La vanidad es innata del ser
humano y aunque varía según el género, son pocos a quienes no les importa cómo
se ven. Desde pequeñitas las bebés intentan peinarse frente al espejo, juegan a
maquillarse y piden a la mamá que les pinte las uñas. En cambio los hombres
empiezan a preocuparse por su apariencia cuando púberes incursionan en el juego
de la coquetería. En la actualidad ha incrementado la vanidad en los varones hasta
llegar a extremos, como los metrosexuales, que acuden al salón de belleza para
corte de pelo, arreglo de uñas, mascarillas y tratamientos para la piel. En el
vestir también hay cambios porque antes todos andábamos desgualetados, con ropa
sencilla y barata, y ahora muchos prefieren prendas de marca y a la medida; y
las gafas finas y a la moda, la billetera y el cinturón hacen juego, y varios
pares de zapatos completan el ropero.
Las mujeres son vanidosas sin
importar la ocasión y recuerdo que mi madre no le abría la puerta a un domicilio
sin pasarse el cepillo por la cabeza y aplicarse colorete; y a las hijas,
sobrinas o nueras que lo necesitaran, les decía con prudencia que se hicieran
algún beneficio. Porque no cabe duda de que no hay mujeres feas sino mal
arregladas y son pocas las que pueden salir a la calle con la cara lavada, sin
gota de maquillaje.
Quien conviva con una pareja
femenina está acostumbrado a unos rituales muy definidos. Todas coinciden en su
arreglo personal y los hombres debemos ser prudentes para evitar encontrones,
porque el descontento con su figura les genera mal genio y depresión. Con
frecuencia se levantan de mala vuelta y después de entrar al baño, de pronto
exclaman: ¡Estoy inmunda! Y hacen carantoñas, se arriman al espejo, giran un
poco y se observan de cuerpo entero, estiran la piel de la cara para disimular
las arrugas, abren la boca y observan sus dientes, hasta que deciden no mirarse
más y al salir comentan que definitivamente no tienen remedio.
De la vanidad se lucran
industrias y profesiones, porque aunque son productos y tratamientos costosos,
las personas destinan parte de sus recursos para mejorar la figura. Cremas,
lociones, pomadas y demás ungüentos se venden como pan caliente, y los procedimientos
dermatológicos son innumerables. A diario aparecen técnicas novedosas, equipos
avanzados y medicamentos especializados que ofrecen soluciones a problemas de
la piel; además, para muchas personas la vanidad se convierte en una obsesión.
También está la visita al
esteticista que ofrece innovadores procedimientos que sobre el papel no
representan ningún riesgo, pero que con frecuencia fallan y las consecuencias
son devastadoras; porque la ansiada belleza puede convertirse en una
deformación permanente. Productos como el Botox (toxina botulínica), utilizado como
medicamento para tratamientos neurológicos, ahora se aplica como solución
temporal a las arrugas; muchas abusan de sus bondades y quedan irreconocibles porque
pierden las líneas de expresión.
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