimiento en el campo deportivo sino porque lo tenían como el adalid de las buenas costumbres y el ejemplo a seguir como ciudadano, esposo y padre de familia. Hasta que un día le empezaron a aparecer novias y mozas en todas partes, aparte de que lo pillaron en una garrotera con la esposa, quien alcanzó a romperle un vidrio del carro con un palo de golf. Quién dijo miedo, fue como si el Santo Padre se hubiera puesto un arete. El escándalo no se hizo esperar y todos tildaban al negro de inmoral, corrompido, irresponsable y promiscuo; como si fuera muy raro que un tipo forrado en oro, que por sus compromisos no para en la casa, con buena pinta y mucha fama, echara sus canitas al aire con algunas de las tantas damas que lo acosan a diario. 

Pero sin duda el alboroto que más ha llamado mi atención en los últimos tiempos es el del ciclista estadounidense Lace Armstrong. Desde hace mucho tiempo sabemos que las competencias ciclísticas actuales son de una exigencia que sólo quienes recurren a ayudas externas logran destacarse, y ahora el reto en la ciencia del dopaje es no dejarse pillar. Recorrer más de 200 kilómetros en bicicleta todos los días, durante casi un mes, sujeto a cambios climáticos y en competencia, no es para hacerlo con la ayuda de bananos y bocadillos. Personas que conozco conversaron con un ciclista criollo que compitió como gregario en un equipo europeo y el tipo relataba que eso era una barbaridad; que llegaba el médico todas las noches al hotel y sin siquiera pedir su consentimiento le inyectaba sustancias desconocidas, las cuales llegaban a embotarlo hasta hacerle perder el sentido de la realidad.

Tiene que ser muy pendejo quien creyó que Armstrong, después de pasar por los tratamientos para superar un cáncer, haya ganado siete veces la competencia ciclística más importante del mundo y a palo seco. Y descubren la trampa y es como si se hubiera personificado el mismísimo Lucifer. Los dirigentes aúllan, los periodistas se aterran, moralistas y santurrones señalan y acusan, y los mandamases de las empresas patrocinadores corren a suspender su millonaria inversión, como si nunca hubieran sospechado siquiera que semejante abominación pudiera existir. Mientras el personaje es reconocido todos empujan para aparecer en la foto, pero cae en desgracia y nadie quiere saber de él. Qué humanidad tan puritana, hipócrita y acomodada.  
pamear@telmex.net.co

martes, abril 09, 2013

Asuntos varios.


Desde que empezó a especularse con la gravedad del estado de salud del presidente Chávez, muchos nos preguntamos acerca de lo que sucedería después de su desaparición. Con lo que no contábamos era con que el líder populista se encargaría de dejar montado el andamiaje para seguir gobernando en cuerpo ajeno, como sin duda lo logró. Porque en Venezuela lo único que sucedió fue que cambiaron de payaso. Con la diferencia que el anterior era auténtico, carismático y polémico, así nos chocara a tantos, mientras que Maduro es un oportunista que debió aferrarse a un cadáver idolatrado por el pueblo para impulsar su ya programada campaña presidencial.

Fui de los que pensé que era la oportunidad para la oposición de hacerse con el poder y por ello me extrañó ver al candidato Capriles reacio a lanzarse nuevamente a la carrera por la presidencia; un personaje que hace muy poco alcanzó una cifra tan significativa de votos no podía desaprovechar semejante coyuntura, sobre todo porque supusimos que ya sin el chafarote bocón como contrincante la situación sería muy diferente. Pues por varios medios me he enterado de que la oposición en Venezuela no tiene ninguna intención de ganar las elecciones, porque de hacerlo tendría que tomar fuertes medidas para recuperar al país de la crisis económica en la que está inmerso.

Entonces basta imaginar la reacción de un pueblo empobrecido al que la cacareada revolución bolivariana ha dado dádivas durante tantos años, cuando llegue un gobierno de derecha a imponer impuestos, suspender subsidios y ayudas en metálico y en especie, y a apretarles el cinturón de muchas otras maneras. Dicho gobierno sería blanco de la ira del populacho y con seguridad no duraría mucho. De manera que la explicación es muy lógica: si Chávez y su cohorte de áulicos se encargaron de montar semejante mentira, de llevar al país a la ruina y crear une caos institucional, que sean ellos mismos quienes enfrenten la realidad y miren a ver cómo van a salir del berenjenal.

***

Mientras tanto se prende la campaña presidencial en nuestro país y los primeros protagonistas son los ex presidentes, quienes buscan acomodarse en el partidor. Agarrados de las mechas parecen quinceañeras, mientras el presidente Santos reparte viviendas gratis y hace promesas en las que pocos creen, apoyado en la ventaja que supone hacer una campaña desde la Casa de Nariño. Pero ojo, que no vaya a pactar de cualquier manera con la insurgencia por tener un caballito de batalla para ganar las elecciones, porque ese cuento que para diciembre puede estar firmada la paz, suena sospechoso. Confiemos en que Humberto de la Calle y su equipo no se dejen influenciar de intereses políticos y electorales.

Falta más de un año para ir a las urnas y desde ya podemos suponer que el asunto va a estar movido. Las diferentes fuerzas políticas buscan atravesársele al  ex presidente Uribe, quien espera recuperar el poder al instalarse con sus fuerzas en el Congreso. Al mismo tiempo Pastrana defiende a capa y espada su gobierno, sobre todo en lo que se refiere al Caguán y al asunto de San Andrés, mientras Ernesto Samper tiene la desfachatez de ponerle la cara al país. Me parece que debemos aprovechar la situación y ahora que por fin aceptamos que el Aeropuerto de Palestina hay que construirlo por etapas, condicionarle a Santos nuestro apoyo a su reelección si nos deja financiada esa primera etapa; pero nada de promesas, que se vean las partidas correspondientes y los contratos adjudicados.

***

Me dolió profundamente ver la foto de Juan Manuel Llano enjugándose una lágrima después de oír el fallo que lo envió a la cárcel mientras le siguen un proceso judicial. Porque debido a la camaradería de nuestros padres, Juan es mi amigo desde la niñez. Fue mi compinche durante la adolescencia y juventud, compañero en el colegio, contertulio de parrandas, amigote generoso y siempre dispuesto. En los últimos tiempos nuestros caminos se han cruzado en pocas ocasiones, situación que no hace mella a una amistad de vieja data.

Por ello sentí tanto dolor al verlo en semejante situación. Y no soy nadie para decir si es culpable o inocente de los cargos que pesan sobre él, que para eso está la justicia, pero no dejo de preguntarme en qué queda aquella premisa que conocemos hasta quienes somos legos en materia judicial, acerca de que todo individuo es inocente mientras no se le compruebe lo contrario. Además, eso de que Juan Manuel es un peligro para la sociedad me parece absurdo. Peligrosos esos bandidos que vemos a diario en las noticias, quienes son detenidos mientras cometen todo tipo de fechorías y que para sorpresa de todos portan el brazalete electrónico o salen de las cárceles a disfrutar permisos.
Siempre he dicho que quien la hace la paga, sin excepciones, pero mientras no haya un veredicto condenatorio Juan debería estar en su casa; o al menos en el batallón o en la Escuela de Carabineros, como él lo solicitó. No puedo entender a nuestra administración de justicia, que para combatir el hacinamiento en las cárceles concede beneficio de prisión domiciliaria a criminales de la peor calaña. Ojalá el proceso se resuelva lo más pronto posible, e independiente del resultado, Juan sabe que cuenta con un amigo incondicional.

miércoles, marzo 27, 2013

Memorias de barrio.


Muchos de nuestros recuerdos más gratos se remontan a la infancia y a esos barrios donde compartimos tantos momentos maravillosos. Hay quienes durante su existencia viven en diferentes sectores de la ciudad y además residen durante temporadas en otras latitudes. En mi familia no fuimos muy andariegos y por ser pocas las viviendas que habitamos guardo en mi memoria aquellas casas, las cuales puedo describir con lujo de detalle en su distribución y demás características; también los entornos, sus vecinos, sucesos y personajes. Inicio una serie de remembranzas sin orden cronológico, y que espero publicar cada cierto tiempo, donde quiero revivir momentos y experiencias de aquellas épocas.

Cuando llegamos al barrio La Camelia, a principios de la década de 1960, las casas construidas en el vecindario eran muy pocas. El barrio debe su nombre a la finca que fue de mi abuelo Rafael y en cuya casa quinta vivió con su familia durante varios años, la misma que no alcanzamos a conocer porque entonces ya la habían demolido; mi tío Eduardo aprovechó el lote para construir allí su casa de habitación. Sentí nostalgia cuando hace unos meses vi desde mi ventana una maquinaria pesada derribar la edificación, porque fueron muchos los momentos inolvidables que vivimos en ella; ahora construyen allí un flamante edificio y por fortuna respetaron los guaduales, las palmas y algunos árboles monumentales que adornan el lugar desde hace muchísimos años.

Cuando murió el abuelo algunos de mis tíos procedieron a urbanizar los terrenos de la finca, la cual lindaba por el oriente con la avenida Santander, por el sur con el batallón Ayacucho, por el occidente con lo que es hoy la Escuela Nacional de Enfermería, cuya vieja casona sigue en pié, y por el norte con la finca La Lucía. Así nació el barrio y pronto mis padres se animaron a construir su casa ahí en la calle 70, unos pasos abajo de la avenida Santander. Diagonal hacia arriba quedaba la residencia de don Roberto Muñoz, la cual también recién desapareció para dar cabida a un moderno edificio; esa casa tenía un amplio solar con una malla que lo separaba de la calle y quedaba a todo el frente de nuestra vivienda. En el patio don Roberto tenía un perro chow- chow, peludo, con el rabo enroscado y una inmensa lengua morada que mantenía afuera, el cual hacíamos correr de una esquina a la otra mientras ladraba enloquecido; también había unos gansos que graznaban en coro y que nosotros parecíamos retar a ver quién se cansaba primero. Hasta que el viejo se asomaba a implorarnos, por lo que más quisiéramos, que no jodiéramos más con esos animalitos.

En esa época mi tío Eduardo se radicó en Europa con la familia y su casa fue tomada en alquiler por don Arcesio Londoño, quien llegó procedente de Bogotá. Entonces Pedro Quiñones, quien llevaba mucho tiempo encargado de los amplios jardines, resolvió que no podíamos volver a entrar a los límites de la propiedad porque ahora el patrón era el nuevo inquilino. La orden nos cayó como un baldado de agua fría, porque siempre habíamos recorrido el predio sin ninguna restricción. Claro que las incursiones adquirieron un encanto especial, pues bien es sabido que para unos mocosos inquietos no existe nada más llamativo que lo prohibido. Además, no íbamos a renunciar así de fácil a las feijoas, curubas, moras y demás frutas que allí crecían silvestres.

Cierta mañana estaba con mis hermanos y vimos aparecer un gordito repelente, nieto de don Arcesio, que buscaba amigos en el vecindario. Como nosotros éramos unos chinches esmirriados que vestíamos bluyín Mac Nelson, camisita de popelina y grullas, el zambo nos pareció un “rolito culo” porque estaba bien vestido, pulcramente peinado y tenía buenos modales. Para peor inri, al momento de hablarnos pudimos comprobar que el mocoso era gago, lo que dio origen a burlas y remedos que de inmediato lo molestaron. Cada que el gordo Wilson quería decir algo nos prendía un ataque de risa, hasta que se fue iracundo para la casa y apareció al rato acompañado de un inmenso perro bóxer, que azuzado por él corría hacia nosotros.

Como unas ardillas nos trepamos a lo más alto de unos de los arrayanes que adornaban los antejardines de la urbanización (algunos permanecen en pie), mientras el animal saltaba enfurecido y mostraba los colmillos en terroríficas dentelladas. Ya entumidos por llevar horas engarzados en las horquetas del árbol le rogábamos al gordo que nos dejara ir para la casa, pero apenas quería decir algo y de nuevo se le pegaba la lengua, nos retorcíamos de la risa y debíamos agarrarnos bien de las ramas para no caer en las garras de la fiera.

Hasta que por fin apareció la cocinera de su casa y desde el “quiebrapatas” que había a la entrada de la propiedad, lo llamó a almorzar. Entonces nos tiró las últimas piedras mientras amenazaba y advertía, y apenas desapareció salimos disparados para nuestra casa. Cuando llegamos ya la mamá del gordo había llamado a poner la queja y nos ganamos tremendo regaño, porque ambas familias eran allegadas. Debimos jurar que no volveríamos a burlarnos de Roberto, con quien hicimos buenas migas y por cierto después resultó ser un fabuloso cantante. Lo increíble es que cantaba de corrido.
@pamear55

martes, marzo 19, 2013

Filtraciones calienticas.


Cómo será lo que desconocemos respecto a la tecnología de punta, si con lo que nos llega a las gentes del común chorreamos la baba. Las agencias de inteligencia de los países más desarrollados adelantan investigaciones en todos los campos científicos para lograr la supremacía; muestra de ello podíamos verlo en las películas de James Bond, cuando el famoso espía visitaba al viejo encargado del laboratorio donde ponían a punto los últimos inventos. De ahí salió el novedoso automóvil que cambiaba la placa, chorreaba aceite en la vía para deshacerse de sus perseguidores y eyectaba el asiento del copiloto con el indeseado ocupante de turno. También fue famoso el “zapatófono” del Super agente 86.

Pero sin duda aquellos adminículos tan novedosos entonces, ahora parecen juguetes ante los avances tecnológicos con los que equipan a los agentes secretos. Quien dude del poder de estas potencias que averigüe con los altos mandos del vecino gobierno venezolano, quienes dicen tener pruebas de que el terremoto que destruyó Haití hace unos años fue causado por los gringos, quienes enterraron una bomba atómica en un lugar estratégico para acabar hasta con el tendido de la perra en ese pobre y olvidado territorio. Como que también saben algo acerca de la forma como esos mismos enemigos inocularon el cáncer al camarada comandante, un trabajo meticuloso que surtió sus efectos en el momento preciso.

Como dicen que nada queda oculto bajo las piedras, empiezan a circular rumores sobre las nuevas incursiones de los espías imperialistas en los círculos del poder bolivariano. Parece que infiltraron un agente especial que se hizo pasar por camarógrafo de la televisión estatal, para instalar en su cámara un dispositivo que pudo leer los pensamientos de quienes estuvieron presentes durante el velorio y las honras fúnebres del desaparecido presidente. Esa vaina me suena a ciencia ficción, pero con las cosas que se ven hoy en día definitivamente todo parece posible; más, después de conocer algunos apartes de lo que lograron averiguar en las mentes de los cariacontecidos dignatarios.

Parece que no fue bien recibido por la mayoría que los hubieran puesto a hacer guardia de honor, función que está reservada a representantes de las diferentes fuerzas armadas. Para la muestra, lo que pasaba por la cabeza del Príncipe de Asturias mientras cumplía con su turno al lado del cajón: “Joder tío, siquiera mi pare no vino a esta hostia porque los habría mandao a toos a tomar por culo. Acaso no se enteran quién soy yo, para que me paren aquí como un bolardo. La mare que los parió”. Mientras tanto Evo sufría: “Puuuucha madre, tengo entumidas las corvas de estar parao. Qué jooooda pues, cómo se nos iba a morir este compadrito; ahora quién carajo me indica lo que tengo que decir en las cumbres de presidentes; y lo piorrr, sin los auxilios que nos mandaba el comandante cómo nos vamos a arreglar. ¡Ayúdame pacha mama!, porque nos tragó la tierra, pues”.

En esas el camarógrafo enfocó al preocupado Ahmadineyad: “Bor las barbas de Mahoma, cúmo se me fue a bandar esa infiel encima, que no alcancé ni a esquivala. Ora quién abuanta  bundamentalistas que me acusarán de becador bor abrazar esa vieja. Cúmo vine a esta lejanía, en vez de bandar binistro; claro que este muerto nos acompañó en guerra contra demonios imberialistas”. Mientras tanto Cristina los miraba a todos por encima del hombro, con su facha de madame: “Ché, qué boludéz. Ojalá se me piante un lagrimón, para al menos parecer triste. Ahora cómo nos bancaremos sin el petróleo que nos donaban, aunque siento un fresco porque me quité al tipejo este de encima. Claro que  Maduro ya me clavó el ojo… ¡definitivamente soy irresistiiiiible!”

El presidente Santos también quedó registrado: “Ala, qué oso, la negra del turbante parece una magdalena. ¿Tendría su enredo con Chávez? Tiene que ser, porque llora a moco tendido... En todo caso así te quería ver, brabucón deslenguado. Imagino al libertador pagando escondederos a peso, porque aguantarse tu verborrea por toda la eternidad… ¡Bendito!” Mientras tanto Ortega hacía esfuerzos para que no se le cerraran los ojos: “Esto se acaba o me les duermo; mire la hora que es y nosotros sin almorzar. Maldita sea, con este calor y semejante pelotera. No falta sino que este se mande un discurso de varias horas, como los que acostumbraba su jefe. Pero lo que es esta noche me desquito; que nuestro embajador consiga unas nenas y el vivo al baile”.

Raúl Castro se veía nervioso e inquieto: “Qué vaina, caballero. Ojalá haya quedao bien montao el cuento, porque de no seguir el gobierno bolivariano nos fregamos. Y Fidel con esa llamadera me va a enloquecer; como si fuera muy fácil tramar todo y comprometerlos desde ya. Porque donde nos corten el chorro…”. Con su cara de cagalástimas Rafael Correa hacía pucheros: “Compañero, cómo te fuiste a morir preciso cuando ambos fuimos reelectos. Espero que le hayas dejado instrucciones a esta gente para que se manejen bien, porque si llegan a agarrarse se nos cae la estantería”. Al que pillaron sin querer fue al embajador gringo: “¡Shit!, que no arme trifulca porque seguro este chusma coge contra mí. Latinos mucho lo folclóricos; hacer fila para ver gorila este. Lo siento por family, pero buen muerto. ¡Yesssss! 
pablomejiaarango.blogspot.com

martes, marzo 12, 2013

Obras inconclusas.


Algo que me mortifica es mirar hacia Palestina y observar ese inmenso movimiento de tierra, en cuyo extremo norte se perfila lo que tanto anhelamos quienes habitamos en este rincón de Colombia. Aunque es muy corto el tramo ya puede notarse cómo quedaría esa maravillosa pista de aterrizaje, pero al detallar el otro extremo de la obra no provoca sino sentarse a llorar. Desde que el ingeniero Gustavo Robledo Isaza planteó su idea empecé a imaginar los grandes aviones aproximándose a la cabecera de la pista, panorámica que puede disfrutarse desde muchos lugares; es más, por mi ventana veo la cicatriz rojiza que atraviesa la base de la cabecera municipal.

Si todas las letras que hemos escrito al respecto, si las palabras que se dicen acerca de la inmensa obra pudieran cargarse en volquetas para echarlas en ese enorme boquete que pretenden rellenar desde hace tanto tiempo, creo que ya se habría cumplido el cometido. Hay que ir hasta allá y observar de cerca la magnitud de la obra, imaginar el dinero que invirtieron en un inmenso muro de contención, la cantidad de viviendas y demás edificios que debieron erradicar de la zona, los barrios, colegios, instalaciones deportivas y demás infraestructura que construyeron para reubicar a los pobladores, y en general las millonadas que se ha tragado el proyecto, para que ahora vengan a decir que así no era, que lo mejor es mover unos grados el eje de la pista.

Eso parece un chiste de mal gusto, es como para Ripley o para el día de los inocentes. Cómo así que después de invertir semejante dineral ahora toca empezar de nuevo a negociar predios, se pierde lo invertido en el muro de marras y con seguridad en muchas de las obras complementarias que ya se llevaron a cabo. De ser esa la realidad, tiene que haber responsables que paguen en la cárcel por semejante metida de pata. La plata que sí estará bien asegurada es la de coimas, serruchos, mordidas y demás marrullas, porque en este país no es posible adelantar semejante inversión sin que exista corrupción de por medio. 

Opino que debemos aterrizar y bajarle a las expectativas del aeropuerto, porque está claro que el Gobierno nacional ya no mira con buenos ojos el proyecto; puede que siga aportando, pero a cuenta gotas y así es imposible terminar la obra. Es mejor tener una pista más corta en una zona con buen clima, que posibilita la operación nocturna y por su localización puede recibir aviones medianos, que nos lleven sin escalas a países vecinos, a San Andrés, la costa atlántica y demás regiones del país. Claro que lo ideal es tener la pista de tres mil metros y una terminal moderna y con futuro, pero eso cuesta una fortuna. Aseguremos un aeropuerto con posibilidades de ampliación en el mediano plazo, porque el terreno es apto y ya está adquirido.

Lo cierto es que Aeropalestina no está ni tibio. Porque hoy la discusión se centra en la pista y los terraplenes, que deben girar el eje del trazado, construir viaductos, que el terreno es volcánico y otros tantos inconvenientes, pero superada esa etapa queda mucho por hacer. Hasta ahora no he oído decir nada acerca de la terminal, la torre de control y los equipos electrónicos, infraestructura, vías de acceso y aledañas, los equipos de emergencia, etc. Todavía me da risa cuando recuerdo que por allá en la década de 1980, el entonces gerente del proyecto se comprometió al aire en mi programa de radio, sin ponerse colorado, que a finales del año siguiente veríamos operar el aeropuerto.

Cuando hace unos años escribí acerca del tema un personaje de la política local me tildó de pesimista. Pues no me queda sino reconocer que soy negativo al respecto, y para confirmar su opinión le digo que lo mismo pienso cuando veo en el periódico las tres propuestas que hay para construir una nueva carretera que nos comunique con el valle del Magdalena. Uno de los trazados propone un túnel más largo que el de La Línea, el mismo que empezaron hace diez años y no hay riesgos de que lo terminen pronto. Por ahora me conformo con saber que el Ministro Cardona dejó asegurado el presupuesto para que mejoren la vía actual, trabajos que empiezan a verse y que en algo agilizan el desplazamiento.

Cómo no ser pesimista si desde mi juventud oigo hablar de una avenida que comunica el barrio La Sultana con el sector de Maltería; o del túnel que uniría al barrio La Francia con Los Agustinos; y qué tal la cacareada carretera al quimérico puerto de Tribugá; o la Avenida del Sesquicentenario que se quedó en veremos. Mejor me tildo de realista, porque basta ver la demora para terminar la doble calzada Lusitania – La Playita, una obra de sólo dos kilómetros de longitud y que a ojo de buen cubero parecía fácil, y cada año postergan la fecha de entrega; y hay que ver el ancho del andén frente al Jardín Cementerio: da grima.

Ahora me pregunto quién seguirá optimista cuando salga el tan esperado estudio acerca del aeropuerto y se entere de que la inversión hasta ahora es de $300 mil millones, pero que para terminarlo faltan $1.3 billones (con B de billete).
@pamear55

martes, marzo 05, 2013

El barrio chino.


Hablan los expertos de la transición que ya está en camino para que sea China, en remplazo de Estados Unidos, el nuevo imperio que domine el mundo. Y a fe que se nota porque cada vez son más explícitas las cifras de su crecimiento económico, lo que los hace fuertes en todos los campos, incluido el militar. Hoy en día la mayoría de objetos que llegan a nuestras manos, desde el más sofisticado dispositivo electrónico hasta la insignificante chuchería, son fabricados en el coloso oriental. Algunos con precios tan irrisorios que nos hacen preguntar cómo es posible que alguien los haya producido, luego comercializado, después transportado hasta el otro lado del mundo, donde alguien les gana algo antes de vendérnoslo. Claro que muchos son ordinarios, pero para lo que cuestan…

En las últimas décadas China se ha occidentalizado de manera significativa y las ciudades más importantes, localizadas en su mayoría al oriente del extenso territorio, presentan un aspecto moderno y cosmopolita que las asemeja a las más destacadas urbes del planeta. Sin embargo en el interior del país un gran porcentaje de su población habita en condiciones de pobreza, donde sobreviven de lo que produce la tierra y sin contar con las mínimas comodidades del mundo moderno; muchos villorrios parecen estancados en el siglo XIX.

Debido al exagerado aumento de su población esa nación se ha visto en la obligación de acomodar ciudadanos en los diferentes continentes, lo que representa una diáspora que en el mediano plazo tendrá una influencia importante en los países que la acoja. En todo el sudeste asiático la presencia de chinos es muy importante y en ciudades como Bangkok ya representa un gran porcentaje de su población. Europa, Canadá, Estados Unidos y en general los países industrializados están inundados de orientales, pero sobre todo de chinos. Recuerdo que hace unos años el gobierno Chino propuso al nuestro montar varias plantas de confecciones, en diferentes ciudades, con la condición que varios miles de obreros procedentes de ese país trabajarían en ellas y se radicarían aquí con sus familias. Y ante el auge de compra de tierras en Colombia, en especial por parte de chinos y brasileños, en el Congreso propusieron una ley que prohíbe a los municipios vender más de 15% de su territorio.

En nuestro medio la presencia de chinos no es numerosa y casi todos se desempeñan en el negocio de los restaurantes, los cuales abundan en el mundo entero. Son muchas las personas renuentes a consumir las delicias orientales que  ofrecen, porque circulan rumores y creencias acerca de que son desaseados, utilizan productos de mala calidad y demás prejuicios, lo que puede ser cierto en algunos casos, pero la gran mayoría trabaja de manera responsable y honesta. Disfrutar la comida china, sin escrúpulos ni misterios, es una delicia para el paladar.

En las grandes ciudades del mundo existen colonias de chinos y en Suramérica son importantes las de Sao Paulo y Lima; en Buenos Aires también hay un barrio chino que atrae turismo al sector. Nueva York es una inmensa torre de babel donde la diversidad de razas llama la atención, pero sin duda la presencia de orientales es notoria. Famoso en todo el mundo es el barrio chino de Manhattan, donde el ambiente es idéntico a cualquier ciudad de ese gran país; los negocios, la gente, la diversidad de dialectos e idiomas que pueden oírse al pasar, las costumbres y todo lo que identifica a un pueblo. Es común que al preguntarle a otras personas que han visitado esa ciudad sobre cómo les pareció el barrio chino, digan que sucio, desordenado, sin ninguna gracia; y al indagar si comieron en sus restaurantes respondan que ni siquiera se les pasó por la cabeza. Cuestión de gustos, porque con mis compañeros de viaje fuimos tres veces al barrio chino en una semana, y nuestro mayor aliciente fue su deliciosa comida.

Claro que al recorrer sus calles puede verse basura, desorden, ruido y alboroto, pero como uno no va a alojarse allá, sino de paso, la idea es disfrutar la visita, convivir con una cultura desconocida y tomarlo como una experiencia enriquecedora. En medio del barrio encontramos un hermoso parque con una edificación en forma de pagoda, la cual visitan los vecinos para practicar sus ejercicios de relajación, una especie de gimnasia espiritual. Al oír una hermosa música nos adentramos por un sendero peatonal para buscar su origen y encontramos un grupo de ancianos que ejecutaban instrumentos tradicionales de su cultura, mientras una mujer los acompañaba con su voz. A nuestro lado, una viejecita ataviada con la típica vestimenta enjugaba sus lágrimas al escuchar una tonada que le recodaba sus orígenes; lágrimas de nostalgia.

Observar la diversidad de mercancías que ofrecen en los tenderetes es entretenido y mejor aún regatear con los hábiles vendedores. En las calles comercian vegetales desconocidos, mariscos, pescados y todo tipo de productos exóticos. En los restaurantes la oferta gastronómica es tan numerosa, que así uno escoja platos diversos y apetitosos, al mirar hacia otras mesas puede confirmar que necesitaría muchas visitas al lugar para disfrutarlos todos. También llama la atención la variedad de viandas que degustan en cada comida y la ceremonia que representa para ellos sentarse a la mesa. Visitar el barrio chino es una vivencia maravillosa.  
pamear@telmex.net.co    

martes, febrero 26, 2013

¡Qué desperdicio!


Definitivamente los caldenses somos negados para promocionar nuestros atractivos turísticos. No nos dicta, como decía mi madre. Hace un tiempo conocí una publicación que distribuyeron en Manizales con motivo de la celebración del centenario de la ciudad, en el cual resaltaban, entre otros, la recién construida carretera hacia el nevado de El Ruiz, por la ruta de los termales, la misma que auguraban como el detonante para convertir la región en un destino turístico internacional. Hoy, después de 63 años, la vía es apta sólo para vehículos de doble tracción, cuando los derrumbes permiten el paso, y el hotel departamental localizado en la zona de las aguas termales es una casona abandonada que está a punto de caerse.

Durante nuestra niñez esa carretera todavía era transitable y con regularidad nos llevaban allá el domingo a disfrutar las medicinales aguas. Empacábamos el vestido de baño y salíamos felices por la vía que serpentea a través de un majestuoso bosque de niebla, y al llegar nos tirábamos del carro para cambiarnos y meternos a la piscina sin demora. Cuando ya teníamos los ojos rojos por el calor y el azufre de las aguas, mi mamá nos llamaba para que nos vistiéramos y disfrutáramos una deliciosa arepa con mantequilla y queso, acompañada de una humeante taza de chocolate. Cierta vez llegamos y nos lanzamos a la piscina güetes de la dicha, pero al momento mi mamá vio a un viejo que presentaba una llaga purulenta en la barriga y muy campante la remojaba sentado en una escala de madera que tenía la alberca. Nos hizo salir de inmediato, a pesar de nuestras quejas, e iracunda le metió tremenda empajada al personaje por asqueroso y desagradable, y nos trajo para la casa sin pasar bocado.

Tengo una foto donde aparecen mis padres y algunos tíos y tías, en el nevado de El Ruiz, enfundados en ropas de invierno y con equipos de esquí. Porque entonces existía un refugio cómodo y agradable, tipo chalet suizo, y un cable que subía a los esquiadores hasta la parte alta de la montaña para que descendieran por la pista mientras practicaban el exótico deporte. El cable desapareció hace mucho tiempo, el refugio se quemó en la erupción del volcán en 1985 y de una vez desapareció buena parte de la nieve que cubría la montaña; el resto se ha derretido gracias a las “mejoras” que le hemos hecho a nuestro planeta. Imagino si en la actualidad tuviéramos allí una estación de esquí, donde turistas de todo el mundo vinieran a disfrutar de esa maravilla natural.

Hace poco nos fuimos con un grupo de amigo a pasar el fin de semana a Salento, en el departamento del Quindío. Un pueblo que no tenía mucha gracia, con una actividad económica limitada, se convirtió de la noche a la mañana en un verdadero fogoncito turístico. Atraídos por el Valle de Cocora, los visitantes buscan alojamiento en infinidad de hostales, hoteles, pensiones y demás albergues que hay en la localidad. Para todos los gustos y bolsillos, se distinguen por la amabilidad de sus dueños y la excelente atención que ofrecen al huésped. En la plaza principal los negocios adecuaron carpas en la calle para albergar los clientes y en la noche se forma una parranda general.

A pesar del clima lluvioso y frío disfrutamos la tertulia popular hasta bien tarde, con detalles tan originales como que la hielera del negocio era una bacinilla; eso sí, nos juraron que no había tenido otros usos en el pasado. En el hotelito que escogimos, limpio, cómodo y agradable, por cincuenta mil pesos la noche nos dieron además un delicioso desayuno con calentado de frijoles y huevo frito encima, arepa con mantequilla, queso y chocolate. El que pida más… En ese pueblo todo el mundo vive del turismo: transportan gente, venden artesanías, atienden en un restaurante, cuidan carros, trabajan en un hotel o cualquier otra actividad relacionada.

Otro día iba con mi hijo para Pereira, y como sé que me heredó ese gusto por conocer trochas y pueblos, le propuse que nos fuéramos por Marsella para que viera esa belleza de región cafetera que nos comunica con el vecino departamento. Desde Chinchiná hasta Marsella la carretera tiene apenas unos cortos tramos en buen estado, pero la mayoría del camino está en muy malas condiciones; sobre todo al pasar el río San Francisco, donde empieza Risaralda, el camino se torna casi intransitable en algunos pasos. Pero llega uno al pueblo y se topa con una belleza de plaza principal, con las casas de balcones pintadas de llamativos colores y una bonita iglesia que tutela el lugar. Allí también han convertido el parque principal en lugar de reunión y supe que los fines de semana son muchos los visitantes.

Porque de allí a Pereira la carretera está en perfecto estado y el paisaje hacia el Valle del Risaralda es impresionante. En el recorrido encontramos paradores, restaurantes y mecatideros, y vallas donde promocionan el Paisaje Cultural Cafetero. Y nosotros con un entorno igualito al de Cocora, en la región de Gallinazo, y un pueblo como Salamina, sin duda uno de los más bellos del país por su arquitectura, y el turismo sigue en pañales. Aquí el programa es llevar el visitante a Santágueda a ver bañistas en narizona.
@pamear55

martes, febrero 19, 2013

Inocentes confusiones.


Produce desazón ver cómo se utiliza nuestro idioma en las redes sociales. Sin normas de ortografía, redacción, sintaxis, puntuación, etc., y se nota a la legua que el léxico de muchos de los usuarios es muy limitado. Y aunque en un gran porcentaje son profesionales, algunos de ellos con más cartones que un tugurio, al querer escribir no dan pie con bola. Sin duda, esto se debe a que en la vida han leído un libro. Otra cosa es que el afán al momento de enviar mensajes de texto o mantener conversaciones por escrito, lo que llaman chatear, los induce a un facilismo pasmoso que convierte el idioma en una jerigonza que aunque se entiende, ofende a quienes tratamos de respetarlo.

Qué decir de la forma de expresarse de personas analfabetas o con pocos estudios, quienes apelan a las palabras que oyen en cualquier conversación para adicionarlas a su léxico, con el agravante que muchas veces las captan de forma errada y por ello dicen unas incongruencias que producen risa. Además, la ignorancia los hace creer que si preguntan van a quedar al descubierto y por ello prefieren aprender por sus propios medios. Entonces esa forma equivocada de pronunciar algunos vocablos pasa de generación en generación y parece no haber poder humano que lo corrija: dentrar por entrar, romboy por round point (aunque deberían utilizar sustitutos en castellano para esa expresión, como glorieta o rotonda), rampla por rampa, vusté por usted, lisarse por deslizarse, cedular por celular, fugo por jugo, reumatís por reumatismo y muchos otros ejemplos.

Me cuenta un amigo que cierto día que fue a visitar a una hermana, abrió la puerta el cuñado y le dijo que esperara un minuto antes de entrar, mientras llamaba al celador de la cuadra que estaba en la esquina. El hombrecito se vino a la carrera, agarrándose la funda del machete, y llegó jadeante a ver qué se ofrecía. Entonces el cuñado le dijo que les contara cómo fue la liberación del vecino que tenían secuestrado, a lo que el humilde guachimán respondió con mucha seguridad: cómo le parece dotor que lo rescató ayer el grupo “aula”. Ese mismo amigo fue a un taller a que le arreglaran un gallito del carro y al ver el mecánico de qué se trataba, comentó: aguarde patrón traigo la herramienta porque necesito un destornillador de “astría”.

Me parece ver a mi mamá y a la tía Lucy atacadas de la risa siempre que regresaban de hacerle visita a una amiga que era bastante bruta al momento de expresarse. La vieja decía que fulanita tenía muy bonito el “óvulo” de la cara; que a zutano lo habían operado de las “ortas”; habló alguna vez de unos cadáveres que encontraron “motilados”; y otro día llegó descrestada de la casa de una hija porque acababa de comprar una lavadora, y al querer dar más detalles del aparato confundió la reconocida marca Kelvinator con Kevin-héctor. Otra vez mi hermana le preguntó a la empleada del servicio que cómo era eso de los Testigos de Jehová, a lo que la mujercita respondió que por ejemplo ellos debían evitar a toda costa lo que llaman “formicación”. Después se refirió la doméstica a un nieto suyo que utilizaba una moto para trabajar, pero que al promocionarlo en la empresa al cargo de vendedor, le dijeron que tratara de cambiarla por un carrito dizque porque eso le daba más “estatuas”.

En su trabajo diario mi hijo debe lidiar con diferentes contratistas, como carpinteros, metalmecánicos, tapiceros, técnicos electrónicos y demás personajes, y cierta vez que discutían la manera de adecuar un espacio, un maestro, ya viejo y experimentado, insistía en que la solución era poner unos “istantes”. Nadie entendía de qué hablaba, hasta que después de algunas explicaciones lograron captar que se refería a instalar unos estantes. En otra ocasión estaban enredados con un trabajo y mi hijo le dijo al maestro que por favor se encargara de solucionarlo. Cuando fue a revisar, el hombre había ideado una salida perfecta y al felicitarlo por su éxito, el viejo respondió ufano: Sí don Poncho, es que en este trabajo uno tiene que ser “recurtivo”. Y una compañera comentó en otra ocasión que en un estadio murieron varias personas aplastadas porque salieron todos a las carreras; dizque se formó una “estampilla”, fue lo que dijeron.    

La señora que cuidaba el bebé de una prima le dijo una mañana, que el muchachito amaneció como ido, que el niño estaba como un “lente”. Otra acostumbraba referirse al momento “curcial”; la agregada de una finca me contó alguna vez que tramitaba con la Caja de Compensación el “suicidio” familiar; y la empleada doméstica de un amigo le respondió, al este reclamarle porque iba muy seguido al médico: y yo qué culpa dotor, no ve que soy “hiterpensa”.   

Insisto, muchas personas creen que si preguntan se rebajan y que los demás pueden notar su ignorancia, lo que redunda definitivamente en su contra porque se quedan toda la vida inmersos en el error. Cuando en los noticieros de televisión entrevistan al vulgo se ven infinidad de muestras, como hace poco que al reportar una manifestación en Cali una humilde mujer se quejaba porque unos policías la maltrataron: Fíjese que me cascaron por “firmar” un video con el “cedular”.
pamear@telmex.net.co

martes, febrero 12, 2013

Viacrucis vial (I).


Si en algo somos expertos en Colombia es en hacer las cosas al revés, sin planear ni visualizar. Con todo el tiempo que estuvimos dándole al tan mentado TLC, lo que jorobaron con eso, las vísperas que debimos hacerle, la prensa que mojó el manido tema, lo que exigieron los gringos para acceder a firmarlo, y apenas nos venimos a poner las pilas para solucionar el tema de la infraestructura vial. En un país donde se desaprovechan las opciones de transporte por vía férrea y fluvial, sólo quedan las obsoletas y destruidas carreteras para mover toda la carga que requieren las regiones. Por lo tanto las filas de tractomulas son interminables y eso conlleva a que transitar en vehículos livianos sea una odisea. Sin hablar de los repetidos cierres en las vías cuando el invierno arrecia.

El caso es que debido a los altos costos de los tiquetes aéreos no queda otra opción que lanzarse a las carreteras, no sin antes tomar un buen seguro de vida y encomendarse al santo de su devoción (si tiene). Otra cosa es que muy pronto implantarán restricciones para los vehículos particulares en temporadas altas, ya que prácticamente las vías son insuficientes para recibir el exagerado flujo que transita por ellas. Lo cierto es que uno con tal de no quedarse encerrado en la casa se le mide a lo que sea y fue así como armamos viaje para la ciénaga de Ayapel, un lugar paradisíaco localizado en el departamento de Córdoba. Heredé de mis mayores el gusto por andar en carro y por ello disfruto cada minuto del recorrido, los paisajes, las novedades en la vía, nada me parece lejos ni aburrido y desde el mismo momento que planeamos el fiambre empiezo a gozarme el paseo.

El trayecto de 530 kilómetros se hace en unas 10 horas, si las paradas son pocas y expeditas. Salimos a las 5 de la mañana con nuestro hijo Poncho al timón, yo de copiloto y atrás iban Anita, mi mujer, y Naty, una amiga del muchacho. Como es costumbre ambas pasajeras se mandaron una pastilla para el mareo y durante el trayecto no abrieron el ojo sino para preguntar por dónde íbamos, decir que tenían hambre o ganas de entrar al baño; satisfecha la necesidad se volvían a templar. Empieza el recorrido en la doble calzada que a esa hora está en tinieblas, lo que es inadmisible porque entonces cuál es la función de las luminarias que instalaron cada pocos metros. Después de Tres puertas la carretera se torna rizada y en  regular estado, y en los alrededores del Kilómetro 41 una espesa niebla nos obligó a reducir la velocidad. Pasamos Irra, el túnel y llegamos a La Felisa, donde está el segundo de los nueve peajes que debemos pagar durante el recorrido. Encontramos el río Cauca irreconocible por su escaso caudal, ya que por ese cañón siempre baja embravecido y torrentoso, y en cambio dejó a la vista unos inmensos playones que hacen del paisaje una novedad.

Por fortuna los camiones a esa hora eran pocos, aunque la restricción por ser alta temporada solo empezaba a las 9 de la mañana. Sin embargo resolvimos buscar un atajo para evitar la vía que sube de La Pintada hacia el Alto de Minas, ya que adelantar vehículos pesados es muy difícil debido a que la carretera es angosta y llena de curvas, y por lo tanto la maniobra representa alto riesgo; y aunque existe la restricción, esta no aplica para buses y busetas, camiones de menos de seis toneladas y para los que transporten combustibles, alimentos perecederos o tienen furgón refrigerado. Además transitan los choferes que “arreglan” policías y por ello pululan los tracto camiones con chipas de hierro, maquinaria o grandes contenedores.

Entonces de La Pintada seguimos por la orilla del río, por la carretera que va para Valparaíso y Támesis, pero a pocos metros nos desviamos hacia Bolombolo y a unos 20 kilómetros encontramos Puente Iglesias, que es donde se cruza el río para subir hacia Fredonia. Se asciende por una especie de zigzag por entre potreros y cultivos de cítricos, con una vista espectacular sobre el valle del río Cauca y con el Cerro de la Tusa a un costado. En unos quince minutos llegamos a la vereda Marsella, un pequeño caserío con una hermosa iglesita y casas coloridas y llenas de flores, pero a partir de allí empiezan a aparecer resaltos en la vía con chocante frecuencia.

Al coronar la trepada encontramos la tierra natal del Maestro Arenas Betancur, un pueblo sin mucha gracia que según mi sobrinita debería llamarse “Feonia”, aunque tiene una panorámica que lo hace muy apetecido para construir en sus alrededores las casas de recreo de muchos medellinenses. Siguen los reductores de velocidad en la vía y son tantos que en Fredonia deberían celebrar cada año las Fiestas del resalto; y puedo decir que es el único pueblo donde todos los policías que vi estaban acostados. Además, las calles presentan un estado lamentable y ni la arquitectura u otro atractivo hacen de la población un sitio para recordar.

Se me alargó el relato, como siempre, por lo que debo dejar para la próxima entrega los pormenores de lo que falta por recorrer, un camino azaroso y lleno de peligros. 
@pamear55

Viacrucis vial (II).


Sin duda viajar en avión es rápido y placentero, pero se pierden tantas cosas que se ven durante un recorrido por tierra. Porque a quienes nos gusta coger carretera disfrutamos el momento, mientras a otros no les obliga porque desde que arrancan empiezan a quejarse y así el viaje se hace eterno. Planear el fiambre y luego preparar sándwiches, huevos duros y papas cocinadas, empacar sal y un frasquito con ají; frutas, papitas fritas y rosquillas, galletas de dulce y demás mecatos, es el mejor abrebocas. Durante el recorrido entretener la muela con galguerías y antojos, pero llegada la hora del almuerzo comprar las bebidas para buscar un lugar agradable dónde disfrutar las viandas.

Íbamos por Fredonia y su panorámica arrobadora. Pasado el pueblo viene un corto tramo con fallas geológicas repetidas, lo que no es obstáculo para que el camino rinda mucho porque desde que uno pasa La Pintada no encuentra buses ni camiones de ningún tipo. Por Bolombolo la distancia se aumenta en unos 40 kilómetros, respecto al trazado por Minas, mientras que por Fredonia la diferencia es de solo 4 kilómetros. Eso, más evitarse el estrés y el peligro que representa adelantar tractomulas, ya justifica coger ese pintoresco atajo.

Al poco llegamos a la intersección con la carretera que va de Medellín para Bolombolo, a la altura de Amagá, y de ahí en adelante un corto tramo con algo más de tráfico, porque suben los camiones cargados de las minas de carbón. Al coronar la cuesta paramos en un rancherito a comer arepa de chócolo con quesillo, pero la delicia de las viandas quedó opacada por la hora larguita que se demoraron para despacharnos en un negocio que estaba casi vacío; creo que apenas prendían el fogón, amasaban las arepas y le echaban el cuajo a la leche. Otra vez a la carretera y en pocos minutos estábamos en la variante de Caldas, una obra que les ha sacado chispas a los paisas. Ellos, que se vanaglorian de efectivos y emprendedores, se han visto a gatas con una doble calzada que no está ni tibia. Retazos de obra, desvíos, muros de contención y trabajos diversos, embrollan un tráfico pesado y agobiante.

Por fortuna al terminar la variante se empata con la avenida Regional, por la cual se fluye con facilidad debido a que no tiene semáforos y la velocidad es constante; claro que no debe excederse porque hay cámaras para pillar infractores. A la altura de la plaza de toros hay que estar pendiente para coger la oreja que nos pasa al occidente del río, aunque en ese cruce es fácil equivocarse porque una vez al otro lado, si se sube al puente que hay debajo de la escultura del péndulo, debe atravesar todo el centro del municipio de Bello. Eso nos sucedió y debimos detenernos en unos pocos semáforos, pero de todas maneras el tráfico es ágil. En la glorieta de Niquía empieza una autopista de varios carriles que permite recorrer de forma rápida lo que resta del Valle de Aburrá, y otra vez concentrados para no seguir por la amplia vía que lleva a Barbosa y sigue hacia el valle del Magdalena. En la actualidad realizan las obras para mejorar esa intersección, donde empieza la famosa subida de Matasanos. La carretera serpentea por la pendiente y la panorámica es absolutamente espectacular, mientras algunos parapentistas realizan piruetas frente a los asombrados viajeros.

Por fortuna a esa hora, diez de la mañana, ya estaba vigente la limitación para vehículos pesados. La carretera amplia y bien señalizada nos lleva hasta lo más alto del ascenso para empezar a recorrer campos, lecherías y cultivos varios; recuerdo que hace años eran tierras áridas y cubiertas de helechos. Quedan atrás las entradas a Don Matías y Santa Rosa de Osos para seguir hacia Valles de Cuiba, donde hay otro de los peajes que se congestionan en épocas de mucho tráfico en la vía. Sigue el ameno recorrido hasta llegar a Yarumal, donde empieza a desmejorar el piso debido a fallas geológicas. También aparecen los colonos asentados al costado de la vía, gentes que llevan en esa región mucho tiempo dedicados a la mendicidad; creo que los niños nacen con el brazo estirado.

Entre Valdivia y Puerto Valdivia el daño causado por la falla es preocupante, porque en ciertos pasos la vía está a punto de desaparecer. Por fin nos topamos de nuevo con el río Cauca y allí empiezan el calorcito y el plan. Hasta Tarazá la carretera tiene reparcheo y debe transitarse con cuidado porque el entorno está muy poblado; también pueden verse los estragos ecológicos que dejan las minas de oro a cielo abierto. Por esos lados nos detuvimos a disfrutar del fiambre, y muy pronto íbamos con destino a Caucasia, el último municipio de Antioquia hacia el norte; quince kilómetros después está La Apartada, desde donde inicia la carretera que nos llevaría a nuestro destino. Son 38 kilómetros que después de bregar mucho lograron asfaltar, aunque al principio está en mal estado y el resto se nota muy descuidado.

A las cuatro de la tarde, tras once horas de camino, llegamos a un paraíso que ya describí alguna vez en esta misma columna y que infortunadamente muestra las secuelas de la deforestación y del calentamiento global.
@pamear55

martes, enero 29, 2013

Primeros recuerdos.


La capacidad de raciocino nos diferencia definitivamente de los demás seres vivos. Y entre la infinidad de funciones y maravillas que desarrolla nuestra mente, existe una que es primordial para el normal funcionamiento de la actividad diaria del ser humano: la memoria. Aunque no somos conscientes de hacerlo, a cada momento echamos mano de ella para desempeñar acciones tan sencillas como caminar, comer o amarrarnos los zapatos; no podría preparar un café sin recordar cómo se hace y ni hablar de desempeñar cualquier trabajo o labor, si no tuviera esa capacidad de almacenar datos y echar mano de ellos cuando los requiero.

Después de cierta edad existe preocupación porque sucede con frecuencia que no puede recordarse una palabra claramente conocida y para redondear una frase a la persona no le queda sino utilizar otra expresión que la saque del apuro, aunque el subconsciente sigue en la búsqueda hasta dar con el vocablo preciso. Esto se debe a una disminución en la irrigación del lóbulo frontal del cerebro debido a la acumulación de calendarios, lo que disminuye la habilidad para recordar, aunque con buenas costumbres alimenticias y algunas técnicas para mantener la mente activa puede minimizarse el deterioro.

Así como el organismo requiere de una rutina diaria de ejercicio, el cerebro necesita estimulo para mantenerse ágil y garantizar así su normal funcionamiento. En muchos casos, como el de las señoras que a cierta edad empiezan a quejarse porque se quedaron sin cabeza, todo se les envolata y no saben ni dónde están paradas, el diagnóstico es simple: falta de atención. Es común que piensen en otra cosa mientras reciben una instrucción, no pueden concentrarse y están convencidas de no poder memorizar siquiera un número telefónico.

Son muchas las actividades que recomiendan para ejercitar la memoria, como el cambio de rutinas, los crucigramas y otro tipo de entretenciones, la memorización de textos, números telefónicos, claves y contraseñas, etc., y en estos días se me ocurrió una bien entretenida: escarbar en los recuerdos de los primeros años vividos. Mis padres nunca fueron aficionados a tomar fotografías o videos familiares y por lo tanto de aquellas épocas no hay registro gráfico, por lo que no queda sino echar mano de la memoria.

Mis más remotos recuerdos son de cuando tenía como máximo dos años. Fue un paseo a Cartagena al que viajamos con los tíos Enrique y Néstor Mejía, quien iba con Beatriz Cuellar, su mujer, y Claudia, la única niña que tenían entonces. De mi casa fuimos mis padres y los cuatro hijos, de los cuales yo era el menor. Viajamos en la camioneta de Plumejía, la ferretería que pertenecía a la familia de mi padre, una Ford verde oscura que tenía una cabina para tres personas, o cuatro estrechas, y atrás un larguero sin ventanas y con un enrejado de madera en el piso. Sólo la puerta trasera tenía un vidrio, por lo que viajamos encima de colchones como sardinas en lata, en semejante sauna y por una carretera que en muchos tramos aún era destapada.

Calculo mi edad de entonces porque mi madre recordaba con horror ese paseo, ya que la prima Claudia, mi hermano Felipe y yo todavía estábamos de pañales. Por lo tanto las dos señoras se bajaban en las estaciones de servicio, pedían prestada una manguera y procedían a juagar pañales sucios que acumulaban en un balde. En mi memoria existen pocas imágenes de esa experiencia, como cuando en la playa nos acomodaron a los menores donde morían las olas, para mantenernos frescos, pero en cierto momento llegó una con más fuerza y nos dejó patas arriba. Otro día nos llevaron al puerto a conocer un barco de turismo y al momento de bajarnos, hicieron sonar la sirena y casi nos despachamos del susto. O cuando el tío Enrique pidió una langosta en un restaurante y por alguna razón se movieron las antenas del bicho, lo que bastó para que todos empezáramos a berrear en coro.

Por esa época vivíamos en el barrio Estrella y a los seis años me matricularon en el kínder del Divino Niño, localizado al terminar la falda de la calle 61 y a cuadra y media de mi casa. La profesora se llamaba Astrid y lo único que recuerdo de ella son sus piernas, porque me fascinaba mirárselas cuando hacía carrizo. El colegio tenía su banda marcial y salíamos con regularidad a practicar por las calles del barrio. El uniforme era un vestido marinero de paño azul claro, pantalón corto y unas botas de cuero blanco hasta la rodilla (o lo que llamaban cuero mojado).  Debido a mi edad marchaba de primero, con Liliana Vélez a la derecha, y ambos tocábamos el triángulo (le dábamos con una varillita a un pequeño triángulo metálico). La única que iba por delante era la bastonera, honor que se turnaban Clara Isabel Ocampo y Clemencia del Castillo, ambas piernonas y bastante desarrolladas.      

Con mi hermana Maria Clara, cuatro años mayor, hacemos ejercicios de memoria al tratar de recordar cómo era esa casa de nuestra primera infancia, todos sus rincones, detalles y tantas cosas que en ella vivimos. Lo mismo con diferentes momentos de la vida, ejercicios que aparte de ser entretenidos y enriquecedores, ayudan a mantener la mente activa y despierta. Recomiendo practicarlo.
pamear@telmex.net.co

martes, enero 22, 2013

Crea fama…


…y échate a dormir, dice el adagio popular y como todos los refranes resume en pocas palabras una verdad irrebatible. Claro que la fama que más se arraiga entre la gente es la mala, la que hace daño o denigra, porque cuando se trata de algo positivo no es fácil que trascienda. Un ejemplo puede verse en nuestro país donde la mayoría de sus habitantes tildan a los pastusos de brutos, ignorantes y caídos del zarzo, pero realice una encuesta a ver cuántos conocen siquiera a un nativo de la capital de Nariño que cumpla con esas características. Seguro habrá casos aislados, porque como reza otro refrán tradicional, en todas partes se cuecen habas.

La mala fama, de cualquier tipo, es conocida también como estigma. Son varias las acepciones del vocablo y entre ellas la que se refiere a las marcas de los clavos de Cristo en la cruz, las cuales aparecen en ciertas personas muy comprometidas con su fe católica (yo, tan escéptico que ni siquiera creo en los clavos, ahora para tragarme semejante cuento). Estigma se refiere además, entre otras definiciones, a una marca hecha con hierro candente como signo de deshonra o esclavitud. Que lo estigmaticen a uno sin causa justa es algo que duele y ofende, como sucede a quienes nos ufanamos de ser personas honestas, rectas y decentes, y sin embargo por el solo hecho de haber nacido en Colombia nos tildan en el mundo entero de delincuentes y mafiosos. ¡Qué injusticia!

Otro ejemplo claro de estigmatización es la mariguana. La mayoría de la gente se escandaliza al enterarse de que alguien la fuma, y ni hablar cuando los padres de un adolescente le descubren un “moño” olvidado en el bolsillo, porque ponen el grito en el cielo. En ese caso podría decirse que de los males el menor, porque al compararlo con otros vicios puede llegar a ser preferible. Estoy seguro de que la adicción al tabaco causa muchísimas más víctimas que la yerba en cuestión, y que los efectos del alcohol llevan al ser humano a innumerables actos de irresponsabilidad que en muchos casos terminan en tragedia. 

La Cannabis sativa fue permitida en la mayoría de países hasta principios del siglo XX. En muchos casos su prohibición se debió a causas políticas y económicas, como en Estados Unidos donde poderosos conglomerados (ej. las familias Hearst y Du Pont) le hicieron la guerra al cultivo de la planta porque competía con la explotación maderera y la producción de papel, y la fibra de cáñamo con su resistencia se interponía al éxito logrado por las fibras sintéticas lanzadas al mercado por el sello Du Pont. Durante la prohibición del alcohol en la década de 1920 fue muy perseguida porque muchos optaron por fumarla para compensar en algo la necesidad de ingerir sustancias estimulantes.

La mariguana ha sido utilizada por el ser humano desde tiempos remotos y existen pruebas arqueológicas que datan de hace cinco mil años; en diferentes culturas se usó como estimulante, para combatir enfermedades y en muchos casos para rendir tributo a los dioses. Desde que el hombre habita el planeta ha buscado la forma de embotar sus sentidos con drogas y bebidas fermentadas. Siempre ha sido común que los artistas ingieran sustancias estimulantes para inspirarse y la mariguana ha sido una de las más usadas; para la muestra, en algunas pipas pertenecientes a Shakespeare encontraron residuos de la yerba y algunos de sus escritos hacen alusión a ella (Soneto #27, Viaje en mi cabeza).

No tengo bases científicas de las bondades o perjuicios de la yerba en el organismo humano, pero después de leer al respecto me queda la percepción que son varios los beneficios farmacéuticos que la planta aporta a la ciencia. En muchos países es permitido su uso para fines terapéuticos y está comprobada su eficacia en tratamientos del SIDA, ayuda a soportar la quimioterapia, mitiga los síntomas de la esclerosis múltiple, combate dolores neurológicos y reduce la presión ocular relacionada al glaucoma, entre otros. Tampoco digo que sea beneficioso consumirla, pero mientras la persona no abuse de ella los síntomas se limitan al comportamiento: abulia, apatía e indiferencia; el mayor riesgo es que el consumidor sea proclive a las adicciones y después busque sustancias más fuertes.

Mi adolescencia transcurrió en la década de 1970 y entonces mucha juventud fumaba mariguana. En su momento la probé, pero no me aficioné a ella porque me hacía un efecto contrario y terminaba con dolor de cabeza, mareo y malestar general; lo que llamábamos “la malpa”. Pero conozco muchas personas que desde entonces consumen mariguana con regularidad y todos presentan un comportamiento normal, son buenos padres de familia, ciudadanos responsables, artistas geniales y algunos de una inteligencia superior.

Como en mi casa éramos tantos hermanos en las primeras comuniones nos regalaron infinidad de biblias y misales, que venían en ediciones de lujo y un papel de arroz muy fino, ideal para utilizar como “sábana”, el papelito con el que se arma el varillo. Cuando crecimos mi mamá resolvió regalar esos libros sagrados, pero al revisarlos para confirmar su estado no podía entender por qué estaban todos picados con tijera. Hasta que alguno se apiadó de ella y le explicó la razón, a lo que exclamó mirando al cielo: “estos muchachitos me van a purificar”.
@pamear55

martes, enero 15, 2013

Inequívoca conclusión (II).


Cualquiera que haya vivido su infancia en la década de 1960 va a recordar muchos momentos cotidianos al responder el test al que me refiero en esta oportunidad, porque se trata de situaciones y costumbres que eran comunes en cualquier hogar. Sin duda la existencia era más fácil, porque éramos prácticos y relajados, además la situación económica de las familias numerosas no permitía que la sociedad de consumo nos atropellara con su ilimitada oferta. Sigo pues con algunas preguntas que parecen tan obvias que me hacen dudar si habrá alguien de la época que no las reconozca.

¿Que si en mi casa había patio y baños con bidet? Pero claro, si en el patio no podía faltar el perro guardián. En la última casa que viví de soltero teníamos un patio amplio con árboles de feijoa, guayabas del Perú, moras, brevas y una mata de cedrón para las aguas aromáticas; rosales, veraneras y otras flores adornaban el entorno y debajo de las escalas teníamos la jaula para criar palomas mensajeras; además de un corral para engordar pollos. En los baños no podía faltar el bidet, mueble que desapareció porque en los apartamentos modernos con trabajo cabe el escusao. ¿Qué si presenté exámenes con regla de cálculo? La verdad es que nunca pude aprender a manejar ese trebejo. Por lo tanto no me quedaba sino esperar a que el compañero del lado hiciera sus cuentas y me soplara el resultado apenas el profesor diera papaya.

¿Qué si recuerdo quiénes fueron Montecristo y Los Tolimenses? Hombre, si todavía me río con sus cuentos y ocurrencias. En esa época la siesta era obligada con el radio sintonizando a Guillermo Zuluaga, quien con sus maravillosos personajes nos hacía gozar de lo lindo. Emeterio el de Los Tolimenses fue un tipo genial, porque su compañero Felipe lo que hacía era darle cuerda y seguirle la corriente. ¿Qué si utilicé pantalones de bota ancha fabricados con terlenka? Me parece verlos. Comprábamos el corte en el almacén de Juancho Rincón, en la calle 19, y cualquier sastre o costurera se encargaba de hacerlos. Eran descaderados y al principio quisieron imponerlos sin bolsillos, lo que no gustó porque se encartaba uno con las llaves y la billetera.

¿Qué si llené la libretica de etapas de la Vuelta a Colombia? Eso era religioso y además durante la competencia no hablábamos de otra cosa. Todos teníamos la libretica en el bolsillo de la camisa, donde se anotaba quién ganaba la etapa y demás datos de interés. Por aquel tiempo aparecieron los más pudientes del colegio con pequeños transistores y los novedosos audífonos, para seguirle la pista a Cochise Rodríguez, Pajarito Buitrago, Álvaro Pachón o al Ñato Suárez. ¿Qué si los domingos veíamos Animalandia? Claro, como todas las familias nos sentábamos al frente del televisor a ver a Pacheco decir las mismas pendejadas; Bebé, Pernito, Tuerquita y demás payasos; la lora de “A mí Gelada o nada”; Germán García con sus perros de Gegar Kenell; Hernán Castrillón y demás personajes del popular programa.

¿Qué si nos daban Mejoral? Lógico, si no había otro tipo de analgésico. Claro que las mamás preferían el elíxir Paregórico, un bebedizo amargo que nos daban diluido en agua con azúcar. El hecho es que al muchachito que se quejaba de cualquier dolor, desde una apendicitis hasta un uñero encarnado, le zampaban una dosis de esa vaina y el mocoso no volvía siquiera a parpadear en dos o tres días. Pues ahora que investigo descubro que el bebedizo tenía como base alcohol alcanforado de 46 grados, y cada onza del elíxir contenía 117 mg. de opio, lo que corresponde a 12 mg. de morfina. Hágame el favor.

¿Qué si usaba zapatos trompones y el pelo largo? Los zapatos que se impusieron a principios de la década de 1970 eran igualitos a los que usaba Luis XV: de tacón alto, trompones y con hebillas llamativas. Más feos que el diablo. Respecto al pelo, era la pelea de todos los días con mis padres; lo mantenía largo hasta los hombros, nunca me peinaba y cuando accedía a cortarlo un poco, yo mismo me motilaba frente al espejo del baño. Claro que todos los amigos eran iguales y para la muestra una vez que andábamos de paseo y al llegar a Cartagena, un policía le pidió a mi primo, quien manejaba el carro, que le mostrara el pase. Cuando ese corroncho vio la foto, se ranchó en que el documento era de una mujer.       

¿Qué si en mi casa hacíamos helados de leche con azúcar? Ni riesgos, porque la leche era para tomarla al final de las comidas, acompañada de dulce de moras, ochuvas, cocas de guayaba, mamey o brevas caladas. En cambio en vacaciones mi mamá metía bananos engarzados en un palo al congelador y eso nos entreteníamos chupando hasta que se ponían babosos y negros. ¿Qué si tocaba darle cuerda al reloj todos los días? Si no, dejaba de caminar. Hasta que aparecieron los relojes automáticos, los cuales se recargaban con los movimientos que hacían quienes los llevaban puestos; esa vaina fue uno de los grandes descrestes de la época.

A estas alturas ya había superado las quince respuestas positivas que me califican de cucho, por lo que resolví aplicar aquello de: ¡deje así!
pamea@telmex.net.co

Inequívoca conclusión (I).


No soy de los que niegan la edad ni me aterro por la acumulación de calendarios, aunque no puedo desconocer que patea un poquito el hecho que a uno lo encasillen en el grupo que eufemísticamente llaman ahora la tercera edad. Y me parece un eufemismo porque creo que viejo es la palabra apropiada, y por ello fue utilizada por la humanidad hasta finales del siglo XX. Pero como ahora les dio por cambiarle el nombre a todo, como si los anteriores fueran degradantes, también llaman a los viejos adultos mayores. Pues me topé con una encuesta que mide si ya pertenecemos a ese grupo de la población, y como ya estoy por arribar al sexto piso, procedí a responderla a ver cómo me iba. Según la medición, quien conteste afirmativamente más de quince preguntas ya es considerado un cucho, y debo confesar que pasé por esa cifra sin tocar aro. Procedo con algunas de las preguntas y sus respectivos comentarios:

¿Qué si mi mamá mandaba a remallar las medias? Cada ocho días. Era común oírla renegar porque se le había ido un punto, por lo que le untaba primero saliva con el dedo y luego le aplicaba un poquito de esmalte para las uñas. Después resolvía mandar las medias con alguno de nosotros al convento de Las Adoratrices, detrás de la Universidad de Caldas, porque esas monjitas eran las propias para esa labor. ¿Qué si recuerdo la Alegría de leer, El Catecismo del padre Astete y La Urbanidad de Carreño? Hombre, si me parece ver todavía la cartillita donde aprendí a leer en El Divino Niño, como se llamaba el kínder. La sobredosis de catecismo debió ser la causa por la que ahora le tengo tanta pereza a la religión, y el texto de urbanidad debería ser obligatorio en la actualidad y en todos los niveles de educación.

¿Qué si oí en la radiola discos de 45 y 78 revoluciones? Imagínese si voy a olvidarme de aquel pelle de radiola que tanto disfrutamos. En ella mi papá nos aficionó a la música clásica, la que tenía en unos viejos discos de pasta gruesa y  78 revoluciones. También tuvimos unos pocos long play de música popular, entre los que recuerdo el de Chavela Vargas, Jorge Negrete, Pedro Vargas y los que regalaban de Suramericana todas las Navidades. ¿Que si oí misa en latín y con el padre de espaldas? Lo recuerdo con claridad en la iglesia del barrio Estrella, cuando el padre Uribe era el párroco. La verdad me tocó durante muy poco tiempo y sólo puedo decir que no entendíamos nada de esa jerigonza, y además con el cura de espaldas no sabíamos cuándo hacía la seña para podernos ir en paz.

¿Qué si usé gomina? Calcule si no. La motilada era en el patio, sentados en la silla donde comían los bebés para quedar a la altura de don Rafael, el peluquero, quien con una máquina oxidada prácticamente nos arrancaba el pelo. Después nos embadurnaba con una loción casera, la cual ardía como el diablo en un cuero cabelludo que nos quedaba en carne viva. Mi mamá mantenía gomina Lechuga en el gabinete del baño para que nos durara el peinado. ¿Que si conocí el electrón para calentar agua? En mi casa hubo varios de esos, que utilizábamos más que todo cuando mi madre pedía que le lleváramos la bolsa de agua caliente para calentarse los jarretes; muy práctico el dispositivo, pero hoy en día no podría usarse porque se lo come a uno la cuenta de la luz.   

¿Que si la nevera había que descongelarla cada ocho días? Me parece que era los jueves que llegaba uno a la casa y al entrar a la cocina a robarse una tajada madura o un patacón, encontraba todo el piso tapizado de periódicos entrapados. Esos congeladores parecían glaciares prehistóricos y recuerdo con horror lo que era sacar cualquier producto de allí; cuando mi papá llegaba con un amigo y pedía hielo para tomarse un trago, el escogido debía armarse de paciencia, además de varios chuzos y cuchillos, para realizar un trabajo de excavación en busca de la esquiva cubeta. Como esta era de aluminio se pegaba de los dedos, y después liberar los hielos era una proeza. ¿Qué si repartían la leche en cantinas? El lechero recorría los barrios y la gente acudía con la cantina, que era el recipiente tradicional para manipular ese alimento. Era leche sin pasteurizar y bautizada, que es como le dicen a la marrulla de rendirla con agua para mejorar la utilidad; sin embargo, a nadie le hacía daño tomarla en esas condiciones.

¿Qué si estaba de moda la Emulsión de Scott? Esa porquería creó un trauma a muchos de mi generación. Por fortuna en mi casa la plata no alcanzaba para comprar el reconstituyente, porque entonces no habían desarrollado la idea de ponerle sabores llamativos para los niños y por lo tanto sabía a lo que era: extracto de hígado de bacalao. Si me invitaban a la casa de algún amigo a dormir y a cierta hora la mamá los ponía en fila para zamparles la desagradable cucharada, yo decía que era alérgico y que me tenían prohibido siquiera probarla. Todavía recuerdo la mueca que hacían todos al tragarse el menjurje.
pamear@telmex.net.co