jueves, septiembre 27, 2012

Las infaltables modas.


El concepto de la moda es el mejor aliado del consumismo, porque se encarga de poner a la gente a comprar cosas que no necesita y a reemplazar otras que están en perfecto estado. Si no existiera la moda nos quedaríamos con la misma ropa hasta que se acabara de tanto usarla, los aparatos funcionarían hasta su último aliento y así la vida sería mucho más sencilla y económica. La palabra moda despierta la codicia, la novelería, la envidia, la competencia, el arribismo, el despilfarro, el esnobismo y muchas otras debilidades del ser humano. Son tantos los que saltan matones y hasta se endeudan por mantenerse al día con lo que está en boga.

En uno de los casos que más se acata la moda es en el vestuario y los accesorios femeninos, donde basta que un diseñador reconocido en el ámbito mundial lance un  producto y por medio de la publicidad en poco tiempo se impone en todos los rincones del planeta. No importa que sea de mal gusto, feo o incómodo, el artículo de marras irá a parar al guardarropa de millones de mujeres que no dejarán pasar la oportunidad de estar al día con la moda. Como sucedió hace algún tiempo con cierto calzado para mujer, de tacón alto y una punta exagerada, parecido al de Alí Babá, que aparte de lo poco atractivos dizque son incomodísimos, porque el pié de quien los usa queda comprimido en la punta del zapato; así es como se forman los juanetes.

Por culpa de la moda la persona cambia su vestuario al ritmo de las nuevas tendencias y en muchos casos guarda lo que ha dejado de usarse con la firme esperanza de que algún día vuelva a imponerse; así acumulan elementos y prendas por miles hasta que no tienen dónde guardarlos. Además, pueden pasar décadas antes de que unas pocas prendas y accesorios de esos regresen a las pasarelas. Cuántas personas deben repetir la misma muda día tras día porque no tienen más, pasan frío en invierno por falta de abrigo o suspiran por tener unos chiros en buen estado para cachaquiar el domingo, y tantos otros con el clóset atiborrado de ropa que nunca usan.

Qué tal ahora con la competencia de los equipos electrónicos. Cualquier mocoso aspira tener teléfono celular, computadora, tableta, reproductor de música, consola de juegos, televisor de pantalla plana en su cuarto y cuanta novelería ofrezcan. Además, si en un principio los muchachitos se contentaban con tener un teléfono simple, de combate, ahora no aceptan sino el que tiene internet y opción para chatear. Y claro, como todos los amiguitos tienen… Entonces las grandes multinacionales lanzan cada seis meses una nueva versión de cierto aparato, para que los ávidos compradores opten por cambiar el actual porque no tiene las dos o tres pendejadas que trae el nuevo.

Hoy en día se da uno la pela de cambiar la computadora y escoge una moderna, con muy buena velocidad, amplia memoria y suficiente capacidad en el disco duro, pero grande es el desconsuelo cuando al poco tiempo le dicen que no pueden copiarle cierto programa porque su equipo está desactualizado. Con el televisor para igual. Todo el mundo quiere tener un buen aparato y cuando al fin se lanza y adquiere el último modelo, en un parpadeo ya ofrecen unas tecnologías que dejan el recién comprado como una antigüedad. Veo en la publicidad de muchos de esos aparatos modernos que los ofrecen como productos inteligentes y con seguridad en muchos casos el aparatejo resulta más entendido que el propietario.

Por fortuna en nuestra época las modas eran muy económicas, trompos, baleros, yoyos, pica pica, etc., porque no me imagino a mi papá comprando tabletas electrónicas por docenas. No exagero, pues me enteré de un colegio que para este año les pidió a los niños que pasan a sexto una tableta para reemplazar los cuadernos; y la moda se impuso en muchos colegios. Cómo le parece, los muchachitos que botan a diario el morral, el saco del uniforme o el balón, lo que les irá durar ese aparatico que cuesta casi un millón de pesos. Y vaya pues no le compre al suyo para que vea que se traumatiza y sale más costoso el terapeuta.

Con la ropa pasa igual, porque mientras nosotros comprábamos un corte de terlenka o de dacrón en la calle 19 e íbamos a donde el sastre para que hiciera el pantalón, así como las camisas se las encargábamos a la costurera que le cosía a nuestra madre, ahora los zambos sólo utilizan ropa de marca que cuesta un dineral. Si al menos se vieran bien vestidos, pero se ponen un bluyín desteñido, roto y que les queda juancho, porque muestran media nalga y la horqueta les llega casi a la rodilla. Encima se chantan un buzo también grande con una capucha que los hace ver como cualquier jíbaro callejero. Parecen competir al que esté más desgualetao.

Como alguna ventaja debe tener este consumismo desmedido, de ahí nace lo que se conoce como sobrado de rico y que no es otra cosa que todos esos productos que desechan los compradores compulsivos y gomosos, por el afán de adquirir un modelo más reciente. Y ahí estamos el resto a la espera de un buen papayazo.
pamear@telmex.net.co

jueves, septiembre 06, 2012

Las comitivas.


Alguna vez, al ver preparar un asado, pensé en qué momento a uno de esos primeros habitantes de la tierra se le ocurrió coger un pedazo de carne, ensartarlo en un palo y ponerlo al fuego como quien asa una salchicha en la chimenea. Porque seguro al descubrir el fuego aquellos primitivos lo usaron en un principio para calentarse, defenderse de las fieras salvajes o iluminar sus cavernas, para después encontrarle otras funciones como la de utilizar tizones para plasmar sus pinturas rupestres. En todo caso el invento de cocinar los alimentos fue un cabezazo, porque eso de echarle muela a un pedazo de carne cruda me parece desagradable.

Hoy en día muchos platos de la comida internacional están preparados a base de carnes crudas: prosciutto o jamón serrano de cerdo, sushi a base de pescado, carpacho de res o un tipo de quibbe en el que se come la carne molida adobada con ajo, algunas especies y abundante aceite de oliva. Estas viandas, a pesar de ser consideradas manjares por muchos, a otros producen repulsión por el hecho de ser preparadas sin ningún tipo de cocción. Me siento cómodo con las costumbres gastronómicas que me tocaron, porque me da escaramucia ver en ciertos programas de televisión a miembros de otras culturas y regiones del mundo hincarle el diente al hígado podrido de una foca, mascar trozos de grasa de ballena, deleitarse con el muslo de un perro o disfrutar el ojo entero de una oveja servido en la sopa; o como los bosquimanos, que después de matar un jabalí escogen el intestino, le escurren algo de la caca que tiene adentro, lo pasan dos minutos por la candela y luego se lo mascan como si fuera un chicle.

Será que con los años uno se vuelve exigente y resabiado, porque ya no le jala con igual entusiasmo a cosas que antes le parecían llamativas. Recuerdo por ejemplo el programa tan delicioso que era organizar una comitiva con familiares o amigos. Las primeras fueron con la mamá, la cocinera de la casa o algún adulto responsable, pero después, cuando ya conocíamos el rodaje del asunto, queríamos irnos solos para poder hacer lo que nos provocara. Entonces aparecieron las comitivas al escondido, que eran las mejores, para lo cual cada miembro del grupo debía sacar de manera subrepticia algún producto de la cocina de su casa; uno se encargaba del plátano, otro de las papas, del caldo de sustancia, un tomate y un gajo de cebolla, el poquito de sal y cualquier cosa que pudiera servir.

Luego venía el problema de la olla, porque borrar después la evidencia era prácticamente imposible; por más agua, jabón y esponjilla que se le volee a ese recipiente nunca queda como estaba, ya que el tizne que produce la leña es muy trabajoso de sacar. Pero alguno se aventaba y salíamos dichosos a preparar la improvisada sopa, con el agravante que todos teníamos una receta diferente y ponernos de acuerdo era muy complicado. Lo cierto es que mientras unos procedían con la preparación, el resto se entretenía metiéndole ramitas a la hoguera, escupiendo a las llamas, sacando un tizón para asustar a los demás o escurriéndole el bulto al molesto humo. Como no lográbamos sacar platos y cubiertos para todos, tocaba comer por turnos y a las carreras, lo que hacíamos con gusto porque la verdad los preparados quedaban más malucos que el diablo. También acostumbrábamos asar tajadas de banano en una lata oxidada, o en un tarro vacío de galletas hacer tiraos con panela, coco y corozos, aunque al tratar de manipular la mezcla nos metíamos unos quemones los verracos.

Tiempo después el procedimiento se repitió con más fundamento, cuando nos íbamos de excursión con los amigos y toda la comida debíamos prepararla en un improvisado fogón de leña, o durante los tradicionales paseos de olla y pelota de números, que deben realizarse a la orilla de una quebrada y cuyo plato oficial siempre ha sido el sancocho de gallina. Puede quedar muy bien preparado, con todas las de la ley, pero entonces viene el inconveniente principal: que no se cuenta con mesa y sillas para sentarse a comer cómodamente.

Porque le sirven a uno el sancocho a la temperatura que derrite el plomo y en un plato de icopor lleno hasta el mismo borde; con la otra mano recibe los cubiertos de plástico, una servilleta y un vaso desechable con gaseosa al clima. Toca entonces buscar una piedra dónde sentarse, acomodar el bendito plato en una rodilla y hacer equilibrio para que no se riegue, entre otras cosas porque le arde la pierna que por andar tirando baño está desprotegida. Olvídese si le provoca echarle ají, unas gotas de limón o el infaltable picadillo de cilantro y cebolla, porque después de acomodado ya no se levanta ni el patas.

Lo mismo sucede en las comidas elegantes con muchos invitados, que no caben todos en la mesa y por lo tanto reparten unas tablitas que se acomodan encima de las piernas para poner allí el plato principal; ni hablar del encarte con los cubiertos, o con la bebida que debe esconderse debajo de la silla para que no la derrame el primero que pase. Será que soy muy resabiado, pero la comida así no me resbala.
pamear@telmex.net.co