Desde siempre han advertido que no hay nada más dañino para la educación de un niño que las contradicciones en su educación. Como cuando en la casa le marcan pautas y en el colegio las desvirtúan; o el papá le da permiso de dormirse más tardecito, pero la mamá dice que ni riesgos, que se va para la cama pero ¡ya! Y una muy común se presenta a diario porque los mayores le remachan al zambo a toda hora que nunca debe mentir, pero si llega un cobrador a tocar la puerta, el muchachito debe decir que su papi salió de viaje. Entonces cómo es la cosa, se preguntarán algunos al crecer: Todo, nada o la puntica no más.
En esas ando yo ahora, después de viejo. Y todo debido a que al representante de Dios en la tierra, el Sumo Pontífice, la figura máxima de la Iglesia Católica, el heredero de San Pedro, Su Santidad el Papa, le dio a estas alturas del partido por cambiar las reglas del juego a su antojo y parecer. Y aunque es claro que he sido contagiado por esa crisis de fe que prolifera ahora en el mundo católico, debido a múltiples razones expuestas en mis escritos, todo lo que tenga que ver con ese personajillo siniestro que huele a azufre me pone los pelos de punta.
Seguro van a pensar que soy miedoso, pero fíjese que no. No le temo a la oscuridad, a los muertos, a los ruidos sospechosos durante la noche, a las brujas y duendes, y mucho menos a los espíritus del más allá. Mejor acojo la teoría de que a los que hay que tenerles respeto es a los vivos. Pero así como puedo estar en la casa solo, sin luz y no se me da nada, no les pinto la gusanera tan espantosa que siento al ver una película donde aparezca el maligno en cualquier caracterización. Puede ser como un muchachito inocente, un caballero muy distinguido, un macho cabrío o un chandoso cualquiera, pero el caso es que basta que el tipo esboce una sonrisa maliciosa, el culicagao ponga cara de poseso, o a uno de los bichos le brillen los ojos, para que yo me ponga como una lechona: arrozudo.
Con seguridad ese trauma viene de mi primera infancia. Tengo por allá refundido en la memoria el recuerdo de una empleada del servicio que me encerró en un cuarto oscuro, para que viniera el diablo y alzara conmigo para los profundos infiernos. No sé quién fue, ni donde, ni cuando, pero estoy seguro de que tuvo que haber sucedido, porque esa vaina nunca pude superarla. O a lo mejor fue durante la catequesis, en la preparación para la primera comunión, cuando me metieron terror con las penas que deben sufrir los cristianos que no respetan los diez mandamientos.
Ya en la adolescencia, edad en que uno no cree ni en los rejos de las campanas, mi madre me sacó del colegio por maqueta y a modo de castigo quedé matriculado en el Seminario Menor para ver si Monseñor Mario Isaza, quien era el rector, era capaz de domarme. Pues por la pica me rebelé y no le paraba bolas a ninguna clase, hasta que el cura encargado de dictar Español logró interesarme en la materia y al poco tiempo me aficioné a ir a la biblioteca del Seminario Mayor, localizado ahí enseguida, donde había unas joyas de libros de la literatura universal que coparon toda mi atención.
Y fue hasta que di con La Divina Comedia para quedar otra vez aterrorizado, después de conocer el recorrido que le hizo el poeta Virgilio a Dante, el autor del libro, por el tenebroso averno. Qué cosa más espantosa. Haga de cuenta como un guía le muestra a otro las instalaciones de una fábrica, estos dos personajes recorrían los diferentes anillos y allí reconocían a fulano y a zutano, quienes aprovechaban para relatar su historia y mandarle razones a los seres queridos. Entre más bajaban peor era la condición de los condenados, y yo no podía dejar de pensar si llegaba a estirar la pata en qué nivel me iba a tocar.
Claro que tenía muy presente las peregrinaciones del maestro Feliciano Ríos, el personaje creado por mi abuelo Rafael, para no ir a caer en la trampa de la entrada al infierno, que se lleva por los cachos las del cielo y el purgatorio. Porque Satanás tienta las almas débiles con mujeres alegres y varoniles danzarines, pólvora, aguardiente, músicos y fritanga, y uno por allá bien desubicado con seguridad cae facilito.
Pienso hacerme un lavado de cerebro y echar en saco roto la más reciente intervención Papal al respecto. Mejor le creo a Juan Pablo II, que sin duda tiene mejor imagen que el desacreditado Ratzinger. Porque si el primero dijo muy clarito hace unos años que ni el infierno ni el diablo existen como tal, no veo por qué viene Benedicto a contradecirlo de esa forma. A lo mejor es que hay mucha deserción entre la clientela últimamente y entonces recurre al método que durante dos milenios a dado tan buenos resultados: el terror al fuego eterno. Pero lo que es yo, a partir de hoy no les como cuento. ¡Ni por el diablo!
pmejiama1@une.net.co
martes, febrero 26, 2008
martes, febrero 19, 2008
Y sigue el espectáculo.
El problema que enfrentamos con la situación de los secuestrados, la intransigencia de la guerrilla, la inoportuna intervención de la parejita que sabemos, la inamovible posición del gobierno, la desmedida divulgación por parte de la prensa, la opinadera desde todas las latitudes y el correveidile de las gentes del común, han convertido el asunto en un espectáculo que se quisieran en Broadway. Porque no debe ser fácil conseguir una obra, como el sainete que vivimos en Colombia, que mantenga la expectativa de los espectadores, dé para muchas presentaciones y además agote la boletería.
Son tantos y tan espectaculares los hechos que se presentan a diario que las noticias de ayer pierden interés, y no alcanza a analizarse un suceso cuando aparece otro que lo opaca, lo minimiza y se encarga de mandarlo al archivador. Entonces la gente opina y hace cábalas, reza, reniega y vitupera. Y así como hay unos que encaran el asunto con frialdad y tratan de ser imparciales, otros dejan aflorar su fanatismo y no aceptan opinión distinta a la propia. Las obscenidades son el lenguaje más utilizado y los odios calan en el populacho hasta convertir el asunto en una peligrosa bomba de tiempo.
Pero sin duda el argumento de este show que más contribuye a que la obra tenga aseguradas muchas presentaciones, es el asunto de la entrega de los secuestrados, a puchitos, gracias a las mágicas gestiones del chafarote vecino y su escudera de turbante. Con la consabida trinca que tienen montada con los bandoleros, donde se intercambian favores y halagos, y sabedores de la voracidad de la prensa hablada y escrita para darle seguimiento a sus montajes, aprovechan el dolor de quienes sufren en carne propia el martirio del secuestro para representar los distintos actos de tan aberrante obra de terror, dolor y martirio.
Cualquiera que tenga nociones básicas de matemáticas podrá calcular cuánto va a durar la función, si aproximadamente cada mes y medio van a liberar a tres secuestrados, y en total tienen unos setecientos cincuenta en su poder. Primero sueltan el runrún que el turno es para fulano, zutano y mengano; luego vienen las declaraciones del populachero de marras o de la negra repelente; sigue el consiguiente viaje de familiares a Caracas para que los presenten en los noticieros, programas de opinión, diferentes entrevistas y asistan al inmamable “Aló presidente”, donde el sátrapa hace chistes flojos, insulta al Presidente Uribe, denuesta contra los gringos, bravuconea, amenaza y perora durante horas mientras un ejército de áulicos aplaude y celebra sus impertinencias. Después la lora con la vaina de las coordenadas; luego el cuento que el ejercito colombiano se atravesó en la operación; la escogencia de la comitiva que acompaña la misión, la cual por cierto se les redujo a unos cuantos pelagatos porque pocos se le miden después del oso de Villavicencio; para que por fin los televidentes puedan chocoliar al ver el feliz reencuentro de quienes ante la posibilidad de recuperar a sus seres queridos, se prestan para lo que sea necesario y sin chistar.
Suerte picha la de nosotros que con tantos problemas internos nos tengamos ahora que aguantar la estupideces y locuras de semejante vecino. Y nada más peligroso que un enajenado mental con el poder que da el dinero, quien con su discurso populista y patriotero influye en las mentes ignorantes y a la vuelta de nada podemos resultar enfrentados en un conflicto bélico. Los de allá por seguir a su ídolo, todo de rojo hasta los pies vestido, y los de acá por darle escape a un odio que crece a medida que el dictadorzuelo le echa leña a la hoguera. No nos faltaba sino éso. Dos países bien jodidos y atrasados, enfrascados en una pelea que se inventó un patán con ínfulas de libertador. Lo peor es que ante la supremacía armamentista de Venezuela, nos tocará pedirle cacao a los gringos que hartas ganas le deben tener a Chávez, pero que no pueden callarle la boca y quedársele con el petróleo porque después de lo de Irak, el mundo se les viene encima. De manera que para ellos la disculpa sería perfecta.
Y como para que no le falte pimienta a nuestro diario acontecer, ahora viene el chicharrón de la segunda reelección de Uribe. Me pregunto cuál será la intención de sus promotores, porque no puedo creer que sea coincidencia que la hayan lanzado unos días después de la concurrida marcha, de la que tanto se insistió que no tenía color político. Y aunque no estoy de acuerdo con un tercer período, tampoco me extraña que les llame la atención medírsele si cuentan con el 83% de favoritismo. Más pendejos si no.
Ahora se inventaron otra marcha dizque porque quedó faltando el rechazo a los paracos y al ELN, pero me late que no tendrá los mismos resultados. Porque para muchos es un inconveniente asistir debido a sus ocupaciones, además de que quedan pendientes la del repudio a los jaladores de carros, los del paseo millonario, apartamenteros, violadores, estafadores, corruptos, los del fleteo, abigeos, ladrones de cuello blanco y tantos hijuetantas que andan sueltos. Lo más grave es que si como supongo, la marcha no convoca igual número de personas, van a decir que somos un país de paramilitares. Me parece verlos.
pmejiama1@une.net.co
Son tantos y tan espectaculares los hechos que se presentan a diario que las noticias de ayer pierden interés, y no alcanza a analizarse un suceso cuando aparece otro que lo opaca, lo minimiza y se encarga de mandarlo al archivador. Entonces la gente opina y hace cábalas, reza, reniega y vitupera. Y así como hay unos que encaran el asunto con frialdad y tratan de ser imparciales, otros dejan aflorar su fanatismo y no aceptan opinión distinta a la propia. Las obscenidades son el lenguaje más utilizado y los odios calan en el populacho hasta convertir el asunto en una peligrosa bomba de tiempo.
Pero sin duda el argumento de este show que más contribuye a que la obra tenga aseguradas muchas presentaciones, es el asunto de la entrega de los secuestrados, a puchitos, gracias a las mágicas gestiones del chafarote vecino y su escudera de turbante. Con la consabida trinca que tienen montada con los bandoleros, donde se intercambian favores y halagos, y sabedores de la voracidad de la prensa hablada y escrita para darle seguimiento a sus montajes, aprovechan el dolor de quienes sufren en carne propia el martirio del secuestro para representar los distintos actos de tan aberrante obra de terror, dolor y martirio.
Cualquiera que tenga nociones básicas de matemáticas podrá calcular cuánto va a durar la función, si aproximadamente cada mes y medio van a liberar a tres secuestrados, y en total tienen unos setecientos cincuenta en su poder. Primero sueltan el runrún que el turno es para fulano, zutano y mengano; luego vienen las declaraciones del populachero de marras o de la negra repelente; sigue el consiguiente viaje de familiares a Caracas para que los presenten en los noticieros, programas de opinión, diferentes entrevistas y asistan al inmamable “Aló presidente”, donde el sátrapa hace chistes flojos, insulta al Presidente Uribe, denuesta contra los gringos, bravuconea, amenaza y perora durante horas mientras un ejército de áulicos aplaude y celebra sus impertinencias. Después la lora con la vaina de las coordenadas; luego el cuento que el ejercito colombiano se atravesó en la operación; la escogencia de la comitiva que acompaña la misión, la cual por cierto se les redujo a unos cuantos pelagatos porque pocos se le miden después del oso de Villavicencio; para que por fin los televidentes puedan chocoliar al ver el feliz reencuentro de quienes ante la posibilidad de recuperar a sus seres queridos, se prestan para lo que sea necesario y sin chistar.
Suerte picha la de nosotros que con tantos problemas internos nos tengamos ahora que aguantar la estupideces y locuras de semejante vecino. Y nada más peligroso que un enajenado mental con el poder que da el dinero, quien con su discurso populista y patriotero influye en las mentes ignorantes y a la vuelta de nada podemos resultar enfrentados en un conflicto bélico. Los de allá por seguir a su ídolo, todo de rojo hasta los pies vestido, y los de acá por darle escape a un odio que crece a medida que el dictadorzuelo le echa leña a la hoguera. No nos faltaba sino éso. Dos países bien jodidos y atrasados, enfrascados en una pelea que se inventó un patán con ínfulas de libertador. Lo peor es que ante la supremacía armamentista de Venezuela, nos tocará pedirle cacao a los gringos que hartas ganas le deben tener a Chávez, pero que no pueden callarle la boca y quedársele con el petróleo porque después de lo de Irak, el mundo se les viene encima. De manera que para ellos la disculpa sería perfecta.
Y como para que no le falte pimienta a nuestro diario acontecer, ahora viene el chicharrón de la segunda reelección de Uribe. Me pregunto cuál será la intención de sus promotores, porque no puedo creer que sea coincidencia que la hayan lanzado unos días después de la concurrida marcha, de la que tanto se insistió que no tenía color político. Y aunque no estoy de acuerdo con un tercer período, tampoco me extraña que les llame la atención medírsele si cuentan con el 83% de favoritismo. Más pendejos si no.
Ahora se inventaron otra marcha dizque porque quedó faltando el rechazo a los paracos y al ELN, pero me late que no tendrá los mismos resultados. Porque para muchos es un inconveniente asistir debido a sus ocupaciones, además de que quedan pendientes la del repudio a los jaladores de carros, los del paseo millonario, apartamenteros, violadores, estafadores, corruptos, los del fleteo, abigeos, ladrones de cuello blanco y tantos hijuetantas que andan sueltos. Lo más grave es que si como supongo, la marcha no convoca igual número de personas, van a decir que somos un país de paramilitares. Me parece verlos.
pmejiama1@une.net.co
martes, febrero 12, 2008
Comodidades modernas.
La sociedad de consumo y los adelantos tecnológicos se amangualan para ofrecer productos que hacen la vida más fácil en los hogares, hasta llegar al punto que muchas personas no pueden sobrevivir sin las comodidades a las que se han acostumbrado. Quienes tienen poder adquisitivo para darse ciertos gustos enfrentan el inconveniente que con el tiempo se vuelven adictos a ese tipo de lujos, y el día que no los tienen sufren una gran decepción que les amarga la existencia. Por ello es bueno contarle a los menores cómo era el diario vivir en los hogares de nuestra infancia, donde a pesar de no faltarnos nada, no pueden siquiera compararse con los de ahora.
Algo que no podrán creer es que por ejemplo no existía la cultura del plástico. Todo venía en bolsas de papel y en el mercado empacaban los granos en bolsitas de libra o de kilo, a las que les hacían un doblez especial para cerrarlas. El panadero cogía la parva directamente de la vitrina y la echaba en un talego de papel, a excepción de la encima o la ñapa que le entregaba en la mano al muchachito que hacía el mandado. Los productos de carnicería, los quesos o la mantequilla eran empacados primero en hojas de bihao, para luego acomodarlos en una chuspa tradicional.
Los productos de limpieza venían en envases de vidrio y a diferencia de ahora que hay uno para aplicar a cada cosa imaginable, se reducían al varsol para limpiar la ropa de paño y un frasco de límpido para despercudir calzoncillos. La leche también estaba envasada en botellas, y gaseosas y cervezas eran distribuidas en canastas de madera de 24 unidades. El recipiente para recoger la basura era una caneca metálica, sin bolsa plástica, por lo que los líquidos lixiviados la oxidaban y cogía un olor nauseabundo. Ni imaginar en aquella época que pudieran inventar sillas o mesas de plástico.
Y como no existían esos empaques, tampoco había recicladores. En cambio aparecían los limosneros o los chinches, quienes tocaban en las casas para pedir que les regalaran algo de comer. Llevaban un tarro vacío de galletas de soda, avena Quaquer o leche Klim, donde la cocinera les empacaba algunas sobras del almuerzo como arroz, lentejas, frijoles o tajadas maduras; ellos se sentaban en la escalita de la casa y allí despachaban el improvisado “golpe”. Además cargaban un costal para que les dieran plátanos, bananos o lo que hubiera de revuelto. Las empleadas nos decían que esos tipos robaban en sus costales a los muchachitos desobedientes, lo que bastaba para que dejáramos de joder al menos mientras el personaje rondaba por el vecindario.
Como todas las casas tenían patio las mascotas eran muy diferentes a las actuales. Teníamos un perro grande y pulgoso que alimentábamos con sobrados y que no podía entrar a la casa. Al gato nadie lo mimaba y solo estaba para cazar ratones, y cuando se perdía pasaba mucho tiempo antes de que nos percatáramos; y en el solar no faltaban gallinas, pollos de engorde, conejos y otros animales caseros. Muy distinto a las iguanas que tienen hoy los niños y que viven pegadas de las cortinas, de las tortuguitas metidas en un acuario, o de los perritos falderos que requieren muchos cuidados y hay que meterles más plata que a un bebé recién nacido.
En cuanto a electrodomésticos y equipos electrónicos sí que había diferencias. En la cocina y patio de ropas se contaba con la licuadora, una máquina para batir las tortas, una parrilla de resistencias para asar arepas, la plancha y un radio grande de tubos encima de la mesa de aplanchar que reproducía todas las radionovelas. En las familias numerosas era necesario mandar a lavar la ropa donde una lavandera y en vez de secadora, se utilizaban unas cuerdas acondicionadas en el patio para tal fin.
En la casa solo había un punto para conectar el teléfono y el aparato era de disco, de esos negros tradicionales. Para oír un long play, el disco más moderno de entonces, existía la radiola que en todos los casos era una herencia de varias generaciones, por lo que el sonido dejaba mucho que desear; además tenía un radio que presentaba en el dial infinidad de bandas y ciudades que supuestamente podían sintonizarse, pero la verdad es que no cogía ni las emisoras locales. Y el televisor era un vejestorio en blanco y negro que sintonizaba un canal. De resto no había ningún tipo de aparato electrónico.
Pero mientras ahora en pocos hogares tienen una empleada doméstica de tiempo completo, porque la mayoría trabajan por días o pocas horas a la semana, es esos tiempos generaban más empleo. No faltaban la cocinera y la “entrodera”, quien se encargaba de los oficios de la casa y el arreglo de la ropa. La niñera o una monjita que ayudaban a cuidar los mocosos chiquitos. Un todero encargado de limpiar alfombras, vidrios, arreglar prados y jardines, lavar el garaje y mover los muebles para barrer debajo. También nos visitaba un peluquero que motilaba a domicilio, y en la calle se ofrecía a los gritos el amolador de cuchillos y tijeras, el zapatero remendón y uno que compraba frascos y botellas.
Estos recuerdos nos dejan claro que podemos vivir sin tantos perendengues.
pmejiama1@une.net.co
Algo que no podrán creer es que por ejemplo no existía la cultura del plástico. Todo venía en bolsas de papel y en el mercado empacaban los granos en bolsitas de libra o de kilo, a las que les hacían un doblez especial para cerrarlas. El panadero cogía la parva directamente de la vitrina y la echaba en un talego de papel, a excepción de la encima o la ñapa que le entregaba en la mano al muchachito que hacía el mandado. Los productos de carnicería, los quesos o la mantequilla eran empacados primero en hojas de bihao, para luego acomodarlos en una chuspa tradicional.
Los productos de limpieza venían en envases de vidrio y a diferencia de ahora que hay uno para aplicar a cada cosa imaginable, se reducían al varsol para limpiar la ropa de paño y un frasco de límpido para despercudir calzoncillos. La leche también estaba envasada en botellas, y gaseosas y cervezas eran distribuidas en canastas de madera de 24 unidades. El recipiente para recoger la basura era una caneca metálica, sin bolsa plástica, por lo que los líquidos lixiviados la oxidaban y cogía un olor nauseabundo. Ni imaginar en aquella época que pudieran inventar sillas o mesas de plástico.
Y como no existían esos empaques, tampoco había recicladores. En cambio aparecían los limosneros o los chinches, quienes tocaban en las casas para pedir que les regalaran algo de comer. Llevaban un tarro vacío de galletas de soda, avena Quaquer o leche Klim, donde la cocinera les empacaba algunas sobras del almuerzo como arroz, lentejas, frijoles o tajadas maduras; ellos se sentaban en la escalita de la casa y allí despachaban el improvisado “golpe”. Además cargaban un costal para que les dieran plátanos, bananos o lo que hubiera de revuelto. Las empleadas nos decían que esos tipos robaban en sus costales a los muchachitos desobedientes, lo que bastaba para que dejáramos de joder al menos mientras el personaje rondaba por el vecindario.
Como todas las casas tenían patio las mascotas eran muy diferentes a las actuales. Teníamos un perro grande y pulgoso que alimentábamos con sobrados y que no podía entrar a la casa. Al gato nadie lo mimaba y solo estaba para cazar ratones, y cuando se perdía pasaba mucho tiempo antes de que nos percatáramos; y en el solar no faltaban gallinas, pollos de engorde, conejos y otros animales caseros. Muy distinto a las iguanas que tienen hoy los niños y que viven pegadas de las cortinas, de las tortuguitas metidas en un acuario, o de los perritos falderos que requieren muchos cuidados y hay que meterles más plata que a un bebé recién nacido.
En cuanto a electrodomésticos y equipos electrónicos sí que había diferencias. En la cocina y patio de ropas se contaba con la licuadora, una máquina para batir las tortas, una parrilla de resistencias para asar arepas, la plancha y un radio grande de tubos encima de la mesa de aplanchar que reproducía todas las radionovelas. En las familias numerosas era necesario mandar a lavar la ropa donde una lavandera y en vez de secadora, se utilizaban unas cuerdas acondicionadas en el patio para tal fin.
En la casa solo había un punto para conectar el teléfono y el aparato era de disco, de esos negros tradicionales. Para oír un long play, el disco más moderno de entonces, existía la radiola que en todos los casos era una herencia de varias generaciones, por lo que el sonido dejaba mucho que desear; además tenía un radio que presentaba en el dial infinidad de bandas y ciudades que supuestamente podían sintonizarse, pero la verdad es que no cogía ni las emisoras locales. Y el televisor era un vejestorio en blanco y negro que sintonizaba un canal. De resto no había ningún tipo de aparato electrónico.
Pero mientras ahora en pocos hogares tienen una empleada doméstica de tiempo completo, porque la mayoría trabajan por días o pocas horas a la semana, es esos tiempos generaban más empleo. No faltaban la cocinera y la “entrodera”, quien se encargaba de los oficios de la casa y el arreglo de la ropa. La niñera o una monjita que ayudaban a cuidar los mocosos chiquitos. Un todero encargado de limpiar alfombras, vidrios, arreglar prados y jardines, lavar el garaje y mover los muebles para barrer debajo. También nos visitaba un peluquero que motilaba a domicilio, y en la calle se ofrecía a los gritos el amolador de cuchillos y tijeras, el zapatero remendón y uno que compraba frascos y botellas.
Estos recuerdos nos dejan claro que podemos vivir sin tantos perendengues.
pmejiama1@une.net.co
martes, febrero 05, 2008
Lo que sube pierna arriba.
En algunos canales de televisión internacional pueden verse maravillosas obras de ingeniería construidas en los países desarrollados. Se nos chorrean las babas al ver las autopistas, puentes, túneles, aeropuertos, grandes rascacielos, vías ferroviarias, puertos y demás obras de infraestructura tan necesarias para el desarrollo. Con maquinaria especializada, tecnología de punta y unos operarios más preparados que un tamal, pero sobre todo con recursos económicos, desarrollan los proyectos sin contratiempos y el los plazos estipulados. Mientras tanto en los países del tercer mundo celebramos con entusiasmo cuando muy de vez en cuando inauguran una obra, la cual no puede compararse con las arriba mencionadas, y que además demora una eternidad en ponerse al servicio. Aunque aquí inauguran las obras sin haberlas terminado, con tal de que el dirigente de turno alcance a tomarse la foto de rigor mientras corta la cinta. Lo peor es que ante la necesidad, nadie le saca peros ni evita utilizar la nueva estructura como muestra de su descontento.
Pasa el tiempo y todos soñamos con el día que terminen la construcción de la autopista del café o del aeropuerto de Palestina; o que se haga realidad el puerto de Tribugá en el océano pacífico, o aunque sea el multimodal del río Magdalena en La Dorada. Del ferrocarril de occidente no volvieron a decir nada y la rectificación de la carretera que nos une con Bogotá le tocará verla a nuestros tataranietos. El machete está en que dichas obras se demoren para poder renegociar, actualizar costos, prorrogar plazos de entrega, meterle unas cuantas demandas al estado y repartir comisiones, tajadas y mordiscos. El monumento a la desidia es el vetusto Palacio Nacional de Manizales, cuya construcción duró 20 años (dos décadas, cuatro lustros, diez pares de años o como quieran llamarlo). Y si con semejante demora les quedó así de feo, qué tal que lo hubieran hecho a las carreras.
Ahora el problema que nos sube pierna arriba es bien grave. A pesar de la avalancha de vehículos de todo tipo que inundan calles y carreteras, la malla vial sigue siendo casi la misma de hace medio siglo. Muy pocas carreteras nuevas entran al servicio, mientras en los centros urbanos las vías arterias son las mismas desde hace mucho tiempo. De vez en cuando abren una nueva, la cual se ve atestada al momento ante las necesidades que existen. Lo peor es que en muchas ciudades solo se interesan por mantener en buenas condiciones las vías principales, mientras que las calles en los barrios son verdaderas trochas intransitables. Por ejemplo en Bogotá pueden estar seguros de que nunca tendrán una malla vial aceptable, porque el problema ya les cogió ventaja.
Las carreteras troncales, vasos comunicantes del país en materia vial, son angostas, peligrosas, mal señalizadas, con reparcheos burdos y ordinarios, y con reasaltos bruscos cada pocos kilómetros que perjudican el promedio de velocidad. La troncal de occidente, en la zona montañosa de Antioquia, está minada por los derrumbes y las fallas geológicas, mientras que en el plan, de Puerto Valdivia hacia el norte, los pueblos y caseríos en la orilla de la carretera son muchos y cruzarlos es un peligro. Las motocicletas pululan, los mocosos se atraviesan, burros en mitad de la vía, ciclistas imprudentes y “policías acostados” sin señalización que producen accidentes a diario. Parece mentira que una capital como Medellín no tenga una variante que le evite al viajero perder más de una hora mientras la cruza, hasta retornar a la carretera en el otro extremo de la ciudad.
La troncal de oriente tampoco es la excepción. Se cambia de departamento en 8 oportunidades y la situación económica de cada uno se nota en el estado de la carretera. El tramo que corresponde a Boyacá parece reparado por campesinos que tapan los huecos con paladas de asfalto, y en otras latitudes no hay ningún tipo de señalización. Por los lados de San Alberto, en El Cesar, la carretera va sobre un estrecho montículo que no deja espacio para las bermas; por lo tanto cualquier peatón, ciclista, motociclista o animal (de 4 patas), se convierte en un obstáculo para los conductores. Coincide el atravesado con un tracto camión que viene por el carril contrario a más de cien kilómetros por hora, y a quien se los topa de frente solo le queda mandarse por el hueco que dejan a ver si logra pasar. Los innumerables riesgos a los que se exponen conductores y pasajeros hacen que sea un milagro salir incólume de semejante travesía tan peligrosa.
En los últimos tiempos cada mes se rompe el récord de mayor venta de vehículos en nuestro país. Los enjambres de motos invaden las calles y miles de carros entran a obstaculizar las escasas y estrechas vías, lo que hace prever un caos inmanejable para un futuro próximo. La medida de pico y placa no es suficiente en muchas ciudades, y muy pronto deberán aplicarla durante las temporadas altas en las carreteras. Y como toda la carga debe transportarse en camiones, porque no tenemos ferrocarril ni tráfico fluvial, esos grandes vehículos atestan las carreteras sin dejar fluir el tráfico liviano, aparte de que destruyen el pavimento por su excesivo peso. Es tan fregado el problema que tuvieron que inventarse un nuevo cargo: dizque Secretarios de “movilidad”.
pmejiama1@une.net.co
Pasa el tiempo y todos soñamos con el día que terminen la construcción de la autopista del café o del aeropuerto de Palestina; o que se haga realidad el puerto de Tribugá en el océano pacífico, o aunque sea el multimodal del río Magdalena en La Dorada. Del ferrocarril de occidente no volvieron a decir nada y la rectificación de la carretera que nos une con Bogotá le tocará verla a nuestros tataranietos. El machete está en que dichas obras se demoren para poder renegociar, actualizar costos, prorrogar plazos de entrega, meterle unas cuantas demandas al estado y repartir comisiones, tajadas y mordiscos. El monumento a la desidia es el vetusto Palacio Nacional de Manizales, cuya construcción duró 20 años (dos décadas, cuatro lustros, diez pares de años o como quieran llamarlo). Y si con semejante demora les quedó así de feo, qué tal que lo hubieran hecho a las carreras.
Ahora el problema que nos sube pierna arriba es bien grave. A pesar de la avalancha de vehículos de todo tipo que inundan calles y carreteras, la malla vial sigue siendo casi la misma de hace medio siglo. Muy pocas carreteras nuevas entran al servicio, mientras en los centros urbanos las vías arterias son las mismas desde hace mucho tiempo. De vez en cuando abren una nueva, la cual se ve atestada al momento ante las necesidades que existen. Lo peor es que en muchas ciudades solo se interesan por mantener en buenas condiciones las vías principales, mientras que las calles en los barrios son verdaderas trochas intransitables. Por ejemplo en Bogotá pueden estar seguros de que nunca tendrán una malla vial aceptable, porque el problema ya les cogió ventaja.
Las carreteras troncales, vasos comunicantes del país en materia vial, son angostas, peligrosas, mal señalizadas, con reparcheos burdos y ordinarios, y con reasaltos bruscos cada pocos kilómetros que perjudican el promedio de velocidad. La troncal de occidente, en la zona montañosa de Antioquia, está minada por los derrumbes y las fallas geológicas, mientras que en el plan, de Puerto Valdivia hacia el norte, los pueblos y caseríos en la orilla de la carretera son muchos y cruzarlos es un peligro. Las motocicletas pululan, los mocosos se atraviesan, burros en mitad de la vía, ciclistas imprudentes y “policías acostados” sin señalización que producen accidentes a diario. Parece mentira que una capital como Medellín no tenga una variante que le evite al viajero perder más de una hora mientras la cruza, hasta retornar a la carretera en el otro extremo de la ciudad.
La troncal de oriente tampoco es la excepción. Se cambia de departamento en 8 oportunidades y la situación económica de cada uno se nota en el estado de la carretera. El tramo que corresponde a Boyacá parece reparado por campesinos que tapan los huecos con paladas de asfalto, y en otras latitudes no hay ningún tipo de señalización. Por los lados de San Alberto, en El Cesar, la carretera va sobre un estrecho montículo que no deja espacio para las bermas; por lo tanto cualquier peatón, ciclista, motociclista o animal (de 4 patas), se convierte en un obstáculo para los conductores. Coincide el atravesado con un tracto camión que viene por el carril contrario a más de cien kilómetros por hora, y a quien se los topa de frente solo le queda mandarse por el hueco que dejan a ver si logra pasar. Los innumerables riesgos a los que se exponen conductores y pasajeros hacen que sea un milagro salir incólume de semejante travesía tan peligrosa.
En los últimos tiempos cada mes se rompe el récord de mayor venta de vehículos en nuestro país. Los enjambres de motos invaden las calles y miles de carros entran a obstaculizar las escasas y estrechas vías, lo que hace prever un caos inmanejable para un futuro próximo. La medida de pico y placa no es suficiente en muchas ciudades, y muy pronto deberán aplicarla durante las temporadas altas en las carreteras. Y como toda la carga debe transportarse en camiones, porque no tenemos ferrocarril ni tráfico fluvial, esos grandes vehículos atestan las carreteras sin dejar fluir el tráfico liviano, aparte de que destruyen el pavimento por su excesivo peso. Es tan fregado el problema que tuvieron que inventarse un nuevo cargo: dizque Secretarios de “movilidad”.
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