sábado, marzo 28, 2015

Teléfonos inteligentes.

No mijo, yo no estoy en contra de la tecnología y por el contrario, a diario me descresto más con las novedades que aparecen. Lo que pasa es que hay unas vainas que me sacan la piedra, porque usted sabe que los de mi generación no crecimos con tanta tecnología, sino que nos la vinimos a topar ya entraditos en años. Seguro usted no podrá imaginase el mundo sin teléfonos celulares, mientras que a mí se me chorrearon las babas cuando conocí esas primeras panelas que por cierto solo servían para hacer y recibir llamadas; el hecho de que un teléfono funcionara sin estar conectado o que uno pudiera comunicarse, por ejemplo, desde un carro en movimiento, fue un invento que revolucionó todo lo conocido hasta entonces en materia de comunicaciones.

Fíjese que ahora que me regalaron este teléfono inteligente a diario me enguaralo con él, porque tiene muchas vainas que no necesito. Cada rato salen en la pantalla avisos y advertencias, y es por eso que lo llamo con tanta frecuencia para que me socorra; además están las inquietudes y dudas que anoto para cuando venga a visitarnos. Porque si no fuera por usted, me tragaría la tierra. Si hasta me da risa cuando, después de revisarlo, suelta una carcajada mientras me pregunta por qué cerré esto, cuándo pienso actualizar aquello, quién me dijo que desactivara lo otro y mil procedimientos por el estilo. Hoy le confieso que cuando me explica con detalle cada cosa, para qué sirve y cómo funciona, me hago el que entiende para salir del paso, pero es como si me hablara en ruso.

Y vuelve a preguntar cuáles de las 400 mil aplicaciones disponibles quiero y le repito que ninguna, que lo único que aspiro es poder llamar y chatear, que por cierto me parece el mejor invento porque soy malito para hablar por teléfono. Y como escribir en ese teclado tan chiquito es mamón, además que sin gafas no veo si quedó bien redactado, agradezco que me haya enseñado a presionar ese micrófono y grabar el mensaje; porque para conversar sí me tengo confianza. Otra cosa que me desespera es que la pila no dura nada; cada rato toca buscar dónde recargarla y la verdad es que nuestras viviendas no están dotadas de los enchufes necesarios para conectar tanto cachivache.

Por fortuna tengo pocos contactos y lo utilizo solo para lo estrictamente necesario, porque le cuento pues que su mamá se volvió adicta a ese cacharro; pertenece a un mundo de grupos y esa vaina empieza a pitarle desde que abre el ojo hasta la media noche, y mientras chatea se concentra de una forma que le digo pues que pueden sacarle las cordales y no se da cuenta. Y qué tal ahora con esa red social en la que comparten fotografías; eso sí es gustarle a su mamá ver fotos, y como el contenido es infinito porque ahora todo el mundo anda con el celular a la mano listo para retratar todo lo que se atraviese, mejor dicho…

Lo único cierto mijo es que nos tenemos que poner las pilas para no dejar que estos aparatos nos absorban, porque mire usted cómo nos vemos a veces los tres sin dirigirnos la palabra mientras cada uno revisa o teclea en su teléfono. Lo más sano es que cuando nos reunamos les quitemos el sonido y en caso de entrar una llamada importante, que quien la reciba se retire a otra habitación para conversar, ojalá en voz baja. ¡Ve!, siquiera me acordé, venga y me explica por enésima vez esta joda…

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