Profunda huella marcó en su paso por la vida don Aurelio Restrepo Jaramillo, e inmenso debe ser el homenaje que la sociedad de Manizales habrá de rendir a su memoria. Para el gremio de los comerciantes queda un ejemplo digno de imitar, ya que pocos como él hicieron de esa profesión toda una institución. A diferencia de ahora que se requieren tantos requisitos para alcanzar el éxito profesional, nuestros viejos han sido paradigma de honestidad, trabajo y responsabilidad, además de exitosos, sin haber siquiera completado los estudios básicos.
Cuenta mi papá que el primer compañero que recuerda haber tenido en su niñez fue Aurelio, ya que ambos residían en el barrio El Hoyo y como tenían la misma edad, compartían con sus amigos de cuadra los juegos y las pilatunas tradicionales. Tiempo después, cuando mi padre iba a cine al viejo teatro Manizales, ubicado en la carrera 20 con calle 24, se reencontró con su amigo que todavía de pantalón cortico vendía confites y mecato en un cajón que acomodaba en su cintura.
En el hogar de Aurelio eran varios hermanos y debido a la muerte del padre, todos debieron colaborar para ayudar a una mamá que hacía ingentes esfuerzos para el sostenimiento económico de la familia. Por ello el muchacho desde pequeño aprendió a defenderse y comenzó haciendo mandados en las oficinas de personajes importantes de la ciudad, donde conoció gente y empezó a asimilar el mundo del comercio y de los negocios. Después de muchos años de esfuerzo y dedicación por fin abrió su propio almacén de electrodomésticos, el cual orgullosamente lleva su nombre y hoy sigue siendo símbolo de garantía.
El primer local que recuerdo estaba ubicado enseguida del Banco de la República, al frente de donde quedaba el Almacén Artístico de don Evelio Mejía (decano de los comerciantes manizaleños), donde además de los mencionados electrodomésticos también vendía discos de larga duración; o long plays que llamábamos. Ahí se la pasaba en la puerta en compañía de su vendedor, Gustavo Mejía, hijo de Evelio. Por cierto, a pesar de la diferencia de edad eran muy parecidos: bajitos, simpáticos, escasos de pelo y amables como ninguno.
Difícil encontrar una persona más hábil para los negocios que Aurelio Restrepo. Donde ponía el ojo encontraba una opción de hacer dinero y aunque su cuartel siempre fue el almacén, incursionó en otros campos sin tener conocimientos o estudios previos. Fue así como en la bonanza de la construcción que empezó a principios de los años 80, se lanzó a levantar un edificio para vivir con su familia, destinó otros apartamentos para los hijos que estaban casados y el resto los puso a la venta; y como de éso sí sabía, le bastaron los planos para asegurar los clientes. Debido al éxito del primer experimento siguió con otro, y así hasta completar 19 edificios de apartamentos construidos con plata de su propio bolsillo, sin adquirir deudas y todos con las mismas características: espacios amplios, bien terminados, cómodos y de buen gusto.
No solo llegó a ser socio del Club Manizales sino que presidió esa institución durante muchos años, administración que sin duda será de grata recordación. Le gustaba viajar a Miami, siempre al mismo hotel, a visitar los mismos centros comerciales y seguir una idéntica rutina, y aunque le insistían que había diferentes opciones, era llevado de su parecer y repetía de nuevo el paseo. Hasta sus últimos días, muy cerca de los 80 años, arrancaba solo en el carro para Medellín o Cali a comprar matas para la finca o a negociar mercancía para el almacén; y que nadie le preguntara dónde andaba o qué estaba haciendo.
Son miles las anécdotas que existen con respecto a don Aurelio y casi todas coinciden en su generosidad, su don de gentes y ese humor espontáneo. Hace poco entró al almacén una mujer humilde a darle el pésame a Juancho, el hijo que trabajaba con él, y le contó que hace más de 20 años don Aurelio le entregó un electrodoméstico con la sola promesa que mensualmente le llevaría una cuota convenida; y ni siquiera le hizo firmar un papel.
Logró hacer de su finca “Jesús del río” un paraíso y se regodeaba comentando que no le faltaba detalle. Así consiguió que la familia compartiera unida y había que verlo cuando cortaba el prado con su tractor, revisaba los frutales acompañado de los perros, o inventaba alguna enguanda para poner a trabajar a José, el agregado. Cómo sería que en el velorio del patrón José no quería pasar de la puerta, y cuando le insistieron que entrara, dijo que ni riesgos porque con seguridad don Aurelio lo ponía a barrer.
Un día su amigo Luis José Restrepo le pidió ayuda para vender una propiedad y éso fue como con la mano, porque a los pocos días llamó a decir que le tenía la plata en efectivo. Luis José empezó a contar el dinero, el cual no estaba completo porque faltaba lo correspondiente a la comisión de Aurelio. Entonces comentó que a él le parecía más elegante que le hubiera entregado todo el importe para después recibir su parte, a lo que el astuto comerciante respondió:-Hombre, es cierto que como vos decís es más elegante, pero no me cabe duda que la fórmula mía es más segura.
Cuenta mi papá que el primer compañero que recuerda haber tenido en su niñez fue Aurelio, ya que ambos residían en el barrio El Hoyo y como tenían la misma edad, compartían con sus amigos de cuadra los juegos y las pilatunas tradicionales. Tiempo después, cuando mi padre iba a cine al viejo teatro Manizales, ubicado en la carrera 20 con calle 24, se reencontró con su amigo que todavía de pantalón cortico vendía confites y mecato en un cajón que acomodaba en su cintura.
En el hogar de Aurelio eran varios hermanos y debido a la muerte del padre, todos debieron colaborar para ayudar a una mamá que hacía ingentes esfuerzos para el sostenimiento económico de la familia. Por ello el muchacho desde pequeño aprendió a defenderse y comenzó haciendo mandados en las oficinas de personajes importantes de la ciudad, donde conoció gente y empezó a asimilar el mundo del comercio y de los negocios. Después de muchos años de esfuerzo y dedicación por fin abrió su propio almacén de electrodomésticos, el cual orgullosamente lleva su nombre y hoy sigue siendo símbolo de garantía.
El primer local que recuerdo estaba ubicado enseguida del Banco de la República, al frente de donde quedaba el Almacén Artístico de don Evelio Mejía (decano de los comerciantes manizaleños), donde además de los mencionados electrodomésticos también vendía discos de larga duración; o long plays que llamábamos. Ahí se la pasaba en la puerta en compañía de su vendedor, Gustavo Mejía, hijo de Evelio. Por cierto, a pesar de la diferencia de edad eran muy parecidos: bajitos, simpáticos, escasos de pelo y amables como ninguno.
Difícil encontrar una persona más hábil para los negocios que Aurelio Restrepo. Donde ponía el ojo encontraba una opción de hacer dinero y aunque su cuartel siempre fue el almacén, incursionó en otros campos sin tener conocimientos o estudios previos. Fue así como en la bonanza de la construcción que empezó a principios de los años 80, se lanzó a levantar un edificio para vivir con su familia, destinó otros apartamentos para los hijos que estaban casados y el resto los puso a la venta; y como de éso sí sabía, le bastaron los planos para asegurar los clientes. Debido al éxito del primer experimento siguió con otro, y así hasta completar 19 edificios de apartamentos construidos con plata de su propio bolsillo, sin adquirir deudas y todos con las mismas características: espacios amplios, bien terminados, cómodos y de buen gusto.
No solo llegó a ser socio del Club Manizales sino que presidió esa institución durante muchos años, administración que sin duda será de grata recordación. Le gustaba viajar a Miami, siempre al mismo hotel, a visitar los mismos centros comerciales y seguir una idéntica rutina, y aunque le insistían que había diferentes opciones, era llevado de su parecer y repetía de nuevo el paseo. Hasta sus últimos días, muy cerca de los 80 años, arrancaba solo en el carro para Medellín o Cali a comprar matas para la finca o a negociar mercancía para el almacén; y que nadie le preguntara dónde andaba o qué estaba haciendo.
Son miles las anécdotas que existen con respecto a don Aurelio y casi todas coinciden en su generosidad, su don de gentes y ese humor espontáneo. Hace poco entró al almacén una mujer humilde a darle el pésame a Juancho, el hijo que trabajaba con él, y le contó que hace más de 20 años don Aurelio le entregó un electrodoméstico con la sola promesa que mensualmente le llevaría una cuota convenida; y ni siquiera le hizo firmar un papel.
Logró hacer de su finca “Jesús del río” un paraíso y se regodeaba comentando que no le faltaba detalle. Así consiguió que la familia compartiera unida y había que verlo cuando cortaba el prado con su tractor, revisaba los frutales acompañado de los perros, o inventaba alguna enguanda para poner a trabajar a José, el agregado. Cómo sería que en el velorio del patrón José no quería pasar de la puerta, y cuando le insistieron que entrara, dijo que ni riesgos porque con seguridad don Aurelio lo ponía a barrer.
Un día su amigo Luis José Restrepo le pidió ayuda para vender una propiedad y éso fue como con la mano, porque a los pocos días llamó a decir que le tenía la plata en efectivo. Luis José empezó a contar el dinero, el cual no estaba completo porque faltaba lo correspondiente a la comisión de Aurelio. Entonces comentó que a él le parecía más elegante que le hubiera entregado todo el importe para después recibir su parte, a lo que el astuto comerciante respondió:-Hombre, es cierto que como vos decís es más elegante, pero no me cabe duda que la fórmula mía es más segura.