La película Milk, dirigida por
Gus Van Sant, trata sobre la lucha de un activista homosexual, Harvey Milk,
quien aboga por los derechos de sus iguales en una sociedad santurrona y
tradicionalista en la década de 1970. El personaje, caracterizado por el actor
Sean Penn, inicia una campaña para exigir condiciones dignas e igualdad de
derechos para sus semejantes, logros que contra todo pronóstico alcanza con el
apoyo de ciudadanos que votan por él, para elegirlo en un cargo desde el cual
pudo desarrollar su proyecto en la ciudad de San Francisco. Desde entonces en
el mundo entero los homosexuales luchan por sus derechos, y a fe que es mucho
lo que han conseguido.
En Colombia, igual que en otras
latitudes, la comunidad homosexual se llamó en un principio LGB (lesbianas, gays
y bisexuales), pero con el paso de los años han ido aumentándole letras porque
aparecen militantes de otras disciplinas. Primero le agregaron la T de
transgénero y últimamente la I de intersexuales; de manera que ahora es LGBTI.
Pues muy pronto tendrán que ponerle coto al asunto y cerrar con una O, de
otros, porque de lo contrario no alcanzará el alfabeto para acoger tantas
rarezas que presentan los humanos del siglo XXI. El caso es que en nuestro país
también han obtenido beneficios y derechos que antes ni siquiera soñaban.
Lo que llama mi atención es que a
pesar de gozar de las mismas condiciones que una pareja heterosexual en cuanto
a derechos patrimoniales, a heredar la pensión de su media naranja y poder
registrar la convivencia ante notario público, ahora les dio porque lo que
quieren es casarse. Paradójico que el matrimonio entre parejas de ambos sexos,
como debe ser según la iglesia y tradicionalistas redomados como el Procurador
Ordoñez, sea cada vez más escaso y lo trabajoso es encontrar una pareja
dispuesta a echarse el lazo al cuello. Entonces, mientras la mayoría de la
humanidad le hace el quite al himeneo, a los del otro equipo les dio la
ventolera porque no les sirve sino casados.
Pienso que todos debemos tener
los mismos derechos, sin importar la condición sexual, y en lo único que tengo
dudas es en la adopción por parte de parejas del mismo sexo. Y lo digo por una
razón simple: porque con lo fregado que está ahora el problema del matoneo, no
quiero siquiera imaginar lo que será para un muchachito el día que en el
colegio citen a los padres de familia por cualquier motivo y que lleguen su
papá y su mamá, ambos de bigote, cogidos de la mano y dándose besitos. Más le
vale al mocoso no volver a aparecer por el colegio, porque será blanco de
burlas y apodos ofensivos.
Cambio de tercio para tratar un
asunto que llamó mi atención en estos días. Leo en el periódico que el nuevo
propietario del Once Caldas está sentido porque los empresarios del
departamento no han querido comprometerse con el apoyo económico al equipo. Sin
duda el patrocinio de Kenworth de la Montaña llegó en un momento oportuno
porque al equipo se le cerraba el horizonte, pero al menos yo pensé que al ser
adquirido por una multinacional se solucionaban los problemas económicos. Pues
ahora parece que lo que el inversionista esperaba era vender varios patrocinios
entre la industria local para así, aparte de promocionar su marca, hacer
negocio con la publicidad que luce el equipo en su uniforme.
Es de suponer que cuando un
equipo deportivo tiene un dueño nadie querrá invertir en él, como sucede con
Atlético Nacional, en cuya camiseta sólo aparece la marca de gaseosas perteneciente
al grupo económico propietario del equipo. Lo mismo sucede con escuadras en el
mundo entero, por lo que tacó burro el empresario antioqueño si pensó que aquí
iban a hacer fila para invertir en “su” equipo. Así amenace con que lo va a
liquidar o con llevárselo para otra parte, no veo posible que la empresa
privada se le apunte a ese negocio. Más si se trata de un equipo irregular que
hoy gana un partido importante y mañana pierde con el último de la tabla.
Por último, no veo con buenos
ojos la “guerra” contra el proceso de paz en la Habana que libran los escuderos
del ex presidente Uribe. Está bien que difieran, critiquen y hagan oposición,
pero esa obsesión por convencernos de que lo que adelanta el gobierno con el
grupo guerrillero es un exabrupto que todos vamos a lamentar, al menos a mí, me
tiene hasta la coronilla. De manera que, según ellos, la solución es continuar
en un conflicto que no deja pelechar al país, destinar una buena tajada del
presupuesto a la guerra, seguir con el conteo de víctimas inocentes,
acostumbrarnos a la zozobra y observar impávidos cómo Colombia se desangra.
Claro que hay que ceder de parte
y parte, porque así son las negociaciones. Si pretendemos que ellos acepten
todas las condiciones del Gobierno, se trataría más bien de una rendición. Nadie
podrá convencerme de que es mejor seguir en un conflicto interminable en vez de
pactar por la vía del diálogo; eso sí, alertas para que las conversaciones no
sean un trampolín para la reelección. Yo confío en la entereza de Humberto de
la Calle y su equipo negociador.
pamear@telmex.net.co