A ver si quienes presentan a diario avances en la tecnología y nos aturden con avalanchas de adelantos científicos, son capaces de meterle el diente a un asunto que me ronda la cabeza desde hace días: que se inventen una conexión de internet para el cerebro humano. Con la acumulación de calendarios la memoria empieza a flaquear y es común que olvidemos nimiedades que aunque estamos seguros de saber su respuesta, por más que tratemos es imposible traerlas a la memoria. Uno pretende olvidar el asunto pero en la mente el subconsciente sigue con la búsqueda, hasta que en medio de otra conversación cualquiera salta la respuesta; cuando ya para qué. El caso es que mientras tengamos a mano una conexión a internet el asunto se soluciona, porque basta teclear la inquietud en Google y en un parpadeo tenemos la solución. Entonces, para no depender de aparatos electrónicos, lo ideal sería contar con línea directa entre nuestro “diminuto hórrido abismo”, como dijo el poeta, y la red cibernética. Así tendríamos acceso a toda la información, no ignoraríamos nada, pareceríamos el libro gordo de Petete.
Porque entre más cosas aprende uno en la vida, más se aterra de la cantidad que desconoce. Nuestro cúmulo de saberes puede compararse con un grano de arena en el Sahara; una gota de agua en el océano; una estrella en el firmamento. Morimos con el cerebro sin estrenar porque dicen los entendidos que a ese disco duro le cabe muchísima información, y se atreven a diagnosticar que un personaje como Einstein, que fue un tipo bien pepa, solo utilizó un 10% de su capacidad cerebral. Qué puede esperarse entonces de un simple mortal como uno: ignorante al cuadrado, por quince de fondo.
El filósofo griego Sócrates fue el que se dejó venir con la frase que titulo este escrito y eso que el cliente pertenecía al combo de los que había para mostrar en esa época. La máxima resume el convencimiento de su ignorancia, aparte de una modestia muy loable. Claro que pensándolo bien, si entonces no contaban siquiera con un transistor para enterarse de los acontecimientos, el tipo no debía saber tanto como lo hacen creer sus biógrafos. Me late que aquellos filósofos se destacaron porque dedicaron algo de tiempo al raciocinio, mientras sus paisanos se gastaban la existencia en cazar peleas, jartar vino, perseguir muchachas y construir templos y palacios. No les quedaba minuto para dedicarse a hacer dibujitos en la arena.
Un ejemplo sencillo de lo amplio que es cualquier tema y lo poco que lo conocemos, puede verse en el lenguaje. Dicen los estudios que una persona ilustrada, amante de la lectura e interesada en el buen manejo del idioma, al final de sus días cuenta con un léxico aproximado a cinco mil palabras; si se trata de un erudito el número puede llegar a siete mil. Póngale pues que el hombre sea un sabio, un lingüista de cartel, el non plus ultra de las letras y que acumule el doble: catorce mil palabras. Eso no es nada comparado con el total que tiene nuestro idioma, que según dicen son ciento cincuenta mil; aunque algunos aseguran que con los vocablos en desuso y otras arandelas la cifra es mucho mayor.
Al que se crea muy salsita en conocimientos del idioma basta hacerle una prueba para bajarlo de la nube: abra un diccionario en cualquier página y empiece a preguntarle el significado de palabras escogidas al azar. Seguro que muy pronto va a pedir cacao y a reconocer que su léxico no es tan rico como creía. A quienes nos gusta la lectura hemos despachado libros de todo tipo y sin embargo cada que leemos uno nuevo, encontramos palabras desconocidas que muchas veces nos hacen consultar el diccionario; por fortuna la mayoría pueden deducirse por el sentido de la frase y así ahorramos mucho tiempo. Hace poco leí un libro sobre la vida de Jorge Eliecer Gaitán, escrito por J. A. Osorio Lizarazo, copartidario del caudillo y cuyo lenguaje, asumo que por ser escrito en esa época, me pareció almibarado y rebuscado; en todas las páginas hay vocablos desconocidos para mí, como simonía, proditorio, hebdomadario, ditirambo, ácrata, preterir o tropo, que de una me mandaron al diccionario, y otras que aunque creo haberlas visto alguna vez, por su poco uso tampoco es fácil recordar su definición: molicie, malbaratar, contumelia, mendaz, morralla, hiperestesia, inverecundo o preterir.
Lo mismo pasa con escritores y poetas, que cuando uno cree conocer algo del tema, ligerito se convence de su ignorancia. En el libro Los detectives salvajes, del chileno Roberto Bolaño, y en Barba Jacob el mensajero, de Fernando Vallejo, nombran varios cientos de poetas, literatos, intelectuales y hombres de letras, y al menos en mi caso los reconocibles pueden contarse en los dedos de las manos. O en el poema Son, del magistral León De Greiff, debí recurrir al Larousse para entenderlo porque no conocía el significado de zampoña, sacabuche, arpegio, daifa, adufe, vozne, bandurria, murria, cornamusa o zote.
Alguna vez Pato Restrepo conversaba con un señor y al despedirse el tipo comentó que él le parecía un hombre muy conspicuo. Pato queda con una espinita y no lo deja ir sin decirle: ¡Pues mientras averiguo qué es esa vaina usted es un hijueputa!
Pmejiama1@une.net.co
miércoles, junio 30, 2010
miércoles, junio 23, 2010
Oficios nobles en extinción.
La modernización de la ciudad con el paso del tiempo genera cambios que traen beneficios económicos, bienestar para quienes la habitamos, confort y aprovechamiento de la tecnología. Sin embargo, la memoria se niega a borrar todas esas costumbres, hechos y personajes que escribieron páginas muy importantes en el devenir del terruño. Circula en internet un archivo fotográfico de Manizales de ayer y produce nostalgia recordar aquellos lugares que recorrimos durante nuestra infancia y juventud. Recordar por ejemplo la carrera 23, en el centro de la ciudad, que en ese entonces congregaba los almacenes tradicionales atendidos por aquellos egregios comerciantes; por esa arteria transitaba la gente cómodamente y era común ver los personajes típicos que hicieron historia. Muy distinto a la pelotera de ahora, que a toda hora parece un carnaval, y cuyos locales comerciales están ocupados por tenderetes que ofrecen todo tipo de baratijas a precios de ocasión.
También pierde la ciudad al crecer a esos artesanos que cumplían sus nobles funciones de servicio a la comunidad, y a quienes la tecnología desbancó definitivamente del mercado. Recuerdo por ejemplo las camionetas que recorrer los barrios para ofrecer leche cruda; las señoras salían con la cantina, recipiente utilizado para tal fin, y el vendedor vertía la cantidad solicitada con asombrosa habilidad. No faltaba el regateo porque la medida no satisfacía, la leche estaba demasiado clarita o los residuos sólidos eran muy notorios. Puedo imaginar cuántas consultas por dolores de estómago, diarreas e infecciones intestinales generaría un mercado que tenía muy poco control sanitario.
Además caminaban las calles los ropavejeros con sus carretas cargadas de mercancía, quienes compraban cualquier cachivache que sobrara en los hogares. Cuando con mis hermanos llegamos a la adolescencia, la edad en la que uno siempre se ve corto de fondos para dedicarse a sus andanzas, descubrimos esa maravillosa fuente de ingresos. Mi padre guardaba con mucho cariño unos discos de música clásica, de 75 revoluciones y gruesos como platos, los cuales nunca oía porque ya el tocadiscos de la casa no reproducía esa clase de discos. Entonces poco a poco empezamos a feriarlos, hasta llegar al colmo de vender el “tripitorio” de la vieja radiola que tampoco funcionaba desde hacía mucho tiempo. Sólo en el próximo trasteo, cuando fueron a levantar el mueble, se dieron cuenta de que no pesaba nada y al revisarlo encontraron el coco vacío.
El afán de las mamás para que los hijos aprendieran a manejar carro lo más pronto posible era para que les ayudaran con la carga diaria de hacer los mandados. Y una de esas diligencias semanales era mandar a remallar las medias de seda al convento de Las Adoratrices, en donde empieza la bajada hacia el barrio Fátima; también zurcían las religiosas las prendas que sufrían algún desgarro. Al llegar al claustro y tocar varias veces en el portalón, había que esperar un buen rato hasta que por fin una venerable monjita abría y recibía el encargo; pocas veces dejaban ver a las novicias, convencidas de que les iban a tirar la llave a unas muchachas que casi siempre eran bigotudas y bien feítas.
Otro oficio que desapareció del entorno es el de zapatero remendón, aunque hasta hace poco todavía se escuchaban los gritos de quienes ofrecían ese servicio puerta a puerta. En mi casa había que ir al menos una vez a la semana a donde el remendón para que le pusiera tapas a los tacones de mi mamá, o a remontar varios pares de zapatos; para uno estrenar botines tenían que acabarse primero por encima, porque la suela se la reponían cuantas veces fuera necesario. El último zapatero que recuerdo se llamaba Baltasar, un viejito que tenía su negocio en el barrio Lleras y que se mantenía a medio pelo, y en cuyo negocio, que parecía una ratonera, a toda hora había un grupo de vejestorios dedicados a la tertulia y a chupar aguardiente. A don Balta había que hablarle durito para que oyera, y como respuesta, señalaba con la trompa un cerro de chagualos para que cada quien buscara los suyos; y no contestaba porque siempre tenía la boca llena de tachuelas. Ahora el único negocio que conozco cerca a mi casa se llama dizque “Clínica del calzado”.
Pocas personas utilizan en la actualidad el servicio del sastre. La ropa se compra lista, aunque las señoras todavía los aprovechan para mandarle a subir el ruedo a los pantalones o cambiar una cremallera. Pero sastres como don Carlos Aldas o don Luis Montero, el de La Ecuatoriana, ya no se ven. Antes todo el mundo mandaba a hacer el flux donde un sastre, por lo que era común regalar en fechas especiales un corte de paño. El negocio les rebajó notablemente a estos profesionales de la aguja cuando aparecieron los vestidos Valher y Everfit, y desde entonces el fuerte de su negocio consistió en voltear el traje cuando después de usarlo el papá, se lo legaba al hijo. Ahora parece que quienes se dedican a ese oficio reniegan de sus antecesores, porque conocí hace poco uno que en vez de sastre se anunciaba como modisto.
Ya no hacen parva en las tiendas de barrio; nadie compra frascos y botellas; no hay amoladores en las calles; y todo empezó a cambiar cuando reemplazaron la forcha por el yogur.
pmejiama1@une.net.co
También pierde la ciudad al crecer a esos artesanos que cumplían sus nobles funciones de servicio a la comunidad, y a quienes la tecnología desbancó definitivamente del mercado. Recuerdo por ejemplo las camionetas que recorrer los barrios para ofrecer leche cruda; las señoras salían con la cantina, recipiente utilizado para tal fin, y el vendedor vertía la cantidad solicitada con asombrosa habilidad. No faltaba el regateo porque la medida no satisfacía, la leche estaba demasiado clarita o los residuos sólidos eran muy notorios. Puedo imaginar cuántas consultas por dolores de estómago, diarreas e infecciones intestinales generaría un mercado que tenía muy poco control sanitario.
Además caminaban las calles los ropavejeros con sus carretas cargadas de mercancía, quienes compraban cualquier cachivache que sobrara en los hogares. Cuando con mis hermanos llegamos a la adolescencia, la edad en la que uno siempre se ve corto de fondos para dedicarse a sus andanzas, descubrimos esa maravillosa fuente de ingresos. Mi padre guardaba con mucho cariño unos discos de música clásica, de 75 revoluciones y gruesos como platos, los cuales nunca oía porque ya el tocadiscos de la casa no reproducía esa clase de discos. Entonces poco a poco empezamos a feriarlos, hasta llegar al colmo de vender el “tripitorio” de la vieja radiola que tampoco funcionaba desde hacía mucho tiempo. Sólo en el próximo trasteo, cuando fueron a levantar el mueble, se dieron cuenta de que no pesaba nada y al revisarlo encontraron el coco vacío.
El afán de las mamás para que los hijos aprendieran a manejar carro lo más pronto posible era para que les ayudaran con la carga diaria de hacer los mandados. Y una de esas diligencias semanales era mandar a remallar las medias de seda al convento de Las Adoratrices, en donde empieza la bajada hacia el barrio Fátima; también zurcían las religiosas las prendas que sufrían algún desgarro. Al llegar al claustro y tocar varias veces en el portalón, había que esperar un buen rato hasta que por fin una venerable monjita abría y recibía el encargo; pocas veces dejaban ver a las novicias, convencidas de que les iban a tirar la llave a unas muchachas que casi siempre eran bigotudas y bien feítas.
Otro oficio que desapareció del entorno es el de zapatero remendón, aunque hasta hace poco todavía se escuchaban los gritos de quienes ofrecían ese servicio puerta a puerta. En mi casa había que ir al menos una vez a la semana a donde el remendón para que le pusiera tapas a los tacones de mi mamá, o a remontar varios pares de zapatos; para uno estrenar botines tenían que acabarse primero por encima, porque la suela se la reponían cuantas veces fuera necesario. El último zapatero que recuerdo se llamaba Baltasar, un viejito que tenía su negocio en el barrio Lleras y que se mantenía a medio pelo, y en cuyo negocio, que parecía una ratonera, a toda hora había un grupo de vejestorios dedicados a la tertulia y a chupar aguardiente. A don Balta había que hablarle durito para que oyera, y como respuesta, señalaba con la trompa un cerro de chagualos para que cada quien buscara los suyos; y no contestaba porque siempre tenía la boca llena de tachuelas. Ahora el único negocio que conozco cerca a mi casa se llama dizque “Clínica del calzado”.
Pocas personas utilizan en la actualidad el servicio del sastre. La ropa se compra lista, aunque las señoras todavía los aprovechan para mandarle a subir el ruedo a los pantalones o cambiar una cremallera. Pero sastres como don Carlos Aldas o don Luis Montero, el de La Ecuatoriana, ya no se ven. Antes todo el mundo mandaba a hacer el flux donde un sastre, por lo que era común regalar en fechas especiales un corte de paño. El negocio les rebajó notablemente a estos profesionales de la aguja cuando aparecieron los vestidos Valher y Everfit, y desde entonces el fuerte de su negocio consistió en voltear el traje cuando después de usarlo el papá, se lo legaba al hijo. Ahora parece que quienes se dedican a ese oficio reniegan de sus antecesores, porque conocí hace poco uno que en vez de sastre se anunciaba como modisto.
Ya no hacen parva en las tiendas de barrio; nadie compra frascos y botellas; no hay amoladores en las calles; y todo empezó a cambiar cuando reemplazaron la forcha por el yogur.
pmejiama1@une.net.co
lunes, junio 07, 2010
El opio del pueblo.
No le como cuento a las tales profecías de Nostradamus ni de ningún otro quiromántico por el estilo. Se trata de textos acomodados, escritos con mucha habilidad, para que sean interpretados de diferentes maneras según el acontecimiento histórico al que se le quieran adaptar. Le veo más gracia a Julio Verne, quien en el siglo XVIII escribió novelas que fueron ficción para la época, pero que con el paso del tiempo se hicieron realidad; quien podría imaginar entonces que algún día el hombre lograría recorrer las profundidades del océano en un submarino, o más increíble aún, llegar a la luna en una nave espacial.
En cambio me interesó un video que encuentro en internet titulado Zeitgeist, que en alemán quiere decir “espíritu de una época”, donde presentan argumentos para exponer otra visión de ciertos acontecimientos de la historia que hemos aceptado sin detenernos a cavilar acerca de ellos. El primer tema que toca el programa versa acerca de las religiones, y en especial la católica, un asunto que se presta para discusiones y enfrentamientos por la manera como las personas defienden su devoción. Sin duda las tesis esgrimidas en el video dan mucho qué pensar, pero tampoco es como para aceptarlas como ciertas y verdaderas porque a la larga también son interpretaciones de dichos sucesos.
A mí, igual que a la mayoría, me matricularon en el catolicismo sin preguntarme. Bautizo, primera comunión, confirmación, misa los domingos, comunión el primer viernes del mes con el consabido susto por la confesada, vigilia los viernes de cuaresma, procesiones y visita a monumentos en Semana Santa, novenas en navidad, celebración de la semana Mariana, matrimonio por la iglesia y todos los ritos que nos impusieron por ser católicos, apostólicos y romanos. Nació mi hijo y no dudé en alinearlo en la misma creencia, sin detenerme a pensar lo que ahora me inquieta. Porque yo de pequeño también creía que Dios es un señor que está en el cielo y que puede ver todo lo que sucede en la tierra, así uno se encierre con llave y baje las persianas. Que vivía en el paraíso con María Santísima, ambos en cuerpo y alma como nos lo enseñaron en clase de religión, mientras las almas de los mortales tenían el privilegio de acompañarlos por haberse manejado bien en la tierra.
Por qué nunca nos hablaron de que nuestra religión coincide con otras en muchos aspectos. Que 3000 años antes de Cristo los egipcios adoraron a un dios solar representado en Horus, quien nació de una virgen un 25 de diciembre y que ésta debió huir porque querían asesinar a su hijo recién nacido. Horus tuvo 12 discípulos que correspondían a las constelaciones y durante el invierno, ese dios representado en el sol, se desplazaba hacia el sur hasta detenerse el 22 de diciembre, día del solsticio de invierno, en la constelación de la cruz del sur. Allí se quedaba estático durante 3 días, para nacer de nuevo e iniciar su regreso al norte el 25 de diciembre. Ese día el cinturón de Orión, conocido como “Las 3 Marías” o “los 3 Reyes Magos”, señalaba el lugar del nacimiento. Otra deidad, Sobk, caminó sobre las aguas y ofreció panes y peces a sus seguidores.
Ya con los años acaté que el catolicismo basa su enseñanza en la fe, que en pocas palabras quiere decir que debemos aceptar sus preceptos sin discutirlos, echarles cabeza o ahondar en ellos; lo que llaman tragar entero. Pero mi intelecto se negó a pasar de agache e insistió en desmenuzar los hechos, en investigar y controvertir, para toparme con infinidad de dudas y cuestionamientos. Luego viene la iglesia como intermediaria entre el Ser Supremo y su grey, y se encarga con sus desaciertos a través de la historia de espantar a muchos fieles.
Después de comparar el catolicismo con otras religiones, de leer algo acerca de ellas y sopesar sus pros y sus contras, encuentro un relato que al fin me identificó con una doctrina valedera. Resulta que un teólogo brasileño le preguntó al Dalai Lama cuál es la religión ideal, y cuando esperaba como respuesta que el budismo u otro culto oriental, el monje respondió que es aquella en la que cada uno crea. Que para él, la religión debe enseñar al hombre a distinguir entre el bien del mal, a respetar a los demás y comportase de forma irreprochable. A ser honesto, recto, ético y moral. Tolerante, comprensivo, responsable y generoso. Una religión que ante todo nos exija ser buenas personas.
Carlos Marx dijo con sabiduría que la religión es el opio del pueblo, frase valedera durante mucho tiempo, pero que en la actualidad ha perdido fuerza. Porque al menos en el catolicismo el dominio de la iglesia duró hasta nuestra generación, aunque muchos en la edad adulta nos declaramos “independientes” y optamos por una comunicación directa con Dios, sin mediadores. En cambio la juventud, que ya no logran manipular con el miedo al diablo y al castigo eterno, no le come cuento a nada. Sólo les quedan las masas ignorantes y obtusas que se aferran a la religión como náufragos a una tabla y que no controvierte ni objetan. Resta decir que toda religión tiene seguidores moderados, extremistas, fervientes, convencionales, independientes, apasionados, disidentes y los del montón, que son mayoría.
pmejiama1@une.net.co
En cambio me interesó un video que encuentro en internet titulado Zeitgeist, que en alemán quiere decir “espíritu de una época”, donde presentan argumentos para exponer otra visión de ciertos acontecimientos de la historia que hemos aceptado sin detenernos a cavilar acerca de ellos. El primer tema que toca el programa versa acerca de las religiones, y en especial la católica, un asunto que se presta para discusiones y enfrentamientos por la manera como las personas defienden su devoción. Sin duda las tesis esgrimidas en el video dan mucho qué pensar, pero tampoco es como para aceptarlas como ciertas y verdaderas porque a la larga también son interpretaciones de dichos sucesos.
A mí, igual que a la mayoría, me matricularon en el catolicismo sin preguntarme. Bautizo, primera comunión, confirmación, misa los domingos, comunión el primer viernes del mes con el consabido susto por la confesada, vigilia los viernes de cuaresma, procesiones y visita a monumentos en Semana Santa, novenas en navidad, celebración de la semana Mariana, matrimonio por la iglesia y todos los ritos que nos impusieron por ser católicos, apostólicos y romanos. Nació mi hijo y no dudé en alinearlo en la misma creencia, sin detenerme a pensar lo que ahora me inquieta. Porque yo de pequeño también creía que Dios es un señor que está en el cielo y que puede ver todo lo que sucede en la tierra, así uno se encierre con llave y baje las persianas. Que vivía en el paraíso con María Santísima, ambos en cuerpo y alma como nos lo enseñaron en clase de religión, mientras las almas de los mortales tenían el privilegio de acompañarlos por haberse manejado bien en la tierra.
Por qué nunca nos hablaron de que nuestra religión coincide con otras en muchos aspectos. Que 3000 años antes de Cristo los egipcios adoraron a un dios solar representado en Horus, quien nació de una virgen un 25 de diciembre y que ésta debió huir porque querían asesinar a su hijo recién nacido. Horus tuvo 12 discípulos que correspondían a las constelaciones y durante el invierno, ese dios representado en el sol, se desplazaba hacia el sur hasta detenerse el 22 de diciembre, día del solsticio de invierno, en la constelación de la cruz del sur. Allí se quedaba estático durante 3 días, para nacer de nuevo e iniciar su regreso al norte el 25 de diciembre. Ese día el cinturón de Orión, conocido como “Las 3 Marías” o “los 3 Reyes Magos”, señalaba el lugar del nacimiento. Otra deidad, Sobk, caminó sobre las aguas y ofreció panes y peces a sus seguidores.
Ya con los años acaté que el catolicismo basa su enseñanza en la fe, que en pocas palabras quiere decir que debemos aceptar sus preceptos sin discutirlos, echarles cabeza o ahondar en ellos; lo que llaman tragar entero. Pero mi intelecto se negó a pasar de agache e insistió en desmenuzar los hechos, en investigar y controvertir, para toparme con infinidad de dudas y cuestionamientos. Luego viene la iglesia como intermediaria entre el Ser Supremo y su grey, y se encarga con sus desaciertos a través de la historia de espantar a muchos fieles.
Después de comparar el catolicismo con otras religiones, de leer algo acerca de ellas y sopesar sus pros y sus contras, encuentro un relato que al fin me identificó con una doctrina valedera. Resulta que un teólogo brasileño le preguntó al Dalai Lama cuál es la religión ideal, y cuando esperaba como respuesta que el budismo u otro culto oriental, el monje respondió que es aquella en la que cada uno crea. Que para él, la religión debe enseñar al hombre a distinguir entre el bien del mal, a respetar a los demás y comportase de forma irreprochable. A ser honesto, recto, ético y moral. Tolerante, comprensivo, responsable y generoso. Una religión que ante todo nos exija ser buenas personas.
Carlos Marx dijo con sabiduría que la religión es el opio del pueblo, frase valedera durante mucho tiempo, pero que en la actualidad ha perdido fuerza. Porque al menos en el catolicismo el dominio de la iglesia duró hasta nuestra generación, aunque muchos en la edad adulta nos declaramos “independientes” y optamos por una comunicación directa con Dios, sin mediadores. En cambio la juventud, que ya no logran manipular con el miedo al diablo y al castigo eterno, no le come cuento a nada. Sólo les quedan las masas ignorantes y obtusas que se aferran a la religión como náufragos a una tabla y que no controvierte ni objetan. Resta decir que toda religión tiene seguidores moderados, extremistas, fervientes, convencionales, independientes, apasionados, disidentes y los del montón, que son mayoría.
pmejiama1@une.net.co
martes, junio 01, 2010
Un mes sabático.
No cabe duda de que las cosas escasas son las más apetecidas. Por ello disfrutamos tanto del mundial de fútbol, porque debemos esperar 4 años entre uno y otro. Los millones de aficionados al balompié del planeta, que los hay por todos los rincones, esperamos con ansias la fecha de inicio de un evento que reúne las 32 selecciones clasificadas; es lógico que quienes pertenecen a los países invitados tienen un aliciente extra, aunque a los eliminados nos queda el consuelo que al menos no vamos a herniarnos de hacer fuerza. Ahí sí, que gane el mejor.
Debido a los horarios en que veremos los partidos en nuestro país, se complica la situación para los asalariados y para quienes aunque son independientes, no se pueden sentar todo un mes a ver fútbol durante buena parte del día. Sólo cuando el mundial se desarrolla en un país americano el horario se acomoda a nuestra rutina diaria; aunque nos queda el consuelo que si el horario de África y Europa es inconveniente, el de Asia es mucho peor. Ahora nos toca madrugar a las 6:30 para ver el primer partido; pausa para el desayuno y arranca el segundo a las 9 de la mañana; ahí queda un espacio para almorzar, echarse un motoso y alistarse porque a la 1:30 de la tarde empieza el último encuentro del día. Los fines de semana, a este horario de la tarde podemos revolverle almuerzo con los amigos para comentar, pronosticar, discutir y compartir alrededor de unas cervecitas.
En todo caso queda la opción, para el muy aficionado que por compromisos laborales no pueda disfrutar del mundial, de sacar vacaciones, pedir una licencia no remunerada, contagiarse de hepatitis o inventar cualquier escusa para no ir a trabajar. Si es desempleado, deje de mandar hojas de vida mientras dura el evento porque seguro es tan salado que le resulta una chanfa; fíjese que si lleva varios años varado, qué carajo unas semanitas más. Si algunos se toman un año sabático para descubrirse a sí mismos, hacer catarsis, especializarse en algo o escribir un libro, no va a tener uno derecho a desconectarse durante 4 semanas.
A veces envidio a la mayoría de las mujeres que no les interesa el mundial en lo más mínimo; lógico que se enteran, porque ahora no se habla de otra cosa, pero las tiene sin cuidado quiénes juegan, a qué horas, dónde, cuáles selecciones son las favoritas, quiénes son las estrellas, etc. Lo único que les llama la atención es cuando aparece en el noticiero un jugador de esos al que se refieren como a un papacito. Aunque parezca increíble, también hay varones que poco se interesan en el tema; claro que ellos sí deben tener cuidado porque no faltarán quienes duden de su hombría. Porque la vaina no deja de ser sospechosa…
Sin duda el fútbol es una pasión que nos transforma a muchos; mi mujer se ríe cuando me ve un domingo por la tarde, íngrimo ante el televisor, mientras reniego, hablo solo, insulto, regaño, grito, me desespero y es más el desgaste mental que lo que disfruto. Entre la Selección Colombia y el Once Caldas me han sacado canas, pero ella no puede entender cuando me ve al borde de un colapso y al preguntar quiénes juegan, le hablo de un partido de la liga alemana; entonces se coge la cabeza y comenta que ahora sí me enloquecí. Un amigo costeño se refiere a la edad de las personas basado en el ciclo de los mundiales. Por ejemplo conoce a un muchachito de 12 años y dice: “Ajá, ese pelao tiene tre mundiale”.
Además nos idiotizamos con el álbum, leemos cuanto artículo publiquen, oímos programas radiales y seguimos en la televisión todo lo relacionado con el mundial. Y quienes estén próximos a tener un hijo, de ser varón, querrán bautizarlo Mario Lionel, Cristiano Elías, Jorge Webó, Pedro Ballack o Luis Kaká. Ahora nos disponemos a competir para ganar la quiniela mundialista; por cierto, debemos invitar a novias y esposas a participar en el concurso para que se interesen en el tema. Es más, ¡estamos dispuestos a mostrarles la polla!
Cómo será la pasión que despierta el fútbol que a veces hasta locutores y comentaristas son contagiados y se van de la lengua. Me cuenta el doctor Gilberto Echeverry que a finales de los años 40 hubo un clásico regional en el estadio Libaré de Pereira, entre el equipo de esa ciudad y el Once Deportivo. El portero de los matecañas, el ñato Oliden Ángel, tenía fama de hampón y decían que jugaba con una puñaleta escondida entre la media. En el equipo de Manizales había un delantero muy hábil que protagonizaba unos contragolpes mortales y desde que empezó el partido el locutor se empeñó en advertirle al Ñato que debía tener cuidado. En una de esas se desbocó el muchacho y empieza ese hombre a gritar por el micrófono los consejos pertinentes: “Salile Ñato que te fusila, salile, salile Ñato…”. Pero de nada valió porque el portero se quedó estático, el delantero le metió un riflazo que ni siquiera lo vio entrar y el locutor en vez de cantar el gol, sólo atinó comentar al aire:
- ¡Ñato hijueputa!, ¿no te dije que te iba a fusilar?
pmejiama1@une.net.co
Debido a los horarios en que veremos los partidos en nuestro país, se complica la situación para los asalariados y para quienes aunque son independientes, no se pueden sentar todo un mes a ver fútbol durante buena parte del día. Sólo cuando el mundial se desarrolla en un país americano el horario se acomoda a nuestra rutina diaria; aunque nos queda el consuelo que si el horario de África y Europa es inconveniente, el de Asia es mucho peor. Ahora nos toca madrugar a las 6:30 para ver el primer partido; pausa para el desayuno y arranca el segundo a las 9 de la mañana; ahí queda un espacio para almorzar, echarse un motoso y alistarse porque a la 1:30 de la tarde empieza el último encuentro del día. Los fines de semana, a este horario de la tarde podemos revolverle almuerzo con los amigos para comentar, pronosticar, discutir y compartir alrededor de unas cervecitas.
En todo caso queda la opción, para el muy aficionado que por compromisos laborales no pueda disfrutar del mundial, de sacar vacaciones, pedir una licencia no remunerada, contagiarse de hepatitis o inventar cualquier escusa para no ir a trabajar. Si es desempleado, deje de mandar hojas de vida mientras dura el evento porque seguro es tan salado que le resulta una chanfa; fíjese que si lleva varios años varado, qué carajo unas semanitas más. Si algunos se toman un año sabático para descubrirse a sí mismos, hacer catarsis, especializarse en algo o escribir un libro, no va a tener uno derecho a desconectarse durante 4 semanas.
A veces envidio a la mayoría de las mujeres que no les interesa el mundial en lo más mínimo; lógico que se enteran, porque ahora no se habla de otra cosa, pero las tiene sin cuidado quiénes juegan, a qué horas, dónde, cuáles selecciones son las favoritas, quiénes son las estrellas, etc. Lo único que les llama la atención es cuando aparece en el noticiero un jugador de esos al que se refieren como a un papacito. Aunque parezca increíble, también hay varones que poco se interesan en el tema; claro que ellos sí deben tener cuidado porque no faltarán quienes duden de su hombría. Porque la vaina no deja de ser sospechosa…
Sin duda el fútbol es una pasión que nos transforma a muchos; mi mujer se ríe cuando me ve un domingo por la tarde, íngrimo ante el televisor, mientras reniego, hablo solo, insulto, regaño, grito, me desespero y es más el desgaste mental que lo que disfruto. Entre la Selección Colombia y el Once Caldas me han sacado canas, pero ella no puede entender cuando me ve al borde de un colapso y al preguntar quiénes juegan, le hablo de un partido de la liga alemana; entonces se coge la cabeza y comenta que ahora sí me enloquecí. Un amigo costeño se refiere a la edad de las personas basado en el ciclo de los mundiales. Por ejemplo conoce a un muchachito de 12 años y dice: “Ajá, ese pelao tiene tre mundiale”.
Además nos idiotizamos con el álbum, leemos cuanto artículo publiquen, oímos programas radiales y seguimos en la televisión todo lo relacionado con el mundial. Y quienes estén próximos a tener un hijo, de ser varón, querrán bautizarlo Mario Lionel, Cristiano Elías, Jorge Webó, Pedro Ballack o Luis Kaká. Ahora nos disponemos a competir para ganar la quiniela mundialista; por cierto, debemos invitar a novias y esposas a participar en el concurso para que se interesen en el tema. Es más, ¡estamos dispuestos a mostrarles la polla!
Cómo será la pasión que despierta el fútbol que a veces hasta locutores y comentaristas son contagiados y se van de la lengua. Me cuenta el doctor Gilberto Echeverry que a finales de los años 40 hubo un clásico regional en el estadio Libaré de Pereira, entre el equipo de esa ciudad y el Once Deportivo. El portero de los matecañas, el ñato Oliden Ángel, tenía fama de hampón y decían que jugaba con una puñaleta escondida entre la media. En el equipo de Manizales había un delantero muy hábil que protagonizaba unos contragolpes mortales y desde que empezó el partido el locutor se empeñó en advertirle al Ñato que debía tener cuidado. En una de esas se desbocó el muchacho y empieza ese hombre a gritar por el micrófono los consejos pertinentes: “Salile Ñato que te fusila, salile, salile Ñato…”. Pero de nada valió porque el portero se quedó estático, el delantero le metió un riflazo que ni siquiera lo vio entrar y el locutor en vez de cantar el gol, sólo atinó comentar al aire:
- ¡Ñato hijueputa!, ¿no te dije que te iba a fusilar?
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