La fecha del nacimiento de Jesus pudo
haber sido cualquiera durante la existencia del ser humano en el planeta, con
todos los beneficios e inconvenientes que cada época representa. Qué tal que
hubiera ocurrido en la década de 1930, en Alemania, cuando los judíos no
encontraban escondedero que valiera; o en una tribu africana en el siglo XVII,
donde lo habrían encadenado para mandarlo a cortar caña al nuevo mundo; ni qué
decir de haber coincidido con el Santo Oficio, porque no le habría quedado sino
abjurar o lo descoyuntan en el potro. De igual forma pudo haber sucedido en
nuestro país, en la época actual, y entonces se me ocurre cómo habría sido la
peregrinación de la Sagrada Familia.
-Quiubo viejo, cuente pues cómo
le fue –dice María a su marido cuando lo ve llegar entrompao-. Ni pregunte
mija, que no puedo decir groserías delante de usté; esa gente de la EPS me va a
purificar. Vengo patoniao y esta es la hora que no han autorizao la ecografía
esa. Qué nervios viejo, -comenta ella-, y yo con esta maluquera y un dolor
bajito que me tiene a punto de coger el monte. Pues diga a ver si se le mide y
nos vamos pa urgencias -propone él-, porque un amigo dice que si la
hospitalizan le hacen todos los esámenes de una.
Tarde en la noche a ella le entra
la angustia y se resuelve, y como a esa hora es trabajoso coger buseta, les
figura pagar carrera. En la clínica encuentran a varias personas que tratan de
ingresar, por lo que José le propone a su compañera que espere mientras él habla
con el portero. Mire joven –dice el carpintero- a ver si nos deja dentrar que
mi mujer está a punto de coger la cama y se siente muy mal; mírela como está de
traspillada. El vigilante, con ínfulas de gerente y en tono despectivo, responde:
¿y es que usté cree que aquí hacemos milagros o qué? Eche pa la casa y cuando
reviente fuente la trae. Por lo que más quiera hombre –suplica José-, esta
señora necesita atención. Entonces el tipo pregunta si él es el abuelo de la
criatura y cuando responde que es el papá, el vergajo le comenta a una aseadora
que lo acompaña: oigan a este… ¡morirá engañao!
Por fin los deja entrar y les
dice que aguarden a que los llamen. Pasadas tres horas nadie les para bolas,
por lo que el angustiado padre se arrima al puesto de enfermeras a preguntar
qué se sabe. Perdone su mercé, ¿será que pueden atender a mi señora que está a
punto de maluquiase? Una muchacha muy amable le dice que hay mucho voleo, pero
que apenas se desocupe uno de los médicos ella la hace pasar de primerita; que
mientras tanto le muestre la cédula para adelantar el papeleo. Como a las dos
de la mañana una doctora con pinta de colegiala la atiende y después de tomarle
los signos vitales, le pone una inyección, la manda acostar en una camilla y la
acomodan en un corredor; por fortuna le prestan una cobijita porque está tullida
del frío.
Poco después de amanecer, cuando
se realiza el cambio de turno, otro médico la revisa de nuevo y les anuncia que
el ecógrafo de la clínica está dañado, pero que le va a dar una orden con
carácter urgente para que la remitan pronto a otra institución; además, le
receta un medicamento que debe empezar a tomar lo más pronto posible. Rendidos
del cansancio entran a una cafetería al frente y piden dos pintaos con roscas
de pandequeso. Ahora verá pues -comenta José-, salimos como llegamos; y con más
vueltas pa hacer. Mejor la acompaño hasta la casa y me voy pa la farmacia a
reclamar el remedio ese, y de una vez averiguo cómo es la vaina de la
ecografía; imposible que siendo urgente nos den más caramelo.
Siquiera llegó mijo, ya me estaba
preocupando –saludó María-, venga recuéstese un rato que usté está trasnochao.
Qué recostar ni qué carajo -dice el pobre hombre-, si me fue como a los perros
en misa. Ríase lo que me tocó esperar en la farmacia, me dieron la ficha 86 y
apenas iban en el 14, y luego me dice ese baboso que el medicamento es de alto
costo y toca hacelo autorizar. Y cuando pregunté por la vuelta de la ecografía,
la vieja se rió y me dijo que eso de urgente no sirve pa nada. Más bien arranco
a conseguir la autorización, porque yo la veo a usté como de muy mal semblante.
No mijo –propuso ella-, déjeme ir que la cara del santo hace milagros; a lo
mejor se apiadan al verme estas patas hinchadas como bancos. Y si no me paran
bolas, me les hago la desmayada.