No mijo, yo no estoy en contra de
la tecnología y por el contrario, a diario me descresto más con las novedades
que aparecen. Lo que pasa es que hay unas vainas que me sacan la piedra, porque
usted sabe que los de mi generación no crecimos con tanta tecnología, sino que
nos la vinimos a topar ya entraditos en años. Seguro usted no podrá imaginase
el mundo sin teléfonos celulares, mientras que a mí se me chorrearon las babas
cuando conocí esas primeras panelas que por cierto solo servían para hacer y
recibir llamadas; el hecho de que un teléfono funcionara sin estar conectado o
que uno pudiera comunicarse, por ejemplo, desde un carro en movimiento, fue un
invento que revolucionó todo lo conocido hasta entonces en materia de
comunicaciones.
Fíjese que ahora que me regalaron
este teléfono inteligente a diario me enguaralo con él, porque tiene muchas
vainas que no necesito. Cada rato salen en la pantalla avisos y advertencias, y
es por eso que lo llamo con tanta frecuencia para que me socorra; además están las
inquietudes y dudas que anoto para cuando venga a visitarnos. Porque si no
fuera por usted, me tragaría la tierra. Si hasta me da risa cuando, después de revisarlo,
suelta una carcajada mientras me pregunta por qué cerré esto, cuándo pienso
actualizar aquello, quién me dijo que desactivara lo otro y mil procedimientos
por el estilo. Hoy le confieso que cuando me explica con detalle cada cosa,
para qué sirve y cómo funciona, me hago el que entiende para salir del paso, pero
es como si me hablara en ruso.
Y vuelve a preguntar cuáles de
las 400 mil aplicaciones disponibles quiero y le repito que ninguna, que lo
único que aspiro es poder llamar y chatear, que por cierto me parece el mejor
invento porque soy malito para hablar por teléfono. Y como escribir en ese
teclado tan chiquito es mamón, además que sin gafas no veo si quedó bien
redactado, agradezco que me haya enseñado a presionar ese micrófono y grabar el
mensaje; porque para conversar sí me tengo confianza. Otra cosa que me desespera
es que la pila no dura nada; cada rato toca buscar dónde recargarla y la verdad
es que nuestras viviendas no están dotadas de los enchufes necesarios para
conectar tanto cachivache.
Por fortuna tengo pocos contactos
y lo utilizo solo para lo estrictamente necesario, porque le cuento pues que su
mamá se volvió adicta a ese cacharro; pertenece a un mundo de grupos y esa
vaina empieza a pitarle desde que abre el ojo hasta la media noche, y mientras
chatea se concentra de una forma que le digo pues que pueden sacarle las
cordales y no se da cuenta. Y qué tal ahora con esa red social en la que comparten
fotografías; eso sí es gustarle a su mamá ver fotos, y como el contenido es
infinito porque ahora todo el mundo anda con el celular a la mano listo para
retratar todo lo que se atraviese, mejor dicho…
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