sábado, marzo 28, 2015

¿Quién los ocupa?

Desde hace ya varios lustros nuestra ciudad presenta un auge en la construcción que no parece tener fin, porque cada que inician grandes obras la gente se pregunta si serán las que colmarán el mercado y por ende empezará a bajar paulatinamente el número de metros cuadrados construidos. Pero no, para nuestro asombro el ritmo crece día a día y por donde uno pase encuentra proyectos de todo tipo y en los diferentes estratos. Este comportamiento nos deja deducir que la economía va por buen camino y que mientras la ciudad siga con esa tendencia, es porque hay progreso y desarrollo.

En cualquier corrillo o tertulia salta la pregunta de alguno de los presentes acerca de quiénes ocupan esa cantidad de viviendas que construyen, comentario que da pie a una amable discusión donde todos aportan razones y tesis posibles. Como que al habitar un edificio nuevo muchos de los vecinos son familias ya constituidas que desocuparon en la que vivieron hasta ese momento. A esas residencias llegan otros inquilinos que también dejaron el hueco en otra parte y así sucesivamente hasta que perdernos la cuenta.  

Sin duda la construcción es uno de los renglones de la economía que más incide en la generación de empleo, con el beneficio que además de requerir mano de obra especializada también ocupa personas sin ninguna experiencia que en un principio desempeñan oficios simples, pero que con el paso del tiempo pueden volverse duchos en el oficio y así aspirar a un mejor ingreso. Ya existe preocupación en el sector cafetero porque en época de cosecha escasean los recolectores; estos prefieren trabajar en las grandes obras de infraestructura que se adelantan en distintos frentes del territorio nacional, atraídos por un empleo estable, prestaciones, seguridad social y demás arandelas.

La construcción de viviendas de interés social, incluidas las de la piñata oficial, genera desarrollo en las comunidades de los estratos bajos y suman en la cifra de metros cuadrados construidos, para colocar este renglón de la economía como el que más jalona en las cifras del DANE. En el área urbana de Manizales quedan pocos espacios disponibles para construir y por ello empiezan a tumbar casas en perfecto estado para remplazarlas por grandes edificios; el barrio Guayacanes es un ejemplo de ello, donde en los últimos años se ha repetido esa situación en varias oportunidades.

Siempre se ha dicho con cierta gracia que en nuestra ciudad hay que construir primero el lote y la verdad inician obras en unas pendientes que en un principio nadie puede creer que sea posible, pero la ingeniería local tiene claro cómo aprovechar hasta el último rincón del área disponible. Por ello es común ver residencias que presentan dos pisos por el frente, mientras que por detrás pueden tener cuatro o cinco. De unos años para acá se ha ido poblando el área adyacente a la avenida Alberto Mendoza, terrenos que no parecían servir ni para criar ganado porque se rueda, y sin embargo muy pronto no habrá dónde pegar un ladrillo más en esa zona.

Chiquitos nos llevaban los domingos a las mangas de La Florida a correr y a tirar piedras en la quebrada. Aparte del Seminario, la finca del Arzobispo y otras pocas casas campestres, el resto eran potreros dedicados a la lechería. Da tristeza ver que del verde poco queda y en cambio hay un boom de la construcción que asombra a cualquiera. Ya un poco más lejos están los proyectos vecinos a San Bernardo del viento, y otros más retirados, de los cuales envidio el clima y el entorno de plataneras y cafetales. 

Antes se decía…

Hoy en día debemos tener cuidado al conversar porque se han impuesto una cantidad de eufemismos que remplazan las palabras con las que nos criamos, las mismas que en su momento se pronunciaban sin querer agraviar a nadie en particular. Antes hablábamos sin misterios y como cada quien tenía un oficio o condición, a él nos referíamos con el vocablo preciso, sin buscar molestarlo u ofenderlo. Claro que el idioma ha evolucionado con el paso del tiempo, pero cuando alguien prefiera usar las palabras de antes nadie debería incomodase.

Porque ahora resulta que si uno se refiere a un negro lo tachan de racista, de excluyente e inhumano. Así el fulano sea azabache como un carbón, la palabra que corresponde a ese color es prohibida y para remplazarla están afroamericano, si es en Gringolandia, y afrocolombiano para el paisano nuestro; también aceptan referirse a comunidad afro o afrodescendiente. En todo caso dígale morocho, de pelo quieto o como quiera, pero no mencione el color aquel porque se lo traga la tierra. No es lo mismo si un fulano de raza blanca visita la costa pacífica y un nativo se refiere a él como blanco; ahí no pasa nada.

Antaño en las casas de familia contrataban dos empleadas, para la cocina y el oficio de la casa, conocidas como cocinera y entrodera; pero en general todos se referían a ellas como las sirvientas. Hoy son empleadas domésticas, asistentes del hogar, mucamas y a la encargada de preparar la comida le dicen dizque manipuladora de alimentos. No entiendo por qué si estas mujeres lo que hacen es servir, se sienten ofendidas y atropelladas si las llaman sirvientas. Toda la vida se le ha dicho chofer a quien conduce un vehículo, pero con más énfasis a los encargados de desempeñar ese oficio. Ahora son conductores o profesionales del volante, sin importar que se trate de un guache con camiseta esqueleto, tatuajes y aretes, quien sintoniza en su taxi champeta y reguetón.

Desde siempre se le dijo niño al individuo hasta los doce años, luego era conocido como púber cuando presentaba bozo e’lulo, la cara llena de barros y espinillas, y pollironco por el cambio en la voz; a esa etapa de la vida le dicen “caca de gato”, porque los mocosos de ambos sexos se tornan detestables, feos y antisociales. Luego entraba a la adolescencia al cumplir quince años y empezaba a sentirse grande, el cuerpo embarnecía y se referían a él como piernipeludo. Mientras tanto con las muchachitas la cosa era más complicada, porque las unas lloraban por tetonas y las otras porque parecían una tabla; la que tenía el pelo liso lo quería encrespado, y viceversa; unas por gordas, otras por flacas, por altas, por paturras… Pues ahora saltan de infantes a gomelos y les dicen niños hasta los 30 años.

Toda la vida a quien tenía preferencias sexuales diferentes se le decía marica, ‘del otro equipo’, dañao, loca o mariposo. En cambio hoy la lista de eufemismos para referirse a ellos es extensa y ¡ay! de quien se atreva a llamarlos de manera diferente. Con los defectos físicos sí que toca tener cuidado, porque es como si el ofendido fuera a empeorar su condición por la manera como lo nombran. Ya no es tullido sino minusválido o discapacitado; el ciego es invidente; el sordo discapacitado auditivo; el boquinche o boquineto padece es de labio leporino y paladar hendido. Lo que es ahora la Clínica siquiátrica se llamó siempre manicomio y donde acogen a los viejitos era conocido como ancianato. Así hablábamos antes, sin tapujos ni misterios.

Indignación general.

A diario suceden en nuestro país hechos que nos hacen hervir la sangre de la ira, debido a que son el colmo del irrespeto, el abuso del poder, el cinismo y la inoperancia de la ley. Para fortuna de los implicados cuando su caso crea polémica e indignación, y atrae a los medios por tratarse de amarillismo puro, muy pronto se presenta otra situación que se roba la atención y desbanca todo lo sucedido con anterioridad. Mientras tanto esos asuntos que pasan a segundo plano son arreglados bajo la mesa, donde abogados torcidos negocian con jueces y familiares las condiciones para que el castigo que reciba su cliente sea el mínimo y en las mejores condiciones.

Estoy seguro de que la mayoría de quienes vimos los videos donde un zambo que esgrimió como inmunidad ser dizque familiar de un expresidente, y que quiso atemorizar a los agentes de policía que intervinieron para controlar sus desmanes, soñamos en ese momento con darle una pela para que deje de ser prepotente y altanero. La manera de comportarse, el lenguaje vulgar y despectivo que utilizó para dirigirse a los representantes de la ley; atreverse a palmotearlos en la cabeza y golpearlos en el pecho, y la osadía de amenazarlos de muerte en compañía de sus familiares, es un comportamiento que no puede quedar impune.

Viene a la memoria entonces el concejal aquel de un municipio cercano a la capital a quién encontraron a media mañana dormido en su camioneta. En vez de acatar los requerimientos de los agentes que lo abordaron, prefirió protagonizar una persecución de película por calles y avenidas sin importarle que dispararan a sus neumáticos, hasta llegar a un cuartel del ejército donde busco refugio convencido de que se saldría con la suya. Y qué tal el senador Merlano que al verse pillado conduciendo su vehículo con unos tragos entre pecho y espalda, sale a refregarles a los policías que lo detuvieron que por él votaron cincuenta mil ciudadanos en las más recientes elecciones, lo cual supuestamente le da licencia para hacer lo que le venga en gana.

Envenena el espíritu ver un caso como el del piloto comercial que al manejar bajo los efectos del alcohol, sumado a la alta velocidad, causa un accidente que deja cuatro muertos de una misma familia; para agravar lo sucedido el tipo no ayuda a los heridos y mejor detiene un taxi y se larga para su casa, como si no hubiera pasado nada. Esto le da tiempo para conseguir un abogado mañoso y torcido, que los hay por montones, para que planee una estrategia que lo beneficie. Y como la necesidad tiene cara de perro, arreglan con dinero a los familiares de las víctimas a cambio de que desistan de sus exigencias.

Ahora nos enteramos de que el guache ese Gaviria fue dejado en libertad con una llamada de atención como única sanción, después de haberlo visto el país entero cometer todo tipo de agresiones físicas y verbales contra los agentes del orden. Cualquier ciudadano de a pie pensará entonces que puede insultar policías, cachetearlos, empujarlos, humillarlos, amenazarlos de muerte y no va a pasar nada. Pues que a nadie se le ocurra, porque aquí los ciudadanos no somos tratados de la misma manera; una cosa son los poderosos y sus allegados, y otra muy distinta el resto de la población. Influyen el estrato social, el grado de escolaridad, la condición económica, los contactos que tenga y demás arandelas. País de locos este donde cualquier patán se cree con derecho a pasar por encima de la ley. 

Memorias de barrio (10).

A mediados del siglo pasado montaban una feria agropecuaria donde queda ahora el velódromo de la universidad de Caldas. Muy pronto nos percatábamos de que algo hacían en ese lote, porque mientras recorríamos el barrio Estrella en busca de algo para hacer veíamos pasar camiones con materiales y con trabajadores, y de inmediato salíamos disparados para allá a patiarnos los trabajos de adecuación. Recuerdo que era un coliseo prefabricado que armaban de manera provisional, por lo que en esas nos pasábamos todos los días que durara el evento hasta que volvieran a desbaratar la estructura.

Se trataba de una edificación circular con una pista en el centro donde exhibían los ejemplares de concurso, rodeada de pesebreras y corrales para acomodar todos los animales. Era mucha la felicidad nuestra, unos mocosos chiquitos, pasear por los corredores mientras tocábamos esos toros imponentes que rumiaban echados en sus pesebreras; igual si nos dejaban cargar un conejo o un curí, una cría de cabra, un cachorro cualquiera. Los vendedores ambulantes ofrecían productos del campo como miel de abejas, alfandoque, arequipe, dulce de brevas y mil delicias por el estilo, las cuales disfrutábamos al recibir las degustaciones.

Otra entretención que acostumbrábamos cuando nos veíamos sin programa era caminar hasta la Clínica veterinaria de la Universidad de Caldas. Desde mi ventana puedo ver hoy sus modernas instalaciones y celebro que perdure aún algo de la antigua edificación; la misma que recorríamos a gusto sin que nadie impidiera nuestro desplazamiento. Entrábamos entonces como Pedro por su casa y empezábamos a ver los cubículos ocupados por los pacientes en recuperación: un caballo con una venda en la pata, la vaca recién operada, una ovejita que balaba sin pausa y el marrano padrón que buscaba la manera de salirse. También había dos jaulas grandes que acogían gran cantidad de perros y gatos; separados, por supuesto.

Calculo que fue en 1963 cuando llegamos a vivir a La Camelia, un barrio incipiente localizado prácticamente en las afueras de la ciudad, ya que después no quedaba sino el Batallón y pare de contar. Por lo tanto caminábamos mucho por la avenida Santander para visitar amigos o hacer algunas compras, pero una costumbre de todos era no más salir, conseguir un palito para rastrillarlo en la reja que protegía la casa quinta La Lucía, localizada donde queda hoy un exclusivo vecindario al que se ingresa por el edificio Quintanar. Después seguía la extensa reja que cerraba el antiguo hospital, que ocupaba el lote donde están hoy el edificio de La Luker y el centro comercial Cable Plaza. Ahí nos dábamos gusto al correr y producir el rítmico golpeteo.

Otra caminada corriente era subir hasta los tanques del acueducto en Niza, recorrido que hacíamos despacio mientras disfrutábamos del entorno; las viviendas en ese sector podían contarse en los dedos de las manos. Unas dos cuadras antes de llegar al terminal de buses, que funcionaba entonces donde se acaba la avenida, quedaba La nueva China, única tienda existente por ahí para comprar mecato; claro, si teníamos con qué. Después seguía el mejor programa que consistía en empinarnos para lograr ver el interior de la embotelladora de Coca Cola, donde miles de botellitas, envase único en esa época, eran llevadas en la banda transportadora mientras una máquina las llenaba y otra les ponía la tapa. Eso parecía un milagro y se nos chorreaban las babas al ver semejante derroche de un producto que era inalcanzable para nuestro presupuesto. Esa empresa dejó de embotellar ahí desde hace casi cincuenta años y todavía hoy es sitio de referencia para el sector. ¡Increíble! 

Añoro la recepcionista.

Escasas son las entidades o empresas donde aún puede uno llamar por teléfono y que le conteste una persona de carne y hueso, quien atiende su inquietud y de ser necesario lo comunica con la persona indicada. Así era en todas partes hasta hace relativamente poco, cuando todavía existían las recepcionistas, esas mujeres cálidas y simpáticas que con su amabilidad hacían llevadera la espera que fuera necesaria. Uno llamaba por ejemplo al banco y quien contestaba lo saludaba por su nombre, le hacía algún comentario agradable y después lo comunicaba con el funcionario encargado de atender su caso.

Siempre que en una conversación se toca el tema de los empleos que han sido remplazados por máquinas, esgrimo como ejemplo el de recepcionista para demostrar que no siempre es más efectivo el sustituto electrónico. Porque nada más detestable que esos aparatos de ahora que responden llamadas y lo pasean a uno por menús y opciones, los cuales por extensos que sean nunca tienen precisamente el asunto que uno quiere plantear. La más reciente experiencia al respecto la tuve cuando el sistema de marras me hizo saltar chispas, con el agravante que al final no logré solución alguna.

El banco hace el pago automático de facturas de servicios públicos, efectivo sistema que solo requiere confirmar en el extracto la operación, porque de vez en cuando se presentan inconvenientes y a quien no esté pendiente pueden suspenderle el servicio por falta de pago. Eso me sucedió hace poco con la factura del gas y solo me di cuenta cuando llegó acumulada con la del mes siguiente, la cual advertía además que de no pagarla en la fecha establecida, sería cortado el suministro unas horas después. Entonces procedí a llamar a la empresa para que me explicaran cuál era el problema, pero me respondió una grabación que ofrecía un extenso menú, aunque ninguna de las opciones servía para lo que yo necesitaba. Después de saltar de tecla en tecla pude comunicarme con un asesor.

Ahí toca oír una sarta de publicidad institucional hasta que por fin contesta un ser humano, con un sonsonete que no se entiende ni la mitad de lo que dice. Después de presentarse suelta una retahíla acerca de la empresa y sus servicios, y por último pregunta con quién tiene el gusto de hablar. Entonces aprovecho que suelta la palabra para decirle mi nombre y desembuchar la inquietud que tengo, y cuando espero una respuesta clara y precisa el tipo pregunta por el número de cédula. También quiere saber la dirección completa, la ciudad donde resido, el número del teléfono celular y del fijo, para después preguntar por el motivo de mi llamada.

No queda sino repetirle el cuento y entonces pide que espere mientras hace unas consultas, para retomar a los cinco minutos y agradecerme por permanecer en la línea. Indaga por más detalles y se ausenta de nuevo, siempre muy educado porque agradece la espera, hasta que informa que el problema es del banco, que ellos no pueden hacer nada. Repito la llamada al servicio al cliente del banco y la historia es la misma, porque el asesor asegura que eso le corresponde a la empresa de gas. Después de repetir varias veces el ejercicio y que los del gas insistan en que no pueden solucionarlo, mi mujer va al banco y pregunta por la persona encargada de ese tema específico, pero la atiende un asesor quien la convence de que el problema es de la empresa de gas. Resolví mandarlos a todos pa’l carajo y pagar la factura en efectivo. ¡Que coman harta…!

Somero balance.

En varias oportunidades he oído decir que muchos de quienes han pertenecido al grupo de trabajo del actual alcalde lo califican como un buen administrador y ejecutivo, pero pésimo en el trato a sus subalternos. Eso habla mal del doctor Rojas, como persona, pero deja tranquilos a sus electores y a quienes habitamos esta ciudad. No voté por él porque desde el inicio de campaña apoyé a Héctor Pinilla y así se lo hice saber a quién me anunció visita del candidato Rojas para hablarme de su programa de gobierno. Durante la reunión sostuvimos una charla amena e interesante, pero desde antes de empezar les recordé que ya tenía decidido mi candidato.

Arrancó el período del alcalde Jorge Eduardo Rojas y en un principio la gente se preguntaba si acaso no teníamos a nadie al mando de la administración municipal, porque el nuevo burgomaestre ni sonaba ni tronaba; no se veían obras, la ciudad parecía en un sopor y solo noticias de relevos de funcionarios se generaban en el edificio de la alcaldía. Lo único visible eran los recorridos por los barrios, donde en una especie de concejo comunitario les resolvía a los habitantes sus problemas prioritarios; algo populachero, del estilo de los que hacía Uribe por todo el país.

Con el tiempo empezaron a materializarse las obras ejecutadas por el alcalde y definitivamente su imagen comenzó a ganar puntos ante la opinión general. Los trabajos realizados detrás de Caldas Motor, con puente incluido; la ampliación de la glorieta de La Autónoma y el puente para conectar la vía de la universidad con la avenida, le dieron a ese sector de la ciudad dinamismo y fluidez. El Parque del agua le cambió la cara a la ciudad, por estar ubicado en uno de sus ingresos, además de darle a la ciudadanía un lugar de encuentro y esparcimiento.

Pasé a principios de diciembre por la avenida Centenario, desde el Hospital Santa Sofía hasta La Pichinga, y al ver las obras todavía en pañales critiqué al alcalde por dejar todo para última hora, porque estaba seguro de que pasaríamos Navidad y ferias con esos trabajos en obra negra. Pues debí tragarme mis palabras porque quince días después todo estaba terminado, con jardines en los separadores, amplios andenes y el mobiliario necesario. Eso me pasa por opinar sin conocer el tema; mejor dicho, por sapo.

En la avenida del centro empezaron una obra muy importante para descongestionar tráfico hacia la avenida Kévin Ángel; por fin reinician trabajos en el proyecto de San José; en el sector donde resido -Sancancio, Palermo, La Camelia-, han realizado más de 50 reparaciones en las vías; y sin duda se nota que en la ciudad hay inversión. Lamentable que el alcalde Rojas no continuara con la red de cables para movilizar a los manizaleños, pero eso sí, en lo que resta de su mandato esperamos que ponga a funcionar ese elefante blanco del cable a Los Yarumos.

Este año escogemos nuestro próximo alcalde y es deber de todos lograr que los candidatos se comprometan a continuar el sistema de cables para conectar los distintos sectores de la ciudad. No hay que ser urbanista para saber que por su topografía nuestra ciudad no tiene opción diferente para solucionar el problema del transporte masivo, además que el sistema de cables tiene muchas ventajas adicionales: cero emisiones, sin ruido ni congestiones, además de ser atractivo turístico. Llegó la hora de que nos revelemos ante la influencia que tienen los transportadores sobre el Concejo municipal, lo que lograremos al apoyar el candidato que se case definitivamente con ese proyecto.

Educación y formación.

Con frecuencia me pregunto cómo se comportarán los niños, adolescentes y jóvenes de ahora cuando medie el siglo, porque serán los primeros que se criaron en un ambiente muy diferente a lo conocido hasta ahora. Claro que a todas las generaciones nos ha tocado vivir cambios en diferentes aspectos -cultural, tecnológico, social, religioso, etc.-, pero lo que vemos en la actualidad promete reflejarse notoriamente en la forma de ser y de comportarse de las personas. El sedentarismo causado por la tecnología, que permite interactuar con los demás sin salir de la casa, deberá reflejarse en el desarrollo físico y mental del individuo.

En las últimas décadas del siglo pasado las mujeres empezaron a prepararse y a ingresar al mercado laboral, como una forma de liberación y además para aportar al ingreso familiar, y desde entonces muchos retoños han sido criados por las empleadas domésticas; llámese aya, niñera, nodriza, institutriz o entrodera, se trata de una mujer que aplica las normas y pautas que crea convenientes, las cuales seguro serán muy diferentes a las que recibiría el niño bajo la tutela de los padres. Ella le dará gusto al mocoso en todo, por facilismo y para conservar su empleo, por lo que el infante se criará a boca qué querés, comerá solo lo que le provoque, no colaborará en nada, será mal expresado, no sabrá comportarse en la mesa, tendrá pésimos modales y demás detalles por el estilo.

Como ambos progenitores llegan tarde del trabajo se derriten por demostrarle su amor al pequeño, lo llenan de mimos y regalos, a ver si mitigan el remordimiento que sienten por no haberlo visto durante todo el día; además, porque saben que el tiempo para disfrutar con él será corto debido a que pronto será hora de dormir. Los niños son manipuladores por naturaleza y en muchos hogares se hace lo que ellos dicen; esos infantes crecen sin conocer límites, acostumbran desesperar a los adultos con tal de alcanzar un objetivo y por ende desconocen el valor del dinero. Nunca reciben un no como respuesta y muchas veces piden cosas con el único objeto de medirles el aceite a los papás.

Se equivocan quienes piensan que basta matricular al retoño en el mejor colegio y después en una universidad de prestigio para que sea una persona íntegra y bien estructurada; sin duda desconocen la diferencia entre educación y formación. Ni los mejores centros educativos ni los profesores más prominentes podrán remplazar lo aprendido en el seno familiar; ejemplo de los padres, enseñanzas, orden, sentido del deber, disciplina, principios y educación en general. Quienes crecimos en familias numerosas aprendimos de jerarquías, supimos defender nuestros derechos, tuvimos con quien entretenernos y pasar buenos momentos, y con ellos mismos peleamos, competimos, discutimos, conciliamos, rivalizamos, etc. Interactuar con la familia es muy importante en la formación de los individuos, situación que tiende a desaparecer gracias a que la tecnología se ha encargado de aislar a las personas, quienes embebidas en sus dispositivos electrónicos viven desconectados de la realidad.

En la actualidad se ven comportamientos irregulares en la juventud, como la falta de respeto hacia maestros, autoridades y personas mayores; antaño era impensable amenazar un profesor, golpear un policía o insultar a un viejo. Eso lo aprendíamos desde la cuna. Otra cosa es que ahora los padres somos  proteccionistas y eso hace a los hijos inseguros y dependientes, y queda la pregunta de cómo van a defenderse cuando no tengan a quién recurrir. Seguro los cambios conductuales serán muchos y notorios, porque el revolcón de la humanidad en este tercer milenio ha sido contundente.

Teléfonos inteligentes.

No mijo, yo no estoy en contra de la tecnología y por el contrario, a diario me descresto más con las novedades que aparecen. Lo que pasa es que hay unas vainas que me sacan la piedra, porque usted sabe que los de mi generación no crecimos con tanta tecnología, sino que nos la vinimos a topar ya entraditos en años. Seguro usted no podrá imaginase el mundo sin teléfonos celulares, mientras que a mí se me chorrearon las babas cuando conocí esas primeras panelas que por cierto solo servían para hacer y recibir llamadas; el hecho de que un teléfono funcionara sin estar conectado o que uno pudiera comunicarse, por ejemplo, desde un carro en movimiento, fue un invento que revolucionó todo lo conocido hasta entonces en materia de comunicaciones.

Fíjese que ahora que me regalaron este teléfono inteligente a diario me enguaralo con él, porque tiene muchas vainas que no necesito. Cada rato salen en la pantalla avisos y advertencias, y es por eso que lo llamo con tanta frecuencia para que me socorra; además están las inquietudes y dudas que anoto para cuando venga a visitarnos. Porque si no fuera por usted, me tragaría la tierra. Si hasta me da risa cuando, después de revisarlo, suelta una carcajada mientras me pregunta por qué cerré esto, cuándo pienso actualizar aquello, quién me dijo que desactivara lo otro y mil procedimientos por el estilo. Hoy le confieso que cuando me explica con detalle cada cosa, para qué sirve y cómo funciona, me hago el que entiende para salir del paso, pero es como si me hablara en ruso.

Y vuelve a preguntar cuáles de las 400 mil aplicaciones disponibles quiero y le repito que ninguna, que lo único que aspiro es poder llamar y chatear, que por cierto me parece el mejor invento porque soy malito para hablar por teléfono. Y como escribir en ese teclado tan chiquito es mamón, además que sin gafas no veo si quedó bien redactado, agradezco que me haya enseñado a presionar ese micrófono y grabar el mensaje; porque para conversar sí me tengo confianza. Otra cosa que me desespera es que la pila no dura nada; cada rato toca buscar dónde recargarla y la verdad es que nuestras viviendas no están dotadas de los enchufes necesarios para conectar tanto cachivache.

Por fortuna tengo pocos contactos y lo utilizo solo para lo estrictamente necesario, porque le cuento pues que su mamá se volvió adicta a ese cacharro; pertenece a un mundo de grupos y esa vaina empieza a pitarle desde que abre el ojo hasta la media noche, y mientras chatea se concentra de una forma que le digo pues que pueden sacarle las cordales y no se da cuenta. Y qué tal ahora con esa red social en la que comparten fotografías; eso sí es gustarle a su mamá ver fotos, y como el contenido es infinito porque ahora todo el mundo anda con el celular a la mano listo para retratar todo lo que se atraviese, mejor dicho…

Lo único cierto mijo es que nos tenemos que poner las pilas para no dejar que estos aparatos nos absorban, porque mire usted cómo nos vemos a veces los tres sin dirigirnos la palabra mientras cada uno revisa o teclea en su teléfono. Lo más sano es que cuando nos reunamos les quitemos el sonido y en caso de entrar una llamada importante, que quien la reciba se retire a otra habitación para conversar, ojalá en voz baja. ¡Ve!, siquiera me acordé, venga y me explica por enésima vez esta joda…