Cuando yo estaba chiquito el lapso
entre un diciembre y el siguiente era eterno, o al menos así nos parecía,
porque duraba exactamente lo que marca el calendario: 12 meses. En cambio ahora
asombra ver cómo en un apartamento vecino armaron el arbolito desde finales de
octubre, faltando más de dos meses para el nacimiento del Niño Dios. Cuando al
fin llega la fecha esperada, una semana después se celebra la fiesta de fin de
año y aquí en Manizales empatamos con la feria anual, con el agravante que las
familias le sacan el cuerpo durante varios fines de semana a ponerse en la labor
de desbaratar árbol, pesebre, adornos y demás perendengues.
A nosotros no, ¡qué va! Había que
rogarle mucho a la mamá para que dejara armar el pesebre unos días antes de la
fecha del inicio de la Novena, el 16 de diciembre, con el cuento que eso le
llenaba la casa de tierra y mugre. Y no más pasar la navidad, con trabajo
esperaba hasta después del 31 para ordenar que desbaratáramos ese embeleco. A
la basura con el musgo y demás sobrantes; el papel enserado se sacudía en el
patio antes de empacarlo otra vez; y el resto de figuras se envolvían en
periódico para embalarlas.
De todas maneras era mucho lo que
disfrutábamos la armada del pesebre y del árbol, programa que empezaba cuando
le rogábamos a mi papá que se viniera un sábado en el Land Rover de Plumejía,
la ferretería familiar, para armar paseo de día entero a los páramos cercanos y
conseguir un chamizo que sirviera como árbol navideño, además de recoger en las
cañadas el musgo que crecía generoso. El arbolito de pino es importado de otra
cultura, como el Papá Noel, mientras por aquí preferíamos un chamizo cubierto
de musgo.
Como para todo, mi papá debía rifar
los turnos en que los mayorcitos le podíamos dar machete al famélico tronco,
hasta que por fin cedía y entonces lo acomodábamos en el techo del jeep para
después de amarrarlo seguir con el paseo. El almuerzo era un fiambre delicioso
preparado por mi mamá, el cual comíamos a la orilla de una quebradita de aguas
termales. De regreso en casa, la orden era guardar toda esa mugre en el patio
para al otro día, domingo, proceder a quitarle la tierra al musgo y así poder
armar el pesebre.
Muy temprano estábamos levantados
para empezar con la organizada del árbol. Con un sacudidor mi mamá le quitaba
el polvo y la mugre que tuviera, mientras nosotros traíamos del garaje unas
piedras grandes y algo de arena. En un tarro de galletas Saltinas familiar, ya forrado
con papel navideño, se paraba el chamizo para luego cuñarlo con las piedras,
todo lo cual se rellenaba con arena para darle mejor estabilidad. Una guirnalda
de papel aluminio recorría el tronco, lo mismo que una instalación de luces de
colores que titilaban. Las bolas de colores, que se quebraban con solo
mirarlas, solo podían ser manipuladas por mi mamá.
2 comentarios:
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Me encantan sus escritos. Gracias y ...entrañable Navidad!
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