Nada más respetable que las
creencias religiosas de las personas y la manera como manejan su
espiritualidad. Por ello son tan infructuosas las discusiones acerca del tema,
porque un creyente no da su brazo a torcer ante ningún argumento. Los seres
humanos quedamos matriculados en una religión desde el mismo momento de nuestra
concepción. El niño nace en un hogar católico, por ejemplo, y a los pocos días
ya participa en el primer sacramento, el bautizo, donde le endilgan un nombre y
lo alistan en las filas espirituales de sus ancestros. Después vienen la
primera comunión y la confirmación, y si el infante estudia en un colegio
regentado por religiosos, allá se encargan de manejarlo con rienda corta para
que no se desvíe del camino.
Por fortuna algunos también
heredan de sus mayores el gusto por la lectura y así empiezan a entretenerse
con cuentos infantiles, comics y novelitas rosa, pero con el paso del tiempo madura
su gusto literario y alguna vez se topan con lecturas que les permiten conocer
una visión diferente a la que les inculcaron desde pequeños. Encontrarse por
ejemplo con el movimiento de La Ilustración, en el que varios ilustres e
inquietos pensadores europeos del siglo XVII decidieron recurrir a la razón para
combatir la ignorancia y la superchería, además de sacudirse del control
absoluto que ejercían entonces las religiones sobre la humanidad. Para fortuna
de quienes han manejado a través de los siglos las riendas de esas religiones,
siempre han sido minoría los que cuestionan, difieren, razonan y deciden
manejar su propia espiritualidad.
Debido al reciente escándalo
causado por las desafortunadas declaraciones de la pastora cristiana Maria
Luisa Piraquive, muy diferentes a las que se esperan de alguien que ostenta un
cargo como el suyo, pudo notarse la fidelidad absoluta que le profesan sus seguidores.
No importaron denuncias, testimonios en contra, pruebas y demás ataques a la
señora, y por el contrario parece que sus adeptos darían la vida por ella. A
nadie le molesta que sus pastores vivan como reyes, en ostentosas mansiones y con
lujos desmedidos, y además están dispuestos a seguir con el aporte del diezmo que
les corresponde. Por cierto, los periodistas de la W radio quedaron callados cuando
uno de esos cristianos, después de discutir un rato, les recordó que el
catolicismo también exige un diezmo similar, aunque pocos lo acatan, y que si
se trata de discriminación, qué decir de esa misma iglesia que prohíbe a las
mujeres, que son mayoría, subirse al púlpito.
Mi hijo se fue a recorrer el
sureste asiático durante un semestre sabático y me cuenta que lo que más ha
llamado su atención es la espiritualidad de esas gentes. En la India las personas
viven en función de festivales religiosos y existen templos de todo tipo,
dedicados a las miles de divinidades que adoran; entre ellos a muchos animales
como monos, tigres, elefantes, serpientes y uno muy particular dedicado a las
ratas. Decenas de miles de esos roedores viven a sus anchas en un amplio
edificio, donde los fieles les mantienen palanganas con leche y otros
alimentos; un acto de devoción es comerse un poquito de la costra que se forma
en dichos recipientes. Además, nadie debe entrar con zapatos al lugar y es
signo de buena suerte lograr ver una de las pocas ratas blancas que habitan allí.
Tengo muy claro que allá no entro ni a reclamar una herencia.
En la isla de Bali, en Indonesia,
a los lados de las carreteras pueden verse infinidad de humildes viviendas y
enseguida de cada una un templo. Resulta que nadie construye su casa hasta no
tener el dinero suficiente para levantar el templo donde pueda orar con su
familia, y en todos los casos este último es más amplio y lujoso que la
vivienda. Todas las personas destinan la mitad de sus ingresos para honrar a los
dioses, donaciones que se hacen en especie y en dinero; en la calle venden unas
cajitas fabricadas con hojas de palma tejidas y en ellas empacan las ofrendas
que dejan al pie de las estatuas sagradas: cigarrillos, galletas, dinero en
efectivo, fósforos, chocolatinas, llaveros y cualquier cosa que pueda uno
imaginar. La mayoría de esos objetos van a parar a la basura y el dinero es
invertido hasta el último peso en mejoras para el santuario. La diferencia con
las iglesias de occidente es que allá no existen intermediarios y por lo tanto
nadie se lucra de la devoción popular.
Ignorancia, angustia,
inseguridad, temor y algunas falencias de la personalidad son el combustible
que permite el funcionamiento de las diferentes iglesias, porque el ser humano
es proclive a aferrarse a dichas creencias para sentirse a salvo. La mayoría se
queda con esas primeras enseñanzas religiosas basadas en amenazas y promesas; otros
creen que su devoción asegura bienestar y éxito para todos los suyos; tantos
que dudan pero no se atreven a cuestionar por miedo al fuego eterno; los
fanáticos que no admiten críticas ni debates; y esa gran masa que sigue un
credo porque sí, porque así es más fácil.
Y la crítica va para todas las iglesias y religiones
que explotan y manipulan a sus creyentes, ya que no me cabe duda de que se
trata del negocio más antiguo y rentable del que se tenga noticia.