Llega otro diciembre y sigo dando guerra. Ya son tres las navidades que corono después del diagnóstico de un melanoma en agosto de 2004. Claro que si a cualquiera se le enfría hasta la pajarilla al recibir la noticia, es peor cuando aparece la temida metástasis; por lo tanto después de sacar el tumor de la cara, fue necesario un vaciamiento lateral de cuello y el pescuezo me quedó como el de Frankenstein, pero sin tornillo. Por fortuna la limpieza quedó como muy bien jalada, porque hasta el momento no ha retoñado la porquería ésa. De manera que contrario a lo que creíamos muchos, como que como natilla otra vez. Bueno, esto es un decir, porque me empalaga ese mazacote re-dulce que reparten en esta época por poncheradas.
El optimismo y la actitud positiva son indispensables para una buena recuperación del cáncer, pero hay otras cosas muy importantes para lograr salir incólume de la dura prueba (aunque incólume quiere decir sano, sin lesión ni menoscabo, y por bien que le vaya a uno en este parto siempre le persisten secuelas y problemillas). El apoyo de los familiares y amigos es primordial para que el enfermo soporte los diferentes tratamientos, ya que es común que la difícil situación torne al paciente impaciente y por lo tanto los allegados deben armarse de paciencia. Un médico amable, sincero, optimista y con buen humor representa medio tratamiento; muchas veces llegué a donde el doctor Juan Paulo Cardona dispuesto a tirar la toalla, pero él sutilmente me convenció de persistir.
Lo que no hay derecho es que un ciudadano deba enfrentar, aparte de la angustia que genera padecer la enfermedad, los trámites, papeleos, requisitos, inconvenientes, filas, turnos, viajes perdidos, esperas, incomodidades, malos entendidos y todo ese caos que representa la salud en Colombia. No hablo en nombre propio porque gracias a buenos amigos, a la suerte y a que mi Dios no me desamparó, la atención ha sido inmejorable y la EPS cumplió con la entrega de los medicamentos más costosos. Sin embargo hubo trabas y complicaciones, pero comparado con los casos que conocí no cabe duda de que puedo darme por muy bien servido.
Un ejemplo conciso: debido a la quimioterapia cada mes se presentaba una disminución importante de las defensas y por lo tanto debía proceder con un tratamiento consistente en 5 inyecciones, una diaria, cuyo costo unitario era de 250 mil pesos. El médico recomendaba categóricamente que la primera dosis había que aplicarla al salir de la consulta y por fortuna pude conseguirlo prestado en todas las oportunidades, porque la EPS lo entregaba un mes después de hecha la solicitud. La mayoría de la gente no tiene recursos para comprar ese medicamento (reitero que esto es cada mes), y cuando le pregunté al doctor cual es el riesgo si no es aplicado de inmediato, respondió que la posibilidad de morir es muy alta. Siempre que recibía la primera inyección, que por cierto me ponía más maluco que un “pocillao” de babas, no pensaba en lo que me subía pierna arriba sino en aquellos que en ese preciso instante estarían desesperados en busca de la plata prestada, o empeñando hasta los calzones para levantarse más de un millón de pesos que costaban las cinco diminutas ampolletas.
Lo fregado del asunto, es que igual al ejemplo anterior son muchos los males que se derivan de la enfermedad central, porque los diferentes tratamientos descuadran el funcionamiento del organismo y empiezan a aparecer achaques en seguidilla. Un remedio cualquiera produce estreñimiento y esto repercute en unas hemorroides bien espantosas; la tiroides se jode y los síntomas son muchos, por lo que toca agregar otra pastilla a la larga lista; la piel reseca hay que tratarla con cremas y pomadas; échese aquello para evitar la caída del pelo; haga buches con esto para la resequedad en la boca; tome esta pastica para que pueda dormir; ingiera potasio para combatir el desaliento; ojo con la tensión arterial; y puedo seguir con una lista interminable de medicamentos, la mayoría de los cuales no los cubre el POS o simplemente están agotados. De manera que la platica que antes destinaba a la parranda del fin de semana, se iba completica en la compra de medicinas.
En estos casos no queda sino hacer de tripas corazón y pensar que así como llegan las cosas, igual pasan. Ser muy positivo pero sin desconocer la realidad; siempre tener presente que la situación es delicada y en cualquier momento puede complicarse. Un día llegué del chequeo mensual muy contento y casualmente en la televisión el doctor Cardona participaba en un programa de opinión. Ante una pregunta del entrevistador, respondió que la estadística de éxito en tratamientos cancerológicos es del 51%. Mi mujer quiso que le explicara y le expuse que de 1000 enfermos sobreviven 510, cifra que le pareció positiva; sin embargo, agregué, de 100 se salvan 51 y lo más tenaz, de 2 solo uno salva pellis.
En cierta ocasión, mientras conversaba con unos amigos, expresé que esta experiencia cambia la vida y que en muchos casos hasta empieza uno a cumplir años otra vez. Todos se extrañaron y cuando exigieron explicación, les dije que es común que dentro de un tiempo alguien comente:
-Oíste, fue hace 2 o 3 años que se murió fulanito.
pmejiama1@une.net.co
lunes, diciembre 18, 2006
sábado, diciembre 16, 2006
COMO QUE COMO NATILLA.
Llega otro diciembre y sigo dando guerra. Ya son tres las navidades que corono después del diagnóstico de un melanoma en agosto de 2004. Claro que si a cualquiera se le enfría hasta la pajarilla al recibir la noticia, es peor cuando aparece la temida metástasis; por lo tanto después de sacar el tumor de la cara, fue necesario un vaciamiento lateral de cuello y el pescuezo me quedó como el de Frankenstein, pero sin tornillo. Por fortuna la limpieza quedó como muy bien jalada, porque hasta el momento no ha retoñado la porquería ésa. De manera que contrario a lo que creíamos muchos, como que como natilla otra vez. Bueno, esto es un decir, porque me empalaga ese mazacote re-dulce que reparten en esta época por poncheradas.
El optimismo y la actitud positiva son indispensables para una buena recuperación del cáncer, pero hay otras cosas muy importantes para lograr salir incólume de la dura prueba (aunque incólume quiere decir sano, sin lesión ni menoscabo, y por bien que le vaya a uno en este parto siempre le persisten secuelas y problemillas). El apoyo de los familiares y amigos es primordial para que el enfermo soporte los diferentes tratamientos, ya que es común que la difícil situación torne al paciente impaciente y por lo tanto los allegados deben armarse de paciencia. Un médico amable, sincero, optimista y con buen humor representa medio tratamiento; muchas veces llegué a donde el doctor Juan Paulo Cardona dispuesto a tirar la toalla, pero él sutilmente me convenció de persistir.
Lo que no hay derecho es que un ciudadano deba enfrentar, aparte de la angustia que genera padecer la enfermedad, los trámites, papeleos, requisitos, inconvenientes, filas, turnos, viajes perdidos, esperas, incomodidades, malos entendidos y todo ese caos que representa la salud en Colombia. No hablo en nombre propio porque gracias a buenos amigos, a la suerte y a que mi Dios no me desamparó, la atención ha sido inmejorable y la EPS cumplió con la entrega de los medicamentos más costosos. Sin embargo hubo trabas y complicaciones, pero comparado con los casos que conocí no cabe duda de que puedo darme por muy bien servido.
Un ejemplo conciso: debido a la quimioterapia cada mes se presentaba una disminución importante de las defensas y por lo tanto debía proceder con un tratamiento consistente en 5 inyecciones, una diaria, cuyo costo unitario era de 250 mil pesos. El médico recomendaba categóricamente que la primera dosis había que aplicarla al salir de la consulta y por fortuna pude conseguirlo prestado en todas las oportunidades, porque la EPS lo entregaba un mes después de hecha la solicitud. La mayoría de la gente no tiene recursos para comprar ese medicamento (reitero que esto es cada mes), y cuando le pregunté al doctor cual es el riesgo si no es aplicado de inmediato, respondió que la posibilidad de morir es muy alta. Siempre que recibía la primera inyección, que por cierto me ponía más maluco que un “pocillao” de babas, no pensaba en lo que me subía pierna arriba sino en aquellos que en ese preciso instante estarían desesperados en busca de la plata prestada, o empeñando hasta los calzones para levantarse más de un millón de pesos que costaban las cinco diminutas ampolletas.
Lo fregado del asunto, es que igual al ejemplo anterior son muchos los males que se derivan de la enfermedad central, porque los diferentes tratamientos descuadran el funcionamiento del organismo y empiezan a aparecer achaques en seguidilla. Un remedio cualquiera produce estreñimiento y esto repercute en unas hemorroides bien espantosas; la tiroides se jode y los síntomas son muchos, por lo que toca agregar otra pastilla a la larga lista; la piel reseca hay que tratarla con cremas y pomadas; échese aquello para evitar la caída del pelo; haga buches con esto para la resequedad en la boca; tome esta pastica para que pueda dormir; ingiera potasio para combatir el desaliento; ojo con la tensión arterial; y puedo seguir con una lista interminable de medicamentos, la mayoría de los cuales no los cubre el POS o simplemente están agotados. De manera que la platica que antes destinaba a la parranda del fin de semana, se iba completica en la compra de medicinas.
En estos casos no queda sino hacer de tripas corazón y pensar que así como llegan las cosas, igual pasan. Ser muy positivo pero sin desconocer la realidad; siempre tener presente que la situación es delicada y en cualquier momento puede complicarse. Un día llegué del chequeo mensual muy contento y casualmente en la televisión el doctor Cardona participaba en un programa de opinión. Ante una pregunta del entrevistador, respondió que la estadística de éxito en tratamientos cancerológicos es del 51%. Mi mujer quiso que le explicara y le expuse que de 1000 enfermos sobreviven 510, cifra que le pareció positiva; sin embargo, agregué, de 100 se salvan 51 y lo más tenaz, de 2 solo uno salva pellis.
En cierta ocasión, mientras conversaba con unos amigos, expresé que esta experiencia cambia la vida y que en muchos casos hasta empieza uno a cumplir años otra vez. Todos se extrañaron y cuando exigieron explicación, les dije que es común que dentro de un tiempo alguien comente:
-Oíste, fue hace 2 o 3 años que se murió fulanito.
pmejiama1@une.net.co
El optimismo y la actitud positiva son indispensables para una buena recuperación del cáncer, pero hay otras cosas muy importantes para lograr salir incólume de la dura prueba (aunque incólume quiere decir sano, sin lesión ni menoscabo, y por bien que le vaya a uno en este parto siempre le persisten secuelas y problemillas). El apoyo de los familiares y amigos es primordial para que el enfermo soporte los diferentes tratamientos, ya que es común que la difícil situación torne al paciente impaciente y por lo tanto los allegados deben armarse de paciencia. Un médico amable, sincero, optimista y con buen humor representa medio tratamiento; muchas veces llegué a donde el doctor Juan Paulo Cardona dispuesto a tirar la toalla, pero él sutilmente me convenció de persistir.
Lo que no hay derecho es que un ciudadano deba enfrentar, aparte de la angustia que genera padecer la enfermedad, los trámites, papeleos, requisitos, inconvenientes, filas, turnos, viajes perdidos, esperas, incomodidades, malos entendidos y todo ese caos que representa la salud en Colombia. No hablo en nombre propio porque gracias a buenos amigos, a la suerte y a que mi Dios no me desamparó, la atención ha sido inmejorable y la EPS cumplió con la entrega de los medicamentos más costosos. Sin embargo hubo trabas y complicaciones, pero comparado con los casos que conocí no cabe duda de que puedo darme por muy bien servido.
Un ejemplo conciso: debido a la quimioterapia cada mes se presentaba una disminución importante de las defensas y por lo tanto debía proceder con un tratamiento consistente en 5 inyecciones, una diaria, cuyo costo unitario era de 250 mil pesos. El médico recomendaba categóricamente que la primera dosis había que aplicarla al salir de la consulta y por fortuna pude conseguirlo prestado en todas las oportunidades, porque la EPS lo entregaba un mes después de hecha la solicitud. La mayoría de la gente no tiene recursos para comprar ese medicamento (reitero que esto es cada mes), y cuando le pregunté al doctor cual es el riesgo si no es aplicado de inmediato, respondió que la posibilidad de morir es muy alta. Siempre que recibía la primera inyección, que por cierto me ponía más maluco que un “pocillao” de babas, no pensaba en lo que me subía pierna arriba sino en aquellos que en ese preciso instante estarían desesperados en busca de la plata prestada, o empeñando hasta los calzones para levantarse más de un millón de pesos que costaban las cinco diminutas ampolletas.
Lo fregado del asunto, es que igual al ejemplo anterior son muchos los males que se derivan de la enfermedad central, porque los diferentes tratamientos descuadran el funcionamiento del organismo y empiezan a aparecer achaques en seguidilla. Un remedio cualquiera produce estreñimiento y esto repercute en unas hemorroides bien espantosas; la tiroides se jode y los síntomas son muchos, por lo que toca agregar otra pastilla a la larga lista; la piel reseca hay que tratarla con cremas y pomadas; échese aquello para evitar la caída del pelo; haga buches con esto para la resequedad en la boca; tome esta pastica para que pueda dormir; ingiera potasio para combatir el desaliento; ojo con la tensión arterial; y puedo seguir con una lista interminable de medicamentos, la mayoría de los cuales no los cubre el POS o simplemente están agotados. De manera que la platica que antes destinaba a la parranda del fin de semana, se iba completica en la compra de medicinas.
En estos casos no queda sino hacer de tripas corazón y pensar que así como llegan las cosas, igual pasan. Ser muy positivo pero sin desconocer la realidad; siempre tener presente que la situación es delicada y en cualquier momento puede complicarse. Un día llegué del chequeo mensual muy contento y casualmente en la televisión el doctor Cardona participaba en un programa de opinión. Ante una pregunta del entrevistador, respondió que la estadística de éxito en tratamientos cancerológicos es del 51%. Mi mujer quiso que le explicara y le expuse que de 1000 enfermos sobreviven 510, cifra que le pareció positiva; sin embargo, agregué, de 100 se salvan 51 y lo más tenaz, de 2 solo uno salva pellis.
En cierta ocasión, mientras conversaba con unos amigos, expresé que esta experiencia cambia la vida y que en muchos casos hasta empieza uno a cumplir años otra vez. Todos se extrañaron y cuando exigieron explicación, les dije que es común que dentro de un tiempo alguien comente:
-Oíste, fue hace 2 o 3 años que se murió fulanito.
pmejiama1@une.net.co
miércoles, diciembre 13, 2006
EL PESEBRE PUEDE CON TODO.
EL PESEBRE PUEDE CON TODO.
Lo mejor del pesebre es que en él se pierden todas las normas de proporción, lógica, medida, profundidad, afinidad o cualquier otra regla por el estilo. Pero hablo de los pesebres que se arman para darle gusto a los niños, y en los cuales ellos pueden meter mano en todo lo relacionado con su decoración y mantenimiento. Porque existen otros en donde la artesanía y el decoro son sus principales ingredientes, por lo que están hechos para el disfrute de quienes los detallan y admiran; montajes espectaculares con mil detalles y miniaturas que llaman la atención, y que son comunes en manos de coleccionistas, aficionados, o para adornar una vitrina o una sala de espera.
En cambio el que arman para los niños desde finales de octubre, cuando empiezan a acosar porque ya en la televisión y la radio se adelantaron con las cuñas navideñas, es un pesebre de combate y ante todo de entretenimiento. Al muchachito no se le debe negar ningún capricho en ese aspecto y mal hacen los adultos que tratan por todos los medios de explicarle a un mocoso que en la época del nacimiento de Jesús no había “transformers” ni tortugas ninjas, y que por ello dichos muñecos no deben hacer parte del paisaje. O tratar de convencer al zambo de que quite el helicóptero que acomodó a un lado del establo, con el argumento que lo deja a disposición de la sagrada familia por si es necesario llevar al recién nacido de urgencia al hospital.
Porque si el muchachito llega a salir muy entendido, va a dejar al adulto que reprocha sus gustos sin qué responder cuando le haga ver algunas inconsistencias que son bien difíciles de explicar. Qué va a responder el papá cuando el chiquitín le pregunte por qué hay un marrano mucho más grande que las casas del pueblito; o a cuenta de qué una de las ovejas es de porcelana y gran tamaño, mientras el resto son de plástico y tan pequeñas que le cabrían todas en el buche a la primera; y cuál es la razón para que el pato que flota plácido encima del espejo, sea del tamaño del buey que le hace guardia a la improvisada cuna.
Otro asunto bien complicado es tratar de convencer a los menores de que el recién nacido no se puede acomodar en su lugar sino el 24 de diciembre a la media noche, hora en que supuestamente llegó al mundo, porque hasta ese momento no existía y por lo tanto no puede estar presente. Entonces los muchachitos arguyen, y con toda la razón, que no se aguantan las ganas de acostarlo y que valiente gracia el Niño dios metido entre una caja mientras el resto de figuras disfrutan de las novenas y las festividades navideñas, y que para sacarlo después de la nochebuena mejor lo dejan ahí, ya que hasta ese día tiene gracia el pesebre.
Como a los pequeños hay que explicarles muy bien, y de una manera didáctica y lúdica cómo fue la historia del nacimiento del niño, es mejor no entrar en mucho detalle en asuntos como el del rey Herodes que mandó a pasar al papayo a todos los infantes recién nacidos para de esa forma hacer desaparecer del mapa al Mesías, porque a los niños les entra terronera y no es fácil que comprendan tan absurdo proceder. Mucho menos ahondar en el cuento de los tres reyes magos, ya que hasta para los adultos es complicado entender por qué se aparecieron esos personajes en semejantes fachas, cómo dieron con el humilde establo y todavía más enredado el tema de los regalos que llevaron.
Tampoco mencionen lo de la estrella de Belén, y mucho menos traten de explicar cómo es la cosa de María sin pecado concebida; y hay que estar preparados, porque con el avispe de los párvulos de ahora no va a faltar el que indague sobre el asunto de la virginidad de la santa Madre. Por lo tanto es mejor meterle ficción a la historia e insistir más en los animales que adornan el pesebre, en los pastorcitos que acudieron a felicitar a los nuevos padres, ponerle nombres chistosos al burro y al buey, y animar a los hijos para que reacomoden a diario los objetos del entorno.
Un pesebre puede con todo y no importa si al frente del modesto hospedaje está parqueado un carro de fórmula uno; o si le acondicionan unos parlantes para acompañar la escena con música moderna; si acomodan un muñeco de nieve al lado de San José; o si ponen al rey león a pastorear el rebaño de ovejas. Los niños tienen sus preferencias y por lo tanto no es raro ver un descomunal balón de fútbol en medio del desierto, la barby patinadora bajando enflechada por el papel aluminio que simula el manantial, o un inmenso osito de peluche a la mano para que el recién nacido se entretenga.
Es importante mantener nuestras tradiciones y hacer énfasis en el nacimiento del Niño dios por encima del papá Noel y demás importaciones. Y que de una vez las mamás sepan que nadie les va a ayudar a desbaratar el pesebre, para que después no empiecen con la cantaleta.
pmejiama1@une.net.co
Lo mejor del pesebre es que en él se pierden todas las normas de proporción, lógica, medida, profundidad, afinidad o cualquier otra regla por el estilo. Pero hablo de los pesebres que se arman para darle gusto a los niños, y en los cuales ellos pueden meter mano en todo lo relacionado con su decoración y mantenimiento. Porque existen otros en donde la artesanía y el decoro son sus principales ingredientes, por lo que están hechos para el disfrute de quienes los detallan y admiran; montajes espectaculares con mil detalles y miniaturas que llaman la atención, y que son comunes en manos de coleccionistas, aficionados, o para adornar una vitrina o una sala de espera.
En cambio el que arman para los niños desde finales de octubre, cuando empiezan a acosar porque ya en la televisión y la radio se adelantaron con las cuñas navideñas, es un pesebre de combate y ante todo de entretenimiento. Al muchachito no se le debe negar ningún capricho en ese aspecto y mal hacen los adultos que tratan por todos los medios de explicarle a un mocoso que en la época del nacimiento de Jesús no había “transformers” ni tortugas ninjas, y que por ello dichos muñecos no deben hacer parte del paisaje. O tratar de convencer al zambo de que quite el helicóptero que acomodó a un lado del establo, con el argumento que lo deja a disposición de la sagrada familia por si es necesario llevar al recién nacido de urgencia al hospital.
Porque si el muchachito llega a salir muy entendido, va a dejar al adulto que reprocha sus gustos sin qué responder cuando le haga ver algunas inconsistencias que son bien difíciles de explicar. Qué va a responder el papá cuando el chiquitín le pregunte por qué hay un marrano mucho más grande que las casas del pueblito; o a cuenta de qué una de las ovejas es de porcelana y gran tamaño, mientras el resto son de plástico y tan pequeñas que le cabrían todas en el buche a la primera; y cuál es la razón para que el pato que flota plácido encima del espejo, sea del tamaño del buey que le hace guardia a la improvisada cuna.
Otro asunto bien complicado es tratar de convencer a los menores de que el recién nacido no se puede acomodar en su lugar sino el 24 de diciembre a la media noche, hora en que supuestamente llegó al mundo, porque hasta ese momento no existía y por lo tanto no puede estar presente. Entonces los muchachitos arguyen, y con toda la razón, que no se aguantan las ganas de acostarlo y que valiente gracia el Niño dios metido entre una caja mientras el resto de figuras disfrutan de las novenas y las festividades navideñas, y que para sacarlo después de la nochebuena mejor lo dejan ahí, ya que hasta ese día tiene gracia el pesebre.
Como a los pequeños hay que explicarles muy bien, y de una manera didáctica y lúdica cómo fue la historia del nacimiento del niño, es mejor no entrar en mucho detalle en asuntos como el del rey Herodes que mandó a pasar al papayo a todos los infantes recién nacidos para de esa forma hacer desaparecer del mapa al Mesías, porque a los niños les entra terronera y no es fácil que comprendan tan absurdo proceder. Mucho menos ahondar en el cuento de los tres reyes magos, ya que hasta para los adultos es complicado entender por qué se aparecieron esos personajes en semejantes fachas, cómo dieron con el humilde establo y todavía más enredado el tema de los regalos que llevaron.
Tampoco mencionen lo de la estrella de Belén, y mucho menos traten de explicar cómo es la cosa de María sin pecado concebida; y hay que estar preparados, porque con el avispe de los párvulos de ahora no va a faltar el que indague sobre el asunto de la virginidad de la santa Madre. Por lo tanto es mejor meterle ficción a la historia e insistir más en los animales que adornan el pesebre, en los pastorcitos que acudieron a felicitar a los nuevos padres, ponerle nombres chistosos al burro y al buey, y animar a los hijos para que reacomoden a diario los objetos del entorno.
Un pesebre puede con todo y no importa si al frente del modesto hospedaje está parqueado un carro de fórmula uno; o si le acondicionan unos parlantes para acompañar la escena con música moderna; si acomodan un muñeco de nieve al lado de San José; o si ponen al rey león a pastorear el rebaño de ovejas. Los niños tienen sus preferencias y por lo tanto no es raro ver un descomunal balón de fútbol en medio del desierto, la barby patinadora bajando enflechada por el papel aluminio que simula el manantial, o un inmenso osito de peluche a la mano para que el recién nacido se entretenga.
Es importante mantener nuestras tradiciones y hacer énfasis en el nacimiento del Niño dios por encima del papá Noel y demás importaciones. Y que de una vez las mamás sepan que nadie les va a ayudar a desbaratar el pesebre, para que después no empiecen con la cantaleta.
pmejiama1@une.net.co
miércoles, diciembre 06, 2006
OJO AL TURISMO.
Es triste que muchos solo tengan en cuenta los destinos turísticos en el exterior cuando de viajar se trata, y no opten por tantos lugares hermosos y paradisíacos que tenemos aquí a la mano. Viajar es un placer para la mayoría de las personas, y una bendición cuando el paseante disfruta igual la visita a un lugar cercano que un recorrido por Europa. En las vísperas de un viaje cualquiera siente una excitación y una ansiedad difíciles de definir, y es común que las personas no puedan conciliar el sueño la noche anterior al paseo.
El turismo es una industria que repunta, entre otras cosas porque es algo que le gusta a todo el mundo. Por ello la demanda es mucha y cada día son más los países que buscan en la industria sin chimeneas un renglón importante de su economía. En Colombia tenemos la materia prima principal para explotar este negocio porque contamos con diferentes culturas, sitios paradisíacos, selvas, páramos, costas, montañas, valles y todo tipo de ofertas para colmar las expectativas del visitante. Claro que también enfrentamos un conflicto interno que impide el ingreso masivo de turistas, quienes además tienen toda la razón en no jalarle a venir, porque nadie se le mide ahora por ejemplo a irse de vacaciones a Chechenia.
Otra cosa es que los pocos que se atreven a visitarnos en muchos casos son espantados por la falta de infraestructura adecuada, y porque la ansiedad del colombiano por esquilmar al que dé papaya no respeta raza ni edad. Tal vez el destino turístico más apetecido, y del que nos sentimos orgullosos, es Cartagena de indias. La ciudad tiene magia y recorrer las calles del centro amurallado es una experiencia inolvidable que deja embelesado a quien la visita con sus calles estrechas, balcones, portales, plazas, monumentos y edificaciones centenarias. Eso sí, que el paseante no se desvíe ni una cuadra de la zona turística porque se encuentra con la realidad de la pobreza, la basura y los malos olores que aparecen en todas partes.
La zona de Bocagrande, El Laguito y Castillogrande, que siempre ha sido escogida para construir hoteles y edificios de apartamentos, está en muy mal estado y recorrer sus vías y andenes es complicado. Parece increíble que no hayan adelantado proyectos de obras públicas como bulevares para los peatones, con las comodidades y el espacio necesarios, en una ciudad donde los turistas recorren las calles en todas direcciones. Cuando llueve las alcantarillas se rebosan y hay que ver los charcos que se forman en las vías, los cuales emanan olores nauseabundos. Es triste oír al taxista o al vendedor de frutas asegurar que los políticos se roban el presupuesto y por ello no existe ningún tipo de inversión.
Otro lunar que exaspera al turista es el azote de los vendedores ambulantes. Porque es tal la cantidad que parece una plaga que atosiga al veraneante hasta hacerlo desesperar; en todas partes existe este tipo de mercado, pero con la diferencia que están localizados en lugares específicos donde llega el interesado a buscar qué comprar. Visitar Cartagena en baja temporada es una delicia porque los taxis están disponibles a toda hora, en los restaurantes no es necesario hacer fila, las tiendas y almacenes no presentan congestión, y en general el ambiente es tranquilo y relajado. Claro que por la falta de visitantes el que se asome por la playa es presa fácil para ofrecerle la infinidad de artículos y servicios que comercializan a diestra y siniestra.
Tuve la oportunidad reciente de vivir esa experiencia y hay que ver la horda de personajes que aparecen cuando un grupo de cachacos llega a su carpa a disfrutar del sol y la playa. Es lógico que por la poca demanda ellos recurran a los escasos “marranos” que andan de vacaciones, pero es importante que les controlen la forma en que ofrecen su mercancía. Porque una cosa es que pase un vendedor y pregunte si alguien está interesado, y otra muy distinta que se parquee a insistir hasta el cansancio, que ponga muestras encima de los clientes potenciales, que no ceje en su empeño y sea necesario hablarle duro para que entienda que nadie quiere comprar.
O la que hace masajes que llega y lo embadurna a uno con un pegote dizque para una muestra gratis, y hay que ver el problema para detenerla; lo peor es que se pone furiosa por el rechazo. Claro que es triste ver tanta pobreza y desesperación, pero si uno quiere solucionar el problema a todos los que buscan el sustento en la playa, mejor se queda en la casa y dona lo que pensaba gastar en el paseo a una obra de caridad.
Una señora empeñada en que quería leerme la mano, a mí, que no creo ni en los rejos de la campana. Un músico le pide a uno de mis amigos que escoja una canción, y este le pregunta muy serio si conoce “me equivoqué contigo”. El prestidigitador empieza a desaparecer objetos, y con mucha habilidad por cierto, hasta que anuncia la mejor maroma. Entonces otro compañero comenta:
¡No me diga que se va a desaparecer usted!
Y esté preparado porque si le pregunta a alguien la hora, con gusto le responde pero hay que darle mil pesos.
pmejiama1@une.net.co
El turismo es una industria que repunta, entre otras cosas porque es algo que le gusta a todo el mundo. Por ello la demanda es mucha y cada día son más los países que buscan en la industria sin chimeneas un renglón importante de su economía. En Colombia tenemos la materia prima principal para explotar este negocio porque contamos con diferentes culturas, sitios paradisíacos, selvas, páramos, costas, montañas, valles y todo tipo de ofertas para colmar las expectativas del visitante. Claro que también enfrentamos un conflicto interno que impide el ingreso masivo de turistas, quienes además tienen toda la razón en no jalarle a venir, porque nadie se le mide ahora por ejemplo a irse de vacaciones a Chechenia.
Otra cosa es que los pocos que se atreven a visitarnos en muchos casos son espantados por la falta de infraestructura adecuada, y porque la ansiedad del colombiano por esquilmar al que dé papaya no respeta raza ni edad. Tal vez el destino turístico más apetecido, y del que nos sentimos orgullosos, es Cartagena de indias. La ciudad tiene magia y recorrer las calles del centro amurallado es una experiencia inolvidable que deja embelesado a quien la visita con sus calles estrechas, balcones, portales, plazas, monumentos y edificaciones centenarias. Eso sí, que el paseante no se desvíe ni una cuadra de la zona turística porque se encuentra con la realidad de la pobreza, la basura y los malos olores que aparecen en todas partes.
La zona de Bocagrande, El Laguito y Castillogrande, que siempre ha sido escogida para construir hoteles y edificios de apartamentos, está en muy mal estado y recorrer sus vías y andenes es complicado. Parece increíble que no hayan adelantado proyectos de obras públicas como bulevares para los peatones, con las comodidades y el espacio necesarios, en una ciudad donde los turistas recorren las calles en todas direcciones. Cuando llueve las alcantarillas se rebosan y hay que ver los charcos que se forman en las vías, los cuales emanan olores nauseabundos. Es triste oír al taxista o al vendedor de frutas asegurar que los políticos se roban el presupuesto y por ello no existe ningún tipo de inversión.
Otro lunar que exaspera al turista es el azote de los vendedores ambulantes. Porque es tal la cantidad que parece una plaga que atosiga al veraneante hasta hacerlo desesperar; en todas partes existe este tipo de mercado, pero con la diferencia que están localizados en lugares específicos donde llega el interesado a buscar qué comprar. Visitar Cartagena en baja temporada es una delicia porque los taxis están disponibles a toda hora, en los restaurantes no es necesario hacer fila, las tiendas y almacenes no presentan congestión, y en general el ambiente es tranquilo y relajado. Claro que por la falta de visitantes el que se asome por la playa es presa fácil para ofrecerle la infinidad de artículos y servicios que comercializan a diestra y siniestra.
Tuve la oportunidad reciente de vivir esa experiencia y hay que ver la horda de personajes que aparecen cuando un grupo de cachacos llega a su carpa a disfrutar del sol y la playa. Es lógico que por la poca demanda ellos recurran a los escasos “marranos” que andan de vacaciones, pero es importante que les controlen la forma en que ofrecen su mercancía. Porque una cosa es que pase un vendedor y pregunte si alguien está interesado, y otra muy distinta que se parquee a insistir hasta el cansancio, que ponga muestras encima de los clientes potenciales, que no ceje en su empeño y sea necesario hablarle duro para que entienda que nadie quiere comprar.
O la que hace masajes que llega y lo embadurna a uno con un pegote dizque para una muestra gratis, y hay que ver el problema para detenerla; lo peor es que se pone furiosa por el rechazo. Claro que es triste ver tanta pobreza y desesperación, pero si uno quiere solucionar el problema a todos los que buscan el sustento en la playa, mejor se queda en la casa y dona lo que pensaba gastar en el paseo a una obra de caridad.
Una señora empeñada en que quería leerme la mano, a mí, que no creo ni en los rejos de la campana. Un músico le pide a uno de mis amigos que escoja una canción, y este le pregunta muy serio si conoce “me equivoqué contigo”. El prestidigitador empieza a desaparecer objetos, y con mucha habilidad por cierto, hasta que anuncia la mejor maroma. Entonces otro compañero comenta:
¡No me diga que se va a desaparecer usted!
Y esté preparado porque si le pregunta a alguien la hora, con gusto le responde pero hay que darle mil pesos.
pmejiama1@une.net.co
martes, noviembre 28, 2006
ASUNTOS VARIOS
En ocasiones se vienen a la cabeza un mundo de temas que no tienen nada en común, pero que hacen picar la lengua de las ganas de meter la cucharada. En medio de un frío que cala los huesos, mitigado a ratos por el solecito que aparece tímido gracias a que el tal fenómeno del niño lo deja participar para evitar que los aguaceros bíblicos arrasen con todo, la gente disfruta mientras bota corriente acerca del acontecer diario.
Es común la crítica a la iglesia católica por una negativa, mantenida hasta la terquedad, de no querer evolucionar a la par de los cambios que presenta la sociedad, sobre todo en temas como el celibato. Desde que tengo memoria se discute entre la feligresía la insistencia por parte de la cúpula católica de sostener este voto de castidad, y al fin me entero de que en el Vaticano, con el Papa Benedicto XVI a la cabeza, se reúnen para tocar el tema. Cómo evitarían de escándalos y malos entendidos si le permitieran a los curas contraer matrimonio, porque de esa forma no deben recurrir a la mentira y a la trampa para satisfacer ese impulso natural que siente cualquier mortal.
La sexualidad es una función fisiológica y vetarla es como prohibirle a alguien que orine o respire. En casi todas las religiones permiten que sus pastores y representantes formen una familia, lo cual es muy sano porque además tienen más autoridad y conocimiento para aconsejar en muchos temas relacionados. Sin esa represión el cura párroco será reconocido por la comunidad como un padre de familia responsable, marido fiel y miembro distinguido de la sociedad, y puede evitarse que mucha gente ande preguntándose con malicia si el presbítero fulano es del otro equipo. Claro que habrá sacerdotes pederastas, homosexuales y aberrados; otros conformarán su familia pero querrán tener una sucursal; no faltarán los que quieran divorciarse y volverse a casar, pero con seguridad muchos otros vivirán felices en compañía de esposa e hijos. Lástima que todo quede en veremos, porque de nuevo les dicen que se olviden del asunto y aproximadamente cien mil sacerdotes casados esperan que les autoricen retomar su apostolado.
Pasemos al tercio de pica. El reinado nacional en Cartagena está en franca decadencia, para fortuna de quienes vemos en él un derroche innecesario de tiempo y dinero. Basta con ver la poca trascendencia que al evento dedican los medios de comunicación, los cuales hace unos años atosigaban con la avalancha de información procedente del reinado. Unos pocos chismosos, lagartos, traquetos de media petaca, decenas de peinadores y maquilladores a cuál más afeminado, faranduleros, artistas en promoción y muchos periodistas, se reúnen a chismosear y a intrigar para manipular el fallo del jurado. Las comitivas departamentales están conformadas por reducidos grupos que solo hacen bulla y dan lora cuando están copetones, y la realidad es que las críticas aumentan a diario y el interés merma a pasos agigantados.
Timbales y trompetas anuncian cambio de tercio. Conminan a quienes todavía habitan el Palacio Nacional en Manizales, para que en una fecha determinada lo desocupen y tomen de una vez la determinación de si lo demuelen o le hacen refuerzo estructural y mejoran su aspecto. Que informen a la comunidad cuánto cuestan las diferentes opciones, porque no cabe duda de que aunque la edificación es muy cómoda y funcional, según dicen personas que a él acuden con regularidad, para quien lo observa desde afuera es un esperpento que solo produce vergüenza ante el visitante. Con seguridad gana el premio al edificio más feo del centro de la ciudad, y la posibilidad de derribarlo y aprovechar el espacio para un parque que sirva de pulmón es llamativa para cualquier ciudadano. De todos es sabido que en muchos casos es más costoso arreglar y remodelar que construir nuevo, y solo queda esperar que en caso de optar por la segunda opción, no se vayan a demorar 20 años edificándolo como sucedió con este armatoste.
Para Ripley lo que sucede con la vía que comunica las vecinas poblaciones de Chinchiná y Santa Rosa de Cabal. Es inaudito que debamos esperar once años para disfrutar de una obra que según los estimativos al iniciarla debía ejecutarse en dos años, pero más increíble aún que al fin terminada, la mantengan cerrada porque no se les ocurrió planear su funcionamiento. La nueva carretera, que presenta un trazado más cómodo porque facilita el sobrepaso de camiones y un tránsito a mayor velocidad, estuvo lista hace unos meses pero no la abren porque no saben quien debe operar el peaje. INVIAS, INCO y Autopistas del café se pasan la pelota para no hacerse cargo de los gastos que genera la nueva caseta, pero no se les ocurrió solucionar el asunto durante los casi 150 meses que demoraron en finiquitarla.
Claro que lo del sobrepaso es posible si no está presente la policía de carreteras en la zona, porque según la línea ininterrumpida que marca el centro de nuestras vías, está prohibido que un vehículo adelante a otro durante trayectos muy extensos. Basta con analizar en el tramo entre Manizales y Mariquita cuántas posibilidades legales hay de sobrepaso, por lo que supuestamente quien maneje un carro particular debe irse a paso de hormiga, y chupando humo, detrás de un camión por kilómetros y kilómetros.
Es común la crítica a la iglesia católica por una negativa, mantenida hasta la terquedad, de no querer evolucionar a la par de los cambios que presenta la sociedad, sobre todo en temas como el celibato. Desde que tengo memoria se discute entre la feligresía la insistencia por parte de la cúpula católica de sostener este voto de castidad, y al fin me entero de que en el Vaticano, con el Papa Benedicto XVI a la cabeza, se reúnen para tocar el tema. Cómo evitarían de escándalos y malos entendidos si le permitieran a los curas contraer matrimonio, porque de esa forma no deben recurrir a la mentira y a la trampa para satisfacer ese impulso natural que siente cualquier mortal.
La sexualidad es una función fisiológica y vetarla es como prohibirle a alguien que orine o respire. En casi todas las religiones permiten que sus pastores y representantes formen una familia, lo cual es muy sano porque además tienen más autoridad y conocimiento para aconsejar en muchos temas relacionados. Sin esa represión el cura párroco será reconocido por la comunidad como un padre de familia responsable, marido fiel y miembro distinguido de la sociedad, y puede evitarse que mucha gente ande preguntándose con malicia si el presbítero fulano es del otro equipo. Claro que habrá sacerdotes pederastas, homosexuales y aberrados; otros conformarán su familia pero querrán tener una sucursal; no faltarán los que quieran divorciarse y volverse a casar, pero con seguridad muchos otros vivirán felices en compañía de esposa e hijos. Lástima que todo quede en veremos, porque de nuevo les dicen que se olviden del asunto y aproximadamente cien mil sacerdotes casados esperan que les autoricen retomar su apostolado.
Pasemos al tercio de pica. El reinado nacional en Cartagena está en franca decadencia, para fortuna de quienes vemos en él un derroche innecesario de tiempo y dinero. Basta con ver la poca trascendencia que al evento dedican los medios de comunicación, los cuales hace unos años atosigaban con la avalancha de información procedente del reinado. Unos pocos chismosos, lagartos, traquetos de media petaca, decenas de peinadores y maquilladores a cuál más afeminado, faranduleros, artistas en promoción y muchos periodistas, se reúnen a chismosear y a intrigar para manipular el fallo del jurado. Las comitivas departamentales están conformadas por reducidos grupos que solo hacen bulla y dan lora cuando están copetones, y la realidad es que las críticas aumentan a diario y el interés merma a pasos agigantados.
Timbales y trompetas anuncian cambio de tercio. Conminan a quienes todavía habitan el Palacio Nacional en Manizales, para que en una fecha determinada lo desocupen y tomen de una vez la determinación de si lo demuelen o le hacen refuerzo estructural y mejoran su aspecto. Que informen a la comunidad cuánto cuestan las diferentes opciones, porque no cabe duda de que aunque la edificación es muy cómoda y funcional, según dicen personas que a él acuden con regularidad, para quien lo observa desde afuera es un esperpento que solo produce vergüenza ante el visitante. Con seguridad gana el premio al edificio más feo del centro de la ciudad, y la posibilidad de derribarlo y aprovechar el espacio para un parque que sirva de pulmón es llamativa para cualquier ciudadano. De todos es sabido que en muchos casos es más costoso arreglar y remodelar que construir nuevo, y solo queda esperar que en caso de optar por la segunda opción, no se vayan a demorar 20 años edificándolo como sucedió con este armatoste.
Para Ripley lo que sucede con la vía que comunica las vecinas poblaciones de Chinchiná y Santa Rosa de Cabal. Es inaudito que debamos esperar once años para disfrutar de una obra que según los estimativos al iniciarla debía ejecutarse en dos años, pero más increíble aún que al fin terminada, la mantengan cerrada porque no se les ocurrió planear su funcionamiento. La nueva carretera, que presenta un trazado más cómodo porque facilita el sobrepaso de camiones y un tránsito a mayor velocidad, estuvo lista hace unos meses pero no la abren porque no saben quien debe operar el peaje. INVIAS, INCO y Autopistas del café se pasan la pelota para no hacerse cargo de los gastos que genera la nueva caseta, pero no se les ocurrió solucionar el asunto durante los casi 150 meses que demoraron en finiquitarla.
Claro que lo del sobrepaso es posible si no está presente la policía de carreteras en la zona, porque según la línea ininterrumpida que marca el centro de nuestras vías, está prohibido que un vehículo adelante a otro durante trayectos muy extensos. Basta con analizar en el tramo entre Manizales y Mariquita cuántas posibilidades legales hay de sobrepaso, por lo que supuestamente quien maneje un carro particular debe irse a paso de hormiga, y chupando humo, detrás de un camión por kilómetros y kilómetros.
miércoles, noviembre 22, 2006
LA MOCOSOCRACIA
LA MOCOSOCRACIA.
Está bien. Reconozco que soy intransigente con los muchachitos de ahora, pero nadie me quita de la cabeza que a muchos padres de familia que tienen hijos pequeños o adolescentes éstos se les están saliendo de las manos. Es inmensa la diferencia en el comportamiento actual de los menores de edad a como nos tocó a nosotros, porque en muchos casos aquello podía compararse con una dictadura. Claro que no cabe duda de que el derecho es aquél estilo de educación, comparado a la forma como los “mal educan” hoy en día.
A través de la historia muchos pueblos respetaron la opinión de los ancianos para tomar cualquier determinación, sociedades conocidas como gerontocracias. Los viejos mandaban y el resto, sobre todo los menores, obedecía. En otras culturas fueron las mujeres o los hombres los encargados de llevar las riendas, hasta llegar a lo más generalizado y que conocemos como democracia, donde supuestamente el pueblo rige los destinos de una nación. En nuestro país se puso de moda la tal meritocracia, modalidad que se basa en los méritos de cada persona para acceder a un cargo. Claro que la cosa no funciona como debe ser, porque aunque escogen al más idóneo, el candidato debe cumplir con ciertas condiciones tales como pertenecer a un determinado grupo político, y que ojalá sea recomendado por un congresista o un gamonal. Es lo que conocemos como dedocracia.
Ahora en los hogares los que mandan son los hijos. Esta nueva modalidad puede llamarse “mocosocracia” y crece a pasos agigantados porque como los padres no tienen tiempo para compartir con la familia, la forma de mitigar el remordimiento que esto les produce es dándole gusto a los infantes en todo lo que quieran. La manipulación a la que recurren los niños es impresionante y si los adultos se detienen un segundo a analizar la situación, van a aceptar que los tienen completamente ensillados. Al menos yo me quedo abismado cuando veo a una pareja de amigos que está de visita en otra casa y en cierto momento resuelven que quieren irse a acostar porque están rendidos; o simplemente porque ya es hora. Entonces el mocoso, que juega feliz con el niño de la casa, dispone que no salen todavía. Y se amangualan ambos zambos mientras los papás bostezan y hacen fuerza, pero aceptan que sea el culicagao el que resuelva a qué hora pueden despedirse. Parece inaudito pero así funciona.
Las comparaciones son odiosas pero el derecho de las cosas es que los menores respeten y acaten las normas implantadas por los mayores. Cómo es posible que en muchos hogares coman únicamente lo que los niños prefieren. Lo peor es que ellos disponen a diario que esto o aquello no les gusta, por la simple razón que oyeron a fulanito decir que cierto alimento es muy maluco. Sin haber siquiera probado muchos sabores resuelven que no los comen, además que tampoco los dejan comprar en el mercado. Muchos comen a deshoras, prefieren la comida chatarra, para cualquier preparación exigen mil requisitos, cambian sus gustos a diario, inventan las enguandas más rebuscadas y solo consumen bebidas artificiales las cuales desplazan los jugos naturales y la leche.
En la actualidad los niños son muy aprensivos y le tienen terror a perder los padres. Por ello no admiten que la mamá prenda un cigarrillo y les da patatús cuando el papá se toma unos aguardientes. Arman unas pataletas de película y como muchos adultos acatan esas muestras de rechazo, ellos aprovechan para dirigir el comportamiento de los mayores a su gusto y parecer. Joden porque alguien se come un chicharrón y empiezan con la cantaleta que eso produce infarto y otros males por el estilo.
Como los caguetas prefieren quedarse en la casa a cualquier otro programa, no se pierden ninguna tertulia de los mayores y quieren saber acerca de todo lo que se hable en ella. Preguntan más que un perdido y no permiten que la conversación fluya. Meten la cucharada en todos los temas y por ello hay que tener mucho cuidado con lo que se dice delante de ellos.
En muchos colegios existen programas extracurriculares y las criaturas deciden cada año cambiar de modalidad. Escogen el fútbol y cuando ya les han comprado guayos, balón, canilleras y el uniforme completo, resuelven que mejor se dedican al patinaje. Vuelve y juega a aperarlos con el equipo necesario para que al poco tiempo cambien nuevamente de parecer. Además se antojan de tomar clases de baile, pintura, cerámica, cocina y mil pendejadas que abandonan sin siquiera cogerle el gusto al asunto.
Es común que no quieran ir a ninguna parte si no los dejan invitar varios amiguitos, así los padres aduzcan que para qué quiere más compañía si tiene muchos primos y familiares con los cuales compartir. Cuando los niños están solos casi siempre son muy juiciosos, pero no los junte con otros menores porque se enloquecen y arman unas patanerías que provoca es darles una pela.
Mi mujer dice que yo tengo mucho de Herodes y no lo niego, porque solo me gustan los muchachitos educados y obedientes. No resisto un zambo grosero, manipulador, resabiado, melindroso, tata, malicioso o como decían los viejos: de mala índole. ¡Ah!, y si está enmelotado que ni se me arrime.
pmejiama1@une.net.co
Está bien. Reconozco que soy intransigente con los muchachitos de ahora, pero nadie me quita de la cabeza que a muchos padres de familia que tienen hijos pequeños o adolescentes éstos se les están saliendo de las manos. Es inmensa la diferencia en el comportamiento actual de los menores de edad a como nos tocó a nosotros, porque en muchos casos aquello podía compararse con una dictadura. Claro que no cabe duda de que el derecho es aquél estilo de educación, comparado a la forma como los “mal educan” hoy en día.
A través de la historia muchos pueblos respetaron la opinión de los ancianos para tomar cualquier determinación, sociedades conocidas como gerontocracias. Los viejos mandaban y el resto, sobre todo los menores, obedecía. En otras culturas fueron las mujeres o los hombres los encargados de llevar las riendas, hasta llegar a lo más generalizado y que conocemos como democracia, donde supuestamente el pueblo rige los destinos de una nación. En nuestro país se puso de moda la tal meritocracia, modalidad que se basa en los méritos de cada persona para acceder a un cargo. Claro que la cosa no funciona como debe ser, porque aunque escogen al más idóneo, el candidato debe cumplir con ciertas condiciones tales como pertenecer a un determinado grupo político, y que ojalá sea recomendado por un congresista o un gamonal. Es lo que conocemos como dedocracia.
Ahora en los hogares los que mandan son los hijos. Esta nueva modalidad puede llamarse “mocosocracia” y crece a pasos agigantados porque como los padres no tienen tiempo para compartir con la familia, la forma de mitigar el remordimiento que esto les produce es dándole gusto a los infantes en todo lo que quieran. La manipulación a la que recurren los niños es impresionante y si los adultos se detienen un segundo a analizar la situación, van a aceptar que los tienen completamente ensillados. Al menos yo me quedo abismado cuando veo a una pareja de amigos que está de visita en otra casa y en cierto momento resuelven que quieren irse a acostar porque están rendidos; o simplemente porque ya es hora. Entonces el mocoso, que juega feliz con el niño de la casa, dispone que no salen todavía. Y se amangualan ambos zambos mientras los papás bostezan y hacen fuerza, pero aceptan que sea el culicagao el que resuelva a qué hora pueden despedirse. Parece inaudito pero así funciona.
Las comparaciones son odiosas pero el derecho de las cosas es que los menores respeten y acaten las normas implantadas por los mayores. Cómo es posible que en muchos hogares coman únicamente lo que los niños prefieren. Lo peor es que ellos disponen a diario que esto o aquello no les gusta, por la simple razón que oyeron a fulanito decir que cierto alimento es muy maluco. Sin haber siquiera probado muchos sabores resuelven que no los comen, además que tampoco los dejan comprar en el mercado. Muchos comen a deshoras, prefieren la comida chatarra, para cualquier preparación exigen mil requisitos, cambian sus gustos a diario, inventan las enguandas más rebuscadas y solo consumen bebidas artificiales las cuales desplazan los jugos naturales y la leche.
En la actualidad los niños son muy aprensivos y le tienen terror a perder los padres. Por ello no admiten que la mamá prenda un cigarrillo y les da patatús cuando el papá se toma unos aguardientes. Arman unas pataletas de película y como muchos adultos acatan esas muestras de rechazo, ellos aprovechan para dirigir el comportamiento de los mayores a su gusto y parecer. Joden porque alguien se come un chicharrón y empiezan con la cantaleta que eso produce infarto y otros males por el estilo.
Como los caguetas prefieren quedarse en la casa a cualquier otro programa, no se pierden ninguna tertulia de los mayores y quieren saber acerca de todo lo que se hable en ella. Preguntan más que un perdido y no permiten que la conversación fluya. Meten la cucharada en todos los temas y por ello hay que tener mucho cuidado con lo que se dice delante de ellos.
En muchos colegios existen programas extracurriculares y las criaturas deciden cada año cambiar de modalidad. Escogen el fútbol y cuando ya les han comprado guayos, balón, canilleras y el uniforme completo, resuelven que mejor se dedican al patinaje. Vuelve y juega a aperarlos con el equipo necesario para que al poco tiempo cambien nuevamente de parecer. Además se antojan de tomar clases de baile, pintura, cerámica, cocina y mil pendejadas que abandonan sin siquiera cogerle el gusto al asunto.
Es común que no quieran ir a ninguna parte si no los dejan invitar varios amiguitos, así los padres aduzcan que para qué quiere más compañía si tiene muchos primos y familiares con los cuales compartir. Cuando los niños están solos casi siempre son muy juiciosos, pero no los junte con otros menores porque se enloquecen y arman unas patanerías que provoca es darles una pela.
Mi mujer dice que yo tengo mucho de Herodes y no lo niego, porque solo me gustan los muchachitos educados y obedientes. No resisto un zambo grosero, manipulador, resabiado, melindroso, tata, malicioso o como decían los viejos: de mala índole. ¡Ah!, y si está enmelotado que ni se me arrime.
pmejiama1@une.net.co
jueves, noviembre 16, 2006
VOLVAMOS A LO SIMPLE.
El planeta que habitamos es una olla a presión con la válvula taponada, y es cuestión de tiempo para que no le quepa más vapor y en átomos volemos. Y es en todos los aspectos. En lo económico, ecológico, social, religioso o en cualquier campo que escojamos. La gente, rica, acomodada o pobre, no sabe qué camino coger. Asegura la filosofía popular que la riqueza no hace la felicidad, y eso puede corroborarse al ver las angustias y los conflictos de los multimillonarios. La sociedad actual está contaminada por la ansiedad y el estrés, y aterra ver hasta a los niños visitando al terapeuta.
Mientras más nos remontemos en la historia comprobamos que el hombre ha vivido épocas agradables y tranquilas. Claro que a partir del invento de ciertas comodidades, porque tampoco voy a envidiar a quienes habitaban una caverna y a la hora de comer debían ruñirse un trozo de carroña. Siempre han existido los conflictos entre diferentes bandos y los desastres naturales acompañan al planeta desde sus principios, pero a medida que el hombre tecnifica la guerra es más lamentable el resultado de los enfrentamientos. Y es un hecho que la naturaleza cada vez reacciona con mayor agresividad porque a ella también nos hemos encargado de trastocarla.
Son muchos los aspectos en los que la mayoría de las personas de cierta edad prefieren, si fuera posible, dar unos pasos atrás y retomar costumbres ya guardadas en el archivo del tiempo. El ritmo de vida de los individuos en la actualidad no permite labores que requieran demasiado tiempo y por ello los actividades deben ser ágiles y efectivas para ahorrar esfuerzos y demoras, aspectos que para la maquinaria del capitalismo salvaje valen oro.
Escojo un ejemplo para diferenciar las épocas y el mismo ejercicio puede aplicarse a cualquier tema. Pongo en la balanza las costumbres gastronómicas y la modalidad de adquirir los productos de la canasta familiar en tiempos de nuestra niñez, comparado a como sucede ahora. Lo primero es que los grandes supermercados y almacenes de cadena permiten al consumidor conseguir cualquier tipo de producto listo para ser utilizado, después de unos pocos minutos de preparación. Por ello cuando le preguntan a alguien qué ha hecho, frase común para saludar en nuestro medio, el otro responde que nada porque todo lo compra hecho.
No puede negarse que los productos y las técnicas utilizadas son modernas, y hasta apetitosas, pero es una alimentación artificial, insípida y monótona. En cambio la ida a la plaza de mercado era todo un programa y la gente dejó de visitarla porque el supermercado es más seguro, más sencillo, tiene donde parquear el carro, puede pagar con tarjeta débito, le regalan puntos acumulables por cada compra y encuentra variedad y calidad certificada. Pero la magia del mercado popular es única y recordar cuando el señor de las frutas compartía unas uvas con los niños que acompañaban la comitiva, el de la verdura les guardaba un costal con hojas de repollo y redrojo de zanahoria para alimentar los conejos, el carnicero les regalaba una moneda de 20 centavos, el del queso una pruebita de cuajada y la señora de los dulces un bastón de menta o un puñado de corozos garrapiñados.
La mamá regañaba los hijos para que no tocaran nada, mientras el viejito que cargaba el canasto colgado de una cincha lo reacomodaba cada rato en la sudorosa frente, y una gallina colgada de las patas a un costado del canasto agitaba las alas a modo de protesta. Cuando llegaban con el mercado a la casa, quienes no habían clasificado para ir en esa oportunidad buscaban con afán qué sorpresa les traían, mientras esperaban con ansias la semana en que les tocara el turno de participar en el recorrido.
Luego se daban las instrucciones a la empleada encargada de la cocina para que procediera con ciertas preparaciones. Una cosa que ya casi no se ve en los hogares son los dulces de fruta que nunca faltaban a la hora de la sobremesa en las comidas. Un vaso de leche con dulce de moras; el de tomate de árbol que se comía cogiendo la fruta en almíbar del tallo, como si fuera la cola de un ratón; el de mamey o el de piña, el de cocas de guayaba, o la jalea y el cernido de la misma fruta. La torta casera, el arroz con leche, el postre de natas, las grosellas caladas, las brevas con queso, los duraznos en almíbar y tantos manjares cuyos aromas invadían cada rincón de la casa.
Además la cocinera preparaba empanadas, tamales, solteritas y hojuelas; en una parrilla asaba arepas planchas y de las redonditas para acompañar las sopas caseras. Mi mamá hacía el vinagre con cáscaras de piña, preparaba mistelas con jugo de mora fermentado y reforzado con un poco de aguardiente, y tuvimos una empleada que hacía panes para el “algo” cuando llegábamos del colegio. Con el hambre que tiene un muchacho a esa hora y encontrar el delicioso olor del pan recién horneado.
A lo mejor soy muy montañero y ordinario, pero prefiero aquellos manjares a los pai, creps, braunis, mufets, donas, wafles y demás innovaciones, que por ser copiados del extranjero no se escriben así, pero definitivamente con esos nombres los conocemos.
pmejiama1@une.net.co
Mientras más nos remontemos en la historia comprobamos que el hombre ha vivido épocas agradables y tranquilas. Claro que a partir del invento de ciertas comodidades, porque tampoco voy a envidiar a quienes habitaban una caverna y a la hora de comer debían ruñirse un trozo de carroña. Siempre han existido los conflictos entre diferentes bandos y los desastres naturales acompañan al planeta desde sus principios, pero a medida que el hombre tecnifica la guerra es más lamentable el resultado de los enfrentamientos. Y es un hecho que la naturaleza cada vez reacciona con mayor agresividad porque a ella también nos hemos encargado de trastocarla.
Son muchos los aspectos en los que la mayoría de las personas de cierta edad prefieren, si fuera posible, dar unos pasos atrás y retomar costumbres ya guardadas en el archivo del tiempo. El ritmo de vida de los individuos en la actualidad no permite labores que requieran demasiado tiempo y por ello los actividades deben ser ágiles y efectivas para ahorrar esfuerzos y demoras, aspectos que para la maquinaria del capitalismo salvaje valen oro.
Escojo un ejemplo para diferenciar las épocas y el mismo ejercicio puede aplicarse a cualquier tema. Pongo en la balanza las costumbres gastronómicas y la modalidad de adquirir los productos de la canasta familiar en tiempos de nuestra niñez, comparado a como sucede ahora. Lo primero es que los grandes supermercados y almacenes de cadena permiten al consumidor conseguir cualquier tipo de producto listo para ser utilizado, después de unos pocos minutos de preparación. Por ello cuando le preguntan a alguien qué ha hecho, frase común para saludar en nuestro medio, el otro responde que nada porque todo lo compra hecho.
No puede negarse que los productos y las técnicas utilizadas son modernas, y hasta apetitosas, pero es una alimentación artificial, insípida y monótona. En cambio la ida a la plaza de mercado era todo un programa y la gente dejó de visitarla porque el supermercado es más seguro, más sencillo, tiene donde parquear el carro, puede pagar con tarjeta débito, le regalan puntos acumulables por cada compra y encuentra variedad y calidad certificada. Pero la magia del mercado popular es única y recordar cuando el señor de las frutas compartía unas uvas con los niños que acompañaban la comitiva, el de la verdura les guardaba un costal con hojas de repollo y redrojo de zanahoria para alimentar los conejos, el carnicero les regalaba una moneda de 20 centavos, el del queso una pruebita de cuajada y la señora de los dulces un bastón de menta o un puñado de corozos garrapiñados.
La mamá regañaba los hijos para que no tocaran nada, mientras el viejito que cargaba el canasto colgado de una cincha lo reacomodaba cada rato en la sudorosa frente, y una gallina colgada de las patas a un costado del canasto agitaba las alas a modo de protesta. Cuando llegaban con el mercado a la casa, quienes no habían clasificado para ir en esa oportunidad buscaban con afán qué sorpresa les traían, mientras esperaban con ansias la semana en que les tocara el turno de participar en el recorrido.
Luego se daban las instrucciones a la empleada encargada de la cocina para que procediera con ciertas preparaciones. Una cosa que ya casi no se ve en los hogares son los dulces de fruta que nunca faltaban a la hora de la sobremesa en las comidas. Un vaso de leche con dulce de moras; el de tomate de árbol que se comía cogiendo la fruta en almíbar del tallo, como si fuera la cola de un ratón; el de mamey o el de piña, el de cocas de guayaba, o la jalea y el cernido de la misma fruta. La torta casera, el arroz con leche, el postre de natas, las grosellas caladas, las brevas con queso, los duraznos en almíbar y tantos manjares cuyos aromas invadían cada rincón de la casa.
Además la cocinera preparaba empanadas, tamales, solteritas y hojuelas; en una parrilla asaba arepas planchas y de las redonditas para acompañar las sopas caseras. Mi mamá hacía el vinagre con cáscaras de piña, preparaba mistelas con jugo de mora fermentado y reforzado con un poco de aguardiente, y tuvimos una empleada que hacía panes para el “algo” cuando llegábamos del colegio. Con el hambre que tiene un muchacho a esa hora y encontrar el delicioso olor del pan recién horneado.
A lo mejor soy muy montañero y ordinario, pero prefiero aquellos manjares a los pai, creps, braunis, mufets, donas, wafles y demás innovaciones, que por ser copiados del extranjero no se escriben así, pero definitivamente con esos nombres los conocemos.
pmejiama1@une.net.co
miércoles, noviembre 08, 2006
LISTA DE MANDADOS.
Es primordial aprender desde pequeño, o al menos cuando la edad lo permita, a nadar y a manejar carro. Nadie disfruta tranquilo la estadía en una finca donde hay piscina mientras algún niño no sepa defenderse en el agua. Porque donde no existe la alberca el muchachito puede quebrarse un brazo, abrirse la cabeza o apachurrarse un dedo, todos accidentes que tienen remedio. En cambio de la piscina ni hablemos.
Tener la oportunidad de manejar un vehículo es la ilusión de cualquier menor, desde cuando lo dejan llevar el timón o meter los cambios acomodado encima de las piernas del improvisado profesor. No importa si la persona no cuenta con un carro de alguien cercano, porque conocer ese oficio facilita las cosas en el campo laboral. Dicen que ambos aprendizajes nunca se olvidan y que quien conduce un vehículo pequeño, puede hacerlo con cualquier otro después de una corta adaptación. Para manejar un carro basta con observar a otro y preguntar algunas cosas, y luego esperar a alcanzar los pedales para que le den una palomita. Eso sí, para conducir bien hay que ejercitarse desde joven, porque ahí se aplica aquello que loro viejo no aprende a hablar. Chofer otoñal se queda runcho de por vida.
A nadar aprendí, como todos mis primos Mejía, cuando el tío Fabio nos llevaba a termales de Santa Rosa y después de una pequeña instrucción en la piscina bajita a los que no sabíamos, nos aventaba uno por uno a la mitad de la más profunda con la absoluta certeza que el muchachito salía nadando como cualquier cachorro.
En mi casa había un Desoto modelo 55. Era un carro grande, muy fino, con palanca en el timón y un asiento adelante y otro atrás en forma de banca, sin cinturones de seguridad, ergonomía o diseño especial, y un radio con teclas para cambiar de emisora. Mi mamá siempre ha sido muy cuarta y cuando el cucho se demoraba en llegar, ella nos dejaba salir a aprender a manejar el carro. Sentados en el borde de la silla, para alcanzar, nos íbamos a zonas deshabitadas a cogerle el tiro. Ya con cancha, uno acomodaba el brazo en la ventanilla abierta y cuando le mandaba la directa, con cierto ademán entre despectivo y fantoche, empezaba a disfrutar el programa.
En cualquier casa se requería hacer mandados a diario y seguro por ello mi madre se daba la pela de dejarnos aprender como fuera, para tener quien le hiciera las vueltas. Siempre el más reciente aprendiz se prestaba para lo que fuera, mientras los mayores preferían sacar la novia a pasear o cocacoliar con los amigos. Había mandados que ya eran tradicionales.
Con semejante trajín todo lo del hogar se dañaba con regularidad y por ejemplo semanalmente un electrodoméstico sacaba la mano. Entonces había que llevarlo a La Licuadora, abajito del edificio San Vicente de Paúl, donde arreglaban cualquier gallo. Al frente quedaba la carpintería de Ovidio, y ahí siempre había que recoger un nochero, una silla u otro mueble que habían reparado o simplemente le habían echado tapón. Las poltronas y sofás se dejaban en Sancotolengo, donde Hernán Vélez, el tapicero, se encargaba de cambiarles el forro y reconstruirles el relleno; por cierto, el hombre no cumplía ni años.
La ida donde la costurera era a diario, y mi madre tenía el palito para conseguirlas en los lugares más apartados. Claro que si uno estaba calmando fiebre, entre más lejos mejor. La ropa de cama la lavaban y planchaban en el Hogar Santa María, en una casona campestre cerca de la fabrica de jabones Hada. El hombre para solucionar cualquier problema relacionado con aparatos como la parrilla y el horno que funcionaban con resistencias eléctricas, era Madrigal, quien tenía el taller en la calle 24 frente al Club Los Andes. El radio, el teléfono o el tocadiscos los reparaba Carlos Arenas, también en el centro de la ciudad.
Además había que comprar algunos encargos en El Málaga, donde Emiliano; El Tiempo para mi papá en un carrito de dulces ahí enseguida; la parva en La Victoria; gelatinas y galletas donde las monjas de La Visitación; cambiar un cheque donde Mercedes Ángel, en la bomba Palogrande; recoger la remesa donde mi tía Lucy; pagar la cuota de un “club” (ahora lo llaman compra por separado) en el almacén Vanidades o en El Cónsul; y llevar un par de zapatos a remontar donde don Baltasar, el zapatero del barrio Lleras, que vivía a medio pelo y no había forma de que entendiera a qué iba uno.
A medio día mis padres iban, acompañados por mi hermanita menor, a visitar a la abuela paterna que residía en el hospital geriátrico y siempre le llevaban un caldito de pollo muy sustancioso. Arrancaban a esa hora con un hambre tenaz y a medio camino mi papá no aguantaba más el olor, y le decía a la niña que le diera una pruebita del caldo. Entonces todos se antojaban y más adelante paraban a darle un mordisco a la presa de pollo, hasta que el hueso quedaba pelado y la olla limpia. Mi padre trataba de justificar el hecho al decir que la viejita estaba muy perdida y que con seguridad ni cuenta se daba, razonamiento que eliminaba el remordimiento de los tres.
pmejiama1@epm.net.co
Tener la oportunidad de manejar un vehículo es la ilusión de cualquier menor, desde cuando lo dejan llevar el timón o meter los cambios acomodado encima de las piernas del improvisado profesor. No importa si la persona no cuenta con un carro de alguien cercano, porque conocer ese oficio facilita las cosas en el campo laboral. Dicen que ambos aprendizajes nunca se olvidan y que quien conduce un vehículo pequeño, puede hacerlo con cualquier otro después de una corta adaptación. Para manejar un carro basta con observar a otro y preguntar algunas cosas, y luego esperar a alcanzar los pedales para que le den una palomita. Eso sí, para conducir bien hay que ejercitarse desde joven, porque ahí se aplica aquello que loro viejo no aprende a hablar. Chofer otoñal se queda runcho de por vida.
A nadar aprendí, como todos mis primos Mejía, cuando el tío Fabio nos llevaba a termales de Santa Rosa y después de una pequeña instrucción en la piscina bajita a los que no sabíamos, nos aventaba uno por uno a la mitad de la más profunda con la absoluta certeza que el muchachito salía nadando como cualquier cachorro.
En mi casa había un Desoto modelo 55. Era un carro grande, muy fino, con palanca en el timón y un asiento adelante y otro atrás en forma de banca, sin cinturones de seguridad, ergonomía o diseño especial, y un radio con teclas para cambiar de emisora. Mi mamá siempre ha sido muy cuarta y cuando el cucho se demoraba en llegar, ella nos dejaba salir a aprender a manejar el carro. Sentados en el borde de la silla, para alcanzar, nos íbamos a zonas deshabitadas a cogerle el tiro. Ya con cancha, uno acomodaba el brazo en la ventanilla abierta y cuando le mandaba la directa, con cierto ademán entre despectivo y fantoche, empezaba a disfrutar el programa.
En cualquier casa se requería hacer mandados a diario y seguro por ello mi madre se daba la pela de dejarnos aprender como fuera, para tener quien le hiciera las vueltas. Siempre el más reciente aprendiz se prestaba para lo que fuera, mientras los mayores preferían sacar la novia a pasear o cocacoliar con los amigos. Había mandados que ya eran tradicionales.
Con semejante trajín todo lo del hogar se dañaba con regularidad y por ejemplo semanalmente un electrodoméstico sacaba la mano. Entonces había que llevarlo a La Licuadora, abajito del edificio San Vicente de Paúl, donde arreglaban cualquier gallo. Al frente quedaba la carpintería de Ovidio, y ahí siempre había que recoger un nochero, una silla u otro mueble que habían reparado o simplemente le habían echado tapón. Las poltronas y sofás se dejaban en Sancotolengo, donde Hernán Vélez, el tapicero, se encargaba de cambiarles el forro y reconstruirles el relleno; por cierto, el hombre no cumplía ni años.
La ida donde la costurera era a diario, y mi madre tenía el palito para conseguirlas en los lugares más apartados. Claro que si uno estaba calmando fiebre, entre más lejos mejor. La ropa de cama la lavaban y planchaban en el Hogar Santa María, en una casona campestre cerca de la fabrica de jabones Hada. El hombre para solucionar cualquier problema relacionado con aparatos como la parrilla y el horno que funcionaban con resistencias eléctricas, era Madrigal, quien tenía el taller en la calle 24 frente al Club Los Andes. El radio, el teléfono o el tocadiscos los reparaba Carlos Arenas, también en el centro de la ciudad.
Además había que comprar algunos encargos en El Málaga, donde Emiliano; El Tiempo para mi papá en un carrito de dulces ahí enseguida; la parva en La Victoria; gelatinas y galletas donde las monjas de La Visitación; cambiar un cheque donde Mercedes Ángel, en la bomba Palogrande; recoger la remesa donde mi tía Lucy; pagar la cuota de un “club” (ahora lo llaman compra por separado) en el almacén Vanidades o en El Cónsul; y llevar un par de zapatos a remontar donde don Baltasar, el zapatero del barrio Lleras, que vivía a medio pelo y no había forma de que entendiera a qué iba uno.
A medio día mis padres iban, acompañados por mi hermanita menor, a visitar a la abuela paterna que residía en el hospital geriátrico y siempre le llevaban un caldito de pollo muy sustancioso. Arrancaban a esa hora con un hambre tenaz y a medio camino mi papá no aguantaba más el olor, y le decía a la niña que le diera una pruebita del caldo. Entonces todos se antojaban y más adelante paraban a darle un mordisco a la presa de pollo, hasta que el hueso quedaba pelado y la olla limpia. Mi padre trataba de justificar el hecho al decir que la viejita estaba muy perdida y que con seguridad ni cuenta se daba, razonamiento que eliminaba el remordimiento de los tres.
pmejiama1@epm.net.co
jueves, noviembre 02, 2006
UNO DE POBRE.
El campesino de nuestra región cafetera es distinguido y bien plantado. La mayoría son blancos, altos, de buena estampa y hasta oji claros, y a pesar de que a veces la pobreza los agobia, los niños son limpios y simpáticos. La gente del campo es amable y generosa, y quienes habitan las zonas altas de la cordillera llegan a ser hasta incautos e inocentes. Son personas sencillas y sanas, porque esas tierras son poco pobladas y por ello la maldad de la civilización no los ha perneado en forma considerable. Lo contrario sucede en los pueblos cafeteros, donde la violencia ha hecho presencia gracias a que los cosechadores llegan de todas partes y entre esas masas ambulantes no faltan las malas fichas. Casi todos nuestros campesinos se comportan de forma parecida, porque son muy apegados a sus costumbres y al entablarles conversa es fácil enterarse de su modo de vida. Así se expresa un agregado de finca cafetera en una conversación cotidiana:
*Vea patrón, yo sí le digo una cosa: esta región ha sido muy sana pero ahora han cogido los apaches por hacer de las suyas. Por fortuna nos reunimos entre los vecinos p’a hacer un convite y montales la perseguidora, porque nos cogen ventaja y después no los ataja es nadies. Yo antes mandaba las peladas p’a la escuela sin preocupame, pero ya me da como verriondera despachalas solas. No falta el vergajo corrompido que me les hace el mandao y ahí sí me hago restiar. Otra cosa es que se roban hasta un mojao y le toca a uno dentrar los animalitos por la noche y encerralos entre el escusao p’a que no alcen con ellos. Como se demora uno levantando marranos y metiéndoles plata, p’a que venga un hijuemama y los pele en un rato.
Es cierto que aunque en el campo no se consigue plata con una coloca como la mía, de agregao, poco a poco puede uno comprar los eletrodomésticos p’a vivir a lo bien; y si es juicioso hasta p’a ahorrar alguito le alcanza. Porque aunque esto es muy amañador, el televisor es importante p’a que la familia y hasta los trabajadores que duermen en la jinca se entretengan un rato antes de ise a dormir. Y el sonido también es indispensable, porque el domingo es muy sabroso escuchar música; y cuando hay alguna reunión, puede uno complacer a la visita con los temas de moda. A la mujer le toca moler duro con los destinos de la cocina, por lo que es mucho lo que ayuda digamos una licuadora.
Hombre, y hablando de las mujeres le digo pues que a veces no hay quien las entienda. Cómo le parece que a aquella se le metió hace días quizque por comprar una nevera; que p’a que la carne no se le dañe, que p’a hacer helaos y vendele a los piones, mantener la bogadera fría y mil razones más. Entoes les dije que en la cosecha nos poníamos todos a coger y al final hacíamos una vaca p’a colaborar con el aparato ése, hasta que llegó el momento de comprala. Fuera de todo tocó pagar carrera en un yí p’a traela. Pues la vieja ésta empezó a usala y claro, como siempre ha vivido sin necesidá de ese embeleco, ahora salió conque no le gusta y la tiene de escaparate. Mire y verá que está llena de ropa y de trebejos.
Y no es que uno sea amarrao, sino que no me gusta comprar pendejadas que no se van a usar. Recuerdo cuando bautizamos al Ancisar que le hicimos una fiesta la macha. Lo mismo jue la celebración cuando nacieron la Yurladis y Eunice; ni hablar de cuando hicieron la primera comunión. Se les compró estrén y tal, y aquella preparó un sudao que hizo historia. En navidá tampoco falta la polvorita, la natilla y los boñuelos, y cualesquier aguinaldo p’a los de la casa. Vea que hasta estoy pagando la pedorrita, que aunque está un poquito amasada, me lleva al pueblo y vuelve y me trae. Por lo mismo es que les digo a las muchachas cuando les da la ventolera de ise a vivir al pueblo, que es mejor en la finca porque siempre es mucho lo que consigue usté en la huerta p’a rendir la lata.
Con respecto a la comida, esa tampoco nos ha faltao. Eso sí p’a qué. Mire que el sábado cuando llego con la remesa hay qué ver los banquetes que nos trancamos; y aunque digan que uno no debe tragase todo el mercao el primer día, nosotros ya estamos enseñaos a pasanos después a punta de sancocho y frijoles; y aguapanela p’a sobremesiar. El caso es que aquí nadies está flacuchento o debilucho, y solo debo las culebritas normales.
Ahí tengo palabriao un ranchito en el pueblo p’a cuando esté viejo y ya no me den coloca. Porque se casan las muchachas y se abren, y el zambo ya está buscando p’a onde coger. Es una casita muy titina, con dos piezas, el servicio, una buena cocina y solarcito. Y tiene plancha p’a sacale otra pieza. De manera que usté puede ver que aunque no soy ningún potentao, tampoco paso trabajos como tanta gente en la ciudá. Porque éso sí: uno es pobre pero honrao.
pmejiama1@une.net.co
*Vea patrón, yo sí le digo una cosa: esta región ha sido muy sana pero ahora han cogido los apaches por hacer de las suyas. Por fortuna nos reunimos entre los vecinos p’a hacer un convite y montales la perseguidora, porque nos cogen ventaja y después no los ataja es nadies. Yo antes mandaba las peladas p’a la escuela sin preocupame, pero ya me da como verriondera despachalas solas. No falta el vergajo corrompido que me les hace el mandao y ahí sí me hago restiar. Otra cosa es que se roban hasta un mojao y le toca a uno dentrar los animalitos por la noche y encerralos entre el escusao p’a que no alcen con ellos. Como se demora uno levantando marranos y metiéndoles plata, p’a que venga un hijuemama y los pele en un rato.
Es cierto que aunque en el campo no se consigue plata con una coloca como la mía, de agregao, poco a poco puede uno comprar los eletrodomésticos p’a vivir a lo bien; y si es juicioso hasta p’a ahorrar alguito le alcanza. Porque aunque esto es muy amañador, el televisor es importante p’a que la familia y hasta los trabajadores que duermen en la jinca se entretengan un rato antes de ise a dormir. Y el sonido también es indispensable, porque el domingo es muy sabroso escuchar música; y cuando hay alguna reunión, puede uno complacer a la visita con los temas de moda. A la mujer le toca moler duro con los destinos de la cocina, por lo que es mucho lo que ayuda digamos una licuadora.
Hombre, y hablando de las mujeres le digo pues que a veces no hay quien las entienda. Cómo le parece que a aquella se le metió hace días quizque por comprar una nevera; que p’a que la carne no se le dañe, que p’a hacer helaos y vendele a los piones, mantener la bogadera fría y mil razones más. Entoes les dije que en la cosecha nos poníamos todos a coger y al final hacíamos una vaca p’a colaborar con el aparato ése, hasta que llegó el momento de comprala. Fuera de todo tocó pagar carrera en un yí p’a traela. Pues la vieja ésta empezó a usala y claro, como siempre ha vivido sin necesidá de ese embeleco, ahora salió conque no le gusta y la tiene de escaparate. Mire y verá que está llena de ropa y de trebejos.
Y no es que uno sea amarrao, sino que no me gusta comprar pendejadas que no se van a usar. Recuerdo cuando bautizamos al Ancisar que le hicimos una fiesta la macha. Lo mismo jue la celebración cuando nacieron la Yurladis y Eunice; ni hablar de cuando hicieron la primera comunión. Se les compró estrén y tal, y aquella preparó un sudao que hizo historia. En navidá tampoco falta la polvorita, la natilla y los boñuelos, y cualesquier aguinaldo p’a los de la casa. Vea que hasta estoy pagando la pedorrita, que aunque está un poquito amasada, me lleva al pueblo y vuelve y me trae. Por lo mismo es que les digo a las muchachas cuando les da la ventolera de ise a vivir al pueblo, que es mejor en la finca porque siempre es mucho lo que consigue usté en la huerta p’a rendir la lata.
Con respecto a la comida, esa tampoco nos ha faltao. Eso sí p’a qué. Mire que el sábado cuando llego con la remesa hay qué ver los banquetes que nos trancamos; y aunque digan que uno no debe tragase todo el mercao el primer día, nosotros ya estamos enseñaos a pasanos después a punta de sancocho y frijoles; y aguapanela p’a sobremesiar. El caso es que aquí nadies está flacuchento o debilucho, y solo debo las culebritas normales.
Ahí tengo palabriao un ranchito en el pueblo p’a cuando esté viejo y ya no me den coloca. Porque se casan las muchachas y se abren, y el zambo ya está buscando p’a onde coger. Es una casita muy titina, con dos piezas, el servicio, una buena cocina y solarcito. Y tiene plancha p’a sacale otra pieza. De manera que usté puede ver que aunque no soy ningún potentao, tampoco paso trabajos como tanta gente en la ciudá. Porque éso sí: uno es pobre pero honrao.
pmejiama1@une.net.co
martes, octubre 24, 2006
Quiere ser famoso?
¿QUIERE SER FAMOSO?
Es una ironía que tantas personas sueñen con llegar algún día a ser famosas mientras quienes lo son, salvo algunas excepciones, reniegan de tal condición y añoran un poco de tranquilidad e intimidad. No debe existir nada más maluco que pertenecer a la realeza, porque esa gente no tiene licencia ni para meter un grito cuando estornudan. El solo hecho de saber que en todo momento hay un fotógrafo escondido para lograr el papayazo de pillarlo fuera de lugar, debe crispar los nervios a cualquiera. Un ejemplo tangible de dicha persecución es la televisión española, país donde son obsesivos con la farándula o los temas del corazón; allá los famosos no tienen derecho ni a morir en paz.
Una cosa bien curiosa es que en esta sociedad frívola y superficial es suficiente la condición de millonario para que una persona sea perseguida por la prensa y su nombre reconocido en cualquier lugar. Y para empeorar las cosas esos personajes viven empalagados de la vida y por ello le jalan a todo para buscar innovar, situación que se presta para que los descubran en los enredos más escabrosos. Fíjese que si a un fulano común y silvestre lo pillan amanecido entre el carro haciendo maromas con una bandida, máximo lo zampan al calabozo de un día para otro y le clavan una multa. Pero si el tipo llega a ser reconocido como alguien famoso se le va hasta la empuñadura. Además, ellos o sus familiares cercanos son proclives a la depresión, las adicciones o el suicidio. Porque ahí sí puede corroborarse aquello que en esta vida la plata no lo es todo... aunque siempre es mucho lo que ayuda.
Recuerdo un comercial de la televisión hispana donde aparece una niña que espera el desayuno que prepara su atareada madre, y en actitud soñadora la mocosa comenta que ella no piensa complicarse la vida. Que en vez de estudiar o casarse y criar muchachitos, piensa presentarse a un reality show, ser la más intrigante y conflictiva, hacerse famosa y después vivir del cuento. Nada más cierto. Porque ese tipo de programas, que tiene contaminada la televisión mundial, lo único que logra es sacar personajes del anonimato quienes después de mostrar todo lo ruin que puede llegar a ser una persona y de permitir que los exploten al máximo, salen a disfrutar de una fama artificial que puede ser efímera o duradera según el carisma del sujeto. No cabe duda: entre más lagarto, mejor le va.
En estos casos nuestro país no es la excepción y hay que ver cómo aprovechan su cuarto de hora quienes logran hacer sonar su nombre en un programa de este tipo. Actores de pacotilla que son flor de un día, presentadoras de la sección de farándula en tele noticieros, cantantes improvisados o deportistas en decadencia que recuperan su condición de ídolos del populacho, salen de la olla porque a diario les resultan contratos en todas partes. Es común que presenten un desfile de beneficencia, animen fiestas de pueblo, firmen autógrafos en un centro comercial o acompañen a un político en su gira de campaña.
Los deportistas son otro gremio que salta de la fama al anonimato como por arte de magia. Es suficiente que un morocho haga dos goles en un partido del fútbol dominical y la prensa lo infla hasta dejarlo convencido de que es lo máximo, pero también es condición que el tipo mantenga su nivel porque de lo contrario nadie vuelve a mencionarlo. Ni hablar si nos representa en el exterior, como Montoya, Camilo Villegas o Edgar Rentaría, porque la prensa le sigue los pasos sin despintarle el ojo.
Pero sin duda la modalidad de moda para conseguir plata, remojar prensa y darse pantalla es haber tenido un pasado oscuro y publicar un libro. Puede haber sido un bandido de película como el tal Popeye, lugarteniente de Pablo Escobar, y nadie pone en tela de juicio sus andanzas sino que compran los ejemplares como pan caliente. O quien fuera la moza de mostrar del mismo capo que sale a decir en público que el antisocial orinaba agua bendita, y cuenta un mundo de vainas que nadie puede contradecir porque su interlocutor ya está en el otro mundo; como era de esperarse, las editoriales están detrás de sus memorias para llenarse todos de plata. Porque la diva ya advirtió que se viene con dos libros de una vez.
Y qué tal el periodista Alberto Giraldo, que aseguró el futuro de sus allegados con una publicación donde untó hasta al gato, pero con la condición que debían esperar a que él estirara la pata para darla a conocer. Así, ni modo de hacerle el reclamo. Basta leer cualquier libro de ese tipo para saber que son escritos por encargo y sin pulirse mucho; solo importa que traiga chismes y destape ollas podridas, que aunque sean mentira, alimentan el morbo de los lectores y dan tema para sus tertulias.
Así es la vida. Porque publica uno su librito y aunque en un principio vende algunos ejemplares, después no encuentra forma de salir del resto. Toca acomodar las cajas en todos los rincones, y aunque reparta muestras gratis, ésa vaina no rinde. No le busque: la honestidad solo produce tranquilidad de conciencia, virtud, que aunque no llena, evita los desvelos.
pmejiama1@epm.net.co
Es una ironía que tantas personas sueñen con llegar algún día a ser famosas mientras quienes lo son, salvo algunas excepciones, reniegan de tal condición y añoran un poco de tranquilidad e intimidad. No debe existir nada más maluco que pertenecer a la realeza, porque esa gente no tiene licencia ni para meter un grito cuando estornudan. El solo hecho de saber que en todo momento hay un fotógrafo escondido para lograr el papayazo de pillarlo fuera de lugar, debe crispar los nervios a cualquiera. Un ejemplo tangible de dicha persecución es la televisión española, país donde son obsesivos con la farándula o los temas del corazón; allá los famosos no tienen derecho ni a morir en paz.
Una cosa bien curiosa es que en esta sociedad frívola y superficial es suficiente la condición de millonario para que una persona sea perseguida por la prensa y su nombre reconocido en cualquier lugar. Y para empeorar las cosas esos personajes viven empalagados de la vida y por ello le jalan a todo para buscar innovar, situación que se presta para que los descubran en los enredos más escabrosos. Fíjese que si a un fulano común y silvestre lo pillan amanecido entre el carro haciendo maromas con una bandida, máximo lo zampan al calabozo de un día para otro y le clavan una multa. Pero si el tipo llega a ser reconocido como alguien famoso se le va hasta la empuñadura. Además, ellos o sus familiares cercanos son proclives a la depresión, las adicciones o el suicidio. Porque ahí sí puede corroborarse aquello que en esta vida la plata no lo es todo... aunque siempre es mucho lo que ayuda.
Recuerdo un comercial de la televisión hispana donde aparece una niña que espera el desayuno que prepara su atareada madre, y en actitud soñadora la mocosa comenta que ella no piensa complicarse la vida. Que en vez de estudiar o casarse y criar muchachitos, piensa presentarse a un reality show, ser la más intrigante y conflictiva, hacerse famosa y después vivir del cuento. Nada más cierto. Porque ese tipo de programas, que tiene contaminada la televisión mundial, lo único que logra es sacar personajes del anonimato quienes después de mostrar todo lo ruin que puede llegar a ser una persona y de permitir que los exploten al máximo, salen a disfrutar de una fama artificial que puede ser efímera o duradera según el carisma del sujeto. No cabe duda: entre más lagarto, mejor le va.
En estos casos nuestro país no es la excepción y hay que ver cómo aprovechan su cuarto de hora quienes logran hacer sonar su nombre en un programa de este tipo. Actores de pacotilla que son flor de un día, presentadoras de la sección de farándula en tele noticieros, cantantes improvisados o deportistas en decadencia que recuperan su condición de ídolos del populacho, salen de la olla porque a diario les resultan contratos en todas partes. Es común que presenten un desfile de beneficencia, animen fiestas de pueblo, firmen autógrafos en un centro comercial o acompañen a un político en su gira de campaña.
Los deportistas son otro gremio que salta de la fama al anonimato como por arte de magia. Es suficiente que un morocho haga dos goles en un partido del fútbol dominical y la prensa lo infla hasta dejarlo convencido de que es lo máximo, pero también es condición que el tipo mantenga su nivel porque de lo contrario nadie vuelve a mencionarlo. Ni hablar si nos representa en el exterior, como Montoya, Camilo Villegas o Edgar Rentaría, porque la prensa le sigue los pasos sin despintarle el ojo.
Pero sin duda la modalidad de moda para conseguir plata, remojar prensa y darse pantalla es haber tenido un pasado oscuro y publicar un libro. Puede haber sido un bandido de película como el tal Popeye, lugarteniente de Pablo Escobar, y nadie pone en tela de juicio sus andanzas sino que compran los ejemplares como pan caliente. O quien fuera la moza de mostrar del mismo capo que sale a decir en público que el antisocial orinaba agua bendita, y cuenta un mundo de vainas que nadie puede contradecir porque su interlocutor ya está en el otro mundo; como era de esperarse, las editoriales están detrás de sus memorias para llenarse todos de plata. Porque la diva ya advirtió que se viene con dos libros de una vez.
Y qué tal el periodista Alberto Giraldo, que aseguró el futuro de sus allegados con una publicación donde untó hasta al gato, pero con la condición que debían esperar a que él estirara la pata para darla a conocer. Así, ni modo de hacerle el reclamo. Basta leer cualquier libro de ese tipo para saber que son escritos por encargo y sin pulirse mucho; solo importa que traiga chismes y destape ollas podridas, que aunque sean mentira, alimentan el morbo de los lectores y dan tema para sus tertulias.
Así es la vida. Porque publica uno su librito y aunque en un principio vende algunos ejemplares, después no encuentra forma de salir del resto. Toca acomodar las cajas en todos los rincones, y aunque reparta muestras gratis, ésa vaina no rinde. No le busque: la honestidad solo produce tranquilidad de conciencia, virtud, que aunque no llena, evita los desvelos.
pmejiama1@epm.net.co
jueves, octubre 19, 2006
Paranoia a la carta.
La gran mayoría de los gringos, y en general quienes habitan el occidente del planeta, que estaban convencidos de que los musulmanes, mahometanos, budistas o cualquier seguidor de una de las tantas religiones diferentes a las cristianas eran terroristas ignorantes y trogloditas, ahora se enteran de que en realidad son muy inteligentes. Además, no le tienen miedo a la muerte y por el contrario la enfrentan como un paso más en su trasegar por la existencia. Pues resulta que esos hombres de turbante en la cabeza, vestimenta particular y un fusil de asalto en bandolera, no se le quitan ni al tren y tienen más cacumen que sus congéneres del supuesto mundo civilizado.
Los afganos sacaron el ejército soviético, con toda su maquinaria de guerra, con el rabo entre las patas y una derrota que nadie pronosticaba. Esos mismos combatientes, que recibieron asesoría militar y armamento de la CIA, decidieron utilizar toda la experiencia adquirida en el enfrentamiento contra la Unión Soviética para una vez despachados éstos, voltear la cola y cogerla contra los gringos que siempre han sido sus enemigos naturales. Como dice el refranero: nadie sabe para quien trabaja. Otra cosa es que cuando se trata de luchar, no importa el país de origen de los combatientes sino su creencia religiosa. Se juntan árabes, iraníes, libios, filipinos, paquistaníes o egipcios, y todos son uno mismo. El único fin es la guerra santa y frente a esa meta nada se interpone.
Entonces aceptaron que enfrentar a Estados Unidos con un ejército regular es casi un suicidio, por lo que resolvieron aplicarles una presión sicológica que los tiene al borde de un ataque de nervios. Aunque la arremetida terrorista comenzó hace muchos años, fue desde ese aciago 11 de septiembre que los países más poderosos no volvieron a tener sosiego, porque en las grandes capitales esperan a diario que les llegue el turno de recibir el batacazo.
Claro que como quienes habitamos el tercer mundo dependemos de los ricos en casi todo, también llevamos del bulto en dicho conflicto así no tengamos nada que ver con el asunto. Un ejemplo claro es la friega que cogieron cuando se viaja en avión. Qué tal presentarse en el aeropuerto con 4 horas de anticipación para un vuelo al exterior, el cual dura otro extenso lapso según el destino. Eso es cansón para cualquiera, pero inmamable para un anciano, un discapacitado o alguien que viaje con niños pequeños o un bebé.
Ya montado en el avión, no se le ocurra agacharse abruptamente, estornudar en forma escandalosa, echarle un piropo a la azafata o tomarse unos tragos de más. Cuidadito con hacer un chiste acerca de una bomba o algo por el estilo, y mucho menos se vaya a demorar en el baño, así tenga diarrea. Mejor entra varias veces y hace por poquitos. Si está mareado, a dieta u odia la comida artificial que sirven las aerolíneas, tráguese lo que le ofrezcan porque de lo contrario se torna sospechoso. No mire demasiado a alguien, ojo con dormirse y roncar, acate todas las instrucciones y ni se le ocurra preguntar si puede conocer la cabina de pilotos. También es recomendable hacerse un lavado de cerebro y estar preparado para la raquetiada que le van a meter cuando llegue al destino.
Las medidas de seguridad rayan en la paranoia y la noticia de cualquier suceso, por inocente que sea, le da la vuelta al mundo. Nos enteramos hace poco de un intento de secuestro de un avión de Quatar Airways, pero un amigo que surca los cielos de medio mundo al mando de un avión de dicha compañía, me contó que fue un despistado pasajero que iba para el baño y se metió a primera clase. Al percatarse del error, salió con prisa en busca de su objetivo y dicho proceder fue suficiente para que los ricachones, que bogaban champaña y jartaban salmón en esa privilegiada sección, dieran la voz de alerta sobre un sospechoso que quería meterse a la cabina.
Dice el capitán Martínez que a todos los tripulantes, sin excepción, les revisan sus maletines de vuelo, los zapatos, el cinturón y hasta la gorra en busca de explosivos; también les confiscan cualquier objeto corto punzante, así sea un corta uñas. Qué tal la estupidez, cuando el piloto vuela encerrado tras una puerta blindada y entre las cosas que tiene a su disposición en la cabina, hay por ejemplo un hacha y una pistola de bengalas en el equipo de supervivencia. Si quiere hacer un daño puede despresurizar el avión a gran altura, mandarlo contra la Torre Eiffel o dirigirlo en picada contra el mundo. Sin duda es una falta absoluta de lógica actuar de esa manera contra quienes llevan el mando del aparato.
Ahora pillaron a los terroristas, que ante la imposibilidad de meter explosivos a los aviones, querían armar las bombas durante el vuelo con elementos químicos camuflados en lociones, cremas, frascos de medicamentos y otros recipientes. Entonces ya no puede usted llevar elementos personales a la mano, y para cargar una compota o un tetero para el bebé hay que sacar mil permisos. Mucho menos llevar fiambre o bebidas hidratantes, y podemos concluir que ahora lo único que puede echarse el pasajero durante un vuelo internacional es un polvito. Hasta sabrosa la vaina.
pmejiama1@epm.net.co
Los afganos sacaron el ejército soviético, con toda su maquinaria de guerra, con el rabo entre las patas y una derrota que nadie pronosticaba. Esos mismos combatientes, que recibieron asesoría militar y armamento de la CIA, decidieron utilizar toda la experiencia adquirida en el enfrentamiento contra la Unión Soviética para una vez despachados éstos, voltear la cola y cogerla contra los gringos que siempre han sido sus enemigos naturales. Como dice el refranero: nadie sabe para quien trabaja. Otra cosa es que cuando se trata de luchar, no importa el país de origen de los combatientes sino su creencia religiosa. Se juntan árabes, iraníes, libios, filipinos, paquistaníes o egipcios, y todos son uno mismo. El único fin es la guerra santa y frente a esa meta nada se interpone.
Entonces aceptaron que enfrentar a Estados Unidos con un ejército regular es casi un suicidio, por lo que resolvieron aplicarles una presión sicológica que los tiene al borde de un ataque de nervios. Aunque la arremetida terrorista comenzó hace muchos años, fue desde ese aciago 11 de septiembre que los países más poderosos no volvieron a tener sosiego, porque en las grandes capitales esperan a diario que les llegue el turno de recibir el batacazo.
Claro que como quienes habitamos el tercer mundo dependemos de los ricos en casi todo, también llevamos del bulto en dicho conflicto así no tengamos nada que ver con el asunto. Un ejemplo claro es la friega que cogieron cuando se viaja en avión. Qué tal presentarse en el aeropuerto con 4 horas de anticipación para un vuelo al exterior, el cual dura otro extenso lapso según el destino. Eso es cansón para cualquiera, pero inmamable para un anciano, un discapacitado o alguien que viaje con niños pequeños o un bebé.
Ya montado en el avión, no se le ocurra agacharse abruptamente, estornudar en forma escandalosa, echarle un piropo a la azafata o tomarse unos tragos de más. Cuidadito con hacer un chiste acerca de una bomba o algo por el estilo, y mucho menos se vaya a demorar en el baño, así tenga diarrea. Mejor entra varias veces y hace por poquitos. Si está mareado, a dieta u odia la comida artificial que sirven las aerolíneas, tráguese lo que le ofrezcan porque de lo contrario se torna sospechoso. No mire demasiado a alguien, ojo con dormirse y roncar, acate todas las instrucciones y ni se le ocurra preguntar si puede conocer la cabina de pilotos. También es recomendable hacerse un lavado de cerebro y estar preparado para la raquetiada que le van a meter cuando llegue al destino.
Las medidas de seguridad rayan en la paranoia y la noticia de cualquier suceso, por inocente que sea, le da la vuelta al mundo. Nos enteramos hace poco de un intento de secuestro de un avión de Quatar Airways, pero un amigo que surca los cielos de medio mundo al mando de un avión de dicha compañía, me contó que fue un despistado pasajero que iba para el baño y se metió a primera clase. Al percatarse del error, salió con prisa en busca de su objetivo y dicho proceder fue suficiente para que los ricachones, que bogaban champaña y jartaban salmón en esa privilegiada sección, dieran la voz de alerta sobre un sospechoso que quería meterse a la cabina.
Dice el capitán Martínez que a todos los tripulantes, sin excepción, les revisan sus maletines de vuelo, los zapatos, el cinturón y hasta la gorra en busca de explosivos; también les confiscan cualquier objeto corto punzante, así sea un corta uñas. Qué tal la estupidez, cuando el piloto vuela encerrado tras una puerta blindada y entre las cosas que tiene a su disposición en la cabina, hay por ejemplo un hacha y una pistola de bengalas en el equipo de supervivencia. Si quiere hacer un daño puede despresurizar el avión a gran altura, mandarlo contra la Torre Eiffel o dirigirlo en picada contra el mundo. Sin duda es una falta absoluta de lógica actuar de esa manera contra quienes llevan el mando del aparato.
Ahora pillaron a los terroristas, que ante la imposibilidad de meter explosivos a los aviones, querían armar las bombas durante el vuelo con elementos químicos camuflados en lociones, cremas, frascos de medicamentos y otros recipientes. Entonces ya no puede usted llevar elementos personales a la mano, y para cargar una compota o un tetero para el bebé hay que sacar mil permisos. Mucho menos llevar fiambre o bebidas hidratantes, y podemos concluir que ahora lo único que puede echarse el pasajero durante un vuelo internacional es un polvito. Hasta sabrosa la vaina.
pmejiama1@epm.net.co
miércoles, octubre 11, 2006
Limpiarse cuesta.
Qué pagadera de impuestos tan tenaz. Así el ciudadano no declare renta, debido a que su patrimonio no alcanza el tope reglamentario, en todo momento paga contribuciones al estado. La mayoría de artículos adquiridos están gravados con el impuesto del valor agregado; al comprar una boleta para cualquier espectáculo, incluido el cine, colabora con parte del importe para espectáculos públicos y contribución al deporte; paga peajes cuando transita por carretera; le tumban un porcentaje de cualquier cifra que reciba por servicios prestados; también le meten diente a su salario y mejor no sigo porque acabo a los berridos.
Todos los gobiernos recurren a reformas tributarias para sanear el déficit fiscal, y aunque en la campaña política prometan tirarles pasito a los contribuyentes, a la hora de la verdad no se salva nadie. El pueblo espera que por fin escojan a los más acomodados para cargarles la mano, pero la decepción es grande cuando publican las nuevas leyes y al ciudadano raso no le queda sino aceptar la dura realidad. Porque no cabe duda de que nuestro pueblo es campeón para aguantar garrote y agachar la cabeza, mientras en otras latitudes se rebotan y obligan a los dirigentes a echar reversa.
Lo que indispone es saber que con menores aportes podríamos tener un país desarrollado y bien dotado, pero el desangre de la burocracia y la corrupción es incontrolable. Los políticos buscan enriquecerse con el billete que casamos todos y dicho proceder envenena a cualquiera, mientras la infraestructura nacional se deteriora a pasos agigantados. Aunque en todos los rincones del planeta existe la corrupción, no hay otra explicación para que haya países donde la plata rinde y se nota en su inversión y desarrollo. Mire que si destinan una partida para adelantar un proyecto en particular y este se pudiera desarrollar como dice el contrato, con seguridad las cosas irían mejor. Pero empiezan a barequiar y a buscar la forma de repartir mordidas, y cuando van a mitad de las obras se termina la plata destinada. Dan ganas de matar y comer del muerto.
Ahora viene el batacazo de turno y en los corrillos se comenta cómo nos va a tocar el bolsillo. El punto que más polémica ha creado es la iniciativa del gobierno de gravar todos los artículos de la canasta familiar con un IVA del 10%. Muchos no tienen con qué comprar lo indispensable para sostener a su familia con los precios actuales, para que ahora salgan con que le van a clavar más alzas con el cacareado impuesto. Hay que ser coherente y aceptar que al visitar un supermercado podemos escoger artículos de todo tipo, pero sin duda los básicos son de uso obligatorio y por ende deben estar exentos de cualquier gravamen.
Nadie debe quejarse porque tiene que pagar más por ciertos productos sin los cuales puede vivir perfectamente, pero que por su condición económica puede adquirir. Ejemplos como el salmón ahumado, la tocineta, las alcachofas, los melocotones, el jamón, los quesos, enlatados y encurtidos, productos de mar, mecato para los muchachitos, jugos congelados y demás antojitos que tientan al comprador, son opcionales y nada tienen que ver con los alimentos básicos; porque yo sí le cuento las cosas tan provocativas que adornan las vitrinas. Pero pretender clavarle el impuesto a los granos, los huevos, la sal y el azúcar, las verduras, la panela o a la brincha de carne, es un despropósito.
Por fortuna quienes planearon la nueva reforma echaron para atrás la medida y resolvieron escuchar el clamor popular. Sin embargo, aterra ver que en dichas excepciones no aparecen por ninguna parte los productos de aseo. Está claro que uno puede mantenerse limpio con sofisticados champúes, jabones de esencia, acondicionadores para el pelo, lociones y menjurjes, talcos y demás aditamentos que ofrece la sociedad de consumo; también hay muchas cosas para echarle a la lavadora o para limpiar los pisos, y ahí están los pañuelos desechables y los copitos para los oídos que tanto se utilizan, pero de igual manera hay opciones de limpieza con productos básicos. El jabón de tierra para el cuerpo y el rey para la ropa son muy utilizados, y en la lavadora basta con un detergente común y corriente.
Lo inaudito es que le metan IVA al papel higiénico. Que le carguen la mano al papel de triple hoja o al importado, pero que dejen tranquilo el rollito ordinario que acostumbra comprar la gente del común. Ya hice mención de muchos productos suntuarios pero nadie puede decir que es un lujo limpiarse los debajeros, porque de seguir así nos tocará fabricar un hisopo con un palo y una esponja para proceder como en la época de los romanos. ¡Gaquis! O que se instaure de nuevo el bidet en los baños para que el usuario recurra a la agüita para lavarse el motor. El problema es que en los espacios modernos con trabajo caben el inodoro y un lavamanos, para buscar la forma de acomodar el desusado mueble.
De manera que a recortar cuadritos de periódico, papel al que por fortuna sacaron del baile del IVA, y a cambiar el adminículo (si la palabra rima con el tema es mera coincidencia) donde se acomoda el rollo, por una puntilla a medio clavar. Y paciencia porque seguiremos como mariposas de museo: ¡clavados y chapaliando!
pmejiama1@une.net.co
Todos los gobiernos recurren a reformas tributarias para sanear el déficit fiscal, y aunque en la campaña política prometan tirarles pasito a los contribuyentes, a la hora de la verdad no se salva nadie. El pueblo espera que por fin escojan a los más acomodados para cargarles la mano, pero la decepción es grande cuando publican las nuevas leyes y al ciudadano raso no le queda sino aceptar la dura realidad. Porque no cabe duda de que nuestro pueblo es campeón para aguantar garrote y agachar la cabeza, mientras en otras latitudes se rebotan y obligan a los dirigentes a echar reversa.
Lo que indispone es saber que con menores aportes podríamos tener un país desarrollado y bien dotado, pero el desangre de la burocracia y la corrupción es incontrolable. Los políticos buscan enriquecerse con el billete que casamos todos y dicho proceder envenena a cualquiera, mientras la infraestructura nacional se deteriora a pasos agigantados. Aunque en todos los rincones del planeta existe la corrupción, no hay otra explicación para que haya países donde la plata rinde y se nota en su inversión y desarrollo. Mire que si destinan una partida para adelantar un proyecto en particular y este se pudiera desarrollar como dice el contrato, con seguridad las cosas irían mejor. Pero empiezan a barequiar y a buscar la forma de repartir mordidas, y cuando van a mitad de las obras se termina la plata destinada. Dan ganas de matar y comer del muerto.
Ahora viene el batacazo de turno y en los corrillos se comenta cómo nos va a tocar el bolsillo. El punto que más polémica ha creado es la iniciativa del gobierno de gravar todos los artículos de la canasta familiar con un IVA del 10%. Muchos no tienen con qué comprar lo indispensable para sostener a su familia con los precios actuales, para que ahora salgan con que le van a clavar más alzas con el cacareado impuesto. Hay que ser coherente y aceptar que al visitar un supermercado podemos escoger artículos de todo tipo, pero sin duda los básicos son de uso obligatorio y por ende deben estar exentos de cualquier gravamen.
Nadie debe quejarse porque tiene que pagar más por ciertos productos sin los cuales puede vivir perfectamente, pero que por su condición económica puede adquirir. Ejemplos como el salmón ahumado, la tocineta, las alcachofas, los melocotones, el jamón, los quesos, enlatados y encurtidos, productos de mar, mecato para los muchachitos, jugos congelados y demás antojitos que tientan al comprador, son opcionales y nada tienen que ver con los alimentos básicos; porque yo sí le cuento las cosas tan provocativas que adornan las vitrinas. Pero pretender clavarle el impuesto a los granos, los huevos, la sal y el azúcar, las verduras, la panela o a la brincha de carne, es un despropósito.
Por fortuna quienes planearon la nueva reforma echaron para atrás la medida y resolvieron escuchar el clamor popular. Sin embargo, aterra ver que en dichas excepciones no aparecen por ninguna parte los productos de aseo. Está claro que uno puede mantenerse limpio con sofisticados champúes, jabones de esencia, acondicionadores para el pelo, lociones y menjurjes, talcos y demás aditamentos que ofrece la sociedad de consumo; también hay muchas cosas para echarle a la lavadora o para limpiar los pisos, y ahí están los pañuelos desechables y los copitos para los oídos que tanto se utilizan, pero de igual manera hay opciones de limpieza con productos básicos. El jabón de tierra para el cuerpo y el rey para la ropa son muy utilizados, y en la lavadora basta con un detergente común y corriente.
Lo inaudito es que le metan IVA al papel higiénico. Que le carguen la mano al papel de triple hoja o al importado, pero que dejen tranquilo el rollito ordinario que acostumbra comprar la gente del común. Ya hice mención de muchos productos suntuarios pero nadie puede decir que es un lujo limpiarse los debajeros, porque de seguir así nos tocará fabricar un hisopo con un palo y una esponja para proceder como en la época de los romanos. ¡Gaquis! O que se instaure de nuevo el bidet en los baños para que el usuario recurra a la agüita para lavarse el motor. El problema es que en los espacios modernos con trabajo caben el inodoro y un lavamanos, para buscar la forma de acomodar el desusado mueble.
De manera que a recortar cuadritos de periódico, papel al que por fortuna sacaron del baile del IVA, y a cambiar el adminículo (si la palabra rima con el tema es mera coincidencia) donde se acomoda el rollo, por una puntilla a medio clavar. Y paciencia porque seguiremos como mariposas de museo: ¡clavados y chapaliando!
pmejiama1@une.net.co
miércoles, octubre 04, 2006
QUE DESILUCION TAN...
QUE DESILUCION TAN…
En este país debemos cargar lápiz y papel a la mano para anotar esas noticias curiosas e increíbles que suceden a diario, y que con seguridad vamos a olvidar con el paso de los años. Porque cuando en un futuro alguien lea las notas va a pensar que quien las recopiló era un exagerado, fantasioso y lenguaraz, además de morboso y mordaz. Imagino a un compatriota que reside en el exterior y que gracias a las comunicaciones modernas puede seguir el acontecer nacional en directo, cuando le relate por ejemplo a un danés o a un suizo las cosas que suceden en su terruño. Al otro se le tienen que brotar los ojos y habrá que cerrarle la boca para que no chorree la baba. Es que nosotros, de tanto enterarnos de sucesos dignos de ocupar primeros lugares en la prensa amarillista del mundo, nos hemos vuelto inmunes al asombro.
Porque hasta el más curtido queda estupefacto al ver a un tipo cualquiera que ante las cámaras de televisión acepta haber contratado a un sicario para que mate a su esposa, pero que debido a no tener la plata para cancelar la vuelta propuso al asesino que le prestara el servicio financiado en cómodas cuotas mensuales. El sindicado muy fresco dijo que él había pagado sus “clubes” muy cumplido pero que estaba molesto por la forma como el apache asesinó a su mujer, ya que lo hizo frente a las hijas y de una forma diferente a la estipulada en el contrato. Qué tal el desgraciado: aparte de que acepta la acusación, regatea el trabajo porque el trato era despacharla de una manera menos escandalosa.
Mientras tanto al iniciar el gobierno su segundo período enfrenta infinidad de problemas debido a que muchos funcionarios la embarran a diario y las fuerzas militares, que en los últimos tiempos habían alcanzado buena aceptación de la ciudadanía, meten las patas sin pausa y le dan tema a quienes las tienen entre ojos. Porque una cosa es que les caigan con todo cuando se matan entre ellos en emboscadas que no tienen explicación, y otra que quieran ensuciar la imagen de una entidad porque uno de sus miembros viola una niña. En una institución que tiene 200 mil hombres en sus filas no pueden faltar especimenes de toda ralea. El asunto es aislado y lo deben solucionar mochándole el cabo al cabo, y listo.
Como para llorar los hechos que presenciamos a diario de niños maltratados de forma inhumana. Quemarle las manos a un pequeño porque cogió unas monedas o sentar al bebé en una hornilla porque se orina en los calzones, son muestra de ignorancia y brutalidad.
Todos esperamos que los políticos den buen ejemplo, pero ellos hacen todo lo contrario. La rebatiña por los cargos burocráticos es vulgar y cuando creíamos que tras el derrumbe de los partidos tradicionales desaparecerían la corrupción y la politiquería, nos cae como un baldado de agua fría la dura realidad de unos nuevos caciques que se creen dueños del país y viven agarrados de las mechas como vulgares verduleras.
El gobierno y algunos congresistas promueven una ley que permite a los homosexuales alcanzar los derechos de seguridad social para sus parejas, pero sin aceptar el matrimonio y mucho menos la adopción. Muchos estamos de acuerdo con dicho proceder, porque si un tipo se aguanta los resabios y pataletas de un mozo bien zalamero durante 20 años, lo mínimo es que mientras convivan tengan derecho a la salud y demás gabelas que benefician a los conyugues, y que herede la pensión cuando enviude. Pero ahora se unen representantes de varias iglesias a oponerse al proyecto de ley, con el argumento que dicho proceder va contra la familia que es la base de la sociedad. Entonces que lesbianas, maricas y demás militantes de esas filas se bañen y se echen una restregada con estropajo, que con seguridad éso se les quita. Después que procedan a conformar una familia bien bonita. Como si fuera así de fácil.
Luego se entera la sociedad de que el Superintendente de Notariado y Registro es un vergajo sin escrúpulos que manipula notarios para alcanzar sus cometidos. Qué tal, toda la vida confiamos en que el notario es el guardián de la ley, sinónimo de honorabilidad y rectitud, que su palabra es suficiente para sellar cualquier trato, que basta su firma para certificar lo que sea, y vienen estos sinvergüenzas a dejar esa institución por el piso. Cómo será la piedra de los funcionarios que han desempeñado el oficio con honestidad y decoro.
Pero sin duda lo que me dejó decepcionado fue lo del brujo consultor de los fiscales (porque el asunto es heredado de la administración anterior). Qué desilusión enterarnos de que en el bunker donde supuestamente priman la entereza y la seriedad, un psíquico asesora altos funcionarios e investiga a todo el mundo sin restricciones de ningún tipo. Por más que trato, no puedo dejar de ver a dichos funcionarios como a unos bobazos. Lástima que ya desaparecieron, al morir el genial humorista Montecristo, dos personajes que habrían colaborado de forma magistral. Me refiero a Madame Bruyilda Calandraca de Chambacú y al profesor Monzodíaco Huanabacoa, ya que por ejemplo la eminente quiromántica era experta en “parasilocogía”.
pmejiama1@une.net.co
En este país debemos cargar lápiz y papel a la mano para anotar esas noticias curiosas e increíbles que suceden a diario, y que con seguridad vamos a olvidar con el paso de los años. Porque cuando en un futuro alguien lea las notas va a pensar que quien las recopiló era un exagerado, fantasioso y lenguaraz, además de morboso y mordaz. Imagino a un compatriota que reside en el exterior y que gracias a las comunicaciones modernas puede seguir el acontecer nacional en directo, cuando le relate por ejemplo a un danés o a un suizo las cosas que suceden en su terruño. Al otro se le tienen que brotar los ojos y habrá que cerrarle la boca para que no chorree la baba. Es que nosotros, de tanto enterarnos de sucesos dignos de ocupar primeros lugares en la prensa amarillista del mundo, nos hemos vuelto inmunes al asombro.
Porque hasta el más curtido queda estupefacto al ver a un tipo cualquiera que ante las cámaras de televisión acepta haber contratado a un sicario para que mate a su esposa, pero que debido a no tener la plata para cancelar la vuelta propuso al asesino que le prestara el servicio financiado en cómodas cuotas mensuales. El sindicado muy fresco dijo que él había pagado sus “clubes” muy cumplido pero que estaba molesto por la forma como el apache asesinó a su mujer, ya que lo hizo frente a las hijas y de una forma diferente a la estipulada en el contrato. Qué tal el desgraciado: aparte de que acepta la acusación, regatea el trabajo porque el trato era despacharla de una manera menos escandalosa.
Mientras tanto al iniciar el gobierno su segundo período enfrenta infinidad de problemas debido a que muchos funcionarios la embarran a diario y las fuerzas militares, que en los últimos tiempos habían alcanzado buena aceptación de la ciudadanía, meten las patas sin pausa y le dan tema a quienes las tienen entre ojos. Porque una cosa es que les caigan con todo cuando se matan entre ellos en emboscadas que no tienen explicación, y otra que quieran ensuciar la imagen de una entidad porque uno de sus miembros viola una niña. En una institución que tiene 200 mil hombres en sus filas no pueden faltar especimenes de toda ralea. El asunto es aislado y lo deben solucionar mochándole el cabo al cabo, y listo.
Como para llorar los hechos que presenciamos a diario de niños maltratados de forma inhumana. Quemarle las manos a un pequeño porque cogió unas monedas o sentar al bebé en una hornilla porque se orina en los calzones, son muestra de ignorancia y brutalidad.
Todos esperamos que los políticos den buen ejemplo, pero ellos hacen todo lo contrario. La rebatiña por los cargos burocráticos es vulgar y cuando creíamos que tras el derrumbe de los partidos tradicionales desaparecerían la corrupción y la politiquería, nos cae como un baldado de agua fría la dura realidad de unos nuevos caciques que se creen dueños del país y viven agarrados de las mechas como vulgares verduleras.
El gobierno y algunos congresistas promueven una ley que permite a los homosexuales alcanzar los derechos de seguridad social para sus parejas, pero sin aceptar el matrimonio y mucho menos la adopción. Muchos estamos de acuerdo con dicho proceder, porque si un tipo se aguanta los resabios y pataletas de un mozo bien zalamero durante 20 años, lo mínimo es que mientras convivan tengan derecho a la salud y demás gabelas que benefician a los conyugues, y que herede la pensión cuando enviude. Pero ahora se unen representantes de varias iglesias a oponerse al proyecto de ley, con el argumento que dicho proceder va contra la familia que es la base de la sociedad. Entonces que lesbianas, maricas y demás militantes de esas filas se bañen y se echen una restregada con estropajo, que con seguridad éso se les quita. Después que procedan a conformar una familia bien bonita. Como si fuera así de fácil.
Luego se entera la sociedad de que el Superintendente de Notariado y Registro es un vergajo sin escrúpulos que manipula notarios para alcanzar sus cometidos. Qué tal, toda la vida confiamos en que el notario es el guardián de la ley, sinónimo de honorabilidad y rectitud, que su palabra es suficiente para sellar cualquier trato, que basta su firma para certificar lo que sea, y vienen estos sinvergüenzas a dejar esa institución por el piso. Cómo será la piedra de los funcionarios que han desempeñado el oficio con honestidad y decoro.
Pero sin duda lo que me dejó decepcionado fue lo del brujo consultor de los fiscales (porque el asunto es heredado de la administración anterior). Qué desilusión enterarnos de que en el bunker donde supuestamente priman la entereza y la seriedad, un psíquico asesora altos funcionarios e investiga a todo el mundo sin restricciones de ningún tipo. Por más que trato, no puedo dejar de ver a dichos funcionarios como a unos bobazos. Lástima que ya desaparecieron, al morir el genial humorista Montecristo, dos personajes que habrían colaborado de forma magistral. Me refiero a Madame Bruyilda Calandraca de Chambacú y al profesor Monzodíaco Huanabacoa, ya que por ejemplo la eminente quiromántica era experta en “parasilocogía”.
pmejiama1@une.net.co
viernes, septiembre 29, 2006
Version libre y expontanea.
VERSION LIBRE Y EXPONTANEA.
De varios carriles el chicharrón que le heredó el ministro del interior y justicia a su reemplazo con el asunto de los paramilitares reinsertados. El asunto está más enredado que un bulto de cachos y nadie entiende cómo es la cosa, y el actual ministro, el doctor Holguín Sardi, resolvió dormirse en medio de la primera reunión que tuvo con los personajes recluidos. Qué tal esa vaina; si es complicado torear semejante lío con pleno conocimiento de causa, cómo será echándose un motoso en medio de la discusión. El caso es que los fiscales y demás representantes de los organismos de control del estado están interesados en entender bien cómo es el maní, y por fortuna resultó un personaje que ofreció dar una versión personal de los hechos.
*Resulta de que yo puedo hablar con tranquilidá porque bien dicen por ahí que el que nada debe nada teme. Mi nombre es Jersaín Buriticá y nací en el municipio de Andes, Antioquia; p’a que no friegue distingo a ese cliente que nombraron como nuevo Juan Valdés. Yo me desmovilicé con el frente mineros del Cauca, y mi jefe es don Cuco Vanoy; ese man es un bacán, eso sí p’a qué. El trabajito de nosotros en esa región del bajo Cauca consistía en darle chumbimba a los guerrillos de las FARC, a los elenos o al que llegara a poner pirinola por allá, p’a mantenelos espantaos de esas tierras.
Lo jodido es que ahora salieron con que los jefes de nuestra organización quizque que son unos mentirosos, porque a veces se les olvidan cositas del pasado. Lo que pasa es que nadies es perfecto como p’a tener una memoria fotográfica y que no se le pase ni una. Mire por ejemplo que a Monoleche se le había olvidao por completo el asunto con Carlos Castaño. Pero fíjese que cuando salieron a decir que el que lo mandó quiñar fue don Vicente, el propio hermano, este señor se ofreció hasta a mostrales dónde está enterrao el finao Carlos. Vea hombre, es que no es por justificalo, pero ese cliente se largaba a jartar guaro y a soltar la lengua, y una noche rascao dijo que iba a negocear con los gringos p’a contales toda la verdá de la organización. Y usté sabe pues que uno puede ser lo que quiera, menos sapo.
Y siguen fregando y sacando peros porque los patrones dijeron que ellos no tienen billete. Eso es la pura verdá. Fíjese que por ejemplo don Mancuso solo tiene una finquita y vive de lo que le dejó un ganao que vendió hace días. Y le puedo asegurar que las casas, esas verriondas camionetas que tiene, las otras fincas y el resto de cosas, todo es alquilao. P’a Chuchito bendito que así es. Y vea que don Berna, el cojineto, solo tiene una tierrita con unos cuantos animales. Cuando a el lo encanaron se armó la verrionda y hasta hubo paro de trasporte en Medallo, porque ese día no salieron a la calle buses, busetas, tacis y coletivos, pero eso jue porque el hombre es muy buena papa y la gente lo quiere mucho. Pura solidaridá.
Los otros jefes son todos muy buena gente; Gordo lindo, Macaco, Jorge 40, don Ramón Isaza, al que llaman El Viejo y es toda una istitución, Ernesto Báez y otros tantos, son puros filántropos, como el patrón Pablo Escobar. Y hablando de traquetos, están diciendo que algunos de ellos se están escampando en las autodefensas para colincharse en el proceso de paz. Cuentos. Por ejemplo El Tuso y los Mellizos son paracos como el que más. La única realidá es que nosotros entregamos las armas p’a cumplile al gobierno; el que quiera más que le piquen caña.
Yo le digo pues que algunos personajes joden al contrato y le ponen mucho tiringistingis al asunto, pero todos nosotros estamos en buena tónica p’a arreglar esto como sea. El problema es la gana que nos tiene los gringos p’a mandanos a pagar cana allá, y ahí la cosa se pone peluda. Mejor dicho, ni puel diablo. Otro problema templao son los pirobos reinsertados que la siguen embarrando, pero nosotros qué culpa si usté sabe que en todas partes hay gente torcida; y claro, cualesquiera oye una noticia de esas y cree que somos todos. Si va a mirar, la mayoría somos parceros decentes que no le hicimos mal a nadies; másimo cobrábamos unas cuotitas a los finqueros ricos p’a brindales proteción y que ellos pudieran visitar sus tierras. Un simple negocio como cualquier otro.
Ahora esperamos que el gobierno cumpla y que firme de una vez por todas, y estamos listos a que nos encanen por un tiempito. Pero eso sí, tiene que ser en Colombia porque ni pensar en que nos echen p’arriba. Porque le digo pues que nosotros por las buenas somos facilitos, pero nos sacan la piedra y ahí sí téngase fino. Ya acetamos hasta que sembramos coca p’a vender, pero cómo quiere que enfrentemos a la guerrilla si esos manes esportan de esa vaina por toneladas y no saben qué hacer con la plata que les dentra. O es que esperaban que les frenáramos el macho a punta de escopetas de fisto. Bájese de esa nube papá.
pmejiama1@epm.net.co
De varios carriles el chicharrón que le heredó el ministro del interior y justicia a su reemplazo con el asunto de los paramilitares reinsertados. El asunto está más enredado que un bulto de cachos y nadie entiende cómo es la cosa, y el actual ministro, el doctor Holguín Sardi, resolvió dormirse en medio de la primera reunión que tuvo con los personajes recluidos. Qué tal esa vaina; si es complicado torear semejante lío con pleno conocimiento de causa, cómo será echándose un motoso en medio de la discusión. El caso es que los fiscales y demás representantes de los organismos de control del estado están interesados en entender bien cómo es el maní, y por fortuna resultó un personaje que ofreció dar una versión personal de los hechos.
*Resulta de que yo puedo hablar con tranquilidá porque bien dicen por ahí que el que nada debe nada teme. Mi nombre es Jersaín Buriticá y nací en el municipio de Andes, Antioquia; p’a que no friegue distingo a ese cliente que nombraron como nuevo Juan Valdés. Yo me desmovilicé con el frente mineros del Cauca, y mi jefe es don Cuco Vanoy; ese man es un bacán, eso sí p’a qué. El trabajito de nosotros en esa región del bajo Cauca consistía en darle chumbimba a los guerrillos de las FARC, a los elenos o al que llegara a poner pirinola por allá, p’a mantenelos espantaos de esas tierras.
Lo jodido es que ahora salieron con que los jefes de nuestra organización quizque que son unos mentirosos, porque a veces se les olvidan cositas del pasado. Lo que pasa es que nadies es perfecto como p’a tener una memoria fotográfica y que no se le pase ni una. Mire por ejemplo que a Monoleche se le había olvidao por completo el asunto con Carlos Castaño. Pero fíjese que cuando salieron a decir que el que lo mandó quiñar fue don Vicente, el propio hermano, este señor se ofreció hasta a mostrales dónde está enterrao el finao Carlos. Vea hombre, es que no es por justificalo, pero ese cliente se largaba a jartar guaro y a soltar la lengua, y una noche rascao dijo que iba a negocear con los gringos p’a contales toda la verdá de la organización. Y usté sabe pues que uno puede ser lo que quiera, menos sapo.
Y siguen fregando y sacando peros porque los patrones dijeron que ellos no tienen billete. Eso es la pura verdá. Fíjese que por ejemplo don Mancuso solo tiene una finquita y vive de lo que le dejó un ganao que vendió hace días. Y le puedo asegurar que las casas, esas verriondas camionetas que tiene, las otras fincas y el resto de cosas, todo es alquilao. P’a Chuchito bendito que así es. Y vea que don Berna, el cojineto, solo tiene una tierrita con unos cuantos animales. Cuando a el lo encanaron se armó la verrionda y hasta hubo paro de trasporte en Medallo, porque ese día no salieron a la calle buses, busetas, tacis y coletivos, pero eso jue porque el hombre es muy buena papa y la gente lo quiere mucho. Pura solidaridá.
Los otros jefes son todos muy buena gente; Gordo lindo, Macaco, Jorge 40, don Ramón Isaza, al que llaman El Viejo y es toda una istitución, Ernesto Báez y otros tantos, son puros filántropos, como el patrón Pablo Escobar. Y hablando de traquetos, están diciendo que algunos de ellos se están escampando en las autodefensas para colincharse en el proceso de paz. Cuentos. Por ejemplo El Tuso y los Mellizos son paracos como el que más. La única realidá es que nosotros entregamos las armas p’a cumplile al gobierno; el que quiera más que le piquen caña.
Yo le digo pues que algunos personajes joden al contrato y le ponen mucho tiringistingis al asunto, pero todos nosotros estamos en buena tónica p’a arreglar esto como sea. El problema es la gana que nos tiene los gringos p’a mandanos a pagar cana allá, y ahí la cosa se pone peluda. Mejor dicho, ni puel diablo. Otro problema templao son los pirobos reinsertados que la siguen embarrando, pero nosotros qué culpa si usté sabe que en todas partes hay gente torcida; y claro, cualesquiera oye una noticia de esas y cree que somos todos. Si va a mirar, la mayoría somos parceros decentes que no le hicimos mal a nadies; másimo cobrábamos unas cuotitas a los finqueros ricos p’a brindales proteción y que ellos pudieran visitar sus tierras. Un simple negocio como cualquier otro.
Ahora esperamos que el gobierno cumpla y que firme de una vez por todas, y estamos listos a que nos encanen por un tiempito. Pero eso sí, tiene que ser en Colombia porque ni pensar en que nos echen p’arriba. Porque le digo pues que nosotros por las buenas somos facilitos, pero nos sacan la piedra y ahí sí téngase fino. Ya acetamos hasta que sembramos coca p’a vender, pero cómo quiere que enfrentemos a la guerrilla si esos manes esportan de esa vaina por toneladas y no saben qué hacer con la plata que les dentra. O es que esperaban que les frenáramos el macho a punta de escopetas de fisto. Bájese de esa nube papá.
pmejiama1@epm.net.co
jueves, septiembre 21, 2006
De Lo Que Se Perdieron
Advertencia: este escrito no debe ser leído por menores de 13 años sin la compañía de un adulto responsable, para que después no digan que doy malos consejos a los mocosos. Porque cuando los muchachitos nos oyen recordar cómo era nuestra vida de estudiantes, los ojos se les abren como un dos de oros y no lo pueden creer. Para ellos es inaudito que alguien pudiera comportarse de esa manera sin que se armara un problema de la madona.
Para nosotros no existió una época mejor que la del colegio. Poco nos interesaba aprender y la única preocupación era ganar las materias a como diera lugar; mínimo sacar un 3 para que en la libreta de calificaciones apareciera la nota en tinta negra, o al menos 2,9 para recurrir a la famosa ley de arrastre que subía automáticamente ese pelito que faltaba. También era importante manejar el asunto de las inasistencias a clase, porque su acumulación es motivo de reprobación. Entonces había que planear alguna disculpa bien convincente, la cual era trasmitida por medio de algún compañero solidario, para que el profesor no pusiera la falla ni informara al coordinador de disciplina; porque la labor de éste era llamar a averiguar la causa de las deserciones.
Mamarse a clase era lo máximo. Y todavía mejor tomarse la tarde libre e irse de programa con unas hembritas, jugar varios chicos de billar en un café del centro o meterse a cine con los amigos a comer salchichas suizas y albóndigas, y luego hacer un concurso de eructos. La gente empezaba a salir mientras mascullaban y trinaban de la piedra, y con toda la razón, aunque para nosotros dicho proceder lo único que hacía era sumarle emoción a la desagradable competencia. Ahora pienso cómo fue que no nos pelaron a garrote, porque si me pasa hoy en día, ahorco los culicagaos maleducados y cochinos que se atrevan a semejante irrespeto. Debemos reconocer que nosotros solo pensábamos en hacer maldades y joder al prójimo, aprovechando que la gente era muy permisiva y la violencia no se toleraba en ningún caso.
Es raro que hoy un muchacho pierda el año lectivo, aunque debe trabajar duro. En cambio uno podía vagar todo el año y si le iba bien en los exámenes parciales, y sobre todo en el final, salvaba la materia. De lo contrario, tuqui tuqui lulú. Pero era un riesgo que muchos tomábamos y bastaba con conocer buenas técnicas para copiar en las pruebas. Pasteles, paquetes, trampas, comprimidos, chanchullos y muchos otros apelativos utilizamos para nombrar ese pequeño papelito con datos y fórmulas que debíamos esconder muy bien, para sacarlo con absoluto disimulo en el momento oportuno y encontrar la tan ansiada respuesta. Además quedaban como recurso la habilitación o los cursos remediales, en los cuales sí había que copiar a como diera lugar, porque si no estudiábamos en tiempo de colegio, mucho menos en vacaciones.
Si no fuera por dicha técnica, en la cual fui un experto, aún estaría en primero de bachillerato. O sexto, como le dicen ahora. A diario inventábamos nuevas modalidades y las mujeres nos llevaban ventaja, porque aprovechaban los muslos para anotar los datos y bastaba con subir la falda un poco para consultar; y ni modo de que un profesor les dijera que se levantaran el uniforme. Entonces uno recurría a llenar los antebrazos de apuntes, un rincón de la superficie del pupitre, en el marco de la ventana, en la regla o con letras diminutas en algunas caras del hexagonal lápiz.
Lo que llama la atención es que si pillaban a un alumno en esas andanzas o preguntándole algo al compañero, el profesor procedía a quitarles el examen y como decíamos entonces: cero pollito. Si el rector se enteraba de que algunos alumnos no asistieron al colegio sin causa justificada, estos eran llamados a su oficina y con seguridad recibían tremendo regaño, mala nota en disciplina y si había reincidencia, los suspendía. En cambio ahora si un colegial se comporta de igual manera, poco falta para que lo excomulguen. Un amigo consultó con una sicóloga porque su hijo adolescente pasaba por al etapa de las embarradas, y la vieja le dijo a quemarropa al confuso padre que él estaba criando delincuentes. De ser así, a nosotros nos hubieran quedado chiquitos Al Capone, El Chacal, Tirofijo y Pablo Escobar.
Mi madre siempre ha sido muy fresca y no se escandalizaba con esas pilatunas. La llamaban del colegio un martes para que fuera a recibir un informe sobre uno de los 6 zambos que estudiaban allá, y ella pedía que le acumularan las quejas de la semana para el viernes, ya que el establecimiento quedaba en los infiernos. Y como mi padre trabajaba todo el día nunca se enteraba cuando llamaban del colegio.
Cada quien tiene su opinión, pero el escritor irlandés Bernard Shaw dijo que el único tiempo que perdió durante su existencia fue mientras asistió al colegio. La verdad yo pasé muy sabroso pero no asimilé nada. Lo poquito que sé, lo he aprendido a través de la lectura y sobre todo en la universidad de la vida. Y debo decir que aunque tuve mi época de vándalo y vago, no me arrepiento de nada. Porque a uno nadie le quita lo bailado.
Para nosotros no existió una época mejor que la del colegio. Poco nos interesaba aprender y la única preocupación era ganar las materias a como diera lugar; mínimo sacar un 3 para que en la libreta de calificaciones apareciera la nota en tinta negra, o al menos 2,9 para recurrir a la famosa ley de arrastre que subía automáticamente ese pelito que faltaba. También era importante manejar el asunto de las inasistencias a clase, porque su acumulación es motivo de reprobación. Entonces había que planear alguna disculpa bien convincente, la cual era trasmitida por medio de algún compañero solidario, para que el profesor no pusiera la falla ni informara al coordinador de disciplina; porque la labor de éste era llamar a averiguar la causa de las deserciones.
Mamarse a clase era lo máximo. Y todavía mejor tomarse la tarde libre e irse de programa con unas hembritas, jugar varios chicos de billar en un café del centro o meterse a cine con los amigos a comer salchichas suizas y albóndigas, y luego hacer un concurso de eructos. La gente empezaba a salir mientras mascullaban y trinaban de la piedra, y con toda la razón, aunque para nosotros dicho proceder lo único que hacía era sumarle emoción a la desagradable competencia. Ahora pienso cómo fue que no nos pelaron a garrote, porque si me pasa hoy en día, ahorco los culicagaos maleducados y cochinos que se atrevan a semejante irrespeto. Debemos reconocer que nosotros solo pensábamos en hacer maldades y joder al prójimo, aprovechando que la gente era muy permisiva y la violencia no se toleraba en ningún caso.
Es raro que hoy un muchacho pierda el año lectivo, aunque debe trabajar duro. En cambio uno podía vagar todo el año y si le iba bien en los exámenes parciales, y sobre todo en el final, salvaba la materia. De lo contrario, tuqui tuqui lulú. Pero era un riesgo que muchos tomábamos y bastaba con conocer buenas técnicas para copiar en las pruebas. Pasteles, paquetes, trampas, comprimidos, chanchullos y muchos otros apelativos utilizamos para nombrar ese pequeño papelito con datos y fórmulas que debíamos esconder muy bien, para sacarlo con absoluto disimulo en el momento oportuno y encontrar la tan ansiada respuesta. Además quedaban como recurso la habilitación o los cursos remediales, en los cuales sí había que copiar a como diera lugar, porque si no estudiábamos en tiempo de colegio, mucho menos en vacaciones.
Si no fuera por dicha técnica, en la cual fui un experto, aún estaría en primero de bachillerato. O sexto, como le dicen ahora. A diario inventábamos nuevas modalidades y las mujeres nos llevaban ventaja, porque aprovechaban los muslos para anotar los datos y bastaba con subir la falda un poco para consultar; y ni modo de que un profesor les dijera que se levantaran el uniforme. Entonces uno recurría a llenar los antebrazos de apuntes, un rincón de la superficie del pupitre, en el marco de la ventana, en la regla o con letras diminutas en algunas caras del hexagonal lápiz.
Lo que llama la atención es que si pillaban a un alumno en esas andanzas o preguntándole algo al compañero, el profesor procedía a quitarles el examen y como decíamos entonces: cero pollito. Si el rector se enteraba de que algunos alumnos no asistieron al colegio sin causa justificada, estos eran llamados a su oficina y con seguridad recibían tremendo regaño, mala nota en disciplina y si había reincidencia, los suspendía. En cambio ahora si un colegial se comporta de igual manera, poco falta para que lo excomulguen. Un amigo consultó con una sicóloga porque su hijo adolescente pasaba por al etapa de las embarradas, y la vieja le dijo a quemarropa al confuso padre que él estaba criando delincuentes. De ser así, a nosotros nos hubieran quedado chiquitos Al Capone, El Chacal, Tirofijo y Pablo Escobar.
Mi madre siempre ha sido muy fresca y no se escandalizaba con esas pilatunas. La llamaban del colegio un martes para que fuera a recibir un informe sobre uno de los 6 zambos que estudiaban allá, y ella pedía que le acumularan las quejas de la semana para el viernes, ya que el establecimiento quedaba en los infiernos. Y como mi padre trabajaba todo el día nunca se enteraba cuando llamaban del colegio.
Cada quien tiene su opinión, pero el escritor irlandés Bernard Shaw dijo que el único tiempo que perdió durante su existencia fue mientras asistió al colegio. La verdad yo pasé muy sabroso pero no asimilé nada. Lo poquito que sé, lo he aprendido a través de la lectura y sobre todo en la universidad de la vida. Y debo decir que aunque tuve mi época de vándalo y vago, no me arrepiento de nada. Porque a uno nadie le quita lo bailado.
lunes, septiembre 18, 2006
Temas Delicados
Nada más delicado que meter la cucharada en temas relacionados con religión o política. Siempre sale uno regañado. Claro que después de oír tantas pendejadas sobre los hechos que suceden a diario, es muy difícil quedarse callado y tragarse las opiniones. Aquí no se puede hacer bulla, porque al enterarse la prensa cualquier asunto se vuelve un tierrero al que entra a meter la cucharada hasta el mismo gato. Y para ciertos medios de comunicación un escándalo o una polémica de cualquier tipo es un verdadero plato fuerte al que le sacan provecho hasta decir no más. Me parece oír a Julito y a Félix saboreando el bistec de turno.
Un ejemplo claro son los abortos practicados en casos específicos, hecho que sucede en nuestro país y en el mundo entero infinidad de veces y solo se enteran el médico y los directamente afectados. Sin nombrar los que se practican en forma clandestina y con métodos poco ortodoxos, los cuales causan daños permanentes y en muchos casos la muerte de la paciente. Ojalá la gente aprenda que lo más acertado es pasar desapercibido para que nadie tercie en el asunto.
Porque hay que ver los medios de comunicación hacer encuestas acerca de la opinión de los ciudadanos sobre cualquier cosa. Y meten baza los jerarcas de la iglesia, los políticos, los artistas, el concejal lustrabotas, la reina de la panela, un chofer de colectivo, el carretillero, un mocoso cantante, una zamba madurada biche y todo el desocupado que espera horas para decir cualquier babosada en un programa radial. Claro, como es tan fácil opinar desde la barrera, qué carajo. Pero a pocos se les ocurre pensar si vivieran el problema en carne propia, cómo lo enfrentarían. No debemos olvidar que una cosa piensa el burro y otra quien lo monta.
Todos conocemos de cerca a una niña de siete años; puede ser familiar, hija de un amigo, la vecinita o la nieta de un empleado. Basta con imaginar a esa criatura abusada sexualmente por un vergajo corrompido que aprovecha el parentesco para violarla a su gusto durante 4 años, hasta dejarla embarazada cuando a los 11 sus cambios hormonales le permiten concebir. Entonces sale un obispo a decir que si no quiere a la criatura, en vez de asesinarla debe soportar el embarazo, dar a luz y entregarla a la iglesia para darla en adopción. Sencilla la solución. ¿Y el trauma de una pequeña al llevar a término un embarazo, parir y enfrentarse a un bebé que brota de su vientre, sin siquiera entender bien cómo es la cosa? No quiero ni imaginar cómo puede resistir el organismo de una niña la gestación, si cuando vemos a una mujer adulta y corpulenta (caballo grande, que llamamos) después de los 8 meses de preñez parece una nevera a punto de reventar.
Y todo el mundo a señalar a la madre de la pequeña porque se hizo la de la vista gorda y permitió tal atropello, pero no pensamos que si ella lo denuncia y al guache lo zampan a la cárcel, se la traga la tierra a ella y a la tropa de mocosos. Porque bien que mal, el tipo paga el arriendo y algo lleva para echarle a la olla. Una cruel realidad que así nos suene absurda y falta de moral, es la ley de sálvese quien pueda. Muy cómodo opinar para quien nunca ha sentido hambre de verdad ni se le ha mojado la cama en una noche de invierno.
Me partió el alma ver en las afueras del hospital donde estaba recluida la inocente criatura, a un mundo de culicagaos de varios colegios de Bogota quienes esgrimían carteles y gritaban en coro “asesina, asesina”. Cómo pudo sentirse esa pobre niña si escuchó semejante acusación. Unos caguetas azuzados por los directivos del colegio, con toda seguridad, que con tal de capar clase proceden como les digan sin detenerse a pensar si ellos fueran los afectados.
Estamos hasta la coronilla de oír los diferentes argumentos de si debe aceptarse o no el aborto para casos específicos. Ya por lo menos es permitido y de esa forma los médicos se curan en salud para no meterse en líos jurídicos, mientras la iglesia sigue en su campaña de frenar la medida. Nada sacan con excomulgar a los magistrados por cumplir con su deber, y no sobra recordarles que en nuestro país no todos los ciudadanos son católicos, otros no son practicantes y muchos más no comulgamos con este tipo de determinaciones. Basta con que cada persona obre según sus principios morales y religiosos, y al tratarse de un menor de edad, queda en manos de sus padres o acudientes tomar la determinación. Nadie más tiene por qué meter la cucharada.
Que si Fabiola Zuluaga se apresuró en retirarse; que Juan Pablo Montoya la embarró cambiándose de categoría; que si fulanita necesita siliconas; que el técnico del equipo debe renunciar; que por qué tumbaron ese árbol; que mejoren las vías pero sin cobrar valorización; que si usted devolvería la plata de la guaca; que si los del otro equipo pueden casarse; que si fue primero el huevo o la gallina. Hombre, por dios, dejemos la jodentina y verá que la vida es más llevadera.
Un ejemplo claro son los abortos practicados en casos específicos, hecho que sucede en nuestro país y en el mundo entero infinidad de veces y solo se enteran el médico y los directamente afectados. Sin nombrar los que se practican en forma clandestina y con métodos poco ortodoxos, los cuales causan daños permanentes y en muchos casos la muerte de la paciente. Ojalá la gente aprenda que lo más acertado es pasar desapercibido para que nadie tercie en el asunto.
Porque hay que ver los medios de comunicación hacer encuestas acerca de la opinión de los ciudadanos sobre cualquier cosa. Y meten baza los jerarcas de la iglesia, los políticos, los artistas, el concejal lustrabotas, la reina de la panela, un chofer de colectivo, el carretillero, un mocoso cantante, una zamba madurada biche y todo el desocupado que espera horas para decir cualquier babosada en un programa radial. Claro, como es tan fácil opinar desde la barrera, qué carajo. Pero a pocos se les ocurre pensar si vivieran el problema en carne propia, cómo lo enfrentarían. No debemos olvidar que una cosa piensa el burro y otra quien lo monta.
Todos conocemos de cerca a una niña de siete años; puede ser familiar, hija de un amigo, la vecinita o la nieta de un empleado. Basta con imaginar a esa criatura abusada sexualmente por un vergajo corrompido que aprovecha el parentesco para violarla a su gusto durante 4 años, hasta dejarla embarazada cuando a los 11 sus cambios hormonales le permiten concebir. Entonces sale un obispo a decir que si no quiere a la criatura, en vez de asesinarla debe soportar el embarazo, dar a luz y entregarla a la iglesia para darla en adopción. Sencilla la solución. ¿Y el trauma de una pequeña al llevar a término un embarazo, parir y enfrentarse a un bebé que brota de su vientre, sin siquiera entender bien cómo es la cosa? No quiero ni imaginar cómo puede resistir el organismo de una niña la gestación, si cuando vemos a una mujer adulta y corpulenta (caballo grande, que llamamos) después de los 8 meses de preñez parece una nevera a punto de reventar.
Y todo el mundo a señalar a la madre de la pequeña porque se hizo la de la vista gorda y permitió tal atropello, pero no pensamos que si ella lo denuncia y al guache lo zampan a la cárcel, se la traga la tierra a ella y a la tropa de mocosos. Porque bien que mal, el tipo paga el arriendo y algo lleva para echarle a la olla. Una cruel realidad que así nos suene absurda y falta de moral, es la ley de sálvese quien pueda. Muy cómodo opinar para quien nunca ha sentido hambre de verdad ni se le ha mojado la cama en una noche de invierno.
Me partió el alma ver en las afueras del hospital donde estaba recluida la inocente criatura, a un mundo de culicagaos de varios colegios de Bogota quienes esgrimían carteles y gritaban en coro “asesina, asesina”. Cómo pudo sentirse esa pobre niña si escuchó semejante acusación. Unos caguetas azuzados por los directivos del colegio, con toda seguridad, que con tal de capar clase proceden como les digan sin detenerse a pensar si ellos fueran los afectados.
Estamos hasta la coronilla de oír los diferentes argumentos de si debe aceptarse o no el aborto para casos específicos. Ya por lo menos es permitido y de esa forma los médicos se curan en salud para no meterse en líos jurídicos, mientras la iglesia sigue en su campaña de frenar la medida. Nada sacan con excomulgar a los magistrados por cumplir con su deber, y no sobra recordarles que en nuestro país no todos los ciudadanos son católicos, otros no son practicantes y muchos más no comulgamos con este tipo de determinaciones. Basta con que cada persona obre según sus principios morales y religiosos, y al tratarse de un menor de edad, queda en manos de sus padres o acudientes tomar la determinación. Nadie más tiene por qué meter la cucharada.
Que si Fabiola Zuluaga se apresuró en retirarse; que Juan Pablo Montoya la embarró cambiándose de categoría; que si fulanita necesita siliconas; que el técnico del equipo debe renunciar; que por qué tumbaron ese árbol; que mejoren las vías pero sin cobrar valorización; que si usted devolvería la plata de la guaca; que si los del otro equipo pueden casarse; que si fue primero el huevo o la gallina. Hombre, por dios, dejemos la jodentina y verá que la vida es más llevadera.
jueves, agosto 31, 2006
Somos Subcampeones
Si de algo sabemos los colombianos es de quedar segundos en todo y de andar sin plata en el bolsillo. Siempre nos faltan cinco p’al peso. En cuanta competencia participe un compatriota es casi seguro que logre, en el mejor de los casos, el segundo lugar, porque a último momento tiene un traspié u otro inconveniente que le saca la victoria del bolsillo. En los reinados nuestra representante aparece como la candidata preferida, los periodistas juran que nadie le quita la corona y que las apuestas la dan como segura ganadora, pero a la hora de la verdad logra, como máximo, el segundo lugar. En tres oportunidades seguidas alcanzamos esa posición en Mis Universo. Claro que con un bizcocho de esos vale cualquier “posición”.
Dicen que a la larga lo importante no es ganar sino competir. Al menos eso le repiten a los mocosos cuando se ponen a berrear porque perdieron la carrera en bicicleta, aunque ese cuento no se lo traga nadie; a excepción del niño diferente al que le importa un pito quedar de último, e igual goza de lo lindo desde que le ponen el uniforme. El mejor ejemplo es el de los argentinos, que quedaron felices porque lograron el subcampeonato en la guerra de las Malvinas. Eso se llama humildad y conformismo.
Y de segundos quedamos en una encuesta mundial donde midieron el nivel de felicidad de los diferentes pueblos del planeta. El primer puesto se lo llevó una pequeña isla localizada en el pacífico sur, donde la gente se dedica a broncearse en unas playas paradisíacas mientras exprimen a los turistas que dejan allá sus divisas. Así cualquiera. En cambio nosotros, quienes según el resto de la humanidad vivimos llevados del diablo, comemos rila, hacemos fuerza y saltamos matones, la pasamos felices de la pelota. Mientas exista el trago, los vallenatos, la fritanga, el fútbol y el tejo, nada nos despeluca.
Cómo no va a ser feliz un pueblo que cuando la naturaleza arremete con saña contra su geografía, la gente se asoma detrás del reportero que presenta la noticia para la televisión del mundo, y con una sonrisa de oreja a oreja saluda, hace carantoñas, empuja al compañero, baila y le pone los dedos al vecino a modo de cachos encima de la cabeza para ridiculizarlo ante la cámara. Y al fondo pueden verse los niños que chapotean en el barro que dejó el deslizamiento o hacen clavados artísticos en el agua que cubre las calles del pueblo. Como quien dice, al mal tiempo buena cara.
Nuestra gente no se complica la vida. Mientras en otras latitudes la plebe se rebota y ejerce la presión que sea necesaria para lograr un objetivo, por estos lados cualquier motivo desbarata una manifestación. Pueden ser los sindicalistas más radicales y si se larga a llover, cada uno busca la forma de escabullirse para coger un bus y largarse para la casa. Que se mojen los demás. En el centro de cualquier pueblo o ciudad pululan los desempleados, pero usted nunca los ve hacer mala cara o protestar. Por el contrario, cualquier situación es excusa para entretenerse un rato y mamar gallo a su gusto. Por ejemplo se vara alguien en su carro y cuando abre la tapa del motor para ver qué pasó, los “patos” se arriman a opinar, a gozarse al encartado conductor y si toca empujar lo hacen con el mayor gusto.
Cómo no va a ser optimista y positivo un pueblo al que le dice el Presidente que vamos a realizar un mundial de fútbol, y la mayoría de la gente se come el cuento. Claro, dicen en los corrillos, hay que pensar en grande, ser echaos pa’lante, medírsele a lo que sea o de lo contrario nunca vamos a hacer cosas importantes. Y cuando escuchan a un analista comentar que la FIFA tiene unas exigencias muy claras para adjudicar la sede del evento, como por ejemplo que el país anfitrión debe tener un tren bala, opinan que aquí puede que no haya tren, pero que bala tenemos para dar y convidar.
Un pueblo feliz donde hay barrios que no tienen servicio de acueducto y los vecinos hacen largas filas detrás de un carro tanque para llenar del precioso líquido sus recipientes, pero si hay un camarógrafo filmando la situación, se matan por salir sonrientes en la toma y arman una recocha del carajo echándose agua con la manguera. No importa que habiten un inquilinato mientras tengan televisor para ver novelas y decadentes programas de concurso.
Otra ventaja es que padecemos de amnesia colectiva. Un funcionario público, del presidente para abajo, puede hacer las triquiñuelas que quiera y al poco tiempo nadie se acuerda de lo sucedido. Y así se acuerde, el señalado bandido puede seguir con sus marrullas y no hay forma de atajarlo.
La única forma de erradicar la felicidad de nuestro pueblo es quitándole el trago. En cualquier tipo de acontecimiento, sea triste o feliz, el aguardiente y la cerveza aparecen como por arte de magia. Hay que ver al desplazado con 8 muchachitos que fía en la tienda el “chorro” para celebrar el nacimiento de otro petacón. No es por nada, pero en esta competencia sí debimos quedar de primeros. ¡Y hágale que está sin calzones!
Dicen que a la larga lo importante no es ganar sino competir. Al menos eso le repiten a los mocosos cuando se ponen a berrear porque perdieron la carrera en bicicleta, aunque ese cuento no se lo traga nadie; a excepción del niño diferente al que le importa un pito quedar de último, e igual goza de lo lindo desde que le ponen el uniforme. El mejor ejemplo es el de los argentinos, que quedaron felices porque lograron el subcampeonato en la guerra de las Malvinas. Eso se llama humildad y conformismo.
Y de segundos quedamos en una encuesta mundial donde midieron el nivel de felicidad de los diferentes pueblos del planeta. El primer puesto se lo llevó una pequeña isla localizada en el pacífico sur, donde la gente se dedica a broncearse en unas playas paradisíacas mientras exprimen a los turistas que dejan allá sus divisas. Así cualquiera. En cambio nosotros, quienes según el resto de la humanidad vivimos llevados del diablo, comemos rila, hacemos fuerza y saltamos matones, la pasamos felices de la pelota. Mientas exista el trago, los vallenatos, la fritanga, el fútbol y el tejo, nada nos despeluca.
Cómo no va a ser feliz un pueblo que cuando la naturaleza arremete con saña contra su geografía, la gente se asoma detrás del reportero que presenta la noticia para la televisión del mundo, y con una sonrisa de oreja a oreja saluda, hace carantoñas, empuja al compañero, baila y le pone los dedos al vecino a modo de cachos encima de la cabeza para ridiculizarlo ante la cámara. Y al fondo pueden verse los niños que chapotean en el barro que dejó el deslizamiento o hacen clavados artísticos en el agua que cubre las calles del pueblo. Como quien dice, al mal tiempo buena cara.
Nuestra gente no se complica la vida. Mientras en otras latitudes la plebe se rebota y ejerce la presión que sea necesaria para lograr un objetivo, por estos lados cualquier motivo desbarata una manifestación. Pueden ser los sindicalistas más radicales y si se larga a llover, cada uno busca la forma de escabullirse para coger un bus y largarse para la casa. Que se mojen los demás. En el centro de cualquier pueblo o ciudad pululan los desempleados, pero usted nunca los ve hacer mala cara o protestar. Por el contrario, cualquier situación es excusa para entretenerse un rato y mamar gallo a su gusto. Por ejemplo se vara alguien en su carro y cuando abre la tapa del motor para ver qué pasó, los “patos” se arriman a opinar, a gozarse al encartado conductor y si toca empujar lo hacen con el mayor gusto.
Cómo no va a ser optimista y positivo un pueblo al que le dice el Presidente que vamos a realizar un mundial de fútbol, y la mayoría de la gente se come el cuento. Claro, dicen en los corrillos, hay que pensar en grande, ser echaos pa’lante, medírsele a lo que sea o de lo contrario nunca vamos a hacer cosas importantes. Y cuando escuchan a un analista comentar que la FIFA tiene unas exigencias muy claras para adjudicar la sede del evento, como por ejemplo que el país anfitrión debe tener un tren bala, opinan que aquí puede que no haya tren, pero que bala tenemos para dar y convidar.
Un pueblo feliz donde hay barrios que no tienen servicio de acueducto y los vecinos hacen largas filas detrás de un carro tanque para llenar del precioso líquido sus recipientes, pero si hay un camarógrafo filmando la situación, se matan por salir sonrientes en la toma y arman una recocha del carajo echándose agua con la manguera. No importa que habiten un inquilinato mientras tengan televisor para ver novelas y decadentes programas de concurso.
Otra ventaja es que padecemos de amnesia colectiva. Un funcionario público, del presidente para abajo, puede hacer las triquiñuelas que quiera y al poco tiempo nadie se acuerda de lo sucedido. Y así se acuerde, el señalado bandido puede seguir con sus marrullas y no hay forma de atajarlo.
La única forma de erradicar la felicidad de nuestro pueblo es quitándole el trago. En cualquier tipo de acontecimiento, sea triste o feliz, el aguardiente y la cerveza aparecen como por arte de magia. Hay que ver al desplazado con 8 muchachitos que fía en la tienda el “chorro” para celebrar el nacimiento de otro petacón. No es por nada, pero en esta competencia sí debimos quedar de primeros. ¡Y hágale que está sin calzones!
viernes, agosto 25, 2006
Logros, Metas, Retos...
En la actualidad el agite de la vida ha logrado aumentar en forma preocupante el número de suicidios. Cuando yo estaba pequeño no era común oír que alguien se quitara la vida, y mucho menos los niños que no podíamos meternos en las conversaciones de los mayores; aparte de que poco nos interesaban. Ahora venimos a enterarnos de que algunos de esos suicidas eran del otro equipo, gremio que es muy afín a dicho proceder. Líos de calzoncillos que llaman. Lo grave es que actualmente la mayoría de quienes toman tan absurda decisión son jóvenes ejecutivos, adolescentes y muchos niños.
Quienes pertenecemos a generaciones pasadas debemos estar agradecidos por no habernos tocado en la etapa de estudiantes, o ya como empleados, la modalidad de logros, metas o retos que se pusieron de moda en la actualidad. Claro que la calidad de educación que recibimos no puede compararse con la que imparten ahora, pero de igual manera sacamos el cartón de bachilleres, muchos pasaron por la universidad, y hay que ver las lumbreras que se destacaron en los diferentes campos profesionales. Porque si hoy en día salen del colegio y dominan varios idiomas, son unas hachas para todo lo que tenga que ver con las computadoras, se peinan con la tecnología y aprovechan las oportunidades que ofrece el mundo entero para seguir preparándose, en un hecho que muy pocos han leído siquiera un libro. Tampoco les interesa la música clásica, el arte, la astronomía o cualquier otro tipo de conocimiento que no produzca plata o resultados tangibles.
Al conversar con amigos que tienen hijos en el colegio, es común escuchar las quejas por la exagerada carga de responsabilidades académicas que les imponen. Los muchachitos viven a mil por hora, angustiados y en permanente incertidumbre, porque muchas veces el tiempo no les alcanza para colmar las expectativas de los profesores. Porque ahora les ha dado por convertir en bilingües de un día para otro (sin exagerar, de un año para otro) colegios donde nunca dieron mucha importancia a la enseñanza del idioma inglés. Esa vaina es imposible, y lo que logran es confundir a los educandos y hacer que le cojan pereza a la materia.
Los estudiantes actuales no hablan sino de logros. Es la palabra de moda. Y hay que ver las estadísticas acerca de la cantidad de suicidios en la época de fin de año, cuando muchos prefieren tomar la fatal determinación antes que presentarse en la casa con la noticia que no aprobaron. También es preocupante la competencia que existe entre los diferentes colegios, o de los mismos compañeros por sobresalir en el grupo. Porque a diferencia de antes, cuando la gran mayoría eran maquetas y solo un pequeño grupo estudiaba y le ponía cuidado al profesor, ahora lo raro es un alumno que pierde materias y patina para avanzar. Claro, como los menores tienen pocas libertades debido a la inseguridad, no les queda sino quedarse en la casa estudiando. Qué más hacen. Y les ponen unas tareas que no las resuelve ni Panesso Robledo.
Caso aparte es el ritmo de vida que llevan los ejecutivos modernos. A dichos sujetos no les quitan la enjalma ni para dormir. En cualquier empresa el común denominador es tallar al subalterno, de la misma manera que aprietan al jefe de turno. Porque son muy pocos los que no dependen de alguien, a excepción de los famosos “cacaos” que son los dueños de la pelota. Usted puede ser el gerente de una empresa, pero cada mes debe enfrentar a la junta directiva para rendir cuentas y recibir garrote sin piedad. Entonces sale de la junta de mala vuelta y estresado, y la emprende contra los subgerentes para desquitarse con ellos. A su vez, estos arremeten contra los que siguen para abajo y así sucesivamente hasta que alguien le mete un repelo de miedo a la señora de los tintos. Como quien dice, nadie se salva.
En las ciudades intermedias son muchos los directivos de compañías y empresas multinacionales que dependen de un jefe en otra ciudad del país o del exterior, el cual los mantiene al soco de sol a sol. Y en el medio todo el mundo los ve como los ejecutivos estrellas, pero en realidad son explotados y no tiene autonomía ni para comprar una escoba. Por ejemplo la gerente de una corporación de ahorro y vivienda debe cumplir con una cuota de recaudos al mes, y la pobre mujer recibe a toda hora llamadas del jefe para recordarle la fecha y que no está ni tibia para cumplir con lo pactado. Claro que si la ejecutiva tiene una meta por ejemplo de mil millones y la cumple, entonces al mes siguiente le suben a mil doscientos y así sucesivamente hasta que se reviente.
A ella no le queda sino apretar a sus empleados y pasan el día en reuniones para ver cómo van a salir del embrollo. Por lo tanto, empiezan a despachar el trabajo diario a las cuatro de la tarde y deben quedarse hasta media noche en la oficina. Para completar, a toda hora hacen diplomados, postgrados, cursos, estudian idiomas y acumulan información hasta quedar más preparados que un tamal. Porque de lo contrario, les corren la silla. Viéndolo bien, se suicidan muy poquitos.
Quienes pertenecemos a generaciones pasadas debemos estar agradecidos por no habernos tocado en la etapa de estudiantes, o ya como empleados, la modalidad de logros, metas o retos que se pusieron de moda en la actualidad. Claro que la calidad de educación que recibimos no puede compararse con la que imparten ahora, pero de igual manera sacamos el cartón de bachilleres, muchos pasaron por la universidad, y hay que ver las lumbreras que se destacaron en los diferentes campos profesionales. Porque si hoy en día salen del colegio y dominan varios idiomas, son unas hachas para todo lo que tenga que ver con las computadoras, se peinan con la tecnología y aprovechan las oportunidades que ofrece el mundo entero para seguir preparándose, en un hecho que muy pocos han leído siquiera un libro. Tampoco les interesa la música clásica, el arte, la astronomía o cualquier otro tipo de conocimiento que no produzca plata o resultados tangibles.
Al conversar con amigos que tienen hijos en el colegio, es común escuchar las quejas por la exagerada carga de responsabilidades académicas que les imponen. Los muchachitos viven a mil por hora, angustiados y en permanente incertidumbre, porque muchas veces el tiempo no les alcanza para colmar las expectativas de los profesores. Porque ahora les ha dado por convertir en bilingües de un día para otro (sin exagerar, de un año para otro) colegios donde nunca dieron mucha importancia a la enseñanza del idioma inglés. Esa vaina es imposible, y lo que logran es confundir a los educandos y hacer que le cojan pereza a la materia.
Los estudiantes actuales no hablan sino de logros. Es la palabra de moda. Y hay que ver las estadísticas acerca de la cantidad de suicidios en la época de fin de año, cuando muchos prefieren tomar la fatal determinación antes que presentarse en la casa con la noticia que no aprobaron. También es preocupante la competencia que existe entre los diferentes colegios, o de los mismos compañeros por sobresalir en el grupo. Porque a diferencia de antes, cuando la gran mayoría eran maquetas y solo un pequeño grupo estudiaba y le ponía cuidado al profesor, ahora lo raro es un alumno que pierde materias y patina para avanzar. Claro, como los menores tienen pocas libertades debido a la inseguridad, no les queda sino quedarse en la casa estudiando. Qué más hacen. Y les ponen unas tareas que no las resuelve ni Panesso Robledo.
Caso aparte es el ritmo de vida que llevan los ejecutivos modernos. A dichos sujetos no les quitan la enjalma ni para dormir. En cualquier empresa el común denominador es tallar al subalterno, de la misma manera que aprietan al jefe de turno. Porque son muy pocos los que no dependen de alguien, a excepción de los famosos “cacaos” que son los dueños de la pelota. Usted puede ser el gerente de una empresa, pero cada mes debe enfrentar a la junta directiva para rendir cuentas y recibir garrote sin piedad. Entonces sale de la junta de mala vuelta y estresado, y la emprende contra los subgerentes para desquitarse con ellos. A su vez, estos arremeten contra los que siguen para abajo y así sucesivamente hasta que alguien le mete un repelo de miedo a la señora de los tintos. Como quien dice, nadie se salva.
En las ciudades intermedias son muchos los directivos de compañías y empresas multinacionales que dependen de un jefe en otra ciudad del país o del exterior, el cual los mantiene al soco de sol a sol. Y en el medio todo el mundo los ve como los ejecutivos estrellas, pero en realidad son explotados y no tiene autonomía ni para comprar una escoba. Por ejemplo la gerente de una corporación de ahorro y vivienda debe cumplir con una cuota de recaudos al mes, y la pobre mujer recibe a toda hora llamadas del jefe para recordarle la fecha y que no está ni tibia para cumplir con lo pactado. Claro que si la ejecutiva tiene una meta por ejemplo de mil millones y la cumple, entonces al mes siguiente le suben a mil doscientos y así sucesivamente hasta que se reviente.
A ella no le queda sino apretar a sus empleados y pasan el día en reuniones para ver cómo van a salir del embrollo. Por lo tanto, empiezan a despachar el trabajo diario a las cuatro de la tarde y deben quedarse hasta media noche en la oficina. Para completar, a toda hora hacen diplomados, postgrados, cursos, estudian idiomas y acumulan información hasta quedar más preparados que un tamal. Porque de lo contrario, les corren la silla. Viéndolo bien, se suicidan muy poquitos.
Novios en Pelota
Estoy convencido de que el éxito que tiene Andrés López con su show, donde en un monólogo maravilloso retrata las diferencias entre la vida familiar de nuestra generación y la actual, se debe a que los espectadores se ven retratados en todo lo que dice, además de que trae unos recuerdos inolvidables. El tipo se está llenando de plata -y muy merecido porque ayuda obras sociales y otras instituciones con parte de sus ingresos-, porque no queda silla disponible en ninguna de sus presentaciones. Recorre todas las ciudades del país, se presenta varias veces en cada una, en el exterior es igual, y lo mejor es que en el escenario solo están él y un pequeño banco. Lo único que gasta es saliva e imaginación, porque es unánime la opinión que el hombre es un genio.
Como en esta vida hay que inventarse algo para conseguir plata, se me ocurre copiar algo parecido pero con un tema específico y tres actores en escena. Creo que hasta en el nombre puede haber plagio, porque si Guillermo Díaz copió el programa La Luciérnaga de una forma vulgar, ya que hasta el animal que escogieron para el nombre es un bicho similar, puedo pensar en algo así como “Novios en pelota”. Es muy sencillo: consigo un cucho buen conversador y con excelente humor, que hable de cómo se desarrollaban los noviazgos en su época; yo comparo cada situación con la que nos tocó a nosotros y completa un adolescente que cuente los pormenores de las relaciones afectivas en la actualidad.
Cuando escuchamos a los viejos relatar sus aventuras amorosas pensamos que vivían en la época de las cavernas, porque la visita era por la ventana y la única forma de salir con la muchacha era acompañarla a misa el domingo, siempre fiscalizados por una chaperona. Muchos llegaban al matrimonio, ceremonia que celebraban al amanecer, sin haberle dado siquiera un beso a la prometida. Ni hablar de la tupia con que debían llegar esos muchachos al tálamo nupcial. Los de mi generación debemos comparar esas diferencias, para no escandalizarnos con la realidad actual en ese aspecto.
Porque los muchachitos desde los 14 años ya se cobijan con la novia a ver televisión, entran como Pedro por su casa sin saludar a nadie, comen como unas dragas, se jartan la gaseosa que haya, no sueltan el celular y les importa un pito que los suegros estén molestos con su actitud. De lo que no se tienen que preocupar los papás es que perjudique a la niña, porque los zambos viven empalagados de sexo. Lo máximo es que le pega una abejorriada como para entretenerse un rato. Para lo otro aprovechan los paseos que hacen sin adultos que los controlen, en el apartamento de un amigo cuyos padres están de viaje o en una discoteca de esas de ahora, donde todos parecen poseídos.
Los de mi generación podemos decir, después de analizar estas situaciones, que ni muy muy, ni tan tan. Porque aunque siempre había muchas restricciones, uno buscaba la forma de calmar las hormonas y la ansiedad. Lo que llamábamos la arrechera. Las novias tenían que pedir permiso hasta para ir a cine, pero era común que con algunas condiciones, las dejaran ir. Las salidas de noche eran con hora de llegada y los paseos a una finca, siempre de día entero, los vigilaban varias señoras que no despintaban el ojo de todas las parejitas. Algunos papás también asistían, pero con ellos no había problema porque eran los primeros en clavar el pico de la rasca.
Existían entonces algunas oportunidades que no podían desaprovecharse y la más común era el cine. Al salir del teatro nadie sabía de qué trató la película, porque el maniculiteteo y la chupadera de trompa no dejaban tiempo para mirar la pantalla. Lo que sí era digno de mirar de reojo, eran los personajes que se levantaban una bandida en la calle y se acomodaban en los rincones de atrás de la platea, porque esos sí coronaban a como diera lugar.
Otra opción era la visita de novio. Los suegros también se molestaban porque cuando entraban a la sala el zambo no se ponía de pie, pero no entendían que se debía a que había otro que estaba parado desde hacía rato. Y como la moda no incluía pantalones anchos y camisetas hasta la rodilla, el pretendiente parecía con una linterna en el bolsillo. Ahora que hablo de moda, comparo lo que era meterle mano a un buzo cuello de tortuga o a un pantalón con la pretina a la altura del ombligo, con las camisetas ombligueras y los bluyines descaderados, donde la mercancía está ahí no más.
Si el muchacho lograba que le prestaran un carro, el sitio obligado era un “drive in”. Dos gaseosas, esperar que los vidrios se empañaran y mano al cajón. Amoblados entonces no había y a las niñas les daba oso meterse a un hotel. Además, con qué plata. En medio de todo nos tocó la mejor época, y al menos esperamos no ver que el auge de los gays llegue al punto que un hijo de 16 años reciba visita del novio de 20; o la nena de la casa haciendo arrumacos con una machota bien repelente. Al menos yo, no estoy preparado.
Como en esta vida hay que inventarse algo para conseguir plata, se me ocurre copiar algo parecido pero con un tema específico y tres actores en escena. Creo que hasta en el nombre puede haber plagio, porque si Guillermo Díaz copió el programa La Luciérnaga de una forma vulgar, ya que hasta el animal que escogieron para el nombre es un bicho similar, puedo pensar en algo así como “Novios en pelota”. Es muy sencillo: consigo un cucho buen conversador y con excelente humor, que hable de cómo se desarrollaban los noviazgos en su época; yo comparo cada situación con la que nos tocó a nosotros y completa un adolescente que cuente los pormenores de las relaciones afectivas en la actualidad.
Cuando escuchamos a los viejos relatar sus aventuras amorosas pensamos que vivían en la época de las cavernas, porque la visita era por la ventana y la única forma de salir con la muchacha era acompañarla a misa el domingo, siempre fiscalizados por una chaperona. Muchos llegaban al matrimonio, ceremonia que celebraban al amanecer, sin haberle dado siquiera un beso a la prometida. Ni hablar de la tupia con que debían llegar esos muchachos al tálamo nupcial. Los de mi generación debemos comparar esas diferencias, para no escandalizarnos con la realidad actual en ese aspecto.
Porque los muchachitos desde los 14 años ya se cobijan con la novia a ver televisión, entran como Pedro por su casa sin saludar a nadie, comen como unas dragas, se jartan la gaseosa que haya, no sueltan el celular y les importa un pito que los suegros estén molestos con su actitud. De lo que no se tienen que preocupar los papás es que perjudique a la niña, porque los zambos viven empalagados de sexo. Lo máximo es que le pega una abejorriada como para entretenerse un rato. Para lo otro aprovechan los paseos que hacen sin adultos que los controlen, en el apartamento de un amigo cuyos padres están de viaje o en una discoteca de esas de ahora, donde todos parecen poseídos.
Los de mi generación podemos decir, después de analizar estas situaciones, que ni muy muy, ni tan tan. Porque aunque siempre había muchas restricciones, uno buscaba la forma de calmar las hormonas y la ansiedad. Lo que llamábamos la arrechera. Las novias tenían que pedir permiso hasta para ir a cine, pero era común que con algunas condiciones, las dejaran ir. Las salidas de noche eran con hora de llegada y los paseos a una finca, siempre de día entero, los vigilaban varias señoras que no despintaban el ojo de todas las parejitas. Algunos papás también asistían, pero con ellos no había problema porque eran los primeros en clavar el pico de la rasca.
Existían entonces algunas oportunidades que no podían desaprovecharse y la más común era el cine. Al salir del teatro nadie sabía de qué trató la película, porque el maniculiteteo y la chupadera de trompa no dejaban tiempo para mirar la pantalla. Lo que sí era digno de mirar de reojo, eran los personajes que se levantaban una bandida en la calle y se acomodaban en los rincones de atrás de la platea, porque esos sí coronaban a como diera lugar.
Otra opción era la visita de novio. Los suegros también se molestaban porque cuando entraban a la sala el zambo no se ponía de pie, pero no entendían que se debía a que había otro que estaba parado desde hacía rato. Y como la moda no incluía pantalones anchos y camisetas hasta la rodilla, el pretendiente parecía con una linterna en el bolsillo. Ahora que hablo de moda, comparo lo que era meterle mano a un buzo cuello de tortuga o a un pantalón con la pretina a la altura del ombligo, con las camisetas ombligueras y los bluyines descaderados, donde la mercancía está ahí no más.
Si el muchacho lograba que le prestaran un carro, el sitio obligado era un “drive in”. Dos gaseosas, esperar que los vidrios se empañaran y mano al cajón. Amoblados entonces no había y a las niñas les daba oso meterse a un hotel. Además, con qué plata. En medio de todo nos tocó la mejor época, y al menos esperamos no ver que el auge de los gays llegue al punto que un hijo de 16 años reciba visita del novio de 20; o la nena de la casa haciendo arrumacos con una machota bien repelente. Al menos yo, no estoy preparado.
Competencia Electrónica
Es común que la gente se pregunte por qué, si la industria y la economía han repuntado en los último años en forma considerable, al mismo tiempo el desempleo disminuye, pero a paso de tortuga. Muy sencillo: porque la tecnología remplaza al ser humano en casi todas las áreas y es así como cada vez son menos los empleados que requiere una empresa. Basta con recordar lo que era antes el departamento de contabilidad en cualquier firma comercial, donde debían llevar los tradicionales libros a mano, archivar facturas y recibos, asentar a diario los movimientos y demás operaciones, trabajos que ahora se hacen con sofisticados programas computarizados que se encargan del control absoluto de cuentas y balances. En un informe desde Alemania mostraron una de las principales fábricas de cerveza de ese país, en la cual laboran únicamente tres operarios. Hágame el bendito favor. Robots, maquinas sistematizadas, cintas transportadoras y demás técnicas innovadoras, que requieren solo de unos pocos pares de ojos que controlen monitores y de vez en cuando opriman una tecla determinada. Por fortuna nuestra topografía no permite que el café sea cogido por una máquina, como proceden en muchas regiones de Brasil, porque ahí sí quedaría este país en la física olla; lo mismo sucede con las cortadoras de caña o la recolección del espárrago (los campesinos dicen que este último trabajo rinde, pero de la cintura). Con razón antes había camello para todo el mundo, si hasta para fabricar una veladora eran necesarias varias manos.
Menos mal en los países desarrollados ya no le jalan a desempeñar cierta clase de labores, y dejan así una oportunidad para tantos cesantes que no encuentran oportunidades de trabajo en sus respectivas naciones. Se quejan por ejemplo en Estados Unidos porque la ola de inmigrantes los invade, pero no aceptan que si no fuera por esta mano de obra necesitada y humilde, ellos no encontrarían quien les cuidara los culicagaos, les fritara las hamburguesas, aseara los escusaos y les mantuviera limpio el jardín. Pude ver en la televisión un alto funcionario del gobierno español, relacionado con el área del empleo, donde explicaba la clase de trabajos que realizan las personas nacidas en ese país, y luego definió las labores destinadas solo para extranjeros e inmigrantes. El europeo no lava platos, ni parquea carros, ni recoge basuras. Tampoco recolecta aceitunas, no carga camiones y mucho menos desempeña trabajos de alto riesgo o que a largo plazo pueda tener consecuencias en la salud del operario. Qué sería de los españoles sin “sudacas” y africanos, o de los alemanes sin turcos, o de los ingleses sin indios y paquistaníes.
En cualquier comunidad, hospital, hotel, fábrica o entidad, ahora años había una centralita telefónica donde varias muchachas metían y sacaban clavijas para comunicar a las personas. Como en casi todos los casos el servicio se prestaba las 24 horas del día, era necesario contratar varios turnos. En cambio ahora ese trabajo lo hacen los conmutadores y contestadores automáticos, aparatos que sacan de casillas a quien llama, porque no le dan opción de hablar con una persona que pueda escucharlo, ofrecerle una explicación o presentar alguna solución a su inquietud. Y qué decir de los teléfonos celulares que ahora sirven para tomar fotos, grabar videos, mandar mensajes por internet, grabación de voz, agenda y muchas otras arandelas; además, cada vez son más delgados, pequeños y funcionales.
Siempre que veo un modelo diferente, en vez de envidia, siento un fresco al recordar que soy la única persona que conozco que no tiene una mecha de esas. Todos mis sobrinos, el señor de la portería del edificio donde resido, la empleada doméstica, los domicilios, los trabajadores de la construcción, la totalidad de mis amigos y familiares, y hasta el gato, tienen celular. En cambio a mí nunca me ha sonado el aparatejo en momento inoportuno, y no puedo olvidar cuando un gerente bancario me dijo que por orden del presidente de la entidad, debía mantener el trebejo prendido en todo momento, sin excepciones. Y el jefe empezaba a joder desde las 4 de la mañana. Va la madre.
La construcción siempre ha sido una buena fuente de empleo, con el agravante que las obras cada vez se ejecutan más rápido y por lo tanto los “rusos”, como les dicen en Bogotá, quedan varados cada cierto tiempo. Pero en ese renglón el modernismo y las máquinas reemplazan la mano de obra en forma considerable, como las grúas que mueven ladrillos, varillas, formaletas, concreto y demás materiales que antes debían cargarse al hombro. Con los prefabricados y los paneles, en muchas construcciones no es necesario pegar ladrillos ni revocar, y se adicionan químicos a la mezcla del cemento para que fragüe más rápido. La maquinaria es un descreste, y la instalación de grifería y demás aditamentos es mogolla. Por fortuna todavía es necesario enchapar a mano, armar los casetones de esterilla, enderezar puntillas, remojar adobe, cargar arena, tirar plomadas y “canchar” paredes.
Que tiemblen los asalariados porque en cualquier momento inventan un aparato que los remplace. Por fortuna falta mucho para que ensamblen robots que funjan de gariteros, cojan goteras, parchen llantas en carretera, le corran el catre a las vagabundas, vendan caldo con albóndigas al amanecer, sustituyan ayudantes de bus, lleven antojos a domicilio o asen arepas al carbón.
Menos mal en los países desarrollados ya no le jalan a desempeñar cierta clase de labores, y dejan así una oportunidad para tantos cesantes que no encuentran oportunidades de trabajo en sus respectivas naciones. Se quejan por ejemplo en Estados Unidos porque la ola de inmigrantes los invade, pero no aceptan que si no fuera por esta mano de obra necesitada y humilde, ellos no encontrarían quien les cuidara los culicagaos, les fritara las hamburguesas, aseara los escusaos y les mantuviera limpio el jardín. Pude ver en la televisión un alto funcionario del gobierno español, relacionado con el área del empleo, donde explicaba la clase de trabajos que realizan las personas nacidas en ese país, y luego definió las labores destinadas solo para extranjeros e inmigrantes. El europeo no lava platos, ni parquea carros, ni recoge basuras. Tampoco recolecta aceitunas, no carga camiones y mucho menos desempeña trabajos de alto riesgo o que a largo plazo pueda tener consecuencias en la salud del operario. Qué sería de los españoles sin “sudacas” y africanos, o de los alemanes sin turcos, o de los ingleses sin indios y paquistaníes.
En cualquier comunidad, hospital, hotel, fábrica o entidad, ahora años había una centralita telefónica donde varias muchachas metían y sacaban clavijas para comunicar a las personas. Como en casi todos los casos el servicio se prestaba las 24 horas del día, era necesario contratar varios turnos. En cambio ahora ese trabajo lo hacen los conmutadores y contestadores automáticos, aparatos que sacan de casillas a quien llama, porque no le dan opción de hablar con una persona que pueda escucharlo, ofrecerle una explicación o presentar alguna solución a su inquietud. Y qué decir de los teléfonos celulares que ahora sirven para tomar fotos, grabar videos, mandar mensajes por internet, grabación de voz, agenda y muchas otras arandelas; además, cada vez son más delgados, pequeños y funcionales.
Siempre que veo un modelo diferente, en vez de envidia, siento un fresco al recordar que soy la única persona que conozco que no tiene una mecha de esas. Todos mis sobrinos, el señor de la portería del edificio donde resido, la empleada doméstica, los domicilios, los trabajadores de la construcción, la totalidad de mis amigos y familiares, y hasta el gato, tienen celular. En cambio a mí nunca me ha sonado el aparatejo en momento inoportuno, y no puedo olvidar cuando un gerente bancario me dijo que por orden del presidente de la entidad, debía mantener el trebejo prendido en todo momento, sin excepciones. Y el jefe empezaba a joder desde las 4 de la mañana. Va la madre.
La construcción siempre ha sido una buena fuente de empleo, con el agravante que las obras cada vez se ejecutan más rápido y por lo tanto los “rusos”, como les dicen en Bogotá, quedan varados cada cierto tiempo. Pero en ese renglón el modernismo y las máquinas reemplazan la mano de obra en forma considerable, como las grúas que mueven ladrillos, varillas, formaletas, concreto y demás materiales que antes debían cargarse al hombro. Con los prefabricados y los paneles, en muchas construcciones no es necesario pegar ladrillos ni revocar, y se adicionan químicos a la mezcla del cemento para que fragüe más rápido. La maquinaria es un descreste, y la instalación de grifería y demás aditamentos es mogolla. Por fortuna todavía es necesario enchapar a mano, armar los casetones de esterilla, enderezar puntillas, remojar adobe, cargar arena, tirar plomadas y “canchar” paredes.
Que tiemblen los asalariados porque en cualquier momento inventan un aparato que los remplace. Por fortuna falta mucho para que ensamblen robots que funjan de gariteros, cojan goteras, parchen llantas en carretera, le corran el catre a las vagabundas, vendan caldo con albóndigas al amanecer, sustituyan ayudantes de bus, lleven antojos a domicilio o asen arepas al carbón.
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