sábado, marzo 28, 2015

Añoro la recepcionista.

Escasas son las entidades o empresas donde aún puede uno llamar por teléfono y que le conteste una persona de carne y hueso, quien atiende su inquietud y de ser necesario lo comunica con la persona indicada. Así era en todas partes hasta hace relativamente poco, cuando todavía existían las recepcionistas, esas mujeres cálidas y simpáticas que con su amabilidad hacían llevadera la espera que fuera necesaria. Uno llamaba por ejemplo al banco y quien contestaba lo saludaba por su nombre, le hacía algún comentario agradable y después lo comunicaba con el funcionario encargado de atender su caso.

Siempre que en una conversación se toca el tema de los empleos que han sido remplazados por máquinas, esgrimo como ejemplo el de recepcionista para demostrar que no siempre es más efectivo el sustituto electrónico. Porque nada más detestable que esos aparatos de ahora que responden llamadas y lo pasean a uno por menús y opciones, los cuales por extensos que sean nunca tienen precisamente el asunto que uno quiere plantear. La más reciente experiencia al respecto la tuve cuando el sistema de marras me hizo saltar chispas, con el agravante que al final no logré solución alguna.

El banco hace el pago automático de facturas de servicios públicos, efectivo sistema que solo requiere confirmar en el extracto la operación, porque de vez en cuando se presentan inconvenientes y a quien no esté pendiente pueden suspenderle el servicio por falta de pago. Eso me sucedió hace poco con la factura del gas y solo me di cuenta cuando llegó acumulada con la del mes siguiente, la cual advertía además que de no pagarla en la fecha establecida, sería cortado el suministro unas horas después. Entonces procedí a llamar a la empresa para que me explicaran cuál era el problema, pero me respondió una grabación que ofrecía un extenso menú, aunque ninguna de las opciones servía para lo que yo necesitaba. Después de saltar de tecla en tecla pude comunicarme con un asesor.

Ahí toca oír una sarta de publicidad institucional hasta que por fin contesta un ser humano, con un sonsonete que no se entiende ni la mitad de lo que dice. Después de presentarse suelta una retahíla acerca de la empresa y sus servicios, y por último pregunta con quién tiene el gusto de hablar. Entonces aprovecho que suelta la palabra para decirle mi nombre y desembuchar la inquietud que tengo, y cuando espero una respuesta clara y precisa el tipo pregunta por el número de cédula. También quiere saber la dirección completa, la ciudad donde resido, el número del teléfono celular y del fijo, para después preguntar por el motivo de mi llamada.

No queda sino repetirle el cuento y entonces pide que espere mientras hace unas consultas, para retomar a los cinco minutos y agradecerme por permanecer en la línea. Indaga por más detalles y se ausenta de nuevo, siempre muy educado porque agradece la espera, hasta que informa que el problema es del banco, que ellos no pueden hacer nada. Repito la llamada al servicio al cliente del banco y la historia es la misma, porque el asesor asegura que eso le corresponde a la empresa de gas. Después de repetir varias veces el ejercicio y que los del gas insistan en que no pueden solucionarlo, mi mujer va al banco y pregunta por la persona encargada de ese tema específico, pero la atiende un asesor quien la convence de que el problema es de la empresa de gas. Resolví mandarlos a todos pa’l carajo y pagar la factura en efectivo. ¡Que coman harta…!

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