martes, noviembre 28, 2006

ASUNTOS VARIOS

En ocasiones se vienen a la cabeza un mundo de temas que no tienen nada en común, pero que hacen picar la lengua de las ganas de meter la cucharada. En medio de un frío que cala los huesos, mitigado a ratos por el solecito que aparece tímido gracias a que el tal fenómeno del niño lo deja participar para evitar que los aguaceros bíblicos arrasen con todo, la gente disfruta mientras bota corriente acerca del acontecer diario.

Es común la crítica a la iglesia católica por una negativa, mantenida hasta la terquedad, de no querer evolucionar a la par de los cambios que presenta la sociedad, sobre todo en temas como el celibato. Desde que tengo memoria se discute entre la feligresía la insistencia por parte de la cúpula católica de sostener este voto de castidad, y al fin me entero de que en el Vaticano, con el Papa Benedicto XVI a la cabeza, se reúnen para tocar el tema. Cómo evitarían de escándalos y malos entendidos si le permitieran a los curas contraer matrimonio, porque de esa forma no deben recurrir a la mentira y a la trampa para satisfacer ese impulso natural que siente cualquier mortal.

La sexualidad es una función fisiológica y vetarla es como prohibirle a alguien que orine o respire. En casi todas las religiones permiten que sus pastores y representantes formen una familia, lo cual es muy sano porque además tienen más autoridad y conocimiento para aconsejar en muchos temas relacionados. Sin esa represión el cura párroco será reconocido por la comunidad como un padre de familia responsable, marido fiel y miembro distinguido de la sociedad, y puede evitarse que mucha gente ande preguntándose con malicia si el presbítero fulano es del otro equipo. Claro que habrá sacerdotes pederastas, homosexuales y aberrados; otros conformarán su familia pero querrán tener una sucursal; no faltarán los que quieran divorciarse y volverse a casar, pero con seguridad muchos otros vivirán felices en compañía de esposa e hijos. Lástima que todo quede en veremos, porque de nuevo les dicen que se olviden del asunto y aproximadamente cien mil sacerdotes casados esperan que les autoricen retomar su apostolado.

Pasemos al tercio de pica. El reinado nacional en Cartagena está en franca decadencia, para fortuna de quienes vemos en él un derroche innecesario de tiempo y dinero. Basta con ver la poca trascendencia que al evento dedican los medios de comunicación, los cuales hace unos años atosigaban con la avalancha de información procedente del reinado. Unos pocos chismosos, lagartos, traquetos de media petaca, decenas de peinadores y maquilladores a cuál más afeminado, faranduleros, artistas en promoción y muchos periodistas, se reúnen a chismosear y a intrigar para manipular el fallo del jurado. Las comitivas departamentales están conformadas por reducidos grupos que solo hacen bulla y dan lora cuando están copetones, y la realidad es que las críticas aumentan a diario y el interés merma a pasos agigantados.

Timbales y trompetas anuncian cambio de tercio. Conminan a quienes todavía habitan el Palacio Nacional en Manizales, para que en una fecha determinada lo desocupen y tomen de una vez la determinación de si lo demuelen o le hacen refuerzo estructural y mejoran su aspecto. Que informen a la comunidad cuánto cuestan las diferentes opciones, porque no cabe duda de que aunque la edificación es muy cómoda y funcional, según dicen personas que a él acuden con regularidad, para quien lo observa desde afuera es un esperpento que solo produce vergüenza ante el visitante. Con seguridad gana el premio al edificio más feo del centro de la ciudad, y la posibilidad de derribarlo y aprovechar el espacio para un parque que sirva de pulmón es llamativa para cualquier ciudadano. De todos es sabido que en muchos casos es más costoso arreglar y remodelar que construir nuevo, y solo queda esperar que en caso de optar por la segunda opción, no se vayan a demorar 20 años edificándolo como sucedió con este armatoste.

Para Ripley lo que sucede con la vía que comunica las vecinas poblaciones de Chinchiná y Santa Rosa de Cabal. Es inaudito que debamos esperar once años para disfrutar de una obra que según los estimativos al iniciarla debía ejecutarse en dos años, pero más increíble aún que al fin terminada, la mantengan cerrada porque no se les ocurrió planear su funcionamiento. La nueva carretera, que presenta un trazado más cómodo porque facilita el sobrepaso de camiones y un tránsito a mayor velocidad, estuvo lista hace unos meses pero no la abren porque no saben quien debe operar el peaje. INVIAS, INCO y Autopistas del café se pasan la pelota para no hacerse cargo de los gastos que genera la nueva caseta, pero no se les ocurrió solucionar el asunto durante los casi 150 meses que demoraron en finiquitarla.

Claro que lo del sobrepaso es posible si no está presente la policía de carreteras en la zona, porque según la línea ininterrumpida que marca el centro de nuestras vías, está prohibido que un vehículo adelante a otro durante trayectos muy extensos. Basta con analizar en el tramo entre Manizales y Mariquita cuántas posibilidades legales hay de sobrepaso, por lo que supuestamente quien maneje un carro particular debe irse a paso de hormiga, y chupando humo, detrás de un camión por kilómetros y kilómetros.

miércoles, noviembre 22, 2006

LA MOCOSOCRACIA

LA MOCOSOCRACIA.
Está bien. Reconozco que soy intransigente con los muchachitos de ahora, pero nadie me quita de la cabeza que a muchos padres de familia que tienen hijos pequeños o adolescentes éstos se les están saliendo de las manos. Es inmensa la diferencia en el comportamiento actual de los menores de edad a como nos tocó a nosotros, porque en muchos casos aquello podía compararse con una dictadura. Claro que no cabe duda de que el derecho es aquél estilo de educación, comparado a la forma como los “mal educan” hoy en día.

A través de la historia muchos pueblos respetaron la opinión de los ancianos para tomar cualquier determinación, sociedades conocidas como gerontocracias. Los viejos mandaban y el resto, sobre todo los menores, obedecía. En otras culturas fueron las mujeres o los hombres los encargados de llevar las riendas, hasta llegar a lo más generalizado y que conocemos como democracia, donde supuestamente el pueblo rige los destinos de una nación. En nuestro país se puso de moda la tal meritocracia, modalidad que se basa en los méritos de cada persona para acceder a un cargo. Claro que la cosa no funciona como debe ser, porque aunque escogen al más idóneo, el candidato debe cumplir con ciertas condiciones tales como pertenecer a un determinado grupo político, y que ojalá sea recomendado por un congresista o un gamonal. Es lo que conocemos como dedocracia.

Ahora en los hogares los que mandan son los hijos. Esta nueva modalidad puede llamarse “mocosocracia” y crece a pasos agigantados porque como los padres no tienen tiempo para compartir con la familia, la forma de mitigar el remordimiento que esto les produce es dándole gusto a los infantes en todo lo que quieran. La manipulación a la que recurren los niños es impresionante y si los adultos se detienen un segundo a analizar la situación, van a aceptar que los tienen completamente ensillados. Al menos yo me quedo abismado cuando veo a una pareja de amigos que está de visita en otra casa y en cierto momento resuelven que quieren irse a acostar porque están rendidos; o simplemente porque ya es hora. Entonces el mocoso, que juega feliz con el niño de la casa, dispone que no salen todavía. Y se amangualan ambos zambos mientras los papás bostezan y hacen fuerza, pero aceptan que sea el culicagao el que resuelva a qué hora pueden despedirse. Parece inaudito pero así funciona.

Las comparaciones son odiosas pero el derecho de las cosas es que los menores respeten y acaten las normas implantadas por los mayores. Cómo es posible que en muchos hogares coman únicamente lo que los niños prefieren. Lo peor es que ellos disponen a diario que esto o aquello no les gusta, por la simple razón que oyeron a fulanito decir que cierto alimento es muy maluco. Sin haber siquiera probado muchos sabores resuelven que no los comen, además que tampoco los dejan comprar en el mercado. Muchos comen a deshoras, prefieren la comida chatarra, para cualquier preparación exigen mil requisitos, cambian sus gustos a diario, inventan las enguandas más rebuscadas y solo consumen bebidas artificiales las cuales desplazan los jugos naturales y la leche.

En la actualidad los niños son muy aprensivos y le tienen terror a perder los padres. Por ello no admiten que la mamá prenda un cigarrillo y les da patatús cuando el papá se toma unos aguardientes. Arman unas pataletas de película y como muchos adultos acatan esas muestras de rechazo, ellos aprovechan para dirigir el comportamiento de los mayores a su gusto y parecer. Joden porque alguien se come un chicharrón y empiezan con la cantaleta que eso produce infarto y otros males por el estilo.

Como los caguetas prefieren quedarse en la casa a cualquier otro programa, no se pierden ninguna tertulia de los mayores y quieren saber acerca de todo lo que se hable en ella. Preguntan más que un perdido y no permiten que la conversación fluya. Meten la cucharada en todos los temas y por ello hay que tener mucho cuidado con lo que se dice delante de ellos.

En muchos colegios existen programas extracurriculares y las criaturas deciden cada año cambiar de modalidad. Escogen el fútbol y cuando ya les han comprado guayos, balón, canilleras y el uniforme completo, resuelven que mejor se dedican al patinaje. Vuelve y juega a aperarlos con el equipo necesario para que al poco tiempo cambien nuevamente de parecer. Además se antojan de tomar clases de baile, pintura, cerámica, cocina y mil pendejadas que abandonan sin siquiera cogerle el gusto al asunto.

Es común que no quieran ir a ninguna parte si no los dejan invitar varios amiguitos, así los padres aduzcan que para qué quiere más compañía si tiene muchos primos y familiares con los cuales compartir. Cuando los niños están solos casi siempre son muy juiciosos, pero no los junte con otros menores porque se enloquecen y arman unas patanerías que provoca es darles una pela.

Mi mujer dice que yo tengo mucho de Herodes y no lo niego, porque solo me gustan los muchachitos educados y obedientes. No resisto un zambo grosero, manipulador, resabiado, melindroso, tata, malicioso o como decían los viejos: de mala índole. ¡Ah!, y si está enmelotado que ni se me arrime.
pmejiama1@une.net.co

jueves, noviembre 16, 2006

VOLVAMOS A LO SIMPLE.

El planeta que habitamos es una olla a presión con la válvula taponada, y es cuestión de tiempo para que no le quepa más vapor y en átomos volemos. Y es en todos los aspectos. En lo económico, ecológico, social, religioso o en cualquier campo que escojamos. La gente, rica, acomodada o pobre, no sabe qué camino coger. Asegura la filosofía popular que la riqueza no hace la felicidad, y eso puede corroborarse al ver las angustias y los conflictos de los multimillonarios. La sociedad actual está contaminada por la ansiedad y el estrés, y aterra ver hasta a los niños visitando al terapeuta.

Mientras más nos remontemos en la historia comprobamos que el hombre ha vivido épocas agradables y tranquilas. Claro que a partir del invento de ciertas comodidades, porque tampoco voy a envidiar a quienes habitaban una caverna y a la hora de comer debían ruñirse un trozo de carroña. Siempre han existido los conflictos entre diferentes bandos y los desastres naturales acompañan al planeta desde sus principios, pero a medida que el hombre tecnifica la guerra es más lamentable el resultado de los enfrentamientos. Y es un hecho que la naturaleza cada vez reacciona con mayor agresividad porque a ella también nos hemos encargado de trastocarla.

Son muchos los aspectos en los que la mayoría de las personas de cierta edad prefieren, si fuera posible, dar unos pasos atrás y retomar costumbres ya guardadas en el archivo del tiempo. El ritmo de vida de los individuos en la actualidad no permite labores que requieran demasiado tiempo y por ello los actividades deben ser ágiles y efectivas para ahorrar esfuerzos y demoras, aspectos que para la maquinaria del capitalismo salvaje valen oro.

Escojo un ejemplo para diferenciar las épocas y el mismo ejercicio puede aplicarse a cualquier tema. Pongo en la balanza las costumbres gastronómicas y la modalidad de adquirir los productos de la canasta familiar en tiempos de nuestra niñez, comparado a como sucede ahora. Lo primero es que los grandes supermercados y almacenes de cadena permiten al consumidor conseguir cualquier tipo de producto listo para ser utilizado, después de unos pocos minutos de preparación. Por ello cuando le preguntan a alguien qué ha hecho, frase común para saludar en nuestro medio, el otro responde que nada porque todo lo compra hecho.

No puede negarse que los productos y las técnicas utilizadas son modernas, y hasta apetitosas, pero es una alimentación artificial, insípida y monótona. En cambio la ida a la plaza de mercado era todo un programa y la gente dejó de visitarla porque el supermercado es más seguro, más sencillo, tiene donde parquear el carro, puede pagar con tarjeta débito, le regalan puntos acumulables por cada compra y encuentra variedad y calidad certificada. Pero la magia del mercado popular es única y recordar cuando el señor de las frutas compartía unas uvas con los niños que acompañaban la comitiva, el de la verdura les guardaba un costal con hojas de repollo y redrojo de zanahoria para alimentar los conejos, el carnicero les regalaba una moneda de 20 centavos, el del queso una pruebita de cuajada y la señora de los dulces un bastón de menta o un puñado de corozos garrapiñados.

La mamá regañaba los hijos para que no tocaran nada, mientras el viejito que cargaba el canasto colgado de una cincha lo reacomodaba cada rato en la sudorosa frente, y una gallina colgada de las patas a un costado del canasto agitaba las alas a modo de protesta. Cuando llegaban con el mercado a la casa, quienes no habían clasificado para ir en esa oportunidad buscaban con afán qué sorpresa les traían, mientras esperaban con ansias la semana en que les tocara el turno de participar en el recorrido.

Luego se daban las instrucciones a la empleada encargada de la cocina para que procediera con ciertas preparaciones. Una cosa que ya casi no se ve en los hogares son los dulces de fruta que nunca faltaban a la hora de la sobremesa en las comidas. Un vaso de leche con dulce de moras; el de tomate de árbol que se comía cogiendo la fruta en almíbar del tallo, como si fuera la cola de un ratón; el de mamey o el de piña, el de cocas de guayaba, o la jalea y el cernido de la misma fruta. La torta casera, el arroz con leche, el postre de natas, las grosellas caladas, las brevas con queso, los duraznos en almíbar y tantos manjares cuyos aromas invadían cada rincón de la casa.

Además la cocinera preparaba empanadas, tamales, solteritas y hojuelas; en una parrilla asaba arepas planchas y de las redonditas para acompañar las sopas caseras. Mi mamá hacía el vinagre con cáscaras de piña, preparaba mistelas con jugo de mora fermentado y reforzado con un poco de aguardiente, y tuvimos una empleada que hacía panes para el “algo” cuando llegábamos del colegio. Con el hambre que tiene un muchacho a esa hora y encontrar el delicioso olor del pan recién horneado.

A lo mejor soy muy montañero y ordinario, pero prefiero aquellos manjares a los pai, creps, braunis, mufets, donas, wafles y demás innovaciones, que por ser copiados del extranjero no se escriben así, pero definitivamente con esos nombres los conocemos.
pmejiama1@une.net.co

miércoles, noviembre 08, 2006

LISTA DE MANDADOS.

Es primordial aprender desde pequeño, o al menos cuando la edad lo permita, a nadar y a manejar carro. Nadie disfruta tranquilo la estadía en una finca donde hay piscina mientras algún niño no sepa defenderse en el agua. Porque donde no existe la alberca el muchachito puede quebrarse un brazo, abrirse la cabeza o apachurrarse un dedo, todos accidentes que tienen remedio. En cambio de la piscina ni hablemos.

Tener la oportunidad de manejar un vehículo es la ilusión de cualquier menor, desde cuando lo dejan llevar el timón o meter los cambios acomodado encima de las piernas del improvisado profesor. No importa si la persona no cuenta con un carro de alguien cercano, porque conocer ese oficio facilita las cosas en el campo laboral. Dicen que ambos aprendizajes nunca se olvidan y que quien conduce un vehículo pequeño, puede hacerlo con cualquier otro después de una corta adaptación. Para manejar un carro basta con observar a otro y preguntar algunas cosas, y luego esperar a alcanzar los pedales para que le den una palomita. Eso sí, para conducir bien hay que ejercitarse desde joven, porque ahí se aplica aquello que loro viejo no aprende a hablar. Chofer otoñal se queda runcho de por vida.

A nadar aprendí, como todos mis primos Mejía, cuando el tío Fabio nos llevaba a termales de Santa Rosa y después de una pequeña instrucción en la piscina bajita a los que no sabíamos, nos aventaba uno por uno a la mitad de la más profunda con la absoluta certeza que el muchachito salía nadando como cualquier cachorro.

En mi casa había un Desoto modelo 55. Era un carro grande, muy fino, con palanca en el timón y un asiento adelante y otro atrás en forma de banca, sin cinturones de seguridad, ergonomía o diseño especial, y un radio con teclas para cambiar de emisora. Mi mamá siempre ha sido muy cuarta y cuando el cucho se demoraba en llegar, ella nos dejaba salir a aprender a manejar el carro. Sentados en el borde de la silla, para alcanzar, nos íbamos a zonas deshabitadas a cogerle el tiro. Ya con cancha, uno acomodaba el brazo en la ventanilla abierta y cuando le mandaba la directa, con cierto ademán entre despectivo y fantoche, empezaba a disfrutar el programa.

En cualquier casa se requería hacer mandados a diario y seguro por ello mi madre se daba la pela de dejarnos aprender como fuera, para tener quien le hiciera las vueltas. Siempre el más reciente aprendiz se prestaba para lo que fuera, mientras los mayores preferían sacar la novia a pasear o cocacoliar con los amigos. Había mandados que ya eran tradicionales.

Con semejante trajín todo lo del hogar se dañaba con regularidad y por ejemplo semanalmente un electrodoméstico sacaba la mano. Entonces había que llevarlo a La Licuadora, abajito del edificio San Vicente de Paúl, donde arreglaban cualquier gallo. Al frente quedaba la carpintería de Ovidio, y ahí siempre había que recoger un nochero, una silla u otro mueble que habían reparado o simplemente le habían echado tapón. Las poltronas y sofás se dejaban en Sancotolengo, donde Hernán Vélez, el tapicero, se encargaba de cambiarles el forro y reconstruirles el relleno; por cierto, el hombre no cumplía ni años.

La ida donde la costurera era a diario, y mi madre tenía el palito para conseguirlas en los lugares más apartados. Claro que si uno estaba calmando fiebre, entre más lejos mejor. La ropa de cama la lavaban y planchaban en el Hogar Santa María, en una casona campestre cerca de la fabrica de jabones Hada. El hombre para solucionar cualquier problema relacionado con aparatos como la parrilla y el horno que funcionaban con resistencias eléctricas, era Madrigal, quien tenía el taller en la calle 24 frente al Club Los Andes. El radio, el teléfono o el tocadiscos los reparaba Carlos Arenas, también en el centro de la ciudad.

Además había que comprar algunos encargos en El Málaga, donde Emiliano; El Tiempo para mi papá en un carrito de dulces ahí enseguida; la parva en La Victoria; gelatinas y galletas donde las monjas de La Visitación; cambiar un cheque donde Mercedes Ángel, en la bomba Palogrande; recoger la remesa donde mi tía Lucy; pagar la cuota de un “club” (ahora lo llaman compra por separado) en el almacén Vanidades o en El Cónsul; y llevar un par de zapatos a remontar donde don Baltasar, el zapatero del barrio Lleras, que vivía a medio pelo y no había forma de que entendiera a qué iba uno.

A medio día mis padres iban, acompañados por mi hermanita menor, a visitar a la abuela paterna que residía en el hospital geriátrico y siempre le llevaban un caldito de pollo muy sustancioso. Arrancaban a esa hora con un hambre tenaz y a medio camino mi papá no aguantaba más el olor, y le decía a la niña que le diera una pruebita del caldo. Entonces todos se antojaban y más adelante paraban a darle un mordisco a la presa de pollo, hasta que el hueso quedaba pelado y la olla limpia. Mi padre trataba de justificar el hecho al decir que la viejita estaba muy perdida y que con seguridad ni cuenta se daba, razonamiento que eliminaba el remordimiento de los tres.
pmejiama1@epm.net.co

jueves, noviembre 02, 2006

UNO DE POBRE.

El campesino de nuestra región cafetera es distinguido y bien plantado. La mayoría son blancos, altos, de buena estampa y hasta oji claros, y a pesar de que a veces la pobreza los agobia, los niños son limpios y simpáticos. La gente del campo es amable y generosa, y quienes habitan las zonas altas de la cordillera llegan a ser hasta incautos e inocentes. Son personas sencillas y sanas, porque esas tierras son poco pobladas y por ello la maldad de la civilización no los ha perneado en forma considerable. Lo contrario sucede en los pueblos cafeteros, donde la violencia ha hecho presencia gracias a que los cosechadores llegan de todas partes y entre esas masas ambulantes no faltan las malas fichas. Casi todos nuestros campesinos se comportan de forma parecida, porque son muy apegados a sus costumbres y al entablarles conversa es fácil enterarse de su modo de vida. Así se expresa un agregado de finca cafetera en una conversación cotidiana:

*Vea patrón, yo sí le digo una cosa: esta región ha sido muy sana pero ahora han cogido los apaches por hacer de las suyas. Por fortuna nos reunimos entre los vecinos p’a hacer un convite y montales la perseguidora, porque nos cogen ventaja y después no los ataja es nadies. Yo antes mandaba las peladas p’a la escuela sin preocupame, pero ya me da como verriondera despachalas solas. No falta el vergajo corrompido que me les hace el mandao y ahí sí me hago restiar. Otra cosa es que se roban hasta un mojao y le toca a uno dentrar los animalitos por la noche y encerralos entre el escusao p’a que no alcen con ellos. Como se demora uno levantando marranos y metiéndoles plata, p’a que venga un hijuemama y los pele en un rato.

Es cierto que aunque en el campo no se consigue plata con una coloca como la mía, de agregao, poco a poco puede uno comprar los eletrodomésticos p’a vivir a lo bien; y si es juicioso hasta p’a ahorrar alguito le alcanza. Porque aunque esto es muy amañador, el televisor es importante p’a que la familia y hasta los trabajadores que duermen en la jinca se entretengan un rato antes de ise a dormir. Y el sonido también es indispensable, porque el domingo es muy sabroso escuchar música; y cuando hay alguna reunión, puede uno complacer a la visita con los temas de moda. A la mujer le toca moler duro con los destinos de la cocina, por lo que es mucho lo que ayuda digamos una licuadora.

Hombre, y hablando de las mujeres le digo pues que a veces no hay quien las entienda. Cómo le parece que a aquella se le metió hace días quizque por comprar una nevera; que p’a que la carne no se le dañe, que p’a hacer helaos y vendele a los piones, mantener la bogadera fría y mil razones más. Entoes les dije que en la cosecha nos poníamos todos a coger y al final hacíamos una vaca p’a colaborar con el aparato ése, hasta que llegó el momento de comprala. Fuera de todo tocó pagar carrera en un yí p’a traela. Pues la vieja ésta empezó a usala y claro, como siempre ha vivido sin necesidá de ese embeleco, ahora salió conque no le gusta y la tiene de escaparate. Mire y verá que está llena de ropa y de trebejos.

Y no es que uno sea amarrao, sino que no me gusta comprar pendejadas que no se van a usar. Recuerdo cuando bautizamos al Ancisar que le hicimos una fiesta la macha. Lo mismo jue la celebración cuando nacieron la Yurladis y Eunice; ni hablar de cuando hicieron la primera comunión. Se les compró estrén y tal, y aquella preparó un sudao que hizo historia. En navidá tampoco falta la polvorita, la natilla y los boñuelos, y cualesquier aguinaldo p’a los de la casa. Vea que hasta estoy pagando la pedorrita, que aunque está un poquito amasada, me lleva al pueblo y vuelve y me trae. Por lo mismo es que les digo a las muchachas cuando les da la ventolera de ise a vivir al pueblo, que es mejor en la finca porque siempre es mucho lo que consigue usté en la huerta p’a rendir la lata.

Con respecto a la comida, esa tampoco nos ha faltao. Eso sí p’a qué. Mire que el sábado cuando llego con la remesa hay qué ver los banquetes que nos trancamos; y aunque digan que uno no debe tragase todo el mercao el primer día, nosotros ya estamos enseñaos a pasanos después a punta de sancocho y frijoles; y aguapanela p’a sobremesiar. El caso es que aquí nadies está flacuchento o debilucho, y solo debo las culebritas normales.

Ahí tengo palabriao un ranchito en el pueblo p’a cuando esté viejo y ya no me den coloca. Porque se casan las muchachas y se abren, y el zambo ya está buscando p’a onde coger. Es una casita muy titina, con dos piezas, el servicio, una buena cocina y solarcito. Y tiene plancha p’a sacale otra pieza. De manera que usté puede ver que aunque no soy ningún potentao, tampoco paso trabajos como tanta gente en la ciudá. Porque éso sí: uno es pobre pero honrao.
pmejiama1@une.net.co