sábado, marzo 28, 2015

Antes se decía…

Hoy en día debemos tener cuidado al conversar porque se han impuesto una cantidad de eufemismos que remplazan las palabras con las que nos criamos, las mismas que en su momento se pronunciaban sin querer agraviar a nadie en particular. Antes hablábamos sin misterios y como cada quien tenía un oficio o condición, a él nos referíamos con el vocablo preciso, sin buscar molestarlo u ofenderlo. Claro que el idioma ha evolucionado con el paso del tiempo, pero cuando alguien prefiera usar las palabras de antes nadie debería incomodase.

Porque ahora resulta que si uno se refiere a un negro lo tachan de racista, de excluyente e inhumano. Así el fulano sea azabache como un carbón, la palabra que corresponde a ese color es prohibida y para remplazarla están afroamericano, si es en Gringolandia, y afrocolombiano para el paisano nuestro; también aceptan referirse a comunidad afro o afrodescendiente. En todo caso dígale morocho, de pelo quieto o como quiera, pero no mencione el color aquel porque se lo traga la tierra. No es lo mismo si un fulano de raza blanca visita la costa pacífica y un nativo se refiere a él como blanco; ahí no pasa nada.

Antaño en las casas de familia contrataban dos empleadas, para la cocina y el oficio de la casa, conocidas como cocinera y entrodera; pero en general todos se referían a ellas como las sirvientas. Hoy son empleadas domésticas, asistentes del hogar, mucamas y a la encargada de preparar la comida le dicen dizque manipuladora de alimentos. No entiendo por qué si estas mujeres lo que hacen es servir, se sienten ofendidas y atropelladas si las llaman sirvientas. Toda la vida se le ha dicho chofer a quien conduce un vehículo, pero con más énfasis a los encargados de desempeñar ese oficio. Ahora son conductores o profesionales del volante, sin importar que se trate de un guache con camiseta esqueleto, tatuajes y aretes, quien sintoniza en su taxi champeta y reguetón.

Desde siempre se le dijo niño al individuo hasta los doce años, luego era conocido como púber cuando presentaba bozo e’lulo, la cara llena de barros y espinillas, y pollironco por el cambio en la voz; a esa etapa de la vida le dicen “caca de gato”, porque los mocosos de ambos sexos se tornan detestables, feos y antisociales. Luego entraba a la adolescencia al cumplir quince años y empezaba a sentirse grande, el cuerpo embarnecía y se referían a él como piernipeludo. Mientras tanto con las muchachitas la cosa era más complicada, porque las unas lloraban por tetonas y las otras porque parecían una tabla; la que tenía el pelo liso lo quería encrespado, y viceversa; unas por gordas, otras por flacas, por altas, por paturras… Pues ahora saltan de infantes a gomelos y les dicen niños hasta los 30 años.

Toda la vida a quien tenía preferencias sexuales diferentes se le decía marica, ‘del otro equipo’, dañao, loca o mariposo. En cambio hoy la lista de eufemismos para referirse a ellos es extensa y ¡ay! de quien se atreva a llamarlos de manera diferente. Con los defectos físicos sí que toca tener cuidado, porque es como si el ofendido fuera a empeorar su condición por la manera como lo nombran. Ya no es tullido sino minusválido o discapacitado; el ciego es invidente; el sordo discapacitado auditivo; el boquinche o boquineto padece es de labio leporino y paladar hendido. Lo que es ahora la Clínica siquiátrica se llamó siempre manicomio y donde acogen a los viejitos era conocido como ancianato. Así hablábamos antes, sin tapujos ni misterios.

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