Después de aprender a manejar la
mejor forma de calmar fiebre era hacer los mandados de la casa. Claro que había
que hacerse rogar un poquito para que no se notara la gana, y además para
lograr algo a cambio por tanto comedimiento. Podía ser una buena propina y la
promesa del préstamo del carro para salir a dar una vuelta con la novia, o a
cocacoliar por la avenida Santander. Un programa diario era pedir el carro un
momentico después de almuerzo, para ir con los amigos a pasar varias veces
frente al colegio Santa Inés y ver las sardinas que a esa hora ingresaban a la
jornada de la tarde.
Pero mejor sigo con la lista de
los mandados porque eran tantos que no alcanzo a enumerarlos. Bueno Pedro, como
tiene que arrimar donde Ovidio pase al frente a La Licuadora y le pregunta a
Gustavo si me revisó la plancha; y que no me salga con que hay que comprar
otra, porque no tengo plata. Que le haga cualquier pasamanería para que
funcione hasta que pueda mercarme una nueva. ¡Ay!, siquiera me acordé: vaya a
la cocina y que le entreguen la parrilla de las arepas, se la lleva a Madrigal
y le recomienda que la necesito de urgencia.
Pedrito, hoy necesito que vaya al
almacén Cónsul; guárdese bien este talonario, paga el club y se fija que le
pongan el sello de cancelado. De una vez decile a Eduardo Giraldo que quiubo
pues que no me gano nada; él me aseguró que eso es muy fácil y que el ganador
deja de pagar las cuotas. Llevo un año muy cumplida con esa pendejada y ya
estoy jarta. Se viene por la carrera 23 y antesitos del Parque de Caldas, entre
donde el señor que remienda porcelanas a ver si ya tiene un payaso que mandé a
pegar; yo allá no vuelvo mijito, porque en ese zaguán me salió un ratón. Casi
me despacho y por poquito dejo caer un trabajito que me acababa de entregar.
De ahí bájese por la calle 29
hasta la carrera 18 y en Sancotolengo pregunte por Hernán Vélez. Si lo
encuentra, dígale que no me ha calculado cuánta tela le compro para tapizar el
sofá; y que si él tiene un trasporte conocido para que lo recoja en la casa. Si
no está, entre a un café que hay en la esquina que él se la pasa allá; pero
insístale para que le dé el dato, porque ese señor es como para zamarriarlo.
Creo que para morirse de repente se echa tres días. De venida voltea a mano derecha
en la bomba que hay después del Instituto Universitario, como quien sale para
Villamaría, y antes de llegar al final de la falda pare donde las señoras que
arreglan colchones. Déjeles 20 pesos que ellas saben para qué son.
Amá, ¿esas cuchas son las que
llaman Las Ratonas? Calle esa boca… cuidadito se le sale delante de ellas. Pero
que apodo más bien puesto ma, porque de verdad son igualitas: bigotudas,
dientonas, grises y puntudas. Pedrito, por caridad, no diga más ociosidades que
me voy a orinar de la risa. Listo ma, hágale pues, qué más será… De ahí bájese
por la calle 50 y en la panadería de La Argentina me compra una parvita surtida,
ahí está la lista; y arrime de una vez donde la costurera a ver si me manda un
encargo que quedó pendiente. Luego al barrio Lleras donde Baltasar por unas
garras de su hermano que mandamos a remontar, y unos zapatos míos azules a los
que había que ponerles tapas en los tacones. Búsquelos en ese morro de pecuecas
que mantiene arrumadas, porque ese viejito ya no da pie con bola; y como además
se mantiene a medio pelo…
No olvide recoger la ropa de cama
en el Hogar Santamaría, bajando hacia Jabonerías Hada; y pague también la
entrega de la semana pasada, porque ese día no llevé plata y me la fiaron. Suba
hasta El Málaga y pídale a Emiliano unos palitos de paleta y un frasco de
Colbón, para una enguanda que tiene que hacer un muchachito de estos para el
día de la madre; a las madres es a las que nos toca fregarnos con esas
pendejadas. Por último, eche al carro un banquito de la cocina que se dañó y llévelo
a San Rafael; se lo entrega a Fray Escalante y recuérdele que él me los hizo
hace unos años, para que no empiece con la cantaleta que para qué compro cosas
ordinarias. Solo necesita unos puntos de soldadura y que le eche una pinturita
de una vez.
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