Son comunes las disputas entre
ciudades vecinas, eternos conflictos que muchas veces se desconoce su origen y
sin embargo perduran entre la gente gracias a la tradición oral. Los habitantes
de las tres principales ciudades de nuestra costa caribe se echan puyas y
vainazos, todos están convencidos de que su terruño es el mejor, situación que
genera interminables discusiones que nunca llevan a ninguna parte. Lo mismo
pasa entre Medellín y Cali, que después de superar la pesadilla de los carteles
del nacotráfico quedaron contrapunteadas; y en Bogotá no faltan los que
aseguran que prefieren estar presos en la capital que sueltos en Tunja.
La animadversión existente entre
quienes habitamos las ciudades del llamado Eje Cafetero, sobre todo Manizales y
Pereira, es latente y así muchos no sintamos antipatía hacia nuestros vecinos,
hacemos chistes y comentarios que buscan fastidiar al amigo o conocido oriundo
de la Perla del Otún. Entonces ellos nos llaman patifríos y nosotros les
decimos pereirutas, y a los de Armenia armeñucos mientras ellos también nos
endilgan algún sobrenombre displicente.
Leí con interés los artículos y
comentarios publicados recientemente en este periódico acerca del origen de la
vieja disputa que mantenemos con Pereira, información que la mayoría desconoce
y sin embargo le echan leña a diario al asunto para así heredar la absurda
aversión a sus descendientes. El hecho de que en sus inicios ambas ciudades
pertenecieran a diferentes estados soberanos es razón suficiente para que desde
entonces existieran roces; nosotros procedíamos del estado de Antioquia cuyos
habitantes eran godos, rezanderos y tradicionales, los mismos que se referían a
sus vecinos del sur despectivamente como “Los negros del Cauca”, estado al que
pertenecía Pereira.
Nuestro departamento fue creado en
1905 como una estrategia geopolítica del gobierno de entonces, e imagino que
las principales ciudades aspirarían a ser la capital del nuevo ente territorial;
al ser escogida Manizales, las otras debieron sentir celos y malestar ante la
decisión. Ese mal sabor aumentó con el paso del tiempo y en 1966 se dio la
separación, primero del Quindío y poco después de Risaralda. Entre las muchas
razones expuestas para determinar el origen de la disputa entre ambas ciudades
no encuentro la que oí a Gustavo Castaño Abad, con quien conversé en varias
ocasiones acerca de la historia regional.
A principios del siglo XX
Manizales fue una ciudad muy importante gracias a la exportación de café, negocio
que trajo riqueza y prosperidad, y por ello las principales entidades
bancarias, casas exportadoras y organismos del estado se asentaron aquí. Cuando
en la década de 1920 la ciudad fue víctima de tres incendios que redujeron a
escombros gran parte del centro administrativo, el país se solidarizó para
levantarla de nuevo de entre las cenizas. Sin embargo, corrió el rumor que una
comisión de notables pereiranos viajó a Bogotá para proponerle al Presidente de
la República que trasladara a la vecina población las entidades y negocios que
habían perdido sus sedes en la tragedia, actitud que fue tomada por los
manizaleños como una traición imperdonable.
Sin importar el origen de la
malquerencia conviene olvidarla y ahora debemos esforzarnos en trabajar por una
gran ciudad región, fértil, pujante y estratégicamente ubicada en el corazón de
la zona andina colombiana. Mientras tanto seguiremos con las puyas, chistes y
mamadera de gallo entre unos y otros, porque el humor debe perdurar. De tantos
cuentos me causó mucha gracia el del arquitecto Robert Vélez cuando en una
reunión de amigos surgió la manida discusión acerca de cuál ciudad había
crecido más; él se inclinaba por Manizales mientas otro de los contertulios apoyaba
a Pereira, hasta que decidieron hacer una apuesta para dirimir la cuestión.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario