La mejor compañía del ser humano es su propia psiquis. Podrán confinarlo al más absoluto encierro e incomunicarlo, pero nunca lograrán impedirle soñar, ansiar, recordar, maquinar, idear o cualquier ilusión que hilvane su mente. La Santa Inquisición exigió al sabio Galileo Galilei retractarse de sus, según ellos, demoníacas teorías, pero él en su interior repetía hasta el cansancio que tenía la razón. Muchas veces nos vemos obligados a aceptar cosas que no compartimos, mientras en nuestro interior hacemos “pistola”. De igual manera uno a cada rato se formula preguntas sobre asuntos a los que no le encuentra razón, aunque se quedará sin respuesta por tratarse de un monólogo mental.
Me pregunto por ejemplo en qué se basan los magos del IDEAM para hacer los pronósticos del clima. Es que no falla que lo que ese organismo vaticina se cumple a cabalidad, pero al revés. Advirtieron por ejemplo a finales del año pasado, cuando apenas menguaba un invierno inclemente y duradero, que estaba a punto de comenzar otro con un incremento del 20% en las lluvias. Alcanzamos a pensar que sería la debacle y por el contrario a medida que pasaba el tiempo el clima se presentaba cada vez mejor, para comportarse a las mil maravillas en lo que va corrido del presente año. En los meses de agosto y septiembre empezaron a sembrar el terror con la sequía que se venía encima, que el fenómeno del niño causaría estragos y los racionamientos de agua y energía eran inminentes; y las campañas para promover el ahorro del precioso líquido, que no dejen las luces encendidas, que ojo con el consumo de gas, etc. Pero no fue sino que dijesen todas esas vainas para que se largara a llover y el frío a incrementar.
Claro que pensándolo bien, lo que pronosticaron fue una temporada invernal para el último trimestre del año con un 30% menos de lluvias. Perfecto. Si al invierno del año pasado le quitamos ese porcentaje no habríamos tenido tantos derrumbes, inundaciones, avalanchas y tragedias. Entonces para qué tanta alharaca al hacer los pronósticos. Las campañas de ahorro de energía y agua deben ser permanentes, sin importar la estación, porque hay que convertirlas en una constante en el comportamiento ciudadano. Es algo de sentido común que tiene que ver es con el futuro del planeta. La conclusión es que si usted va para un paseo y el pronóstico del clima es que va a llover a cántaros, póngase la bermuda, las chancletas y prepárese para disfrutar de un día espectacular.
También me pregunto cuándo será que en este país veremos un funcionario que reconozca un error y sin más presente su renuncia. Opino que desde que el Presidente Samper siguió atornillado al cargo, después de que su Ministro de Defensa reconoció ante los medios de comunicación que el jefe sí sabía, aquí nadie renuncia. Ni por el chiras. Que los falsos positivos, los negocios de los hermanos Uribe Moreno, las chuzadas del DAS, los vínculos con mafiosos y paramilitares, y ahora la piñata de los subsidios agrarios, son apenas un muestrario de que en nuestro país la palabra ética es obsoleta. Todo lo que esté permitido por la ley se puede, sin importar la moral, el decoro, la decencia o los principios. Mire sino al gerente de nuestra Industria Licorera que a pesar de haber estado preso y de quedar inhabilitado por la Procuraduría, despacha desde su oficina como si nada hubiera pasado. Basta con apelar y dejar que el proceso siga su curso, que seguro cuando fallen él ya se habrá retirado de la empresa. Mientras tanto el Gobernador lo mantiene en su cargo contra viento y marea, dándole pie a rumores que hablan de componendas que no lo dejan bien parado.
Por qué, me pregunto, la dirigente política Adriana Gutiérrez se ofende de esa manera cuando quieren relacionarla en el asunto de la repartición de subsidios agrarios. Tantas explicaciones lo que hacen es magnificar el asunto y no debe olvidar que cuando ingresó a la política, se convirtió de inmediato en una figura pública a quien todos tienen en la mira. Llegó después al Senado de la República y entró a formar parte del grupo de colombianos más repudiados por el pueblo. El congresista es sinónimo de ladrón, pícaro, ventajoso, bandido, inmoral y chanchullero. Por ello no debe extrañarse de que la quieran implicar en cuanto caso de corrupción se presente, porque aunque sus allegados y amigos sepan que es una persona de bien, honesta y trabajadora, para la gente del común es una politiquera más. De manera que lo menos que pueden pensar de ella es que llamó al banco o al funcionario indicado para decirle que le diera un empujoncito a fulano. No los culpe y mejor recuerde aquello de “crea fama y échate a dormir”.
Además me gustaría saber qué pasa con los alcaldes colombianos que no dijeron ni mu ante la determinación del nuestro, Juan Manuel Llano, que sin dudarlo vetó al vergajo ese que salió en público a insultar a nuestro Presidente. No hay que ser Uribista o amigo del gobierno para apoyarlo en su decisión, porque no debemos permitir actos como ese. En otras latitudes el país entero sería una sola voz de apoyo a la iniciativa. ¡Buena por esa, señor alcalde!
pmejiama1@une.net.co
lunes, octubre 26, 2009
martes, octubre 20, 2009
¡Metete aquí!
Meterse en la vida de los otros es una costumbre muy arraigada en las personas. Pero no me refiero a esa película alemana, excelente por cierto, que se titula “La vida de los otros” y que retrata la persecución política a que estaban abocados los habitantes de la desaparecida Alemania Oriental (supe que doña Lina Moreno, cuando la película llegó a nuestro país, le recomendó a los directores del DAS de los distintos departamentos que se la presentaran a sus empleados, y así buscar que tomaran un poco de conciencia al momento de intervenir en la intimidad de los ciudadanos; aunque todo indica que no les valió de nada).
Digo que nos fascina meternos en asuntos ajenos sin tener velas en el entierro y en cualquier conversación casi siempre el tema central está relacionado con chismes y cuentos que se refieren a distintas personas. Lógico que los escogidos para hablar de ellos no están presentes, pero ese deporte es tan adictivo que al retirase alguno de los contertulios, lo cogen por su cuenta hasta dejarlo en la calle. Por ello es común que quien se va diga: ¡Ahí les quedo! o ¡Ahí les dejo el cuero! Si le quiere dar de qué hablar a los costureros, reuniones, tertulias y a la sociedad en general, basta con enfermarse, divorciarse, tener un revés financiero, renunciar al trabajo o cualquier cosa que se salga de la rutina diaria; claro que si quiere ofrecerles un banquete sustancioso, suicídese. No hablan de nada diferente a tratar de dilucidar por qué el fulano tomó tan drástica medida.
Pero si los colombianos somos metidos, en otras latitudes son peores. Me enteré por un amigo que trabajó como piloto comercial en la India que allá son exagerados en ese sentido. Por ejemplo si dejaba el maletín de vuelo en la sala de pilotos mientras iba al baño, al regresar encontraba a colegas y demás empleados alrededor de sus objetos personales, los cuales habían sido sacados por alguno de los presentes. Todos tocaban, abrían los manuales, detallaban cada cosa y sin afán la dejaban mientras tomaban otra para seguir con la inspección. Alguna vez llegó a un almacén a comprar unas telas tradicionales de esa tierra y en pocos minutos había un corrillo de curiosos que se entró desde la calle para terciar en la negociación.
¡Metete aquí!, le decimos al entrometido mientras señalamos el bolsillo de la camisa; ¡suba el vidrio!, también lo acostumbran mientras hacen la pantomima que representa esa acción; metido sopero cabeza de ternero, decíamos en tiempos pasados; y es costumbre preguntar, cuando alguien se arrima de forma imprudente: ¿quién pidió taxi? Y qué tal mostrarle la palma de la mano al metiche y ordenarle: ¡salte aquí! Las calles de la ciudad viven atestadas de desocupados y transeúntes que ante cualquier novedad se detienen a opinar y a dar soluciones sin nadie habérselas pedido. También los denominan sapos, patos e inclusives.
Muchas veces en reuniones con amigos, que con regularidad van acompañadas de licor, resultamos envueltos en discusiones que nada tienen que ver con ninguno de los asistentes; ese vicio que tenemos de querer arreglar la vida de los demás. En una ocasión estábamos de paseo en Ayapel y esa misma semana un conocido nuestro se encontraba realizando unos trabajos de metalmecánica en la casa; el hombre llevó los trabajadores desde Manizales y nos contó que apenas terminaran labores, tenía planeado llevarlos al golfo de Morrosquillo a pasar unos días para que conocieran el mar. Un gesto altruista como ese generó gran admiración en todos y por ello uno de los compañeros del grupo, que tiene un tiempo compartido en unas cabañas vacacionales cerca a Coveñas, se ofreció a cederles los días necesarios sin ningún costo para ellos.
Como en esos paseos de relax el programa preferido es tomar trago y hablar paja, seguimos con el tema del viaje de los trabajadores a la costa y alguno propuso que deberían llamar a las esposas o compañeras para que viajaran en bus y disfrutaran también de esa magnífica oportunidad. En un principio la idea gustó, hasta que pensamos que seguro las viejas se llevan los muchachitos y que solo pensarán en ir a Tolú a comprar chanclas, aretes de cáscara de coco, collares de coral, manillas de todo tipo, viseras, cachuchas, ropa ordinaria, relojes “chiviaos” y cuanta chuchería les ofrezcan.
Mientras disfrutan de la playa seguro los levantarán a cantaleta por la jartadera de cerveza y los mocosos no dejarán conversar con la gritadera cada dos minutos para que los miren hacer una pirueta en las olas. Y compre paletas, bon ice, arepas de huevo, maní dulce, gaseosas, mango biche, butifarras, casao de bocadillo con queso, panelitas de ajonjolí y demás mecato que venden los ambulantes. Con seguridad a los culicagaos les da diarrea por la comida de mar y las mujeres, por el afán de lograr un rápido bronceado, terminan como unos camarones y no van a permitir que por la noche las toquen, y mucho menos dejarlos calmar el efecto de los afrodisíacos mariscos.
Por fin acatamos que a nosotros nadie nos había pedido una opinión al respecto y la discusión quedó zanjada cuando alguno sentenció: Deje así, que como está el paseo original gozan el doble y les cuesta la mitad.
pmejiama1@une.net.co
Digo que nos fascina meternos en asuntos ajenos sin tener velas en el entierro y en cualquier conversación casi siempre el tema central está relacionado con chismes y cuentos que se refieren a distintas personas. Lógico que los escogidos para hablar de ellos no están presentes, pero ese deporte es tan adictivo que al retirase alguno de los contertulios, lo cogen por su cuenta hasta dejarlo en la calle. Por ello es común que quien se va diga: ¡Ahí les quedo! o ¡Ahí les dejo el cuero! Si le quiere dar de qué hablar a los costureros, reuniones, tertulias y a la sociedad en general, basta con enfermarse, divorciarse, tener un revés financiero, renunciar al trabajo o cualquier cosa que se salga de la rutina diaria; claro que si quiere ofrecerles un banquete sustancioso, suicídese. No hablan de nada diferente a tratar de dilucidar por qué el fulano tomó tan drástica medida.
Pero si los colombianos somos metidos, en otras latitudes son peores. Me enteré por un amigo que trabajó como piloto comercial en la India que allá son exagerados en ese sentido. Por ejemplo si dejaba el maletín de vuelo en la sala de pilotos mientras iba al baño, al regresar encontraba a colegas y demás empleados alrededor de sus objetos personales, los cuales habían sido sacados por alguno de los presentes. Todos tocaban, abrían los manuales, detallaban cada cosa y sin afán la dejaban mientras tomaban otra para seguir con la inspección. Alguna vez llegó a un almacén a comprar unas telas tradicionales de esa tierra y en pocos minutos había un corrillo de curiosos que se entró desde la calle para terciar en la negociación.
¡Metete aquí!, le decimos al entrometido mientras señalamos el bolsillo de la camisa; ¡suba el vidrio!, también lo acostumbran mientras hacen la pantomima que representa esa acción; metido sopero cabeza de ternero, decíamos en tiempos pasados; y es costumbre preguntar, cuando alguien se arrima de forma imprudente: ¿quién pidió taxi? Y qué tal mostrarle la palma de la mano al metiche y ordenarle: ¡salte aquí! Las calles de la ciudad viven atestadas de desocupados y transeúntes que ante cualquier novedad se detienen a opinar y a dar soluciones sin nadie habérselas pedido. También los denominan sapos, patos e inclusives.
Muchas veces en reuniones con amigos, que con regularidad van acompañadas de licor, resultamos envueltos en discusiones que nada tienen que ver con ninguno de los asistentes; ese vicio que tenemos de querer arreglar la vida de los demás. En una ocasión estábamos de paseo en Ayapel y esa misma semana un conocido nuestro se encontraba realizando unos trabajos de metalmecánica en la casa; el hombre llevó los trabajadores desde Manizales y nos contó que apenas terminaran labores, tenía planeado llevarlos al golfo de Morrosquillo a pasar unos días para que conocieran el mar. Un gesto altruista como ese generó gran admiración en todos y por ello uno de los compañeros del grupo, que tiene un tiempo compartido en unas cabañas vacacionales cerca a Coveñas, se ofreció a cederles los días necesarios sin ningún costo para ellos.
Como en esos paseos de relax el programa preferido es tomar trago y hablar paja, seguimos con el tema del viaje de los trabajadores a la costa y alguno propuso que deberían llamar a las esposas o compañeras para que viajaran en bus y disfrutaran también de esa magnífica oportunidad. En un principio la idea gustó, hasta que pensamos que seguro las viejas se llevan los muchachitos y que solo pensarán en ir a Tolú a comprar chanclas, aretes de cáscara de coco, collares de coral, manillas de todo tipo, viseras, cachuchas, ropa ordinaria, relojes “chiviaos” y cuanta chuchería les ofrezcan.
Mientras disfrutan de la playa seguro los levantarán a cantaleta por la jartadera de cerveza y los mocosos no dejarán conversar con la gritadera cada dos minutos para que los miren hacer una pirueta en las olas. Y compre paletas, bon ice, arepas de huevo, maní dulce, gaseosas, mango biche, butifarras, casao de bocadillo con queso, panelitas de ajonjolí y demás mecato que venden los ambulantes. Con seguridad a los culicagaos les da diarrea por la comida de mar y las mujeres, por el afán de lograr un rápido bronceado, terminan como unos camarones y no van a permitir que por la noche las toquen, y mucho menos dejarlos calmar el efecto de los afrodisíacos mariscos.
Por fin acatamos que a nosotros nadie nos había pedido una opinión al respecto y la discusión quedó zanjada cuando alguno sentenció: Deje así, que como está el paseo original gozan el doble y les cuesta la mitad.
pmejiama1@une.net.co
jueves, octubre 15, 2009
Fiestas patronales.
Cursé mi bachillerato a finales de los años 60 y primera mitad de los 70 en el colegio Agustín Gemelli. Como era común demoré más de lo establecido para completar los cursos correspondientes, porque entonces la mayoría de alumnos éramos malos estudiantes; a diferencia de ahora que casi todos son pilos, responsables y juiciosos, mientras que unos pocos se distinguen por su mal rendimiento. Dicen que esos educandos tienen síndrome de déficit de atención, lo que en mi época se llamaba maqueta. Eso de mamarse al colegio tampoco se acostumbra ahora, mientras que nosotros dedicábamos por lo menos dos tardes a la semana para irnos a cine o a jugar billar.
De aquella época recuerdo con placer una semana de octubre que dedicábamos al santo patrón del colegio, San Francisco de Asís, cuando se realizaban las fiestas patronales. Como el colegio Santa Inés es de la misma orden religiosa, la semana de fiesta coincidía y por lo tanto las amigas y novias que allí estudiaban podían aceptar las invitaciones que les hacíamos a nuestra celebración. En la actualidad esa costumbre de tirar la casa por la ventana durante una semana ya no se estila y en cambio programan algunos actos culturales durante dos o tres días, y pare de contar.
Lo mejor de las fiestas es que no había clases y qué más podía uno pedirle a la vida en ese entonces; la entrada era a media mañana y el control de asistencia poco estricto. Podíamos llevar la bicicleta y los que tuvieran caballo disponían de varios potreros para acomodar los táparos. La programación de las actividades era elaborada por los alumnos de los cursos mayores, quienes mangoneaban a su gusto al resto del estudiantado. Los más sardinos debían colaborar con pasatiempos que se presentaban al público para recolectar fondos, los cuales casi siempre iban a parar al buche de los mayores convertido en cerveza. No faltaba una tablita con agujeros, cada uno marcado con una cifra representada en centavos, y quien metiera una canica lanzada desde cierta distancia por cualquier hueco recibía el premio correspondiente.
Otro pegaba un tablero de la pared y ofrecía dardos para premiar la puntería; el alumno más hábil para el dibujo hacía caricaturas de los clientes; el concurso de pulso tampoco podía faltar; y la venta de todo tipo de mecatos que las mamás de los más lambones preparaban en las casas para colaborar con el recaudo de fondos. Resulta que en mi casa había una pequeña máquina de hacer algodón de azúcar y mi mamá nos la prestaba con mil condiciones. Montábamos el negocito y la verdad es que la mayoría de azúcar pulverizada quedaba pegada del pelo de los noveleros que no faltaban, mientras que el algodón quedaba del tamaño de un copito Johnson. Lo peor es que no se podía hacer en un palito porque no agarraba la telaraña que se formaba en la bandeja, y era necesario utilizar unos tenedores de plástico que hacían parte del equipo. Entonces, mientras uno de los hermanos operaba la máquina, los otros debían irse detrás de los clientes a esperar que se chuparan esa vaina para que devolvieran el cocianfirulo. Nosotros sabíamos a dónde iban a parar los fondos y por lo tanto nos gastábamos hasta el último centavo en mecato, y luego alegábamos que el negocio había dejado pérdidas.
La carrera de carritos de balineras desde La Pichinga hasta el colegio era una de las atracciones. En las curvas más peligrosas se concentraba el público y más de un accidentado quedaba grogui después de darse un porrazo en la mula, además de que la mayoría de competidores llegaban con los codos y las rodillas en carne viva; porque entonces no utilizábamos casco protector, ni coderas o rodilleras. Se programaban torneos en diferentes disciplinas deportivas, que incluía una carrera de motocross y concurso de habilidad automovilística en la cancha de fútbol.
Ya en los últimos cursos disfrutábamos del poder y dirigíamos el asunto. Para rematar la semana se realizaba el viernes en la noche la coronación del reinado de mamás, con fiesta incluida, y el sábado el acto central con la novillada. Los papás ganaderos más pudientes regalaban terneras que en un corral acondicionado para tal fin servían para que los más valientes torearan o practicaran el rodeo. Lógico que el trago estaba prohibido pero los mayores nos pasábamos la regla por la galleta porque a palo seco no se le mete a un animal de esos ni el más guapo. O qué tal en la fiesta de la noche anterior, quién iba a bailar sin haberse mandado siquiera media de aguardiente.
El domingo era el festival familiar y la ternera a la llanera el plato principal. Llegaban los carabineros con sus parrillas y la parafernalia necesaria, pasaban al papayo a las terneras de una forma que traumatizaba a más de un alumno porque las degollaban y el chorro de sangre era impresionante, pero después cuando empezaba esa carne a oler a todo el mundo se le pasaba el pesar por los animalitos. Luego la fila para recibir una buena porción acompañada de papa cocinada y un buen vaso de sifón. Para rematar, el lunes no había que ir porque debían organizar el colegio y así lográbamos un día más para capar clases. ¡Ah! tiempos aquellos.
pmejiama1@une.net.co
De aquella época recuerdo con placer una semana de octubre que dedicábamos al santo patrón del colegio, San Francisco de Asís, cuando se realizaban las fiestas patronales. Como el colegio Santa Inés es de la misma orden religiosa, la semana de fiesta coincidía y por lo tanto las amigas y novias que allí estudiaban podían aceptar las invitaciones que les hacíamos a nuestra celebración. En la actualidad esa costumbre de tirar la casa por la ventana durante una semana ya no se estila y en cambio programan algunos actos culturales durante dos o tres días, y pare de contar.
Lo mejor de las fiestas es que no había clases y qué más podía uno pedirle a la vida en ese entonces; la entrada era a media mañana y el control de asistencia poco estricto. Podíamos llevar la bicicleta y los que tuvieran caballo disponían de varios potreros para acomodar los táparos. La programación de las actividades era elaborada por los alumnos de los cursos mayores, quienes mangoneaban a su gusto al resto del estudiantado. Los más sardinos debían colaborar con pasatiempos que se presentaban al público para recolectar fondos, los cuales casi siempre iban a parar al buche de los mayores convertido en cerveza. No faltaba una tablita con agujeros, cada uno marcado con una cifra representada en centavos, y quien metiera una canica lanzada desde cierta distancia por cualquier hueco recibía el premio correspondiente.
Otro pegaba un tablero de la pared y ofrecía dardos para premiar la puntería; el alumno más hábil para el dibujo hacía caricaturas de los clientes; el concurso de pulso tampoco podía faltar; y la venta de todo tipo de mecatos que las mamás de los más lambones preparaban en las casas para colaborar con el recaudo de fondos. Resulta que en mi casa había una pequeña máquina de hacer algodón de azúcar y mi mamá nos la prestaba con mil condiciones. Montábamos el negocito y la verdad es que la mayoría de azúcar pulverizada quedaba pegada del pelo de los noveleros que no faltaban, mientras que el algodón quedaba del tamaño de un copito Johnson. Lo peor es que no se podía hacer en un palito porque no agarraba la telaraña que se formaba en la bandeja, y era necesario utilizar unos tenedores de plástico que hacían parte del equipo. Entonces, mientras uno de los hermanos operaba la máquina, los otros debían irse detrás de los clientes a esperar que se chuparan esa vaina para que devolvieran el cocianfirulo. Nosotros sabíamos a dónde iban a parar los fondos y por lo tanto nos gastábamos hasta el último centavo en mecato, y luego alegábamos que el negocio había dejado pérdidas.
La carrera de carritos de balineras desde La Pichinga hasta el colegio era una de las atracciones. En las curvas más peligrosas se concentraba el público y más de un accidentado quedaba grogui después de darse un porrazo en la mula, además de que la mayoría de competidores llegaban con los codos y las rodillas en carne viva; porque entonces no utilizábamos casco protector, ni coderas o rodilleras. Se programaban torneos en diferentes disciplinas deportivas, que incluía una carrera de motocross y concurso de habilidad automovilística en la cancha de fútbol.
Ya en los últimos cursos disfrutábamos del poder y dirigíamos el asunto. Para rematar la semana se realizaba el viernes en la noche la coronación del reinado de mamás, con fiesta incluida, y el sábado el acto central con la novillada. Los papás ganaderos más pudientes regalaban terneras que en un corral acondicionado para tal fin servían para que los más valientes torearan o practicaran el rodeo. Lógico que el trago estaba prohibido pero los mayores nos pasábamos la regla por la galleta porque a palo seco no se le mete a un animal de esos ni el más guapo. O qué tal en la fiesta de la noche anterior, quién iba a bailar sin haberse mandado siquiera media de aguardiente.
El domingo era el festival familiar y la ternera a la llanera el plato principal. Llegaban los carabineros con sus parrillas y la parafernalia necesaria, pasaban al papayo a las terneras de una forma que traumatizaba a más de un alumno porque las degollaban y el chorro de sangre era impresionante, pero después cuando empezaba esa carne a oler a todo el mundo se le pasaba el pesar por los animalitos. Luego la fila para recibir una buena porción acompañada de papa cocinada y un buen vaso de sifón. Para rematar, el lunes no había que ir porque debían organizar el colegio y así lográbamos un día más para capar clases. ¡Ah! tiempos aquellos.
pmejiama1@une.net.co
martes, octubre 06, 2009
Recorrido urbano.
Un programa bien agradable es dedicar una tarde a visitar las diferentes obras que se adelantan en la ciudad, para constatar en qué van. Desde los tiempos de Germán Cardona en cabeza de la administración municipal hemos visto crecer la ciudad en cuanto a infraestructura se trata; por fortuna nos ha ido bien, en términos generales, con los mandatarios que lo han sucedido en el primer cargo del municipio. Queda sobre el tapete la discusión de si debe atenderse primero las necesidades sociales, antes que las obras de cemento, aunque no queda duda de que todas las ciudades crecen en desarrollo vial y estructural, y que dichas obras también mejoran la calidad de vida de sus habitantes. Otra cosa es que en la memoria colectiva nunca quedan grabados los programas adelantados en los barrios marginales, campañas sociales y demás tareas que beneficien a los más necesitados.
En este diario nos presentan cada cierto tiempo un reporte completo de los proyectos que se adelantan, donde informan en forma detallada qué porcentaje lleva la construcción de la obra, cuál es la fecha programada para entregarla, cómo van los gastos comparados con el presupuesto inicial y demás datos de interés. Así pudimos enterarnos, por ejemplo, de que la intersección vial del estadio se entregó a satisfacción y que para sorpresa de la ciudadanía, terminaron los trabajos con dos meses de anticipación al plazo estipulado y además costó menos de lo presupuestado. Esa información debería llegar a todos los rincones del país: que en la construcción de una obra pública se demoraron menos de lo planeado y que además sobró plata. Una noticia como para Ripley.
Ojalá no haya trabas para que la administración pueda destinar los recursos que sobraron de la mencionada obra para construir un paseo peatonal desde ese sector hasta la iglesia de Fátima, tramo que es recorrido por gran cantidad de personas. En todo caso el repartidor vial quedó muy bonito, práctico, cómodo y agiliza el tráfico de manera considerable, además de que le da al entorno un aspecto moderno y desarrollado. Así da gusto pagar la contribución por valorización que aportamos los habitantes de los sectores aledaños a la obra.
El cable vía es otra realidad que podemos celebrar los manizaleños. Qué maravilla de obra, qué belleza, qué solución para el transporte, pero sobre todo qué atracción turística tan importante para la ciudad. Y aunque el costo final será mayor al presupuestado, esperemos que sus directivos den las explicaciones pertinentes para justificar dichas inconsistencias. Porque ya quisieron compararlo con el que funciona en Santander, pero el estudio correspondiente dejó muy claras las causas por las que no pueden confrontarse ambas obras. Esperamos que el proyecto de comunicar el sector de El Cable y el Parque Los Yarumos con un sistema similar se desarrolle con la misma diligencia, para que en poco tiempo tengamos ese importante encanto turístico, y que en un futuro la ciudad cuente con una red de cables que comunique sectores apartados como Villamaría, los barrios del norte, La Enea, Morrogacho, Maltería, La Linda y el Bajo Tablazo.
Me parece que al proyecto del sector de San José le ha faltado socialización. Nos enteramos a diario de las opiniones de la oposición, pero poco ha hecho la administración municipal para explicarnos de una manera clara y concisa en qué consiste la reestructuración que están por iniciar. Y me parece que lo mismo sucedió con los habitantes de los barrios involucrados: que ante la falta de información, escucharon las diatribas de quienes se oponen al proyecto, que con seguridad lo hacen por motivos políticos, y así terminaron en una manifestación para tratar de frenar la iniciativa.
Yo, así por encimita, no le veo sino cosas buenas al proyecto. Porque desde la carretera que va hacia Neira puedo observar los tugurios donde viven esos ciudadanos, los peligros que enfrentan en temporada de lluvias y las pésimas condiciones de vías e infraestructura que presenta la zona. Si en un rancho de esos habitan tres o cuatro familias, apiñadas y en condiciones infrahumanas, y a cada una de esas familias le van a entregar un apartamento para instalarse, la cosa suena muy bien. Los subsidios son generosos y seguramente la cuota que deberán cancelar asequible. Claro que serán viviendas estrechas y que tendrán que aprender a vivir en edificios, pero aspirar a que los acomoden a todos en apartamentos de lujo en sectores exclusivos, es utópico.
Hace varios años, en esta misma columna, propuse que trasladen el Batallón Ayacucho a una zona rural y que la administración municipal compre las instalaciones para destinarlas a la cultura y el esparcimiento. Pues para los vecinos de los militares, sobre todo en el sector cercano al morro Sancancio, la situación se ha vuelto invivible por la presencia en esa zona del polígono de tiro. Qué balacera tan impresionante. No se puede ni hablar por teléfono porque la bulla es ensordecedora y aunque somos animales de costumbres, hay momentos en que los estampidos de ametralladoras y armas pesadas desesperan al vecindario. Con la avalancha de violencia que nos llega por la televisión, la prensa escrita, la radio y hasta por la computadora personal, para tener de telón de fondo una sinfonía de disparos y “garrafas” de fusil, como dijo alguna vez un montañero mientras lo entrevistaban.
pmejiama1@une.net.co
En este diario nos presentan cada cierto tiempo un reporte completo de los proyectos que se adelantan, donde informan en forma detallada qué porcentaje lleva la construcción de la obra, cuál es la fecha programada para entregarla, cómo van los gastos comparados con el presupuesto inicial y demás datos de interés. Así pudimos enterarnos, por ejemplo, de que la intersección vial del estadio se entregó a satisfacción y que para sorpresa de la ciudadanía, terminaron los trabajos con dos meses de anticipación al plazo estipulado y además costó menos de lo presupuestado. Esa información debería llegar a todos los rincones del país: que en la construcción de una obra pública se demoraron menos de lo planeado y que además sobró plata. Una noticia como para Ripley.
Ojalá no haya trabas para que la administración pueda destinar los recursos que sobraron de la mencionada obra para construir un paseo peatonal desde ese sector hasta la iglesia de Fátima, tramo que es recorrido por gran cantidad de personas. En todo caso el repartidor vial quedó muy bonito, práctico, cómodo y agiliza el tráfico de manera considerable, además de que le da al entorno un aspecto moderno y desarrollado. Así da gusto pagar la contribución por valorización que aportamos los habitantes de los sectores aledaños a la obra.
El cable vía es otra realidad que podemos celebrar los manizaleños. Qué maravilla de obra, qué belleza, qué solución para el transporte, pero sobre todo qué atracción turística tan importante para la ciudad. Y aunque el costo final será mayor al presupuestado, esperemos que sus directivos den las explicaciones pertinentes para justificar dichas inconsistencias. Porque ya quisieron compararlo con el que funciona en Santander, pero el estudio correspondiente dejó muy claras las causas por las que no pueden confrontarse ambas obras. Esperamos que el proyecto de comunicar el sector de El Cable y el Parque Los Yarumos con un sistema similar se desarrolle con la misma diligencia, para que en poco tiempo tengamos ese importante encanto turístico, y que en un futuro la ciudad cuente con una red de cables que comunique sectores apartados como Villamaría, los barrios del norte, La Enea, Morrogacho, Maltería, La Linda y el Bajo Tablazo.
Me parece que al proyecto del sector de San José le ha faltado socialización. Nos enteramos a diario de las opiniones de la oposición, pero poco ha hecho la administración municipal para explicarnos de una manera clara y concisa en qué consiste la reestructuración que están por iniciar. Y me parece que lo mismo sucedió con los habitantes de los barrios involucrados: que ante la falta de información, escucharon las diatribas de quienes se oponen al proyecto, que con seguridad lo hacen por motivos políticos, y así terminaron en una manifestación para tratar de frenar la iniciativa.
Yo, así por encimita, no le veo sino cosas buenas al proyecto. Porque desde la carretera que va hacia Neira puedo observar los tugurios donde viven esos ciudadanos, los peligros que enfrentan en temporada de lluvias y las pésimas condiciones de vías e infraestructura que presenta la zona. Si en un rancho de esos habitan tres o cuatro familias, apiñadas y en condiciones infrahumanas, y a cada una de esas familias le van a entregar un apartamento para instalarse, la cosa suena muy bien. Los subsidios son generosos y seguramente la cuota que deberán cancelar asequible. Claro que serán viviendas estrechas y que tendrán que aprender a vivir en edificios, pero aspirar a que los acomoden a todos en apartamentos de lujo en sectores exclusivos, es utópico.
Hace varios años, en esta misma columna, propuse que trasladen el Batallón Ayacucho a una zona rural y que la administración municipal compre las instalaciones para destinarlas a la cultura y el esparcimiento. Pues para los vecinos de los militares, sobre todo en el sector cercano al morro Sancancio, la situación se ha vuelto invivible por la presencia en esa zona del polígono de tiro. Qué balacera tan impresionante. No se puede ni hablar por teléfono porque la bulla es ensordecedora y aunque somos animales de costumbres, hay momentos en que los estampidos de ametralladoras y armas pesadas desesperan al vecindario. Con la avalancha de violencia que nos llega por la televisión, la prensa escrita, la radio y hasta por la computadora personal, para tener de telón de fondo una sinfonía de disparos y “garrafas” de fusil, como dijo alguna vez un montañero mientras lo entrevistaban.
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