Basta que nombren la palabra
Navidad para que empecemos a planear paseos, fiestas y repichingas. En nuestra
cultura es común que el trabajador raso, el obrero de construcción o el cogedor
de café destinen la mayoría de los ingresos del último mes del año única y
exclusivamente a tomar trago. Ya no necesitan buscar un motivo para jumarse a
diario, porque desde el primero de diciembre empieza la rumba corrida. En vista
de que la prima navideña la pagan a mediados del mes, proceden a fiar o a conseguir
plata prestada para dedicarse a homenajear al dios Baco. Mientras tanto sus
angustiadas mujeres buscan la forma de arañarle algo al mísero presupuesto para
los gastos de la casa.
El ciudadano promedio festeja en
esta época con los compañeros del trabajo, arma un paseo con sus amigos del
colegio, la reunión con los miembros de la familia, otra con los vecinos, la de
los compinches del billar y a partir del 16 de diciembre la disculpa perfecta
es la Novena navideña, todos los días en una casa distinta y la cual incluye
bailoteo, borrachera y amanecida. No pregunte cómo les alcanza la plata, les
aguanta el hígado y cómo logran llegar todos los días a cumplir con el horario
de trabajo. El desorden etílico dura hasta finalizar la feria a mediados de
enero y para entonces ya no tienen ni con qué envenenarse. Ahí empiezan a parir micos y a hacer maromas
para sobrevivir hasta que llegue la próxima Navidad.
Dicen que los años no vienen
solos y ello puede corroborarse cuando nos percatamos de que la época de los
villancicos ya no nos mueve la aguja. De niños celebrábamos la temporada
navideña en la finca familiar con gran cantidad de primos y parientes, y puedo
decir que no se quedaba ninguna costumbre o tradición sin practicar. Después
crecimos y mis padres le cogieron pereza a la celebración, situación que se
hereda y ahora somos bastante parcos al respecto. Sobre todo cuando crecieron
los hijos, porque sin duda con los pequeñines se disfrutan mucho estas
festividades.
Otra característica de la
acumulación de calendarios es que ya no vamos sino donde nos provoca. Queda
atrás eso de aceptar invitaciones por compromiso y ahora me doy cuenta de la
cantidad de Novenas a las que asistí muerto de la jartera. Porque viéndolo bien
ese es el programa más maluco que se han inventado, en primer lugar porque es
de noche y en semana; con el frío que hace por aquí después de oscurecer, que
sólo provoca meterse entre las cobijas a tomarse un chocolate caliente con parva.
Y como la invitación es a las siete de la noche uno se va sin comer, pero pronto
se arrepiente de no haber mecatiado algo porque los muchachitos insisten en
rezar la Novena antes de que sirvan las viandas.
Como la consigna en esas
celebraciones es darle gusto a los mocosos, proceden entonces a reunirse todos
alrededor del pesebre para dar inicio al rezo. Sin excepción la lectura queda
en manos del muchachito que apenas aprende las primeras letras y por ello el
párvulo se ve en aprietos para descifrar palabras que son un verdadero
galimatías para él, como Adonay, preclaro, humanado, disteis, anhelo, Emanuel,
apacientas, prosternado o bienhechor. Por lo tanto la ceremonia se hace eterna
y lo peor es que hasta que no termine nadie puede conversar, tomare un trago o
volarse para la cocina a que le adelanten algún bocado. Y haga fuerza para que
al hermanito mayor no le de una pataleta porque no lo dejaron leer a él, porque
con seguridad los papás van a querer darle gusto y por lo tanto toca repetir la
dosis.
Por fin terminan y empiezan a
cantar villancicos, con el agravante que los infantes no quedan satisfechos
hasta que interpreten todos los que tienen en el repertorio; además de varias
repeticiones de los más apetecidos. El ruido de matracas, cornetas, panderetas
y tambores es atronador, y cuando uno ya está resuelto a irse para la casa sin
pasar bocado, por fin llaman a la mesa. Pero cuál será la desilusión cuando le sirven
en un plato desechable un trozo generoso de natilla y dos buñuelos fríos y
entrapados, que preparó la empleada antes de irse; y para tomar, gaseosa al
clima y en vaso de plástico. Y como soy de los que apoyan la teoría que comida
fría, no es comida...
Hasta ahora creí que la Novena
era una celebración de los cristianos de todo el planeta, pero me entero de que
fue inventada por un fraile ecuatoriano en el siglo XVIII y sólo se acostumbra
en Colombia, Venezuela y Ecuador; lo mismo que la tradición de prender velas el
ocho de diciembre, como homenaje a la Inmaculada Concepción, que también es una
ceremonia netamente colombiana. Por ello muchos creerán que somos unos
fervorosos católicos, pero me late que el entusiasmo tiene otros motivos.
Porque en nuestro medio estas fechas se aprovechan es para tomar trago, matar
marranos y armar parrandas que duran hasta el amanecer; y eso que prohibieron
la pólvora, porque muchos preferían comprar globos, papeletas y voladores antes
que aguinaldos y comida. A ver en qué quedan estas celebraciones si les quitan
el elemento etílico y los catorce cañonazos bailables.
pamear@telmex.net.co