Es menester tener a mano el Diccionario Aristizabal de frases colombianas (http://www.diccionarioaristizabal.com/), para recurrir a él cada que recordemos algún autor o protagonista de nuestro país del cual queramos conocer más. Porque con solo leer las frases allí recopiladas puede darse una idea del estilo o de la personalidad del elegido. Claro que al recorrer sus páginas se encuentran nombres desconocidos, los cuales al consultarlos enganchan al lector desde los primeros renglones. Sigo entonces con algunos personajes que no necesitan presentación.
Quienes no vivimos el 9 de abril de 1948 recurrimos a textos, fotografías y testimonios para conocer ese trágico episodio y saber más acerca de Jorge Eliecer Gaitán, un caudillo que por sus ejecutorias dejó huella en la historia del país. La arenga de su carrera política fue “¡A la carga!”, y en sus discursos pronunciaba frases que enardecían al populacho: “Cercano está el momento en que veremos si el pueblo manda, si el pueblo ordena, si el pueblo es el pueblo y no una multitud anónima de siervos”; “Si avanzo, seguidme; si retrocedo, empujadme; si me matan, ¡vengadme!”. También decía verdades que no pierden vigencia: “El maridaje inadmisible de la política y los negocios”. Al amigo que le aconsejó cuidarse, le respondió: “A mí qué me va a pasar, ¡fíjate como me quiere esta gente!” Y esto le dijo a Plinio Mendoza Neira cuando lo invitó a almorzar, minutos antes de caer acribillado: “Aceptado. Pero te advierto, Plinio, que yo cuesto caro”.
Cómo no recordar a Lucas Caballero Calderón, Klim, tal vez el columnista más exitoso y genial de los últimos tiempos. Vivía sólo en su apartamento y pasaba el tiempo en bata levantadora dedicado a la lectura y a recibir sus pocos y escogidos amigos, condición que puede verse reflejada en sus escritos: “El ocio es tener aptitud económica para ejercitar a todas horas la pereza”; “Sin necesidad de ser millonario ni levantarme a la madrugada, desde hace años vengo haciendo lo que me da la real gana”; “Uno sólo debe trabajar cuando le hace falta plata”. Del matrimonio opinaba: “Son contados los maridos a quienes no les da pena salir a la calle con esos ochenta kilos de abnegación, de bondad y de esferas que es la esposa”.
Klim fue coqueto hasta viejo: “Era el tipo de muchacha que justifica la existencia de las vespertinas y los pecados capitales”; “Lo importante es llegar a cierta edad con el ánimo enhiesto”; “En los barcos, las fiestas de primera se hacen con las pasajeras de segunda”; “Cuando uno llega a cierta edad y le siguen gustando los buenos cuadros, es que tiene sensibilidad artística; si le sigue gustando la buena comida, es un gastrónomo exquisito; pero si le siguen gustando las mujeres, es un viejo verde”.
Ironía y fino humor lo caracterizaban: “Una de las ventajas de haber nacido colombiano consiste en que el placer de viajar se multiplica por mil”; “La manera más efectiva de pescar una apoplejía es hacer el tránsito directo de la plaza de Bolívar de Tunja a la de la Concordia de París”; “La Radiodifusora Nacional pretende difundir la cultura a nivel popular, pero arranca con un Opus no sé qué de Bach, que es como enseñar cálculo infinitesimal en un colegio antes de dar aritmética”; “Mi hermano Eduardo, cuando está sin tema para escribir, se faja una novela sobre Tipacoque”; “¡Gaitán fue el que se tiró a toda esta gente, hip!”.
El escritor Fernando Vallejo es un hombre de amores y de odios. Y tiene tantos malquerientes por la forma sarcástica e irreverente como se refiere a sus coterráneos. De los paisas dice “El antioqueño ha tenido que marcharse siempre en busca de otras tierras donde tumbar los árboles; es la ‘colonización’ antioqueña...”; “Mi raza antioqueña, mezcla de blanco con negro, con indio, con tarado, con loco, es como el sancocho que lleva papa, yuca, plátano, maíz, arracacha, hueso, carne, infame mezcolanza de sangres mal batidas en agua caliente con sal”; “La Universidad de Antioquia que para el pueblo es gratis, que es del pueblo y para el pueblo, por el pueblo vive en huelga desde hace veinte años”. Pero al resto nos va peor: “Somos un país de puesteros legalistas y de lambecuras irredentos”; “Bogotá en 1927 tenía doscientos veinte mil habitantes y era una ciudad de ladrones. Hoy tiene cinco millones, camino de seis, y es una ciudad de ladrones: la capital de un país de ladrones”; “Y aunque Antioquia no es Colombia, como ya expliqué, debería serlo: el resto es un país de zambos, de zánganos y tinterillos que no trabajan ni dejan trabajar”.
Frases de su magín: “En Colombia a los cines los llaman teatros, y a los teatros nada porque no hay teatro”; “Ausente de pecado mortal, la niñez es la época más tediosa de la vida”; “¿Por qué en Colombia el cielo sólo castiga a los que rezan?”. Comentarios típicos suyos: “Sé que hay hambre en el mundo y que existe Biafra, pero me importa un bledo la humana especie”; “La pobreza cohabita con la ignorancia; duermen amancebadas en profusión de olores bajo el mismo techo, sobre el mismo lecho; y se multiplican por diez”. En todo caso a quienes eviten leer a Vallejo por desagradable y repelente, les recomiendo, no se lo pierdan.
pamear@telmex.net.co
miércoles, marzo 28, 2012
miércoles, marzo 21, 2012
Obligatorio texto de consulta (I)
Circulan innumerables textos con frases célebres de algunos personajes que han sido muy fecundos en producirlas, como Marx, Confucio, Sor Juana Inés, Benjamín Franklin, Balzac o Frida Kahlo. Pues ahora encuentro en la red el Diccionario Aristizabal de frases colombianas, una recopilación de unas quince mil sentencias, dichos, máximas, refranes y apotegmas escogidos de todo tipo de publicaciones de nuestro país por el escritor bogotano Luis H. Aristizabal. Por orden alfabético se busca entre más de mil doscientos autores para disfrutar de frases sesudas, graciosas, genialidades, sarcasmos, ironías, verdades ocultas y muchas otras expresiones que nos ponen a pensar, además de que reflejan a la perfección a cada uno de los autores. Procedo a compartir algunas que encontré de personajes que llaman mi atención.
Del primer presidente colombiano que tengo conciencia es Alberto Lleras Camargo (en su segundo período, 1958-1962), pero como a tan tierna edad uno no se interesa por esas cosas, con el paso de los años me enteré de su trayectoria, honestidad y rectitud. Y basta con leer algunas frases del diccionario que menciono para conocer un poco de su personalidad, como cuando dice “Nadie podrá obligarme a proceder contra mi conciencia”. O esta otra: “No tengo con el liberalismo ningún compromiso que salga del territorio intelectual”. Y qué tal esta sentencia: “El poder absoluto engendra absoluta corrupción”. Esta es como para dedicársela a Julito Sánchez: “Un país mal informado no tiene opinión, tiene prejuicios”. Una que debería ser obligatoria: “Ministro que se equivoca, debe renunciar”. Así se refería a sus colegas de antaño: “La poesía era el primer escalón de la vida pública y se podía llegar hasta la presidencia por una escalera de alejandrinos pareados”. Y aquí el fiel reflejo de su probidad: “Si fuera rico, si tuviera renta, viviría en un campo, alejado de todo, frente a la naturaleza, rodeado de libros”.
Después llegó al Palacio de San Carlos el Presidente Guillermo León Valencia (1962-1966), de quien se hablaba mucho en la época porque era amigo del traguito, algo imprudente y mete patas. Pero sin duda tenía una agilidad mental y una agudeza que desarmaban a sus enemigos y dejaban en ridículo a quien osaba criticarlo. A un impertinente concejal de cierto pueblo, le salió con esta perla: “Algún día, gallardo amigo, usted estará en el Senado de la República... Porque en un país donde la mitad es analfabeta es justo que tenga su representante”. En otra oportunidad un Congresista le dijo que entre ambos había un enorme abismo moral, y Valencia le respondió: “Yo sé eso desde hace tiempo pero me había dado pena decírselo”. Cuando se indispuso antes de dar un discurso y alguien insinuó que lo que hacía era esperar órdenes de su padre, expresó esta genialidad: “Esa es una sospecha de la que sólo se libran los hijos de los imbéciles”. Su fino humor y esa chispa innata pueden verse reflejada en lo que respondió cuando le propusieron que se casara con una mujer que había enviudado tres veces: “Yo soy muy mal cuarto”. Inolvidable la embarrada, que nunca se supo si fue por despistado o porque ya estaba copetón, cuando al hacer un brindis por el general Charles De Gaulle gritó a todo pulmón: “¡Viva España!” Por último, las palabras que le dijo a su hijo Ignacio mientras agonizaba en Nueva York en 1971: “Dígales que me dejen solo. Yo no me quiero morir delante de la gente”.
Como con el Frente Nacional la vaina era turnadita, en 1966 le tocó el turno a un liberal que gobernó hasta 1970, Carlos Lleras Restrepo. Con este mandatario podía decirse que a pesar de su baja estatura no era un presidente de bolsillo, porque si algo lo caracterizó fueron su férreo carácter y capacidad de mando. Un claro ejemplo, que recordamos muchos colombianos, es la alocución televisiva en la que se dirigió al país el 21 de abril de 1970, para frenar de una vez los levantamientos populares protagonizados por los seguidores de Rojas Pinilla que protestaban por el evidente fraude electoral.
Así se expresó el Presidente: “Aquí se sostendrá la Constitución y yo permaneceré en el mando hasta el 7 de agosto. No saldré antes de Palacio sino muerto, y de ésto deben quedar notificados tanto los que quieren promover desórdenes como los que resuelvan acompañarme en la guarda de la paz y de la Constitución Nacional”. Y a tantos periodistas que confunden la libertad con el libertinaje: “Desde ahora le notifico a la radio que cualquier estación que intente propagar órdenes de subversión o causar alarma, será clausurada definitivamente; perderá para siempre los canales que tenga adjudicados”. Los bogotanos también quedaron notificados esa noche: “En cuanto hace al caso de Bogotá, advierto lo siguiente: son las ocho de la noche. A las nueve de la noche no debe haber gentes en las calles. El toque de queda se hará cumplir de manera rigurosa, y quien salga a la calle lo hará por su cuenta y riesgo, con todos los azares que corre el que viola en estado de guerra una prescripción militar”. Y las reglas eran para cumplirlas: “Decretaré el reclutamiento obligatorio de quienes se declaren en paro, y quien no obedezca el llamamiento a filas, será considerado como desertor y juzgado en consejo de guerra”.
pamear@telmex.net.co
Del primer presidente colombiano que tengo conciencia es Alberto Lleras Camargo (en su segundo período, 1958-1962), pero como a tan tierna edad uno no se interesa por esas cosas, con el paso de los años me enteré de su trayectoria, honestidad y rectitud. Y basta con leer algunas frases del diccionario que menciono para conocer un poco de su personalidad, como cuando dice “Nadie podrá obligarme a proceder contra mi conciencia”. O esta otra: “No tengo con el liberalismo ningún compromiso que salga del territorio intelectual”. Y qué tal esta sentencia: “El poder absoluto engendra absoluta corrupción”. Esta es como para dedicársela a Julito Sánchez: “Un país mal informado no tiene opinión, tiene prejuicios”. Una que debería ser obligatoria: “Ministro que se equivoca, debe renunciar”. Así se refería a sus colegas de antaño: “La poesía era el primer escalón de la vida pública y se podía llegar hasta la presidencia por una escalera de alejandrinos pareados”. Y aquí el fiel reflejo de su probidad: “Si fuera rico, si tuviera renta, viviría en un campo, alejado de todo, frente a la naturaleza, rodeado de libros”.
Después llegó al Palacio de San Carlos el Presidente Guillermo León Valencia (1962-1966), de quien se hablaba mucho en la época porque era amigo del traguito, algo imprudente y mete patas. Pero sin duda tenía una agilidad mental y una agudeza que desarmaban a sus enemigos y dejaban en ridículo a quien osaba criticarlo. A un impertinente concejal de cierto pueblo, le salió con esta perla: “Algún día, gallardo amigo, usted estará en el Senado de la República... Porque en un país donde la mitad es analfabeta es justo que tenga su representante”. En otra oportunidad un Congresista le dijo que entre ambos había un enorme abismo moral, y Valencia le respondió: “Yo sé eso desde hace tiempo pero me había dado pena decírselo”. Cuando se indispuso antes de dar un discurso y alguien insinuó que lo que hacía era esperar órdenes de su padre, expresó esta genialidad: “Esa es una sospecha de la que sólo se libran los hijos de los imbéciles”. Su fino humor y esa chispa innata pueden verse reflejada en lo que respondió cuando le propusieron que se casara con una mujer que había enviudado tres veces: “Yo soy muy mal cuarto”. Inolvidable la embarrada, que nunca se supo si fue por despistado o porque ya estaba copetón, cuando al hacer un brindis por el general Charles De Gaulle gritó a todo pulmón: “¡Viva España!” Por último, las palabras que le dijo a su hijo Ignacio mientras agonizaba en Nueva York en 1971: “Dígales que me dejen solo. Yo no me quiero morir delante de la gente”.
Como con el Frente Nacional la vaina era turnadita, en 1966 le tocó el turno a un liberal que gobernó hasta 1970, Carlos Lleras Restrepo. Con este mandatario podía decirse que a pesar de su baja estatura no era un presidente de bolsillo, porque si algo lo caracterizó fueron su férreo carácter y capacidad de mando. Un claro ejemplo, que recordamos muchos colombianos, es la alocución televisiva en la que se dirigió al país el 21 de abril de 1970, para frenar de una vez los levantamientos populares protagonizados por los seguidores de Rojas Pinilla que protestaban por el evidente fraude electoral.
Así se expresó el Presidente: “Aquí se sostendrá la Constitución y yo permaneceré en el mando hasta el 7 de agosto. No saldré antes de Palacio sino muerto, y de ésto deben quedar notificados tanto los que quieren promover desórdenes como los que resuelvan acompañarme en la guarda de la paz y de la Constitución Nacional”. Y a tantos periodistas que confunden la libertad con el libertinaje: “Desde ahora le notifico a la radio que cualquier estación que intente propagar órdenes de subversión o causar alarma, será clausurada definitivamente; perderá para siempre los canales que tenga adjudicados”. Los bogotanos también quedaron notificados esa noche: “En cuanto hace al caso de Bogotá, advierto lo siguiente: son las ocho de la noche. A las nueve de la noche no debe haber gentes en las calles. El toque de queda se hará cumplir de manera rigurosa, y quien salga a la calle lo hará por su cuenta y riesgo, con todos los azares que corre el que viola en estado de guerra una prescripción militar”. Y las reglas eran para cumplirlas: “Decretaré el reclutamiento obligatorio de quienes se declaren en paro, y quien no obedezca el llamamiento a filas, será considerado como desertor y juzgado en consejo de guerra”.
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jueves, marzo 15, 2012
Disertaciones comerciales.
La nuestra es una ciudad que no se ha destacado por su comercio, mientras que la industria ha tenido un desarrollo importante y ello puede verse reflejado en los volúmenes de carga que desde aquí salen para el exterior. Por ello debemos enfocar todo nuestro esfuerzo en la infraestructura vial, porque sin carreteras aptas para el tráfico pesado es muy trabajoso ser competitivos. Qué tal un gringo que quiera aprovechar el TLC y resuelva hacer negocio con una de nuestras industrias, y el primer envío se retrase porque las vías están bloqueadas debido a los derrumbes. Poco después se repite el problema cuando la guerrilla queme unos camiones en la carretera que va hacia Buenaventura, luego sucede lo mismo por el habitual paro de camioneros y por último el envío no puede pasar por Chinchiná, pueblo donde suelen armar tremendas trifulcas cuando de protestar se trata.
Seguramente el míster llamará desesperado a decir que manden el cargamento por una vía alterna, y se jalará los pelos cuando le respondan que no hay más carreteras aptas para tráfico pesado. Entonces en transporte fluvial o férreo, propondrá, a lo que tocará decirle que los ríos aquí sólo sirven de cloacas y que a pesar de que hace varios lustros iniciaron los trabajos para recuperar los rieles, ha sido imposible lograr que pongan a funcionar de nuevo los ferrocarriles. Todo esto puede suceder si el importador gringo no averigua con anticipación cómo estamos en materia de infraestructura, porque de enterarse seguro va a preferir hacer negocios con otro país donde puedan responder a sus expectativas. Y éso que falta comentarle al inversionista el riesgo que existe en el puerto, donde pueden camuflarle en los contenedores alijos de drogas ilícitas.
Nuestras carreteras son obsoletas, incómodas, estrechas, sinuosas, inseguras, mal señalizadas, plagadas de resaltos y huecos, peligrosas y estresantes de recorrer. Y si renegamos quienes las utilizamos de vez en cuando, en carro particular y con el único fin de pasear, qué dirán los transportadores que debe sufrirlas a diario, con el agravante que muchos conducen vehículos que no caben por las angostas vías. Siempre que los veo trasegar por esas trochas imagino lo que será viajar de Manizales a Mariquita y tener que coger todas las curvas por el carril contrario, y cuando el giro es para el otro lado el remolque del camión es el que se atraviesa peligrosamente. Es un verdadero milagro que no resulten siquiera media docena de carros estampillados contra la trompa o las llantas traseras del “borrador”.
Esa falencia que tiene la ciudad en vías de comunicación puede notarse en el comercio, ya que en algún momento todos nos hemos visto perjudicados al no poder conseguir un producto y la disculpa siempre es la misma: paros, derrumbes, bloqueos, asonadas, etc. Otra cosa es que por no estar en la ruta de las grandes troncales los fletes son más costosos y por ende los precios al consumidor aumentan. Claro que los comerciantes se aprovechan de la situación y si por ejemplo el precio de la gasolina sube cincuenta pesos por galón, el que comercializa plátanos quiere aplicarle dicho aumento a cada plátano que vende; como si los transportaran por unidades.
El comercio de Manizales siempre ha sido criticado por no ofrecer horarios extendidos, por su limitada oferta de mercancías, algunos productos son más costosos que en otras ciudades y son muchos los establecimientos donde están quedados en aquello del servicio al cliente. Como todo, el comercio evoluciona y ello puede verse al recordar que ahora años todos los almacenes importantes estaban localizados en el centro de la ciudad, regentados por ciudadanos ejemplares que le dieron lustre al gremio. Hoy existen diferentes zonas comerciales y algunos barrios, como La Enea, presentan infinidad de negocios donde puede encontrarse lo que uno necesite.
Ahora se imponen los centros comerciales y los almacenes de grandes superficies, donde las personas encuentran variedad de opciones en mercancías, bancos, plazoletas de comida, juegos para niños, cines, etc. Respecto a estas nuevas modalidades, un amigo me contó lo que le sucedió con una hija suya que estudia arquitectura en Bogotá y vino de vacaciones. Resulta que al pasar por el sector de San Rafael le mostró orgulloso esa maravilla de mega almacén que inauguraron hace pocos meses y ella sin titubear le dijo que no le parecía nada bueno, porque ese tipo de comercio no compagina con la cultura de una ciudad intermedia como la nuestra.
El hombre no comprendió en un principio la reacción de la muchacha, hasta que ella argumentó que seguro muchas ferreterías y almacenes relacionados con el ramo se verán obligados a cerrar por la fuerte competencia, y que esos comerciantes locales son quienes van a su consultorio a buscar tratamientos para ellos y sus familias; esos mismos que compran vivienda aquí, cambian el carro, pagan colegios para sus hijos y en general consumen en Manizales. Que las utilidades del gran almacén salen para el exterior, de donde procede, y a nuestra ciudad sólo la beneficia por los puestos de trabajo que genera, que a la larga son los mismos que generaban los negocios que sucumbieron a la competencia.
A la muchacha se le nota su paso por la academia y al papá, igual que a mí, nos dejó pensativos.
pamear@telmex.net.co
Seguramente el míster llamará desesperado a decir que manden el cargamento por una vía alterna, y se jalará los pelos cuando le respondan que no hay más carreteras aptas para tráfico pesado. Entonces en transporte fluvial o férreo, propondrá, a lo que tocará decirle que los ríos aquí sólo sirven de cloacas y que a pesar de que hace varios lustros iniciaron los trabajos para recuperar los rieles, ha sido imposible lograr que pongan a funcionar de nuevo los ferrocarriles. Todo esto puede suceder si el importador gringo no averigua con anticipación cómo estamos en materia de infraestructura, porque de enterarse seguro va a preferir hacer negocios con otro país donde puedan responder a sus expectativas. Y éso que falta comentarle al inversionista el riesgo que existe en el puerto, donde pueden camuflarle en los contenedores alijos de drogas ilícitas.
Nuestras carreteras son obsoletas, incómodas, estrechas, sinuosas, inseguras, mal señalizadas, plagadas de resaltos y huecos, peligrosas y estresantes de recorrer. Y si renegamos quienes las utilizamos de vez en cuando, en carro particular y con el único fin de pasear, qué dirán los transportadores que debe sufrirlas a diario, con el agravante que muchos conducen vehículos que no caben por las angostas vías. Siempre que los veo trasegar por esas trochas imagino lo que será viajar de Manizales a Mariquita y tener que coger todas las curvas por el carril contrario, y cuando el giro es para el otro lado el remolque del camión es el que se atraviesa peligrosamente. Es un verdadero milagro que no resulten siquiera media docena de carros estampillados contra la trompa o las llantas traseras del “borrador”.
Esa falencia que tiene la ciudad en vías de comunicación puede notarse en el comercio, ya que en algún momento todos nos hemos visto perjudicados al no poder conseguir un producto y la disculpa siempre es la misma: paros, derrumbes, bloqueos, asonadas, etc. Otra cosa es que por no estar en la ruta de las grandes troncales los fletes son más costosos y por ende los precios al consumidor aumentan. Claro que los comerciantes se aprovechan de la situación y si por ejemplo el precio de la gasolina sube cincuenta pesos por galón, el que comercializa plátanos quiere aplicarle dicho aumento a cada plátano que vende; como si los transportaran por unidades.
El comercio de Manizales siempre ha sido criticado por no ofrecer horarios extendidos, por su limitada oferta de mercancías, algunos productos son más costosos que en otras ciudades y son muchos los establecimientos donde están quedados en aquello del servicio al cliente. Como todo, el comercio evoluciona y ello puede verse al recordar que ahora años todos los almacenes importantes estaban localizados en el centro de la ciudad, regentados por ciudadanos ejemplares que le dieron lustre al gremio. Hoy existen diferentes zonas comerciales y algunos barrios, como La Enea, presentan infinidad de negocios donde puede encontrarse lo que uno necesite.
Ahora se imponen los centros comerciales y los almacenes de grandes superficies, donde las personas encuentran variedad de opciones en mercancías, bancos, plazoletas de comida, juegos para niños, cines, etc. Respecto a estas nuevas modalidades, un amigo me contó lo que le sucedió con una hija suya que estudia arquitectura en Bogotá y vino de vacaciones. Resulta que al pasar por el sector de San Rafael le mostró orgulloso esa maravilla de mega almacén que inauguraron hace pocos meses y ella sin titubear le dijo que no le parecía nada bueno, porque ese tipo de comercio no compagina con la cultura de una ciudad intermedia como la nuestra.
El hombre no comprendió en un principio la reacción de la muchacha, hasta que ella argumentó que seguro muchas ferreterías y almacenes relacionados con el ramo se verán obligados a cerrar por la fuerte competencia, y que esos comerciantes locales son quienes van a su consultorio a buscar tratamientos para ellos y sus familias; esos mismos que compran vivienda aquí, cambian el carro, pagan colegios para sus hijos y en general consumen en Manizales. Que las utilidades del gran almacén salen para el exterior, de donde procede, y a nuestra ciudad sólo la beneficia por los puestos de trabajo que genera, que a la larga son los mismos que generaban los negocios que sucumbieron a la competencia.
A la muchacha se le nota su paso por la academia y al papá, igual que a mí, nos dejó pensativos.
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jueves, marzo 08, 2012
¡Guácalas!
Es normal que cada generación aporte palabras nuevas al idioma mientras otras desaparecen por falta de uso, pero llama la atención que la juventud de ahora le haya cambiado el significado a un vocablo que antes utilizábamos de manera diferente. Me refiero a la expresión ¡gas!, la cual surgía al pararnos en un bollo de perro, por una mosca en la leche, al sentir cierto olorcillo indiscreto o si encontrábamos un pelo en una empanada. En cambio ahora los adolescentes la usan para referirse al profesor que no les gusta, para decir que una película es mala, cuando algo les incomoda o cualquier otra pendejada por el estilo.
También era habitual reemplazarla por ¡gaquis!, de donde resultó otra más gomela y distinguida, ¡guácalas! Cualquiera de ellas se utiliza, después de hacer un gesto de contrariedad, para reaccionar ante algo desagradable, fastidioso, repulsivo o asqueroso. En todo caso quienes más las acostumbran son las personas escrupulosas y prevenidas, mientras que el contrario a esas manías era llamado sangriliviano por nuestros mayores. La condición de asquiento se hereda de padres a hijos y no hay duda de que quienes son exagerados en dichos melindres viven mortificados, porque en el mundo estamos y son muchas las porquerías que nos topamos a diario.
Hay que ver lo que sufre el escrupuloso en un baño público. Normalmente uno entra desprevenido, procede con su cometido y por último se lava bien las manos, mientras el otro empuja puertas con los codos, abre la tapa del inodoro y activa el mecanismo para vaciar con el zapato, sortea cualquier humedad que haya en el piso y mira a todos lados para evitar el mínimo roce. Para las mujeres es peor porque al menos nosotros orinamos parados y a distancia, sin tener contacto con ninguna superficie, mientras ellas deben posar su anatomía en el contaminado biscocho; algunas lo forran con pañuelos de papel, pero la mayoría aprenden desde chiquitas a hacer maromas para proceder a eliminar “sin tocar aro”.
En el supermercado se reconoce al quisquilloso porque escarba en los estantes de frutas y verduras para coger los productos que están debajo, debido a que se pregunta cuánta gente habrá manoseado los que están encima, cuántas veces los habrán pegado a la nariz para olerlos, además de los que habrán estornudado ahí frente a la góndola. Al llegar a casa proceden a lavar todos los productos con desinfectante y además los pelan antes de usarlos, porque no resisten pensar que alguien más los haya manipulado. Si uno piensa en las bacterias que hay en billetes y monedas, en las barandas del centro comercial, en las agarraderas de los buses, etc., no tendrá más remedio que meterse en una burbuja que lo aísle del exterior.
Poco disfrutan los aprensivos en un restaurante porque no dejan de pensar que su comida puede venir contaminada de la cocina, que el mesero metió un dedo en la sopa o que puede haber un ingrediente pasado, y su mortificación será mayor cuando se pregunten cuántos labios se habrán posado antes en el borde del vaso y a cuántas bocas habrá ingresado el tenedor y la cuchara, adminículos que están próximos a utilizar. El escrupuloso es amigo de poner pereque en dichos negocios, requerimientos que los empleados atienden con amabilidad y resignación, mientras se desquitan del personaje al echarle escupas en el agua o licuarle una cucaracha con la vinagreta.
Son muchos quienes evitan los restaurantes chinos porque les da asco, mientras los demás disfrutamos esas delicias sin dedicar un solo segundo a pensar en cómo las prepararon. Recuerdo que ahora años en el centro de la ciudad vendían empanadas y papas rellenas, las cuales ofrecían en una olla que tenía un frasquito con pique amarrado a un lado, el cual se servía con una misma cucharita para todos los clientes. Qué tal un asquiento en el cenadero del café La Bahía a las cuatro de la mañana, enfrentado a una chuleta de aquellas; o en la olla de la Beneficencia, donde el dueño sacaba las yucas sudadas engarzadas con la uña del dedo pulgar. Dejar crecer esa uña es habitual en el vulgo y la llaman naranjera.
Tengo un amigo amante de la comida de mar pero sumamente escrupuloso. Cierto día la mujer lo convenció de que fueran a un negocio nuevo donde vendían un delicioso coctel de camarones y al llegar al sitio, en vez de acomodarse en una mesa como todo el mundo a esperar su pedido, el hombre se quedó poniendo cuidado a ver cómo lo preparaban. La encargada era una morocha, mueca y mal presentada, que añadía ingredientes y revolvía sin cesar para darle el punto al preparado. En cierto momento se detuvo, probó un poquito, se mostró satisfecha con el resultado y siguió muy campante revolviendo con la misma cuchara. Al cliente no le faltó sino pegarle a esa pobre negrita y desde entonces sí que se ha vuelto desconfiado.
Mugre que no mata engorda, decíamos de niños cuando se nos caía el bombón al piso y procedíamos a limpiarlo en el bluyín, para chuparlo de nuevo. También era común en esos casos expresar que no hay que darle gusto al diablo, pero sin duda el refrán más apropiado para estos casos es el que dice: ojos que no ven…
pamear@telmex.net.co
También era habitual reemplazarla por ¡gaquis!, de donde resultó otra más gomela y distinguida, ¡guácalas! Cualquiera de ellas se utiliza, después de hacer un gesto de contrariedad, para reaccionar ante algo desagradable, fastidioso, repulsivo o asqueroso. En todo caso quienes más las acostumbran son las personas escrupulosas y prevenidas, mientras que el contrario a esas manías era llamado sangriliviano por nuestros mayores. La condición de asquiento se hereda de padres a hijos y no hay duda de que quienes son exagerados en dichos melindres viven mortificados, porque en el mundo estamos y son muchas las porquerías que nos topamos a diario.
Hay que ver lo que sufre el escrupuloso en un baño público. Normalmente uno entra desprevenido, procede con su cometido y por último se lava bien las manos, mientras el otro empuja puertas con los codos, abre la tapa del inodoro y activa el mecanismo para vaciar con el zapato, sortea cualquier humedad que haya en el piso y mira a todos lados para evitar el mínimo roce. Para las mujeres es peor porque al menos nosotros orinamos parados y a distancia, sin tener contacto con ninguna superficie, mientras ellas deben posar su anatomía en el contaminado biscocho; algunas lo forran con pañuelos de papel, pero la mayoría aprenden desde chiquitas a hacer maromas para proceder a eliminar “sin tocar aro”.
En el supermercado se reconoce al quisquilloso porque escarba en los estantes de frutas y verduras para coger los productos que están debajo, debido a que se pregunta cuánta gente habrá manoseado los que están encima, cuántas veces los habrán pegado a la nariz para olerlos, además de los que habrán estornudado ahí frente a la góndola. Al llegar a casa proceden a lavar todos los productos con desinfectante y además los pelan antes de usarlos, porque no resisten pensar que alguien más los haya manipulado. Si uno piensa en las bacterias que hay en billetes y monedas, en las barandas del centro comercial, en las agarraderas de los buses, etc., no tendrá más remedio que meterse en una burbuja que lo aísle del exterior.
Poco disfrutan los aprensivos en un restaurante porque no dejan de pensar que su comida puede venir contaminada de la cocina, que el mesero metió un dedo en la sopa o que puede haber un ingrediente pasado, y su mortificación será mayor cuando se pregunten cuántos labios se habrán posado antes en el borde del vaso y a cuántas bocas habrá ingresado el tenedor y la cuchara, adminículos que están próximos a utilizar. El escrupuloso es amigo de poner pereque en dichos negocios, requerimientos que los empleados atienden con amabilidad y resignación, mientras se desquitan del personaje al echarle escupas en el agua o licuarle una cucaracha con la vinagreta.
Son muchos quienes evitan los restaurantes chinos porque les da asco, mientras los demás disfrutamos esas delicias sin dedicar un solo segundo a pensar en cómo las prepararon. Recuerdo que ahora años en el centro de la ciudad vendían empanadas y papas rellenas, las cuales ofrecían en una olla que tenía un frasquito con pique amarrado a un lado, el cual se servía con una misma cucharita para todos los clientes. Qué tal un asquiento en el cenadero del café La Bahía a las cuatro de la mañana, enfrentado a una chuleta de aquellas; o en la olla de la Beneficencia, donde el dueño sacaba las yucas sudadas engarzadas con la uña del dedo pulgar. Dejar crecer esa uña es habitual en el vulgo y la llaman naranjera.
Tengo un amigo amante de la comida de mar pero sumamente escrupuloso. Cierto día la mujer lo convenció de que fueran a un negocio nuevo donde vendían un delicioso coctel de camarones y al llegar al sitio, en vez de acomodarse en una mesa como todo el mundo a esperar su pedido, el hombre se quedó poniendo cuidado a ver cómo lo preparaban. La encargada era una morocha, mueca y mal presentada, que añadía ingredientes y revolvía sin cesar para darle el punto al preparado. En cierto momento se detuvo, probó un poquito, se mostró satisfecha con el resultado y siguió muy campante revolviendo con la misma cuchara. Al cliente no le faltó sino pegarle a esa pobre negrita y desde entonces sí que se ha vuelto desconfiado.
Mugre que no mata engorda, decíamos de niños cuando se nos caía el bombón al piso y procedíamos a limpiarlo en el bluyín, para chuparlo de nuevo. También era común en esos casos expresar que no hay que darle gusto al diablo, pero sin duda el refrán más apropiado para estos casos es el que dice: ojos que no ven…
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