martes, diciembre 18, 2012

No me inviten.


Basta que nombren la palabra Navidad para que empecemos a planear paseos, fiestas y repichingas. En nuestra cultura es común que el trabajador raso, el obrero de construcción o el cogedor de café destinen la mayoría de los ingresos del último mes del año única y exclusivamente a tomar trago. Ya no necesitan buscar un motivo para jumarse a diario, porque desde el primero de diciembre empieza la rumba corrida. En vista de que la prima navideña la pagan a mediados del mes, proceden a fiar o a conseguir plata prestada para dedicarse a homenajear al dios Baco. Mientras tanto sus angustiadas mujeres buscan la forma de arañarle algo al mísero presupuesto para los gastos de la casa.

El ciudadano promedio festeja en esta época con los compañeros del trabajo, arma un paseo con sus amigos del colegio, la reunión con los miembros de la familia, otra con los vecinos, la de los compinches del billar y a partir del 16 de diciembre la disculpa perfecta es la Novena navideña, todos los días en una casa distinta y la cual incluye bailoteo, borrachera y amanecida. No pregunte cómo les alcanza la plata, les aguanta el hígado y cómo logran llegar todos los días a cumplir con el horario de trabajo. El desorden etílico dura hasta finalizar la feria a mediados de enero y para entonces ya no tienen ni con qué envenenarse.  Ahí empiezan a parir micos y a hacer maromas para sobrevivir hasta que llegue la próxima Navidad.  

Dicen que los años no vienen solos y ello puede corroborarse cuando nos percatamos de que la época de los villancicos ya no nos mueve la aguja. De niños celebrábamos la temporada navideña en la finca familiar con gran cantidad de primos y parientes, y puedo decir que no se quedaba ninguna costumbre o tradición sin practicar. Después crecimos y mis padres le cogieron pereza a la celebración, situación que se hereda y ahora somos bastante parcos al respecto. Sobre todo cuando crecieron los hijos, porque sin duda con los pequeñines se disfrutan mucho estas festividades. 

Otra característica de la acumulación de calendarios es que ya no vamos sino donde nos provoca. Queda atrás eso de aceptar invitaciones por compromiso y ahora me doy cuenta de la cantidad de Novenas a las que asistí muerto de la jartera. Porque viéndolo bien ese es el programa más maluco que se han inventado, en primer lugar porque es de noche y en semana; con el frío que hace por aquí después de oscurecer, que sólo provoca meterse entre las cobijas a tomarse un chocolate caliente con parva. Y como la invitación es a las siete de la noche uno se va sin comer, pero pronto se arrepiente de no haber mecatiado algo porque los muchachitos insisten en rezar la Novena antes de que sirvan las viandas.

Como la consigna en esas celebraciones es darle gusto a los mocosos, proceden entonces a reunirse todos alrededor del pesebre para dar inicio al rezo. Sin excepción la lectura queda en manos del muchachito que apenas aprende las primeras letras y por ello el párvulo se ve en aprietos para descifrar palabras que son un verdadero galimatías para él, como Adonay, preclaro, humanado, disteis, anhelo, Emanuel, apacientas, prosternado o bienhechor. Por lo tanto la ceremonia se hace eterna y lo peor es que hasta que no termine nadie puede conversar, tomare un trago o volarse para la cocina a que le adelanten algún bocado. Y haga fuerza para que al hermanito mayor no le de una pataleta porque no lo dejaron leer a él, porque con seguridad los papás van a querer darle gusto y por lo tanto toca repetir la dosis.

Por fin terminan y empiezan a cantar villancicos, con el agravante que los infantes no quedan satisfechos hasta que interpreten todos los que tienen en el repertorio; además de varias repeticiones de los más apetecidos. El ruido de matracas, cornetas, panderetas y tambores es atronador, y cuando uno ya está resuelto a irse para la casa sin pasar bocado, por fin llaman a la mesa. Pero cuál será la desilusión cuando le sirven en un plato desechable un trozo generoso de natilla y dos buñuelos fríos y entrapados, que preparó la empleada antes de irse; y para tomar, gaseosa al clima y en vaso de plástico. Y como soy de los que apoyan la teoría que comida fría, no es comida...

Hasta ahora creí que la Novena era una celebración de los cristianos de todo el planeta, pero me entero de que fue inventada por un fraile ecuatoriano en el siglo XVIII y sólo se acostumbra en Colombia, Venezuela y Ecuador; lo mismo que la tradición de prender velas el ocho de diciembre, como homenaje a la Inmaculada Concepción, que también es una ceremonia netamente colombiana. Por ello muchos creerán que somos unos fervorosos católicos, pero me late que el entusiasmo tiene otros motivos. Porque en nuestro medio estas fechas se aprovechan es para tomar trago, matar marranos y armar parrandas que duran hasta el amanecer; y eso que prohibieron la pólvora, porque muchos preferían comprar globos, papeletas y voladores antes que aguinaldos y comida. A ver en qué quedan estas celebraciones si les quitan el elemento etílico y los catorce cañonazos bailables.
pamear@telmex.net.co

martes, diciembre 11, 2012

Campamento de verano.


Algo que es difícil de asimilar para las personas de mi edad es que en la actualidad la temporada de vacaciones sea un verdadero problema para todos los miembros de la familia. En cambio para nosotros era el momento más esperado del año y las disfrutábamos desde el primero hasta el último minuto; además, para nuestros padres no significaba ningún inconveniente porque si algún pariente tenía una finca allá íbamos todos a templar, o de lo contrario nos quedábamos en la casa porque teníamos el más amplio espacio para divertirnos: la calle.

Y ahí radica el problema actual, porque los muchachitos no pueden salir a la calle, ir a un cine, recorrer el centro comercial o tomar el algo por ahí en cualquier heladería sin la compañía de un adulto; mucho menos jugar en mangas y potreros, programa que además no les llama la atención porque ni siquiera lo conocen. Entonces se quedan en la casa pegados del televisor, frente a la pantalla de la computadora, chateando con el teléfono, embobados con sus juegos electrónicos y aislados del mundo al conectarse unos audífonos en las orejas. Los padres de familia, que en su mayoría ambos trabajan, se mortifican de saberlos en dicha condición y se devanan los sesos a diario al buscarles programas para entretenerlos y apartarlos de la electrónica embrutecedora.

En el hemisferio norte inventaron hace muchos años los campamentos de verano para recrear muchachitos en épocas de asueto, y como por aquí somos tan proclives a copiarles todo, ya ofrecen varios programas de ese tipo en nuestro medio. Se me ocurre que alguien puede medírsele a un negocio simple y llamativo, que consiste en conseguir una finca típica de nuestra región y montar un campamento de vacaciones donde los niños aprendan y disfruten con los juegos y entretenciones con los que se criaron sus mayores. Yo no le jalo porque soy muy malo para manejar mocosos ajenos y al primero que empiece a fregar le zampo un coscorrón, y seguro voy a parar a la cárcel.

La primera condición es que los muchachitos no pueden llevar al campamento ningún tipo de aparato electrónico, y eso incluye el teléfono celular; tendrán derecho a comunicarse con sus casas con cierta regularidad, para lo que utilizarán un teléfono fijo y así de una vez aprenden a conocer ese aparato misterioso para ellos. También deben ir advertidos de que la comida será la que se acostumbraba antes en las fincas, y que por ejemplo al desayuno no les ofrecerán cereales, tostadas francesas, waffles, panqueques ni huevos rancheros, sino calentado de frijoles, huevos pericos, arepa con queso y chocolate en taza. El resto del menú también será típico y a la hora del algo recibirán aguapanela con limón o Fresco Royal, bananos congelados, leche postrera con cucas, tiraos, solteritas, empanadas y arepitas recién asadas; y frutas como guamas, madroños, chachafrutos, zapotes, mangos, mandarinas y guayabas.

La levantada será al alba para ver ordeñar y después de un baño en agua fría y el desayuno, disfrutarán de una variada programación: caminatas por el monte; pesca en quebrada con costales y canastos; montada a caballo de a dos, para que se turnen porque uno siempre debe ir “al anca”; comitiva para preparar el almuerzo cualquier día; recorrido didáctico para conocer el cultivo y beneficio del café; bañada en el río más cercano, para lo que deberán improvisar un dique a punta de piedras y cascajo; y por último construir una casa en un árbol, con guaduas y hojas de plátano para el techo, donde podrán dormir una noche los más aventados.

También aprenderán los infantes diversos juegos que practicaron sus mayores y podrán participar en concursos de yoyo, trompo y balero; apostar canicas a los cinco hoyos o al pipo y cuarta; correr la vuelta a Colombia con tapas de gaseosa; jugar terreno con una navaja; y elaborar zepelines con recortes de revista para lanzarlos con un popo o bodoquera. Ninguno regresará a su casa sin aprender a fabricar una marranita con un carrete de hilo, un pedazo de vela, una bandita de caucho y un palo de bombón; armar cometas con varillas de guadua, papel de seda y engrudo a modo de pegante; improvisar teléfonos con hilo y vasos de cartón; y un par de zancos con trozos de madera.

Al caer la tarde se reunirán a echar cuentos, para que conozcan mitos y leyendas como La Patasola, La Llorona, El Hojarasquín o La Madremonte; se enteren de quiénes fueron Mirús y El putas de Aguadas; se rían con los chistes de Cosiaca y Pedro Rimales; y aprendan costumbres y tradiciones de nuestros campesinos. Después llega la comida, que para todos es lo mismo y que debe tomarse en la mesa del comedor y a una hora determinada; y como en la finca estará prohibida la televisión, los muchachos podrán entretenerse un rato mientras se llega la hora de acostarse con diversos juegos en los alrededores de la casa: chucha o la lleva, cuclí o escondite, guerra libertadora, a poner gorros, etc.           

Dormitorios con varios camarotes para que los participantes se sientan acompañados, y como la disciplina debe imperar, hay un horario para apagar luces. Ya que si los zambos se quedan echando cuentos verdes o entretenidos con un concurso de pedos…
pamear@telmex.net.co

martes, diciembre 04, 2012

Odiosa comparación.


Buena dosis nos han dado los medios de comunicación respecto al polémico fallo de la Corte Internacional de la Haya. Por lo tanto todos opinan, reniegan, discuten y hasta dictan cátedra sobre un tema que ni siquiera los más expertos abogados internacionalistas entienden bien; además, pululan las encuestas donde preguntan al ciudadano común si está de acuerdo con que Colombia acate el fallo o si por el contrario debe ignorarlo. En las redes sociales crean grupos de indignados compatriotas que invitan a formar movimientos que buscan recuperar lo irrecuperable; porque me late que no existe la más remota posibilidad de que echen para atrás la sentencia.

Imagino que los jueces que tomaron la decisión, al mirar el mapa, notaron que las islas están mucho más cerca de Nicaragua que de nuestro territorio y con seguridad esa percepción influyó al momento de decidir. De manera que debemos empezar a planear estrategias para que en un futuro no perdamos más territorio en esa disputa, porque Nicaragua siempre ha pretendido es quedarse con todo el archipiélago. Dejemos ya de llorar sobre la leche derramada y pongámonos en los zapatos de ellos. Qué tal que las Islas del Rosario o el archipiélago de San Bernardo tuvieran una infraestructura similar a la de San Andrés y fueran territorio nicaragüense, a ver si nosotros no estaríamos de patas y manos en pos de recuperarlas.

Sin duda el gobierno nacional debe pararle más bolas a las islas, porque el aeropuerto, las vías y demás infraestructura se ven bastante deteriorados, además de meterle duro al fomento del turismo que sin duda es el motor de desarrollo de esa región. Aunque lo que más parece preocupar es la situación de los pescadores artesanales, que según dicen se quedaron sin dónde faenar. Las autoridades nicaragüenses aseguran que pueden seguir haciéndolo en las aguas que ahora son de su dominio, pero además me pregunto si acaso en todo ese mar que tenemos hacia el oriente, y que llega hasta el litoral norte de nuestro país, no existen recursos de ningún tipo. No puedo creer que langostas, tiburones, mariscos, peces de todo tipo y demás especies comerciales puedan capturarse sólo en el área marítima que perdimos.

En todo el archipiélago habitan unas 75 mil personas y los pescadores perjudicados son aproximadamente mil, agrupados en tres asociaciones. Y aunque las comparaciones son odiosas, no puedo dejar de hacer una que llama poderosamente mi atención. Si en todo el país se oyen voces de preocupación por el futuro económico de un puñado de damnificados, por qué nadie dice nada de la caótica situación que enfrentan más de quinientas mil familias que viven del cultivo del café. Imagino que se debe a que los cafeteros se ganaron la fama de que chillan más que un canastao de pollos y que hasta en épocas de bonanza aseguraban perder plata, por lo que ahora les pasó lo del pastorcillo mentiroso.

Pues la realidad es que actualmente cuesta más producir una arroba de café que lo que pagan por ella. Quienes no habitan las tierras productoras del grano desconocen la cultura cafetera y piensan que el problema es de unos pocos finqueros ricachones. Por lo tanto ignoran que la gran mayoría son pequeños latifundistas, campesinos que cultivan su parcela y el fin de semana viajan al pueblo con unas pocas arrobas de café para venderlas y adquirir los productos de primera necesidad. Hoy están a punto de robar gallinas y como es lógico, no pueden comprar abonos ni hacerle mantenimiento a los cafetales.

Y los tales ricachones, como les dice la gente con cierto desdén, lo que hacen es generar empleo. Pero la situación obligará a muchos a voltear la finca para criar ganado, negocio que manejan con dos empleados, mientras el resto seguramente quebrará, lo que sin duda va a dejar a mucha gente sin destino; y no sólo a los trabajadores de la finca, sino al que transporta los insumos, al garitero, el que arrea las mulas y a las mujeres que alimentan a los peones, entre muchos otros. Por ahí derecho en los pueblos sufren los dueños de graneros y cantinas, el que vende dulces en una esquina, las fufurufas que hacen su agosto en cosecha y en general cualquiera que se dedique a una actividad comercial.

El gobierno nacional, los congresistas, la dirigencia cafetera y demás autoridades le dan largas al asunto y no quiero ni pensar qué sucederá con nuestra región de acabarse la industria del café. Nos traga la tierra. Debemos recordar que en época de vacas gordas el gremio cafetero fue la alcancía del país, al que recurrían cada que había una tragedia o emergencia, pero ahora que los jodidos son ellos, nadie parece preocuparse. Decretan un auxilio para mejorar el ingreso del productor, pero cuando ya la mayor parte de la cosecha se recogió; y la de las tierras más altas, que es en abril y mayo, tampoco recibe una ayuda que está vigente hasta el 31 de enero del próximo año.

Y el grano cada vez más poquito y de peor calidad, mientras el dólar se resiste a subir. Así las cosas el futuro cafetero es negro y muy pronto deberemos repetir como Ever Castro: Se les dijo, se les advirtió, se les re-co-men-dó… pero no hicieron caso.
pamear@telmex.net.co

martes, noviembre 27, 2012

Insoportable intromisión.


Pasa el tiempo y me pregunto cuándo es que le voy a coger cariño al teléfono celular. Reconozco que el aparato es muy útil porque el número del teléfono ya no corresponde a una residencia, un negocio o empresa, sino que comunica directo con la persona que uno solicita. Lo que no entiendo es que la gente prefiera usar el móvil antes que el fijo, porque así tengan este último a la mano, optan por preferir el celular para cualquier llamada. Y le tengo ojeriza al cacharro ese porque llegué a pensar que tengo una disminución auditiva, pero la deseché cuando confirmé que por el teléfono de la casa oigo perfectamente. Me parece que la señal del celular es inconstante, las llamadas se caen con frecuencia, el sonido es pésimo, y como los aparatos son cada vez más pequeños, no atino a cuadrarlo con el agujero de la oreja.

Pero eso es lo de menos. A lo que no puedo acostumbrarme es a la manera como ese diminuto dispositivo se ha entrometido en la vida de la gente. La mejor definición que conozco acerca del tema es que los avances en las comunicaciones nos acercan a aquellos que están lejos, pero nos aíslan definitivamente de quienes nos rodean. Claro que es una maravilla que alguien llame por teléfono a una hija que está en Singapur y la nena, en vez de simplemente contestar, aparezca en la pantalla muy campante para que converse con ella; y la zamba puede mostrarle el entorno donde está, los zapatos que compró o el último motilado que se hizo.

Todo esto era ciencia ficción hasta hace unos años, sobre todo para quienes vivimos la época en que para hacer una llamada de larga distancia, nacional o internacional, había que pedir el servicio a una operadora de Telecom; la muchacha tomaba los datos y decía que en un rato llamaba para comunicarnos. Entonces nadie podía tocar el teléfono para que no lo fuera a encontrar ocupado y además todo el mundo empezaba a susurrar en la casa, porque cuando por fin sonaba el teléfono, el que iba a hablar debía hacerlo a los gritos para que su interlocutor le entendiera algo. Ni hablar de lo que costaba el chistecito.

Hace unos quince años, cuando empezaban apenas a aparecer los teléfonos móviles en nuestro país, los planes eran muy costosos y por ello los usuarios trataban de economizar al momento de utilizarlos; el aparato se usaba para dar razones, concretar citas y demás asuntos urgente y concisos. En cambio ahora, el que menos, dispone de mil minutos para gastarlos en el mes y muchos tienen consumo ilimitado; entonces hacen visita por teléfono, chismosean, realizan negocios, desde la oficina ayudan a los hijos a hacer las tareas y cuanta comunicación se les ocurra. Desespera ver a la mayoría de las personas adictas a hablar por teléfono.

Lástima que la Urbanidad de Carreño sea un texto obsoleto porque hace mucha falta en la sociedad actual, y caería muy bien un capítulo dedicado al adecuado uso y manejo del teléfono celular. Porque son pocas las personas que al oír timbrar su aparato piden disculpas a los presentes y se retiran a otra habitación para atender la llamada, mientras la mayoría charla tranquila sin importar que interrumpen a los demás; y parecen no percatarse de que quienes lo acompañan están incómodos, sin saber qué hacer, si ponerle cuidado a lo que habla o tratar de retomar el hilo del asunto que los convoca.

Se impone en Europa la costumbre de advertir a la entrada de muchos restaurantes que no se permite el uso del celular, y aunque muchos aducen que a ellos no les molesta contestar el teléfono mientras comen, el asunto es que a los demás sí les incomoda, y mucho. Porque si usted va en busca de un momento de tranquilidad, adobado con buena comida y una agradable compañía, no querrá aguantarse a un fulano que camina por entre las mesas como un león enjaulado mientras habla a los gritos, gesticula y se carcajea. Recuerdo que recién salidos los celulares al mercado me invitaron a un almuerzo campestre con varios ejecutivos de la ciudad y al llegar a la finca, el anfitrión, “Sobrino” Gómez, solicitaba a los participantes el celular para meterlo en una gran olla de barro que tenía para tal menester. Los timbres se confundían en el recipiente y así el dueño quisiera contestar, mientras encontraba su aparato perdía la llamada.    

Si tengo compañía y recibo una llamada respondo a quien sea que después me comunico, porque estoy ocupado. Por respeto y educación, y porque me parece el comportamiento lógico. Si es algo urgente pido permiso a los presentes y me retiro del recinto; además no puedo concentrarme en una conversación si hay otras personas presentes. Pero a la gente parece no afectarle porque responden en cualquier momento, sin importar que estén en una reunión, en medio de la comida, mientras manejan el vehículo, en el ascensor o donde se encuentren. Qué modita tan fastidiosa.  

Una parejita baila amacizada en una discoteca y en cierto momento la muchacha pregunta al oído de su amado si lo que tiene en el bolsillo es el celular, a lo que el tipo responde con malicia: no mamita, ¡es el fijo!
pamear@telmex.net.co

martes, noviembre 20, 2012

Amigos.


Una frase muy valedera dice que los amigos son hermanos escogidos por uno. Muy cierto, porque al menos en mi caso siento un cariño similar por ambos, hermanos y amigos. Tal vez por dicharachero y mamagallista he cosechado muchas amistades durante mi existencia y ello me regocija con la vida. Además puedo decir que no tengo enemigos; al menos que yo sepa. Hacemos buenos amigos de niños con los vecinos del barrio, en el colegio, durante la adolescencia, en el trabajo y en infinidad de circunstancias, pero muchos se pierden al terminarse la interacción con ellos. Sin embargo, los verdaderos amigos perduran a pesar de las distancias y del paso del tiempo.

Al ver la película Amigos me sentí identificado con muchas escenas, porque a pesar de mi discapacidad física he disfrutado momentos inolvidables gracias a unos maravillosos amigos que nunca me desamparan. Con ellos todo es posible, cargan conmigo para donde sea, siempre están dispuestos y lo hacen con tanto gusto... Para ellos mi condición física no es tabú y por el contrario me hacen chanzas y burlas amigables. Cierta vez me subieron a una fiesta en un cuarto piso, sin ascensor, y a pesar de turnarse para hacer la fuerza llegaron arriba resoplando. Cuando se acercaba el amanecer le dije a mi hermano que mejor nos íbamos porque ya quedaba poca gente. Procedió entonces a pedirle colaboración a Cuellar para bajarme y como él no había participado cuando llegamos, respondió con mucha gracia: ¡Yo acaso subí a ese güevón!

En otra reunión vi en cierto momento que el niño de la casa, de seis años, conversaba con unos amiguitos y claramente hablaban de mí. Es lógica la curiosidad de los menores al ver a alguien en silla de ruedas y al notar que Pipe se me acercaba pensé que venía a preguntar algo, pero cuál sería mi sorpresa cuando el culicagao me zampó una patada en toda la espinilla; y lo peor es que tenía unas boticas de esas ortopédicas que parecen de cemento armado. Cuando los papás le metieron tremendo regaño, el muchachito alegó convencido que él había visto en las películas que los que están en esa condición no sienten nada de la cintura para abajo, y que solo quería demostrárselo a sus compinches. Aún recuerdo el dolor tan espantoso y el turupe que me dejó.

Me diferencia del protagonista de la película que mientras él es millonario, yo no tengo en qué caerme muerto; pero como soy de la teoría que rico no es el que más tiene sino el que menos necesita, por ahí nos damos la mano. Y al verlos en ese carro a gran velocidad y con la música a todo volumen, lo relacioné con mi amigo Fernando, quien siempre que estrena carro me recoge para ensayarlo. Buscamos un sitio sin tráfico, confirmamos que no haya policías y el hombre arranca a toda mecha para ver cuánto sube la aguja del velocímetro. Y aunque la verdad me da sustico, pienso que si he de morirme en la casa asomado a la ventana, mejor estampillado por ahí; así al menos salgo en el noticiero. Lo mismo cuando viajamos por carretera, con buen fiambre, y abrimos todas las ventanas, hasta el hueco ese del techo, disfrutamos del paisaje, hablamos paja y cuando suena una canción que nos gusta, la ponemos a todo timbal.

Hace años fuimos varias parejas de amigos a Punta Cana. En la playa de un hotel cuyos huéspedes eran casi todos europeos, mientras nuestras compañeras se doraban al sol, nosotros desocupábamos vasos de ron y nos deleitábamos viendo pasar muchachas sin brassier; parecíamos en un partido de tenis. En esas Enrique, que es hiperactivo, quiso saber si me gustaría montarme en un paracaídas que jalaban desde una lancha. Como yo estaba copetón le dije que claro, convencido de que no lo iban a autorizar, pero para sorpresa de todos al rato se apareció en una lanchita que nos llevaría hasta el bote principal. Fui con mi mujer y varios de los amigos, y ni hablar de lo que fue la pasada de una lancha a la otra con ese mar encrespado. Como ya no tenía reversa dejé que me pusieran un arnés, con Enrique detrás, y arrancó esa vaina a soltar cuerda con un malacate. El viento soplaba con fuerza y cuando estábamos bien altos, solo atiné comentarle a mi compañero que de llegarse a soltar esa joda íbamos a templar a Venezuela.

Estaba yo en plena quimioterapia, como un guiñapo, y así me llevaron para la costa atlántica. Me acomodaban en una hamaca al lado del mar y cada diez minutos me brindaban un aguardiente, hasta que una tarde me antojé de montar en burro y allá me treparon. Otro día debí ir a San Onofre a hacerme un examen de sangre muy determinante. Para calmar los nervios, mientras entregaban el resultado le dije a Fernando que diéramos una vuelta y el hombre arrancó para el cementerio; dizque le parecía muy bonito, fue lo que dijo. Todavía nos reímos al recordarlo.

Mi tío Eduardo recomienda que para soportar los tratamientos que combaten el cáncer nada mejor que el trago, y tiene razón. La diferencia es que en mi condición no se cae uno de la perra, sino de la silla.
pamear@telmex.net.co

jueves, noviembre 15, 2012

Pasmosa indolencia.


Cada pueblo tiene su idiosincrasia y el nuestro se caracteriza por ser alegre, trabajador, amable, emprendedor, resignado y demás particularidades, positivas y negativas, pero una condición bien curiosa es la pasividad de la gente. En otras latitudes la ciudadanía reclama sus derechos de diferentes maneras, sin dar tregua hasta que oigan sus quejas y peticiones y les planteen alguna solución. Sin ir muy lejos en Ecuador los indígenas han tumbado varios presidentes en las últimas décadas y más al sur los argentinos son adictos a protestar; en la Plaza de Mayo durante todo el año hay cambuches, pancartas, pendones y signos de alguna manifestación.

El inconveniente está en que nuestra gente no sabe protestar, porque en cualquier marcha aparecen unos pocos revoltosos que enardecen al populacho y la cosa termina en pedreas, vitrinas destrozadas, carros quemados y algunos heridos entre civiles y policías. Muchos insisten en que si por las malas no se consiguen resultados, mucho menos por las buenas; que si no les paran bolas a las grandes manifestaciones con revueltas incluidas, qué les va a importar un puñado de personas que entonan arengas de manera pacífica. Otros aducen que unos manifestantes insistentes desesperan a cualquiera y con más veras si logran la atención de la prensa.

Vemos que en los países civilizados se presentan protestas de unas pocas personas que caminan en círculos con carteles alusivos a sus peticiones, porque para ellos lo más importante es hacer uso del derecho a mostrar su inconformidad. La mayoría de las veces el asunto se reduce a un pulso, donde el aguante decidirá quién sale ganador, pero queda claro que cuando un pueblo se rebota es muy probable que logre su cometido. Esto sin querer hacer apología a la anarquía, el caos y la violencia, pero para la muestra basta nombrar la “primavera árabe”, que ya ha depuesto varios dictadores que llevaban décadas apoltronados en el poder; y la lista sigue.

En nuestro territorio la burbuja explotó en abril de 1948 y el resultado de aquel hecho marcó la historia del país. Sin embargo, con el paso del tiempo el pueblo se ha vuelto apático, desinteresado y pasivo, porque el descontento con muchas situaciones es palpable. La gente reniega, acusa y dice que esto no puede seguir así, pero a la hora de protestar sólo unos pocos lo hacen. Cómo es posible, por ejemplo, que la situación de la salud no haya generado una revuelta popular. A diario se oyen quejas, reclamos y denuncias, y nos enteramos de más atropellos y abusos, mientras todos opinamos que ahora sí tocamos fondo, pero hasta ahí llegamos. Los medicamentos en Colombia cuestan el triple o más que en los países vecinos, y aunque todo el mundo lo rechaza y critica, la situación continúa invariable.

Lo mismo sucede con el precio de los combustibles. A diario anuncian el descubrimiento de nuevos pozos y se habla de bonanza petrolera, y sin embargo pagamos una gasolina carísima. Entonces proponen campañas para boicotear ciertas estaciones de servicio, ponen a circular denuncias y comunicados por las redes sociales, videos donde exponen el precio que deberíamos pagar en Colombia, pero la vida trascurre y la gente acude a tanquear sus vehículos mientras el Ministro nos da contentillo con rebajas insignificantes en los precios una vez por cuaresma.

Los servicios públicos son otro atropello que hace trinar al pueblo de la ira y a pesar del descontento todos pagamos cumplidos por miedo a que nos lo corten… digo, el servicio. Lo que nuestros mayores cancelaban con plata de bolsillo se convirtió en un rubro que representa un gran porcentaje del presupuesto mensual de una familia promedio. Hace años la costosa era la factura de la luz; tiempo después a la del agua le adicionaron el cobro del servicio de aseo y de alumbrado público, para convertirla en una de las más temidas; a la del teléfono le inventan seguido ofertas y promociones que uno termina por comprar, por la necesidad de estar al día en tecnología y la novelería de disfrutar productos innovadores. Llegó la del gas hace unos lustros y vimos por fin una factura barata, lo que se convirtió en una quimera porque con el paso de los años se han encargado de ajustarle los costos para acomodarla a sus abusivas pretensiones.

Y qué tal los bancos y corporaciones financieras. Ellos operan gracias a que la gente los utiliza, ahorra allí su dinero, aprovecha créditos y demás transacciones, y sin embargo le cobran al cliente hasta el saludo. Cómo es posible que en el BBVA le carguen al ahorrador el costo de la libreta, y que esa pinche cartilla, que les costará a ellos dos o tres mil pesos, se la claven al cliente en la no despreciable suma de $68.440; como quien dice, más del 10% de un salario mínimo. Ni hablar de lo que cuestan chequeras, intereses, retiros, giros y demás transacciones.

Hasta que por fin convocan a una manifestación para protestar por cualquiera de estos abusos y todos aplaudimos, difundimos y apoyamos, pero el día de la convocatoria van sólo cuatro mamertos que pasan desapercibidos. El resto nos quedamos en casa pendientes de saber si la protesta surtió efecto y convencidos de que nuestra ausencia ni se notó. Qué apatía, qué abulia, qué falta de compromiso tan…
pamear@telmex.net.co

martes, octubre 30, 2012

Señal Colombia.


Una espina que me mortifica a diario es el giro que ha dado la televisión en las últimas décadas. Tal vez el medio de comunicación más importante porque le llega a la mayoría de la población, y aunque la radio también es popular, casi todos sus oyentes la mantienen sintonizada en emisoras que muelen música durante las veinticuatro horas. La prensa escrita es privilegio de unos pocos que tienen capacidad de adquirirla y es así como el pueblo raso sobrevive sin enterarse de lo que sucede a su alrededor, excepto por las noticias que trasmiten los pésimos, amarillistas y manipuladores noticieros de televisión. Si hacen el esfuerzo de comprar un periódico, optan por un tabloide de esos sensacionalistas que tanto éxito tienen entre el vulgo.

Parece increíble que en el barrio más deprimido, en la inaccesible montaña, en la selva inhóspita o en una vereda lejana y olvidada, el común denominador sean las antenas de televisión. Tradicionales o improvisadas por el ingenio criollo, las vemos en todos los techos y muchas veces engarzadas en largas guaduas que las remontan en las alturas donde buscan capturar algo de señal. El pueblo raso no tiene otra distracción diferente a la televisión y por ello se convierte en un instrumento tan importante para culturizar, educar, fomentar buenas costumbres, dar a conocer la realidad del país, promover campañas institucionales y demás mensajes que cumplan labor social.

En los centros urbanos muchos tienen acceso a la señal por cable, pero el grueso público sólo ve los canales nacionales que ofrece la televisión abierta; los estratos bajos y todos aquellos que habitan veredas y viviendas campesinas. Esa oferta nacional está representada en varios canales regionales, las dos cadenas nacionales, el canal institucional y los dos canales privados, los cuales con su programación farandulera y superficial arrasan con la teleaudiencia, porque bien es sabido que el ser humano es afín al morbo, el amarillismo y la futilidad. La ignorancia y la estulticia del pueblo son campo abonado para difundir una programación carente de toda ética, que sólo se interesa en entretener sin tener en cuenta el contenido ni el mensaje.

Entiendo que los directivos de dichos canales, ejecutivos jóvenes cuya única preocupación es el éxito económico, procedan a difundir esa basura que ofrecen al público televidente porque sin duda les da resultados. Lo inconcebible es que un magnate como Carlos Ardila Lulle, de quien tenemos las mejores referencias por ser un hombre íntegro e inteligente, permita que en un canal que pertenece a su grupo económico se difunda un mensaje tan pobre y decadente. Porque el canal RCN es una vergüenza, una afrenta a la inteligencia, un bodrio que no merece cinco segundos de nuestro tiempo. Igual que el canal Caracol.

Da grima ver que con los presupuestos que manejan y la tecnología en equipos con la que cuentan produzcan una programación tan deplorable, mientras en otros tiempos nuestra televisión se caracterizó por una oferta maravillosa que entretenía a la gente mientras difundía valores y exponía nuestra idiosincrasia. Hacían un programa como Yo y Tu con las uñas, donde actores improvisados al lado de figuras con experiencia convocaban a la familia colombiana todos los domingos a las siete de la noche, para disfrutar de una comedia maravillosa. Tiempo después aparecieron otros como Romeo y Buseta, Don Chinche y NN; series como La mujer del presidente, Tiempos difíciles o La otra mitad del sol; además musicales, programas periodísticos, de concurso, culturales, de historia o variedades. Era, sin duda, una programación para todos los gustos.

Durante mucho tiempo quienes tenemos la televisión por cable pudimos recurrir a opciones culturales que hacían agradable sentarse frente a la pantalla, pero infortunadamente eso también tiende a desaparecer. Canales como Discovery, National geographic, History o Animal planet, cambiaron radicalmente su estilo y ahora son repetitivos con temas insulsos y vacíos. Mientras el uno se dedica a cárceles y presos, asesinos de toda laya, mafiosos, secuestradores y cuanto criminal exista, el otro presenta a diario a pacientes con malformaciones monstruosas que dejan al televidente traumatizado. El canal de historia, otrora interesante y cultural, hoy se dedica a unos tipos que compran chatarra por todo el país, mientras el de animales cambió aquellos documentales en las sabanas africanas por unos pendejos terapeutas de perros y gatos.

Por fortuna me topé con Señal Colombia y descubrí un canal que colma mis expectativas. Una estupenda programación, alejada de cualquier interés comercial, recorre todos los rincones del país para mostrarnos las diferentes comunidades y sus costumbres. Conciertos de música clásica; programas periodísticos; y uno llamado Los puros criollos, en el cual Santiago Rivas, el presentador, con mucho humor escoge un tema tradicional de nuestra idiosincrasia y lo muestra con todas sus facetas: la chicha, las fiestas de quince, el Renault 4, los reinados de belleza, el chance, la empanada, los afrodisíacos, etc.        

El canal además transmite en directo eventos como El Tour de Francia o la Vuelta a España; valiosos documentales internacionales; programas con personajes reconocidos como Jota Mario Arbeláez o Jorge Veloza, el carranguero mayor; entrevistas de interés; espacios culturales; arte; festivales de música de diferentes regiones del país. Cada noche presenta cine independiente y quien no pueda ver a Don Chinche durante la semana, disfruta de la maratón el domingo por la noche. ¡Qué maravilla de programa!
pamear@telmex.net.co

martes, octubre 23, 2012

Derechos relativos.


Un comercial de radio invita a marchar para interceder por los caballitos carretilleros, de los que sus dueños muchas veces abusan por obligarlos a cargar como si fueran vehículos a motor; además les dan fuete, no les curan las peladuras y los ponen a competir con el pesado tráfico de las ciudades, a cambio de pésima y escasa alimentación. Está bien que protesten en su favor, pero me parece exagerado que en el comercial de marras convoquen a que marchemos por la dignidad de los que no tienen voz. En primer lugar, opino que la palabra dignidad se aplica mejor a las personas, y con respecto a que no tienen voz el asunto me deja pasmado, porque qué tal un jamelgo que llegue a la oficina del trabajo a denunciar al patrón. Eso ni Míster Ed, el caballo aquel de la televisión.

Con el paso del tiempo al ser humano le ha entrado una especie de remordimiento con los animales, tal vez por la culpa que tenemos en el problema del calentamiento global y su influencia en la desaparición de tantas especies, y ahora muchos quieren darle a las bestias el mismo trato que a sus congéneres; claro que hay ciertos sujetos tan bestias… Me parece exagerado por ejemplo que existan personas que arman un escándalo porque alguien quiere matar un ratón que se metió en su casa; otros lloran al ver un perro atropellado o crean un drama cuando van a sacrificar el marrano para el paseo. Y hasta recogen en la calle al gozque sarnoso para llevarlo a su casa e invertir dinero en su recuperación, gesto que no se les ocurre hacer con un semejante.

En mi época los animales ocupaban su lugar, nunca los maltratamos ni abusamos de ellos, y nadie se escandalizaba porque el perro familiar estuviera en la patio, muchas veces amarrado, durmiera en la perrera y se entretuviera echándole muela al recipiente donde se alimentaba de sobrados; el único mimo que recibía era el baño semanal con un jabón hecho a base de veterina para evitar las garrapatas. Tiempo después tuvimos un perrito faldero que contra la voluntad de mi mamá se la pasaba dentro de la casa, donde dejaba su rastro nauseabundo en pisos y tapetes, hasta que después de muchos años se lo llevaron para la finca. Puedo asegurar que a ese animalito le cambió la vida, porque andaba a toda hora con un combo de chandosos de la región y se perdían varios días; cierta vez apareció con una herida abierta y un tegua lo remendó como si fuera un costal. Y claro, como llevaba tanto tiempo sin conocer hembra, en el campo se le encaramaba al bicho que encontrara; las gallinas le corrían, la marrana chillaba como posesa, los patos no salían del agua y hasta los conejos, que son tan promiscuos, pagaban escondederos a peso.

Otro animal doméstico era el gato que recorría el vecindario, por naturaleza independiente y retraído, y la gente acostumbraba no darle comida para que tuviera que cazar ratones; porque para eso lo teníamos y no para acariciarlo, ponerle moños o cascabeles. En el patio también levantábamos gallinas y pollos, y cuando estaban gordos, les retorcíamos el pescuezo sin ningún remordimiento. Lo mismo con unos conejos que crié alguna vez, y aunque esos animalitos son tan tiernos y delicados, igual me tocaba despacharlos porque nadie quiere comprar un conejo para un estofado y que se lo lleven respirando.

Ahora hablan de dignidad para los animales y les parece muy digna una iguana en un acuario; o una perrita con visera y minifalda; un gato encerrado en un aparta estudio; un conejito en una jaula diminuta; o una tortuga en un balde. Esos animales más que mascotas se convierten en juguetes para entretener muchachitos. La naturaleza es sabia y los animales nacen para vivir a la intemperie y en libertad, y a quienes insisten en que ellos se ponen tristes, estresados, de mal genio, sienten angustia, celos o se enamoran, les digo que todo se reduce a instintos. Si fueran tan inteligentes ya estarían en el colegio.

Pensándolo bien siquiera no tienen voz. Qué tal las vacas protestando porque ya todo es artificial: el toro que entucaba, olía y las acosaba en el potrero quedó en el pasado, y sus crías son separadas al nacer para alimentarlas aparte; ¿en qué queda el vínculo familiar?, ¿acaso las quieren reducir a máquinas de producir leche?, ¿a qué hora les cambiaron aquellito por el brazo de un veterinario? Y qué tal unas gallinas ponedoras que conversen todas al tiempo, como señoras en costurero, y que además empiecen a exigir jaulas más amplias y confortables, y que les acomoden gallos en sitios estratégicos, así sea para verlos pavonearse.

No quiero imaginarme una huelga de pavos en vísperas de acción de gracias o que los cerdos digan no más a la costumbre de sacrificarlos en diciembre; adiós a lechonas, fritangas, huesos de marrano, morcillas, sancochos de espinazo y demás delicias provenientes del otrora cochino; y digo otrora porque los actuales son criados en unos galpones que parecen de Fisher Price. Ni hablar de una lora que converse de corrido, una hiena cuenta chistes, un pisco orador, un burro políglota o los perros cantándole a la luna llena. Mejor dejemos así.
pamear@telmex.net.co

martes, octubre 16, 2012

Un trompa en NY (II).


Debo reconocer que si me sueltan solo en Manhattan me traga la tierra, porque no estoy preparado para tanta tecnología. Eso de interactuar con máquinas en vez de personas no es fácil para un montañero como yo, y ni modo de preguntarle a alguien porque así entienda alguito de inglés, comunicarse con cualquier transeúnte es muy trabajoso porque hablan con acentos diferentes, modismos, dichos y demás variantes que lo dejan a uno viendo un chispero.

La experiencia del metro fue toda una novedad. El agite de la gente, el ruido infernal de los trenes, los artistas espontáneos, los mendigos que habitan ese submundo, tantos personajes estrambóticos, la suciedad de muchas estaciones y la modernidad de otras, la complejidad de ese sistema de transporte y su eficiencia, el ambiente pesado por la contaminación, y una señalización perfecta que permite a cualquier usuario, después de una breve explicación, entenderla y utilizarla a su gusto. Mientras esperábamos el tren en una de las estaciones detallé a cuatro negros, ya setentones y distinguidos, que conversaban y calentaban la voz. Pues abordaron nuestro vagón, se presentaron como un grupo de música góspel y nos deleitaron con una bellísima canción a capela. Inolvidable experiencia.

Claro que nosotros, después de estar una tarde inmersos en las entrañas de NY, resolvimos mejor desplazarnos en bus, sistema que también funciona a las mil maravillas. Unas rutas recorren avenidas, de norte a sur, y otras las calles de oriente a occidente; y como casi toda la ciudad es cuadriculada, no hay pierde. En cualquier taquilla regalan mapas de rutas y venden la tarjeta para utilizar ambos sistemas. Allá quien lleva afán utiliza el metro, que es más veloz, mientras el bus lo prefieren ancianos, amas de casa, discapacitados y familias con niños pequeños. Lo mejor es que desde la ventanilla del bus puede conocerse la ciudad, ver gente en las calles, vitrinas, la majestuosa arquitectura, los parques, etc., y termina uno con dolor en la nuca por mirar los inmensos rascacielos. 

Al ver el conductor a alguien en silla de ruedas en el paradero detiene el bus, un sistema hidráulico baja el vehículo hasta dejarlo cerca del piso y luego sale una rampa para el ingreso. Si hay muchos pasajeros solicita a algunos que bajen mientras adelanta el procedimiento, luego acomoda la silla en un espacio específico, la asegura bien, pregunta para dónde vamos y al llegar al destino se detiene y repite la operación. Otros buses tienen, en vez de rampa, un ascensor hidráulico para ese menester. Los conductores, de ambos sexos, amables y dispuestos.

En vista de las multitudes, en todas partes hay que hacer fila. Y ahí es cuando aparece la ventaja para el discapacitado, porque con el grupo de mis acompañantes ingresamos por una puerta especial y tenemos trato preferencial; así el tiempo rinde mucho. Debo resaltar además que las personas son muy respetuosas y colaboradoras. Por ello en los miradores del Empire State y del Rockefeller Center pude acomodarme perfectamente para disfrutar de las espectaculares panorámicas; lo mismo en el crucero que permite conocer Manhattan desde el río, la estatua de La Libertad y los puentes que comunican la isla con el continente.

Asistir a una función en Broadway emociona; recorrer los museos es una experiencia enriquecedora e inolvidable; entrar a los grandes almacenes, así sea a mirar; estar rodeado de gentes de todas las razas, colores y condiciones; y embelesarse durante la noche en Times Square, donde el colorido, las luces, la tecnología y los personajes que se ven lo convierten en sitio obligado de reunión. La Zona cero, la capilla de Saint Paul donde atendieron los heridos del 9/11; Soho, East Villaje, la Estación Central y recorrer a pie el Puente de Brooklyn, son destinos imperdibles.  

Visitar el barrio chino y regatear con los vendedores, observar unos ancianos músicos tocar instrumentos desconocidos para nosotros, entrar al mercado donde ofrecen la más asombrosa variedad de productos y saborear las delicias de la comida asiática. En Pequeña Italia coincidimos con la celebración de San Genaro y por ello disfrutamos de un festival gastronómico en la calle principal. Porque sin duda uno de los mayores atractivos de NY es su oferta gastronómica, donde puede escogerse todos los días un restaurante de un país o continente diferente; y desde el portero hasta el chef son típicos representantes del país escogido.

La montañerada se nos notaba cuando al cruzar una avenida por la cebra y al ver un Rolls Royce, Maserati o Ferrari, mi hijo paraba, esperaba que pasara la gente, me dejaba solo frente al carro y tenga su foto. Esos gringos apenas abrían los ojos asombrados y no les quedaba sino reírse, sobre todo al vernos salir pitados cuando faltaban pocos segundos para que cambiara el semáforo. Otra cosa es que nunca había visto tantas mujeres divinas: rubias, morenas, eslavas, asiáticas, latinas, negras, musulmanas… Mejor dicho, si uno se detiene a detallarlas no le queda tiempo para nada más.    
Dicen que es mejor tener amigos que plata. Por ello quedaremos agradecidos para siempre con nuestros compañeros de viaje, porque gracias a su generosidad sin límites, cariño y entrega, pudimos disfrutar en familia de una ciudad alucinante. Eso sí que quede bien claro: no cambio mi tierra por nada del mundo. pamear@telmex.net.co

miércoles, octubre 10, 2012

Un trompa en NY (I).


En nuestro medio le decimos montañero al ignorante, montaraz o desconocedor de las normas de urbanidad, condición muy común entre campesinos y gentes de estratos bajos. A quien se ofende por ese calificativo y lo asume como un insulto le digo que no pare bolas, porque no existe otra forma de llamarnos a quienes habitamos en las laderas de la cordillera de los Andes. Si a quienes viven en la costa les dicen costeños, a los del valle vallunos, llaneros a los del llano y paramunos a los que ocupan las tierras más altas, no veo cómo más puedan decirnos.

Sin embargo, en los últimos tiempos la gente ha impuesto otros calificativos para referirse al campechano, sencillo y ajeno a protocolos, y de una manera ofensiva le dicen trompa, jeta o guiso. Sin duda la falta de estudio y el aislamiento que viven muchas personas los convierte en seres apocados e ignorantes, situación que se hace evidente cuando deben enfrentarse a cualquier tecnología, novedad gastronómica, diálogo especializado o comportamiento social. Por cierto no sobra inculcar en los menores que las personas merecen respeto y sin importar el dinero, los abolengos, estudios o experiencia, todos somos iguales.

Pues debo confesar que como un trompa me sentí en Nueva York. He salido muy pocas veces de Colombia, todas ellas al tercer mundo, pero llegar al país del norte y encontrarse ante semejante urbe, y con la tecnología que allá existe, es algo que impacta. Cuántas veces oí hablar de esa ciudad; cuántas noticias y acontecimientos de importancia se generan allí; en cuántas películas de cine y televisión, en documentales y publicaciones vi sus calles, parques, ríos, edificios, barrios y sitios emblemáticos. Tal vez no pasa un día sin que oiga nombrar esa majestuosa ciudad y después de visitarla, que no conocerla porque para ello se requiere mucho tiempo, pude entender por qué está catalogada como la capital financiera del mundo, la gran manzana, el lugar que todos quieren visitar y muchos escogen para vivir.

Desde que arribé al aeropuerto de Miami para una escala técnica las babas empezaron a chorrear. Debido a congestión en el tráfico aéreo llegamos retrasados para la conexión y prácticamente era imposible alcanzarla, pero ahí pude corroborar mi filosofía de vida basada en que todo tiene su lado positivo. En mi calidad de discapacitado que debo utilizar silla de ruedas para desplazarme, por fin pude encontrarle beneficio a tal situación. En la puerta del avión había un empleado de la aerolínea encargado de atenderme y fue él quien nos aseguró que haría hasta lo imposible para que alcanzáramos a coger el otro vuelo. Entonces empezamos a recorrer pasillos interminables, suba en ascensor, coja el tren, vuelva y baje, sáltese la fila de inmigración y pase de primero, más ascensores, bandas transportadoras y otra vez el tren, hasta que llegamos al lugar indicado y aparte de todo nos sobró tiempo. El asistente presentaba mis documentos y los de mi familia, nos indicaba los pasos a seguir y además la pareja de amigos que viajaba con nosotros disfrutaba de los mismos beneficios.

Siempre he criticado la cultura gringa y atracciones como Orlando y sus parques no me atraen, pero Nueva York siempre fue una obsesión para mí. Por ser multicultural, reconocida como la capital del mundo, por la imponencia de sus rascacielos y haberse ganado la fama de ciudad que nunca duerme, añoré visitarla algún día. Por ello durante la aproximación del avión al aeropuerto La Guardia me estremecí al ver los íconos que tan famosa la hacen, y de ahí en adelante todo fue un sueño hecho realidad.

Ya en la ciudad, encontré más facilidades de las que esperaba. En el apartamento donde nos alojamos, localizado en un exclusivo sector de Manhattan, me sentí como en casa; además, a todo el frente del edificio estaba el ascensor para bajar a la estación del metro. Después de recorrer esa ciudad durante ocho días nunca me topé con un escalón u obstáculo, y en todos los sitios que visité encontré un baño especial donde disponía de todo tipo de comodidades; además, prioridad en los ingresos, nada de filas, trato especial y disponibilidad absoluta de todas las personas. Se parece al tercer mundo donde son tan comunes las barreras arquitectónicas y es difícil encontrar un baño donde siquiera entre una silla de ruedas.

En vista de que con mi mujer era la primera vez íbamos a NY, a diferencia de nuestros compañeros de viaje que ya la habían visitado, teníamos muchas expectativas pero éramos conscientes de que en una semana no alcanzaríamos a conocer todo lo que queríamos. Sin embargo, gracias a nuestra amiga Lina quien lo hizo mejor que una guía profesional, pudimos regresar satisfechos y sin ningún antojo de visitar alguno de los sitios que teníamos en nuestra agenda. Claro que lo ideal sería poder dedicarle mucho más tiempo a los museos, porque son inmensos y espectaculares, pero ante la premura no queda sino escoger unas pocas salas y disfrutarlas al máximo.

Por fortuna en mi familia son aficionados a la fotografía y tomaron infinidad de instantáneas donde grabaron todos los detalles del recorrido, para no dejarle esa responsabilidad solo a la memoria. En la próxima entrega relataré algunas experiencias vividas en esa majestuosa metrópoli.  
pamear@telmex.net.co

miércoles, octubre 03, 2012

Carros engallaos.


Queda uno boquiabierto al conocer la tecnología de los vehículos último modelo, aparte de que cada serie supera a las anteriores en lujo, comodidad, ayudas electrónicas y demás aditamentos. Los sistemas del motor, suspensión, caja de cambios, rodamientos y demás perendengues ya no se parecen a lo de antes, cuando cualquier falla la arreglaba el mecánico de confianza y si la varada lo cogía en carretera, en los pueblos conseguía repuestos y quién se los cambiara. Hoy en día para cualquier inconveniente con el vehículo toca llamar una grúa y llevarlo al concesionario para que lo conecten a una computadora que diagnostica. Además en nuestra época los daños de latonería se arreglaban a punta de martillo, masilla, hueso duro y lija de agua, y no como ahora que cambian las piezas enteras así el rayoncito sea insignificante.

A muchos carros modernos y sofisticados no les falta sino hablar, como al famoso auto fantástico de la serie de televisión. El chofer cierra el suiche, se baja y tira la puerta, sin preocuparse de cerrar ventanillas, poner seguros o apagar las luces, porque todo se hace como por arte de magia. Ya no existen las llaves, que tanto embolatan las señoras, porque las reemplazaron por tarjetas electrónicas u otros mecanismos aún más sofisticados. Las plumillas se prenden solas cuando empieza a lloviznar y aumentan su velocidad según peleche el aguacero. Para echar reversa basta mirar una pantalla en el tablero que muestra lo que hay detrás, mientras luces y alarmas avisan la proximidad de los obstáculos. Y ahora me entero de que algunos carros de gama alta no traen llanta de repuesto, porque los pinchazos no desinflan las ruedas de inmediato sino que la computadora avisa cuál sufrió la avería y cuánta distancia puede recorrer antes de repararla.

Durante nuestra juventud ni siquiera llegamos a imaginarnos semejantes tecnologías, porque los carros de entonces venían estrictamente con lo necesario para funcionar: luces, plumillas, seguros en las puertas, llanta de repuesto, gato y cruceta; ni siquiera direccionales, porque para ello el conductor sacaba la mano y señalaba hacia dónde iba a girar o si pensaba detenerse. El único lujo que tenía el DeSoto 55 de mi casa era un radio de sintonizar con teclas, que sólo cogía unas pocas emisoras en AM. Por lo tanto la obsesión de la muchachada era tratar de convencer a los papás para que accedieran a ponerle gallos al carro familiar, inspirados en las naves que piloteaban Valerio Hoyos, Fabio Escobar, Armando Gómez, Enrique Molina o Jairo Gómez.

A principios de la década de 1970 llegaron el Simca 1000 y el Reanult 4 a reemplazar aquellos carros americanos, grandes, pesados y para nosotros pasados de moda. Los nuevos pichirilos, aunque parecían de juguete, eran vistos por todos con admiración y en ellos nos sentíamos como si manejáramos carros de carreras; el Simca, con asientos delanteros individuales y palanca en el piso, era toda una novedad. En cambio el R4 era un carro básico, que ni guantera traía, pero lo llevaba a donde quisiera y no molestaba para nada; aún hoy se ven muchos dando guerra en las vías. El caso es que los mayores eran muy reacios a dejarle hacer cambios al vehículo original, pero en cambio los jóvenes platudos que tenían carro propio sí se daban gusto engallándolo.

Lo primero era conseguir unos rines de magnesio y ponerles llantas anchas. Una raya que lo atravesara desde la trompa hasta la cola, por toda la mitad, pintada de un color vistoso. Las calcomanías de moda, el conejito de Playboy, STP, Castrol, Michelín y demás, se le pegaban en el guardabarros delantero, adelantico de la puerta del chofer. El timón se reemplazaba por uno pequeño forrado en cuero, la palanca de cambios también especial y un resonador en el mofle para que el vehículo no pasara desapercibido. En la consola le instalaba un equipo de sonido Pioneer y los propios para ese trabajito eran Tarzán y un señor de apellido Puerta, quien era más pulido y por ende más carero.

Al Renault 6 le bajaban los amortiguadores traseros para que no quedara culiparao y al R4, cuando había que repararle máquina, se aprovechaba para acondicionarle un kit de R12 y el carrito quedaba volando; claro que se desajustaba muy pronto porque la carrocería no aguantaba el voltaje del potente motor. Unos años después empezaron a vender cinturones de seguridad y todos ahorramos para comprar un par e instalárselo al carro de la casa, aunque eran de adorno porque entonces nadie los utilizaba.

Ponerle un tacómetro y otros instrumentos extras encima del tablero era de muy buen gusto; forros de pana o tela escocesa para proteger la cojinería; luces exploradoras; unas buenas cornetas que reemplazaran el pito; pintar parachoques y rines del mismo color del carro y resaltar los letreros de las llantas con blanco; pegar el extinguidor en un lugar visible y otros gallos que se me escapan, eran las características que le daban a cualquier carro el calificativo de lancha o nave. Porque vehículo que envejeciera en su estado original era llamado caspa, caracha, mecha, llaga, amasao, chatarra o pelle.

En todo caso gozamos mucho al engallar aquellos carros de antaño, actividad en desuso porque está claro que lo único que les falta a los vehículos modernos es que se manejen solos.
pamear@telmex.net.co

jueves, septiembre 27, 2012

Las infaltables modas.


El concepto de la moda es el mejor aliado del consumismo, porque se encarga de poner a la gente a comprar cosas que no necesita y a reemplazar otras que están en perfecto estado. Si no existiera la moda nos quedaríamos con la misma ropa hasta que se acabara de tanto usarla, los aparatos funcionarían hasta su último aliento y así la vida sería mucho más sencilla y económica. La palabra moda despierta la codicia, la novelería, la envidia, la competencia, el arribismo, el despilfarro, el esnobismo y muchas otras debilidades del ser humano. Son tantos los que saltan matones y hasta se endeudan por mantenerse al día con lo que está en boga.

En uno de los casos que más se acata la moda es en el vestuario y los accesorios femeninos, donde basta que un diseñador reconocido en el ámbito mundial lance un  producto y por medio de la publicidad en poco tiempo se impone en todos los rincones del planeta. No importa que sea de mal gusto, feo o incómodo, el artículo de marras irá a parar al guardarropa de millones de mujeres que no dejarán pasar la oportunidad de estar al día con la moda. Como sucedió hace algún tiempo con cierto calzado para mujer, de tacón alto y una punta exagerada, parecido al de Alí Babá, que aparte de lo poco atractivos dizque son incomodísimos, porque el pié de quien los usa queda comprimido en la punta del zapato; así es como se forman los juanetes.

Por culpa de la moda la persona cambia su vestuario al ritmo de las nuevas tendencias y en muchos casos guarda lo que ha dejado de usarse con la firme esperanza de que algún día vuelva a imponerse; así acumulan elementos y prendas por miles hasta que no tienen dónde guardarlos. Además, pueden pasar décadas antes de que unas pocas prendas y accesorios de esos regresen a las pasarelas. Cuántas personas deben repetir la misma muda día tras día porque no tienen más, pasan frío en invierno por falta de abrigo o suspiran por tener unos chiros en buen estado para cachaquiar el domingo, y tantos otros con el clóset atiborrado de ropa que nunca usan.

Qué tal ahora con la competencia de los equipos electrónicos. Cualquier mocoso aspira tener teléfono celular, computadora, tableta, reproductor de música, consola de juegos, televisor de pantalla plana en su cuarto y cuanta novelería ofrezcan. Además, si en un principio los muchachitos se contentaban con tener un teléfono simple, de combate, ahora no aceptan sino el que tiene internet y opción para chatear. Y claro, como todos los amiguitos tienen… Entonces las grandes multinacionales lanzan cada seis meses una nueva versión de cierto aparato, para que los ávidos compradores opten por cambiar el actual porque no tiene las dos o tres pendejadas que trae el nuevo.

Hoy en día se da uno la pela de cambiar la computadora y escoge una moderna, con muy buena velocidad, amplia memoria y suficiente capacidad en el disco duro, pero grande es el desconsuelo cuando al poco tiempo le dicen que no pueden copiarle cierto programa porque su equipo está desactualizado. Con el televisor para igual. Todo el mundo quiere tener un buen aparato y cuando al fin se lanza y adquiere el último modelo, en un parpadeo ya ofrecen unas tecnologías que dejan el recién comprado como una antigüedad. Veo en la publicidad de muchos de esos aparatos modernos que los ofrecen como productos inteligentes y con seguridad en muchos casos el aparatejo resulta más entendido que el propietario.

Por fortuna en nuestra época las modas eran muy económicas, trompos, baleros, yoyos, pica pica, etc., porque no me imagino a mi papá comprando tabletas electrónicas por docenas. No exagero, pues me enteré de un colegio que para este año les pidió a los niños que pasan a sexto una tableta para reemplazar los cuadernos; y la moda se impuso en muchos colegios. Cómo le parece, los muchachitos que botan a diario el morral, el saco del uniforme o el balón, lo que les irá durar ese aparatico que cuesta casi un millón de pesos. Y vaya pues no le compre al suyo para que vea que se traumatiza y sale más costoso el terapeuta.

Con la ropa pasa igual, porque mientras nosotros comprábamos un corte de terlenka o de dacrón en la calle 19 e íbamos a donde el sastre para que hiciera el pantalón, así como las camisas se las encargábamos a la costurera que le cosía a nuestra madre, ahora los zambos sólo utilizan ropa de marca que cuesta un dineral. Si al menos se vieran bien vestidos, pero se ponen un bluyín desteñido, roto y que les queda juancho, porque muestran media nalga y la horqueta les llega casi a la rodilla. Encima se chantan un buzo también grande con una capucha que los hace ver como cualquier jíbaro callejero. Parecen competir al que esté más desgualetao.

Como alguna ventaja debe tener este consumismo desmedido, de ahí nace lo que se conoce como sobrado de rico y que no es otra cosa que todos esos productos que desechan los compradores compulsivos y gomosos, por el afán de adquirir un modelo más reciente. Y ahí estamos el resto a la espera de un buen papayazo.
pamear@telmex.net.co

jueves, septiembre 06, 2012

Las comitivas.


Alguna vez, al ver preparar un asado, pensé en qué momento a uno de esos primeros habitantes de la tierra se le ocurrió coger un pedazo de carne, ensartarlo en un palo y ponerlo al fuego como quien asa una salchicha en la chimenea. Porque seguro al descubrir el fuego aquellos primitivos lo usaron en un principio para calentarse, defenderse de las fieras salvajes o iluminar sus cavernas, para después encontrarle otras funciones como la de utilizar tizones para plasmar sus pinturas rupestres. En todo caso el invento de cocinar los alimentos fue un cabezazo, porque eso de echarle muela a un pedazo de carne cruda me parece desagradable.

Hoy en día muchos platos de la comida internacional están preparados a base de carnes crudas: prosciutto o jamón serrano de cerdo, sushi a base de pescado, carpacho de res o un tipo de quibbe en el que se come la carne molida adobada con ajo, algunas especies y abundante aceite de oliva. Estas viandas, a pesar de ser consideradas manjares por muchos, a otros producen repulsión por el hecho de ser preparadas sin ningún tipo de cocción. Me siento cómodo con las costumbres gastronómicas que me tocaron, porque me da escaramucia ver en ciertos programas de televisión a miembros de otras culturas y regiones del mundo hincarle el diente al hígado podrido de una foca, mascar trozos de grasa de ballena, deleitarse con el muslo de un perro o disfrutar el ojo entero de una oveja servido en la sopa; o como los bosquimanos, que después de matar un jabalí escogen el intestino, le escurren algo de la caca que tiene adentro, lo pasan dos minutos por la candela y luego se lo mascan como si fuera un chicle.

Será que con los años uno se vuelve exigente y resabiado, porque ya no le jala con igual entusiasmo a cosas que antes le parecían llamativas. Recuerdo por ejemplo el programa tan delicioso que era organizar una comitiva con familiares o amigos. Las primeras fueron con la mamá, la cocinera de la casa o algún adulto responsable, pero después, cuando ya conocíamos el rodaje del asunto, queríamos irnos solos para poder hacer lo que nos provocara. Entonces aparecieron las comitivas al escondido, que eran las mejores, para lo cual cada miembro del grupo debía sacar de manera subrepticia algún producto de la cocina de su casa; uno se encargaba del plátano, otro de las papas, del caldo de sustancia, un tomate y un gajo de cebolla, el poquito de sal y cualquier cosa que pudiera servir.

Luego venía el problema de la olla, porque borrar después la evidencia era prácticamente imposible; por más agua, jabón y esponjilla que se le volee a ese recipiente nunca queda como estaba, ya que el tizne que produce la leña es muy trabajoso de sacar. Pero alguno se aventaba y salíamos dichosos a preparar la improvisada sopa, con el agravante que todos teníamos una receta diferente y ponernos de acuerdo era muy complicado. Lo cierto es que mientras unos procedían con la preparación, el resto se entretenía metiéndole ramitas a la hoguera, escupiendo a las llamas, sacando un tizón para asustar a los demás o escurriéndole el bulto al molesto humo. Como no lográbamos sacar platos y cubiertos para todos, tocaba comer por turnos y a las carreras, lo que hacíamos con gusto porque la verdad los preparados quedaban más malucos que el diablo. También acostumbrábamos asar tajadas de banano en una lata oxidada, o en un tarro vacío de galletas hacer tiraos con panela, coco y corozos, aunque al tratar de manipular la mezcla nos metíamos unos quemones los verracos.

Tiempo después el procedimiento se repitió con más fundamento, cuando nos íbamos de excursión con los amigos y toda la comida debíamos prepararla en un improvisado fogón de leña, o durante los tradicionales paseos de olla y pelota de números, que deben realizarse a la orilla de una quebrada y cuyo plato oficial siempre ha sido el sancocho de gallina. Puede quedar muy bien preparado, con todas las de la ley, pero entonces viene el inconveniente principal: que no se cuenta con mesa y sillas para sentarse a comer cómodamente.

Porque le sirven a uno el sancocho a la temperatura que derrite el plomo y en un plato de icopor lleno hasta el mismo borde; con la otra mano recibe los cubiertos de plástico, una servilleta y un vaso desechable con gaseosa al clima. Toca entonces buscar una piedra dónde sentarse, acomodar el bendito plato en una rodilla y hacer equilibrio para que no se riegue, entre otras cosas porque le arde la pierna que por andar tirando baño está desprotegida. Olvídese si le provoca echarle ají, unas gotas de limón o el infaltable picadillo de cilantro y cebolla, porque después de acomodado ya no se levanta ni el patas.

Lo mismo sucede en las comidas elegantes con muchos invitados, que no caben todos en la mesa y por lo tanto reparten unas tablitas que se acomodan encima de las piernas para poner allí el plato principal; ni hablar del encarte con los cubiertos, o con la bebida que debe esconderse debajo de la silla para que no la derrame el primero que pase. Será que soy muy resabiado, pero la comida así no me resbala.
pamear@telmex.net.co

martes, agosto 28, 2012

Balance de actualidad (II).


Ante la animada charla que sostenía con el cuidandero de carros en el centro de la ciudad, que parecía mejor un monólogo porque el tipo no soltaba la palabra, decidí no subir la ventanilla cuando debió ausentarse un momento para cobrarle a un cliente que salía en ese momento. Y es que llamó mi atención el hecho que un personaje como ese, que a primera vista califiqué de analfabeto, resultara alguien tan enterado del acontecer diario, un hombre que sabe expresarse a su manera y ávido de informarse a toda hora. Le bastó aprender lo básico en la escuela elemental para defenderse y adquirir algo de cultura por medio de periódicos y demás medios escritos, además de interesarse en aprenderle a la gente. De manera que decidí seguirle la corriente y apenas regresó, le pregunté por qué se daba la bendición tres veces seguidas.

Fue que ese dotor me dejó buena propina y así le agradezco al Divino Niño; siempre que me dan una liguita me santiguo tres veces. Pero estaba por preguntale a usté cómo le ha parecido el gobierno del dotor Santos; porque yo en un principio estaba satisfecho, aunque el presidente Uribe me gustaba bastante, pero ahora estoy algo desilucionao. Con ambos. El primero porque resultó como muy populachero y el segundo por esa friega que mantiene a toda hora, que parece no quererse desprender del poder. Jode porque sí y jode porque no. Además se empareja con el coronel vecino y parecen un par de verduleras.

Porque fíjese su mercé que el dotor Santos empezó bien, aunque muchos lo criticaron desde el principio por prendele una vela a dios y otra al diablo, pero al menos arregló el problema con los vecinos que estaba bien fregao. De ahí en adelante no ha hecho sino embarrala y eso puede verse en las encuestas; y remató con el cuento ese de la reforma a la justicia, el cual lo dejó más caído que teta de gitana. Porque ese cuentico que en el Gobierno no sabían nada de los tales micos no se lo cree es nadies. Lo más grave es que el hombre ya empezó a trabajale a su releción y eso se logra es a punta de populismo; mire no más el cuento de las cien mil viviendas gratis, y fuera de eso nombra a Vargas Lleras Ministro de vivienda pa que el hombre ponga a sonar su propia candidatura y así pueda sucedelo a él después de sus dos períodos. Esa gente no da puntada sin dedal.

Ahora sigue el proceso de comprar el apoyo de los congresistas porque sin ese respaldo no consigue la releción, y como usté sabe ese gremio no se mueve si no le dan algo a cambio. Y volvemos a las épocas del dotor Uribe cuando se disparó la corrución al querer comprarle el voto a todos esos vergajos del Congreso. Lo que más piedra me da es que el Presidente, como ha perdido popularidá en Antioquia por esa garrotera que mantiene con Uribe, entoes resolvió alcagüetiar la enguanda esa de las Autopistas de la prosperidá; el proyeto cuesta la bobaita de 13 billones de pesos, ojo a eso, billones con b de burro, y aunque dicen a boca llena que piensan hacelo entre el Gobierno nacional, la Gobernación de Antioquia y la Alcaldía de Medellín, vaya mire pues cómo son los porcentajes. La nación pone más del noventa por ciento y terminaremos pagando eso entre todos los colombianos, como pasó con el bendito Metro. 

Leí una entrevista que le hicieron a un dotor Federico Restrepo, gerente de ese proyeto, donde me enteré del costo y de las obras tan verriondas que piensan adelantar. Cómo le parece, no sé cuantos kilómetros de vías nuevas, muchas en doble calzada, algo así como setecientos viadutos y ciento treinta túneles, y el tipo dice muy serio que en cinco años tendrán todo listo. Usté me perdona la espresión, pero esa vaina me suena como a pajazo mental. Porque conociendo lo que se demoran para levantar cualquier puentecito en este país…

Además, deberían dedicase a terminar tantas obras que llevan décadas de costrución, en vez de zapotiar más. No más aquí en Caldas tenemos, así por encimita, el aeropuerto de Palestina, el ferrocarril de ocidente y la Autopista del café. Y qué me dice del túnel de La línea, que al paso que va no alcanzaremos a velo terminao. Allá mismo en Medellín llevan varios años trabajándole a la doble calzada de la variante de Caldas y no está ni tibia, y hay que ver el tráfico tan verriondo que circula por esa vía.    

Supe además que el dotor Germán Cardona, al salir del Ministerio, dejó muy bastiao el proyeto para una nueva vía que nos comunique con el valle del Magdalena; pa ese y otros proyetos de interés pal departamento aseguró algo así como setecientos mil millones de pesos. Ojalá el Gobierno no nos embolate ese billetico, porque usté sabe cómo son de complicaos esos trámites. Le digo la verdá, soy pesimista porque en la reciente visita el Presidente no se comprometió con nada; del aeropuerto de Palestina dijo lo mismo que todo mundo, que esa obra hay que terminarla. Pero no dijo ni cómo, ni cuándo, ni con qué.
pamear@telmex.net.co

jueves, agosto 23, 2012

Mecatos tradicionales.



La mayoría de poblaciones tienen un producto alimenticio que las distingue y es común que las visiten sólo por el placer de paladearlo. Piononos en Supía, chorizos en Villamaría, corchos en Neira, quesillos en Guarinocito, aguapanela con queso en Letras y morcilla en Maracas, son muestra de la diversidad gastronómica de nuestra región. Quien vive lejos de su terruño añora con regresar para darse gusto con esos mecatos que tanto le gustan y por ello muchos manizaleños suspiran por los pasteles de La Suiza, las albóndigas de Míster Albóndiga, los pandebonos de La Ricura o las gafitas de La Victoria.

De mi primera infancia recuerdo que nos llevaban a comer empanadas al drive-in Los Arrayanes, en Chipre; chorizos de Ramonhoyos en la Quiebra de Vélez, por la carretera vieja hacia Arauca; en Chinchiná vendían unos pandeyucas muy buenos en El Venado de oro y en el parque principal los famosos helados de Los Pavos. Otros chorizos muy apetecidos los vendía un viejo mal encarado en la bomba Centenario. En vista de que en mi casa éramos tantos hijos, cada dos meses a quienes cumplían años en ese lapso los llevaban a un restaurante; preferíamos La Cayana, en el Parque Fundadores, o la parrillada de El Dorado Español, en la salida para Chinchiná.

Mecatos que merecen reconocimiento son por ejemplo los pasteles de La Suiza, que venían en una cajita surtida y había que ver el problema para repartirlos, porque varios querían el conito relleno de crema, otros el pastel con forma de sapo o de pollito, las milhojas, el acordeón o el rollo de chocolate. Y qué tal los turrones Supercoco que elaboraba entonces don Roberto Muñoz y que menudeaban en los carritos de dulces a dos por cinco; el señor era vecino nuestro y de vez en cuando nos regalaba una caja de esas deliciosas golosinas. Hoy, casi cincuenta años después, los turrones saben igual, conservan su envoltura y son el producto estrella de una importante empresa local. También perdura en el tiempo la parva de las monjas del convento de La Visitación, en la Paralela con calle 54; y tienen fama internacional las obleas y los helados de Chipre, lugar de visita obligada para propios y visitantes.

Durante la adolescencia y juventud el centro de la ciudad fue nuestro lugar de encuentro. A la hora de tomar el algo podíamos comer empanadas en La Canoa; visitar Las Torres del Centro, en la carrera 22 con Pasaje de la Beneficencia; disfrutar los chuzos de La Tuna; hamburguesas de Domo; albóndigas o salchichas suizas en Míster Albóndiga o pasteles de pollo en Kuqui. Al salir de cine en el teatro Cumanday era obligatorio entrar a La Ecuatoriana, donde ofrecían variedad de viandas. Muy apetecidos eran también los pasteles de piña del restaurante chino Toy San y las génovas que vendían en El Incendio, frente al colegio Nuestra Señora. 

Como en esa época no había hora zanahoria la rumba muchas veces duraba hasta el amanecer y era costumbre buscar dónde comer algo antes de irnos a dormir. En el barrio Arenales quedaba el restaurante La Rueda, atendido por doña Chila, su propietaria, una vieja querendona y amable que recorría las mesas con la olla del arroz y una cuchara para “retacarle” a quien lo pidiera; allí sólo ofrecían sudado de pollo y después de semejante “golpe” quedaba uno despachado. Por esos lados también era conocido el cenadero de la gorda Julia, heredado después por su hijo Careplato que hizo famoso el “caldo peligroso”. Ni qué decir del recordado Petaca, negocio en el cual podía rasparse la grasa de las paredes y cuyo eslogan decía: “Se alivia el guayabo sin cantaleta”.

Otras opciones para el remate de la noche fueron la olla de la Beneficencia, cuyo dueño engarzaba las yucas cocinadas con la uña del dedo pulgar, guarnición que acompañaba la trompa, oreja o papada de marrano; lengua sudada, albóndigas con caldo y pedazos grandes de mondongo también hacían parte de la carta. Después apareció la olla del Banco de la República y ahí, a una cuadra, La Guaca del pollo donde servían caldo con huevo duro adentro, siempre a la temperatura que se derrite el plomo. En la puerta del Club Manizales El Gitano ofrecía cabanos y frente a la Plaza de toros la Barra del Dividivi atendía los borrachos que salían de las discotecas. La chuleta del café La Bahía y la “carta internacional” de El Pilón también hicieron historia. Cuando nos cogía el día buscábamos desayuno en la cafetería Los luchadores, en la carrera 21 con calle 17, donde servían unos huevos fritos que nadaban en mantequilla, pan recién horneado, arepa con queso y chocolate.

A desayunar a El Parnaso, cerca al parque Fundadores por la carrera 23, llegó cierto amanecer un grupo de amigos, entre ellos uno de mis hermanos. Ya acomodados en la mesa se reían porque venían de insultar a unos tombos que se toparon varias cuadras atrás, pero cuál sería el susto cuando en esas apareció la patrulla con los ofendidos. En medio del tropel, uno de ellos logró escabullirse detrás de la barra, se puso un delantal y empezó a lavar loza en el lavaplatos. Todos fueron a parar a la guandoca, menos el avispado que salió tranquilo para su casa a dormir el guayabo. ¡Ah tiempos aquellos!
pamear@telmex.net.co

miércoles, agosto 22, 2012

Balance de actualidad (I).


La mínima oportunidad que debe dársele a una persona es que tenga acceso a los estudios básicos, porque leer y escribir es sin duda una herramienta fundamental para defenderse en la vida. Así quien sólo pudo completar la primaria, al menos tiene la capacidad de enterarse de lo que sucede a su alrededor a través de periódicos y medios escritos, y si el individuo es inquieto e interesado, puede llegar a adquirir más cultura que el profesional con muchos títulos. Para la muestra un personaje que cuida carros en el centro de la ciudad y a quien conocí hace poco mientras esperaba a que mi acompañante hiciera una diligencia.

Noooo dotor, aquí logrando el veranito, respondió al preguntarle cómo estaba. Este fogaje siempre es muy tenaz, pero es pior cuando se larga a llover y toca andar con un paraguas a toda hora; en esta época lo más jodido es a medio día cuando el resisterio está en la fina. Yo me entretengo con la letura de estos pedriódicos, que aunque sean viejos no dejan de informalo a uno; me los regalan los dotores dueños de los carros que parquean en la cuadra. Además yo le entablo conversa a todo mundo.

Ahorita no más estaba charlando con un cliente que me esplicó el chicharrón en el que anda metido el Gobernador. Parece mentira que una persona tan estudiada y con esperiencia como el dotor Guido haga una bobada de esas. Porque no me diga pues que no sabía que estaba inhabilitao, ya que él ha sido profesor de esas vainas de la costitución y demás yerbas; que le pase a uno que es inorante, vaya y venga, pero a un abogao con recorrido en cargos públicos… El caso es que esa joda nos va a perjudicar porque ahora el dotor Guido pierde poder y si de verdá lo destituyen, quedamos pailas.

Imagine otra vez eleciones, qué pereza, y con el billete que cuesta esa enguanda. Otra cosa es que no va a ser fácil conseguir candidatos que se le midan a semejante desgaste pa gobernar menos de dos años, que sería lo que resta del período. No faltó quien saliera con que el dotor Germán Cardona estaba interesao en ese cargo, como si fuera tan pendejo de despreciar una embajada en las Europas pa venise a toriar semejante avispero. Además él dijo muy clarito en una carta al diretor de La Patria, que le parece un irrespeto que le quieran correr la silla al Gobernador sin haber sido destituido.  

El alcalde también anda como enredao, porque fíjese que pasa el tiempo y no se ve como que arranque su ministración. Es muy raro eso de que los secretarios y demás empliaos le renuncian de seguido, y hasta dice la gente que el hombre como que es muy negrero y malgeniao. También le achacan la culpa a la dotora esa gerente de Infimanizales, que según parece es bastante jodida, aunque sospecho que por ser una funcionaria honrada y trabajadora no le gusta a mucha gente. Usté sabe que los empliaos públicos están enseñaos a mamar gallo y a hacer lo que les da la gana, y entoes cuando se topan con un jefe tallador, prefieren abrirse antes de que los pongan a camellar. En todo caso lo del TIM sí es como muy sospechoso, porque gerente que se posesiona, gerente que renuncia a los pocos días; será que les da miedo quedarse ahí porque de pronto van a templar a la guandoca.

Y eso de irse los viernes quisque a gobernar desde los barrios y las veredas me suena a pura copia de aquellos consejos comunales que hizo famosos el dotor Uribe, cuando visitaba todos los rincones del país supuestamente solucionando los problemas de la gente del común. Aquí es la misma vaina, el alcalde recorre las calles y ordena tapar un güeco en una esquina, reponer unas bombillas que faltan en el alumbrao público, que le arreglen el contador del agua a una vecina que hace el reclamo, que nombren más maestros pa la escuela, que le paren bolas al cura párroco y mil vainas por el estilo.

A este paso lo único que va a tener el alcalde pa mostrar al finalizar su mandato va a ser el puente peatonal de la Terminal de transporte, porque de resto no se ve nada. Fíjese que el proyecto ese verriondo de San José quedó suspendido, la doble calzada por los laos de Lusitania está más demorada que la Autopista del café y hasta la continuación del cable aéreo hacia Villamaría se enredó. Lo único que han puesto a funcionar en los últimos tiempos es el bendito cable de Los Yarumos, que sirve pa lo que sirven las tetas de los hombres: pa nada. Porque muchos creímos que el parque se iba a disparar con la puesta en funcionamiento del cable para ir hasta allá, pero qué va, eso lo dejaron caer y esta es la hora que no han resuelto siquiera quién lo va a ministrar.

Aguarde dotor voy a despachar aquel cliente y regreso pa que sigamos con la conversa, aunque le cuento que ando desatualizao porque me pasé veinte días pegao de aquella vitrina pa no perdeme detalle de los juegos olímpicos. ¡Qué vaina tan eselente!
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