Una señal inconfundible de que a uno le están entrando los años, es que no le provoca salir de noche a nada. Sin embargo hay algunos que por tener cierto grado de lagartería, no se pierden ningún tipo de ágape o espectáculo nocturno. Se le miden a cuanta inauguración, homenaje, coctel, celebración o concierto; y persiguen con denuedo al fotógrafo del evento a ver si logran mojar página social. Para mí es un sacrificio tener que salir de noche, excepto a partir del viernes y que le revuelvan traguito a la reunión. El fin de semana me pego para cuanta finca me inviten, a calentar los huesos y darle rienda suelta a la lengua.
Aunque trabajo en casa y no debo madrugar, evito tomar trago en semana. Me encanta que vengan los amigos para que hagamos tertulia un rato y luego a dormir. Una invitación a la hora del almuerzo tampoco es llamativa, porque uno se envicia a la siesta y el día que no puede disfrutarla es una tortura. Acude a un restaurante a cumplir un compromiso y seguro sirven el almuerzo una hora más tarde de lo acostumbrado; debe recibir dos o tres tragos, los cuales lo dejan como un zombi el resto de la tarde.
Desde que existe la forma de ver películas en casa no volví a cine, y menos de noche. Sale uno entelerido de frío, con soroche, se le pasa la hora de acostarse y seguro no pega el ojo. Además, le toca abrir la puerta del garaje porque el portero ya está dormido. A los conciertos tampoco le jalo, porque si los que están parados no alcanzan a ver al artista, qué voy a disfrutar yo aplastado en mi silla de ruedas teniendo como único panorama el fundillo de los de adelante. Llega a haber una asonada y ahí quedo arreglado, y me toca gritar como el mocho que estaba en el circo y se soltó un tigre: ¡No corran que es peor!
Ni hablar de los matrimonios. La mujer pone pirinola desde que faltan 2 meses para la boda mientras resuelve qué se pone de lo que le prestan las amigas, y uno con el problema de conseguir un esmoquin que le sirva; y pilas con quemarlo o echarse una copa de vino encima, porque le figura pagarlo. A no ser que la rumba sea campestre, con orquesta, buena comida y caldo de menudencias al amanecer.
Complicado trasnochar para quienes tienen niños en la casa, porque la madrugada al otro día es fatal. No importa si cuentan con empleada, ya que los menores quieren llamar la atención de sus papás a como de lugar. Mientras uno duerme hasta medio día, a ellos les toca preparar el primer tetero al ratico de llegar de la fiesta; porque eso sí, no es sino que usted vaya con buenas intenciones para que seguro se le pegue la aguja. Y si consigue quién se los invite a dormir esa noche, puede aceptarle si los devuelve mínimo a la hora de almuerzo, porque de lo contrario el favor queda a medias. Claro que con imaginación hay formas de apañarse para entretener los zambos.
Mi hermana Mónica hacía fiesticas en la casa cuando sus hijos estaban pequeños, y dejaba sobre el nochero un paquete de galletas de soda abierto y el control remoto del televisor. Cuando empezaban los chinos a las seis de la mañana a pedir desayuno y a abrirle los ojos a las malas, ella señalaba las galletas y les sintonizaba el canal preferido. Claro que a media mañana estaban los mocosos con hipo diciéndole que por favor les diera aunque fuera agüita.
Por fortuna cuando pasamos por esa etapa con nuestro hijo, estrenábamos la primera antena parabólica que hubo en la ciudad, en el condominio El Torrear, y a ese muchacho no era sino sintonizarle el canal de Disney y quedaba hipnotizado. A un amigo le gusta tomarse unas cervezas para aliviar el guayabo el domingo y después de almuerzo lo ataca un sueño irresistible. Cuando se acomoda para la siesta, se arrima el culimbo y le dice que vayan a jugar béisbol al parque. El hombre se niega, pero cuando el niño insiste no queda sino acceder. Y tire la pelota y el chino trate de darle; como es de complicado batear, que hasta a Rentería o Cabrera les da trabajo.
Pero el mejor cuento, omito el nombre del personaje porque todavía tiene guayabo moral, fue el papá que asistió solo a una fiesta el viernes en la noche, y prometió no demorarse porque la mujer debía trabajar a las 7 de la mañana del sábado y la empleada tenía libre. Preciso: el hombre se amaneció y llegó quince minutos tarde y como una billetera. La mujer se puso como una tatacoa (tan zalamera) y le advirtió que ahí quedaba el niño de dos años, y que no se podía dormir. En semejante rasca logró quitarse la piyama, prendió el televisor y se arriesgó a dormir un minutico. El muchachito sintió hambre, abrió la nevera y cogió el pote de arequipe y una cuchara. Cuando el papá abrió el ojo a medio día, estaba la cama completamente untada de arequipe y tenía la tapa pegada de su espalda. Yo me corto las venas, del remordimiento y del enmelote.
jueves, enero 26, 2006
No Me Inviten
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