Si una mujer se levanta de
malas pulgas es mejor no abrir la boca, porque cualquier comentario puede
convertirse en garrotera. Sobre todo si está inconforme con su aspecto y
preciso debe arreglarse para asistir a un evento donde precisa verse muy bien;
porque aunque supuestamente ella se esmera en su apariencia para lucir
atractiva a las miradas masculinas, en realidad se interesa más por el
veredicto que viene de sus congéneres. Cualquier invitación le causa ansiedad y
angustia mientras resuelve qué ponerse, escogencia que depende del tipo de ágape;
si es elegante, informal, al aire libre, según la hora, etc. Con anticipación acomoda
prendas encima de una cama como simulación de mudas posibles.
Si la señora tiene modo
simplemente compra el trusó necesario, con cartera, calzado y accesorios. Quien
no puede permitirse ese gasto empieza con tiempo a conseguir prestado con
familiares y amigas de confianza, porque a ellas nunca les satisface lo que tienen
en el closet. Varios días antes del compromiso empieza el desfile para medirse
las diferentes opciones, casi siempre de noche. Entonces aparece ante el
marido, quien mira concentrado el televisor, para que dé el visto bueno. Él
asegura que está bien, de afán para no perder el hilo del programa, actitud que
la ofende y por ello sale furiosa a ensayar otra muda.
Durante horas se mide,
camina en puntillas para evitar el taconeo, se para frente al espejo y detalla su
trasero, insiste con el marido para que opine y por fin se decide; claro que
falta consultar con las amigas, quienes por teléfono le darán un dictamen
acerca de su escogencia. Debido al clima caluroso opta por ropa ligera y
chanclas, muy elegantes por cierto, pero preciso ese día amanece toldado y frío,
y cuando a media mañana empieza a lloviznar se enfurece porque ahora no sabe
qué camino coger. Entonces uno, de sapo, trata de tranquilizarla al decirle que
no se preocupe, que siga con su plan y simplemente lleve un saquito para el
frío. ¿Un saco?, ahí está usted pintado –comenta airada-, como si fuera tan
fácil. ¡Los hombres sí son…!
Para depilarse existe la
opción del especialista que aplica rayos laser para desaparecer los vellos de
forma permanente. Otra técnica es la cera, aterradora porque consiste en
arrancarlos a los jalones y eso incluye rincones de la anatomía bastante
sensibles. El resto recurre a la “Prestobarba” y en la ducha se afeitan donde
corresponda, mientras que para las cejas prefieren las pinzas tradicionales. Quienes
prefieren arreglarse las uñas lo hacen tarde en la noche, cuando no queden
oficios pendientes, porque después de echarse la primera capa quedan
inhabilitadas.
Lo último antes de vestirse
es la maquillada, que ya dominan, y solo queda pendiente lo más complicado: el arreglo
del pelo. Aunque fue a la peluquería hace poco y en principio quedó feliz con
lo que le hicieron, ya no le agrada el resultado y mientras se detalla masculla
insultos contra el mariquetas de turno: porque le dejó el pelo muy claro y con
un corte que no sabe manejar. Y empieza el julepe con el secador y el cepillo,
para un lado, para el otro, que este cachumbo no me asienta y el pelo de atrás
no voltea.
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