Recuerdo cuando cuadraban los taxis alrededor de los parques de la ciudad para que la gente los buscara allí. En el parque de Bolívar y en la plaza Alfonso López siempre había taxis, costumbre que todavía se ve en algunos pueblos. Por éso los han llamado carros de plaza. Cuando en Manizales empezó la descentralización en ese renglón de la economía, instalaron una caseta en el antiguo edificio del cable aéreo y parqueaban los carros en el parque que lleva el mismo nombre. Bastaba con llamar al teléfono 510-10, si la memoria no me traiciona, y decirle al encargado que mandara un carro a una dirección determinada. Claro que muchas veces solo había que decirle que a la casa de fulanito de tal, y el tipo sabía exactamente dónde quedaba. Pero sigamos la charla con el taxista de marras:
*Como le decía dotor, antes de que sonara esta mecha de teléfono, ahora son muchos los culicagaos que maneja taci y lo peor es que creen que están en un autódromo. Hay que velos de bermudas, chancletas, camiseta esqueleto y gafas oscuras; y hasta guantes se ponen p’a manejar, además que engallan los carros como si fueran de carreras. Mantienen el radio a todo timbal con música moderna, de ésa que uno no se entera cuando pasan de una canción a otra; y ni hablemos de los que prefieren regetón o vallenatos. Muchos de esos babosos no respetan al pasajero y nada saben de la ciudá; usté entiende que el tacista es un guía turístico y debe conocer al menos un poquito de historia regional.
Este trabajo está muy duro, p’a qué le miento. Es que fíjese que la gasolina sube a cada rato y el patrón vive quejándose porque las llantas y los repuestos están venenosos. Con decile que hay días que no me queda ni p’al pasaje p’a irme p’a la casa. Hasta pensé buscame un carro que trabaje con gas porque he oído decir que es mucho más económico, pero algunos compañeros aseguran que el motor pierde juerza y entoes hay que cambiar todo el día de gas a gasolina p’a que no se cuelgue el carro. Además, el tanque que le acomodan se traga la mitá de la bodega y si el carro llega a ser pequeño, pailas porque se queda uno sin donde acomodar siquiera un mercao.
Cuando me canso del trajín y de lidiar con la gente, porque no faltan los atravesaos o el vergajo que lo quiere atracar a uno p’a tumbale el realizo, cambio por una temporada y me dedico a reventar carretera. Pues, a viajar intermunicipal o a otras ciudades. Ese camello también es muy tenaz, porque fíjese que a usté le cobran ahora 160 mil pesos por llevalo a Bogotá, y pueden viajar hasta 4 personas. Claro que si compra un solo cupo le cobran 40 mil. El caso es que el chofer le tiene que dar 80 mil al patrón, y con el resto pagar la comida, la dormida en Bogotá, peajes y gasolina. Mejor dicho, sale uno es haciendo el mandao.
Y ahora que hablo de la capital, allá sí hay que guerriar, ¿oiga? Le digo pues que por lo menos la mitá de los tacis, coletivos y busetas son piratas. Ponga cuidao le esplico. Por ejemplo un tipo compra el cupo p’a un carro, pero matricula dos con las mismas características. Lo que llaman gemelos. Entoes a usté lo atraca un condutor y cuando va a poner el denuncio con la placa y el número del lateral, el chofer del mellizo demuestra que él ese día tenía pico y placa o el carro estaba en el taller. Además hay muchos barrios donde no se puede arrimar porque son muy peligrosos, y los rotos tan hijuemadres que hay en las calles acaban hasta con el tendido de la perra. Los amortiguadores y en general la suspensión no da un brinco.
P’a qué pero aquí en Manizales las calles están en buen estao y tiene la ventaja que con estas faldas tan berriondas no esiste la competencia de las ciclas. Otra cosa es que con esta llovedera tan espantosa nadie le jala a pagar p’a que lo lleven en moto, porque mojao como un pato no trabaja ni el patas. Tampoco se puede voliar quimba por el mismo problema de la topografía, ya que aquí hay unas pendientes que en muchos casos no saben si pavimentalas o blanquíalas.
Por fortuna de un tiempo p’acá pusieron los tacímetros, p’a poder acabar con esa joda del regateo. Siempre que se cobraba una carrera había que ver el problema p’a ponese de acuerdo en el valor. En cambio ahora es lo que diga el aparatejo ése, y listo. Claro que usté sabe patrón que hecha la ley hecha la trampa, como dicen, y no falta el que le acomoda al carro el tal muñeco. ¿Que qué es esa vaina? Hombre, pues el famoso mecanismo p’a metele el dedo al pasajero. Le entablan conversa al cliente y en cierto momento lo hacen mirar p’a alguna parte, y entoes aprovechan y acionan un botoncito que aumenta el valor que marca el aparato eletrónico.
¡Huy dotor!, yo hablando paja y esta es la hora en que usté no me ha dicho a dónde lo llevo.
pmejiama1@une.net.co
miércoles, marzo 28, 2007
miércoles, marzo 21, 2007
CARROS DE PLAZA (I)
El concepto del taxi debe haber nacido cuando alguien resolvió utilizar la carretilla para llevar gente o cargar mercados. Hoy en día, aparte de la cantidad de automóviles que ofrecen ese servicio en ciudades y carreteras, hay muchos pueblos donde existen bicicletas adaptadas para llevar pasajeros y los famosos moto – taxis, que se han generalizado en todo el país. Coger un taxi es una opción muy buena, aún para quienes tienen carro particular, para trasladarse de una forma rápida y segura; al menos en una ciudad como Manizales, donde la mayoría de los conductores de este servicio público son personas decentes y amigables. Por fortuna mucha gente ya aprendió que para salir de rumba lo mejor es utilizar esta modalidad, y hasta para hacer diligencias optan por lo mismo porque se evitan demoras, la parqueada del carro y el riesgo de que un chinche le raye el pichirilo en la calle. Hace unos días conversé con un taxista y me enteré de algunas cosas referentes a ese trabajo.
*No vaya a creer usté dotor que esto de voliar cabrilla todo el día es muy fácil. Yo llevo toda la vida en este oficio y me lo conozco de pe a pa, y le cuento pues que cada día la cosa se pone más berrionda. Fíjese que las calles están plagadas de amarillos, como les dice la gente, y hay que ver el camello p’a levantase una carrera. Y es que ha sido costumbre entre nosotros que cada que a un cliente lo jubilan en una empresa, o lo arreglan p’a salir de él, lo primero que hace el tipo es comprase un taci y largarse a recorrer pavimento. Como si esta vaina juera tan sencilla. Además, los políticos y los mandamases se pasan la ley por la galleta y reparten cupos como en una piñata.
Vea yo le esplico. En cada municipio hay normas que controlan los cupos de tacis y cuando el mercao está saturao, cierran la dentrada de más carros; pero esas bellezas que manejan el poder hacen lo que les da la gana y basta con untales la mano p’a que consigan los cupos que usté necesite. Lo que llaman la corrución, patrón. Entoes según las cuentas se supone que en una ciudá hay cierta cantidá de carros, pero va uno a ver y esisten por lo menos el doble. Y entoes lógico, el negocio se va al piso.
Por ejemplo yo trabajo este carro que es de un dotor que tiene varios tacis. Es un yundai modelo 95 y siempre está amasao, pero toca tratarlo con maña porque usté sabe que si la navecita saca la mano, no veo ni un peso p’a llevar p’a la casa. Claro que están en peor estado los chevetes. Esos sí son unas llagas, ¿oiga? Ya no les ajustan las puertas, botan los cambios, les suena hasta la pintura y queman aceite por galones. Lo que pasa es que ya tienen muchos años voliando cachucha y esa vaina no la aguanta es nadies.
Lo ideal es manejar uno su propio carrito; y yo tuve uno hace años, pero me tocó salir de él porque tuve un problema de billete. Es que cuando usté maneja el carro con cuidao y le pone harta curia al asunto, y si además no tiene que entregáselo a nadie p’a que lo trasnoche, con seguridá le da mejor rendimiento y no le pide tanta plata. No es por nada pero la mayoría de choferes le tiran al carro como a violín prestao. Otra cosa es que los patrones cambian de chofer todos los días y no hay nada pior p’a un carro que lo alpargatén varias patas.
Yo trabajo este carro de 5 de la mañana a 5 de la tarde. Cuando voy a cuadrar con el patrón tengo que llevalo lavao y tanquiao; éso sí, hay que echale gasolina hasta que no le quepa ni una gota. Por éso es que usté ve en las bombas a los tacistas maquiando el carro mientras lo tanquean. Luego otro chofer coge el taci y lo trasnocha; el hombre camella mientras haya clientela, porque de lo contrario se va a dormir. El caso es que a las 5 me lo tiene que entregar en las mismas condiciones como yo lo dejé.
Además estos carros modernos son muy cómodos y aparentadores, pero nada como esos tacis de antes que aguantaban zapato sin joder p’a nada. Por ejemplo el Doche Dar, que llamábamos tres patadas o carebola. O qué tal el Volga, un carro ruso que duraba más que un lote en Cartago. También había unas lanchas marca Ford, a los que se le podían acomodar cuatro pasajeros atrás y hasta tres adelante, si viajaba un muchachito; claro que el chofer tenía que manejar con el brazo izquierdo afuera p’a que cupieran todos. Así sí rendía la vaina, porque a estos carritos de ahora con trabajo le caben cuatro pasajeros en total.
Otro problema… ¡Huy!, dotor, usté me perdona un minuto yo me orillo p’a contestar este celular. Debe ser el patrón a joder, o mi mujer a encargame algo p’al almuerzo. Y no contesto mientras manejo porque fijo me clavan un parte y pierdo el trabajo de toda la semana. Aguarde y seguimos la conversa.
pmejiama1@une.net.co
*No vaya a creer usté dotor que esto de voliar cabrilla todo el día es muy fácil. Yo llevo toda la vida en este oficio y me lo conozco de pe a pa, y le cuento pues que cada día la cosa se pone más berrionda. Fíjese que las calles están plagadas de amarillos, como les dice la gente, y hay que ver el camello p’a levantase una carrera. Y es que ha sido costumbre entre nosotros que cada que a un cliente lo jubilan en una empresa, o lo arreglan p’a salir de él, lo primero que hace el tipo es comprase un taci y largarse a recorrer pavimento. Como si esta vaina juera tan sencilla. Además, los políticos y los mandamases se pasan la ley por la galleta y reparten cupos como en una piñata.
Vea yo le esplico. En cada municipio hay normas que controlan los cupos de tacis y cuando el mercao está saturao, cierran la dentrada de más carros; pero esas bellezas que manejan el poder hacen lo que les da la gana y basta con untales la mano p’a que consigan los cupos que usté necesite. Lo que llaman la corrución, patrón. Entoes según las cuentas se supone que en una ciudá hay cierta cantidá de carros, pero va uno a ver y esisten por lo menos el doble. Y entoes lógico, el negocio se va al piso.
Por ejemplo yo trabajo este carro que es de un dotor que tiene varios tacis. Es un yundai modelo 95 y siempre está amasao, pero toca tratarlo con maña porque usté sabe que si la navecita saca la mano, no veo ni un peso p’a llevar p’a la casa. Claro que están en peor estado los chevetes. Esos sí son unas llagas, ¿oiga? Ya no les ajustan las puertas, botan los cambios, les suena hasta la pintura y queman aceite por galones. Lo que pasa es que ya tienen muchos años voliando cachucha y esa vaina no la aguanta es nadies.
Lo ideal es manejar uno su propio carrito; y yo tuve uno hace años, pero me tocó salir de él porque tuve un problema de billete. Es que cuando usté maneja el carro con cuidao y le pone harta curia al asunto, y si además no tiene que entregáselo a nadie p’a que lo trasnoche, con seguridá le da mejor rendimiento y no le pide tanta plata. No es por nada pero la mayoría de choferes le tiran al carro como a violín prestao. Otra cosa es que los patrones cambian de chofer todos los días y no hay nada pior p’a un carro que lo alpargatén varias patas.
Yo trabajo este carro de 5 de la mañana a 5 de la tarde. Cuando voy a cuadrar con el patrón tengo que llevalo lavao y tanquiao; éso sí, hay que echale gasolina hasta que no le quepa ni una gota. Por éso es que usté ve en las bombas a los tacistas maquiando el carro mientras lo tanquean. Luego otro chofer coge el taci y lo trasnocha; el hombre camella mientras haya clientela, porque de lo contrario se va a dormir. El caso es que a las 5 me lo tiene que entregar en las mismas condiciones como yo lo dejé.
Además estos carros modernos son muy cómodos y aparentadores, pero nada como esos tacis de antes que aguantaban zapato sin joder p’a nada. Por ejemplo el Doche Dar, que llamábamos tres patadas o carebola. O qué tal el Volga, un carro ruso que duraba más que un lote en Cartago. También había unas lanchas marca Ford, a los que se le podían acomodar cuatro pasajeros atrás y hasta tres adelante, si viajaba un muchachito; claro que el chofer tenía que manejar con el brazo izquierdo afuera p’a que cupieran todos. Así sí rendía la vaina, porque a estos carritos de ahora con trabajo le caben cuatro pasajeros en total.
Otro problema… ¡Huy!, dotor, usté me perdona un minuto yo me orillo p’a contestar este celular. Debe ser el patrón a joder, o mi mujer a encargame algo p’al almuerzo. Y no contesto mientras manejo porque fijo me clavan un parte y pierdo el trabajo de toda la semana. Aguarde y seguimos la conversa.
pmejiama1@une.net.co
lunes, marzo 12, 2007
EXPRESIONES UNIVERSALES.
Una forma de saber cómo habla la gente del común en los diferentes países es ver sus producciones cinematográficas. De un tiempo para acá el cine independiente ha resurgido y por fortuna nos hemos sacudido ese monopolio que por tantas décadas ostentó el llamado séptimo arte desde Hollywood, su meca. Una industria que mide el éxito de sus producciones por el dinero recaudado en taquilla, y cuyas películas se encasillan en roles repetidos y fácilmente predecibles. Nunca he sido amigo de ese tipo de cintas, donde los efectos especiales son el atractivo y el derroche la constante. No le jalo a éso de ejércitos de robots, guerras espaciales, dinosaurios modernos, aterradores tiburones, un hombre araña maromero, tiernos marcianos, y otras tantas pendejadas que parecen muy reales pero que no pasan de ser mercantilismo barato.
En cambio ahora hay buen cine producido en diferentes latitudes y con formatos novedosos. El europeo muestra un estilo muy diferente al que conocíamos, y ahora aparece el latinoamericano con propuestas maravillosas. Sobre todo el mejicano que rompe esquemas y atrae la atención del mundo. Inclusive en nuestro país, aunque trabajan con las uñas, la calidad cinematográfica va en ascenso continuo.
Lo cierto es que en esta industria el lenguaje coloquial coincide, en todos los casos, en la forma vulgar y tosca como habla la gente. Sin importar el lugar donde se desarrolle la historia, es común que las personas utilicen palabras soeces, dichos ordinarios y explícitos, y exclamaciones bruscas. Hay que oír a los españoles cuando vociferan groserías; a los argentinos y sus muletillas subidas de tono; o a los gringos con sus dichos característicos.
Por ello nadie debe escandalizarse cuando en el cine colombiano se utiliza un lenguaje fuerte y ordinario. Porque la realidad es que la gente habla así, y puedo asegurar que la mayoría de las veces se quedan cortos los directores; tal vez por recato. La costumbre puede variar un poco según el estrato o la región del país, pero es una constante que solo tiene excepciones entre algunos aristócratas que viven de la imagen. Claro que les sacan la piedra y parecen verduleras.
Existen palabras que coinciden en todas las culturas, como aquella que se refiere a los desechos fisiológicos o el insulto a la madre. Mentar la madre no tiene fronteras, así varíe la forma. En cuanto a lo otro, hay que ver cómo se acude a dicho vocablo para insultar o enfatizar un hecho. ¡Shit!, dice el anglo parlante cuando quiere maldecir. En cambio nosotros la utilizamos prácticamente para todo. Lo mismo con “la grande”, como le dice mi madre a la otra palabrota.
Antes para referirnos a algo muy lejano, comentábamos que quedaba en los infiernos, en la Cochinchina o en la quinta porra. Ahora basta con decir que queda en la eme. Si alguien no sabe nada, no sabe ni eme; si huele mal, huele a eme; si habla mucha paja, lo que habla es eme. Ya no lo mandan a uno para el carajo, sino para la eme; no lo tildan de hosco sino de eme; y lo despachan cuando lo mandan a comer eme (un tarrao o una volquetada). Si está ofuscado manda todo a la eme; si es miope no ve ni eme; y si la comida está maluca sabe a eme. Recuerdo que cuando estábamos chiquitos, mi papá, para no decir malas palabras delante de los niños, comentaba que la laguna del Otún quedaba en la ñola.
Otra herramienta de la gramática que pasó a calificar servicios es la de los aumentativos. Grandotote, lejísimos, corridonón o piliculasa, era la forma de referirnos a algo de gran tamaño, un sitio muy retirado, una corrida de toros antológica o una película muy buena, respectivamente. En cambio ahora basta con agregar “la grande” a cualquier frase y queda todo dicho. El edificio es el hp de grande; éso queda más lejos que el hp; vimos una corrida la hp; y si viera que hp película tan genial.
La queja más común es: ¡vida hp! Para celebrar optamos por: ¡qué hp dicha! Al que cae en desgracia se lo lleva el hp. Si gana la lotería tiene una suerte la hp. Es tan manoseada la expresión, que cuando un perro ataca a alguien éste no dice que lo mordió un chandoso hijo de perra, sino un gozque hp. Ahí no cabe aquello que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
Y como estamos convencidos de que entre más énfasis le pongamos a la expresión mejor cala en el interlocutor, es menester combinar las dos manidas palabrejas para que no queden dudas. Ya dije cómo nos referimos a un sitio lejano, pero si la distancia es mucha, entonces le damos vehemencia al asegurar que queda en la hp eme. Esa vaina sí es lejos.
La costumbre evoluciona con el paso del tiempo porque en mi infancia uno respondía, al ser reprendido por hacer algo indebido, que había actuado de ésa manera porque le daba la gana. Más grandecito le ponía energía al decir la puerca gana. Después la cochina gana, para remachar con la hp gana. Recuerdo que mi mamá, cuando algún mocoso estaba chinchoso, le metía un pellizco y lo mandaba a “comer de lo que dijo un viejo”. Eso debe saber a eme.
pmejiama1@une.net.co
En cambio ahora hay buen cine producido en diferentes latitudes y con formatos novedosos. El europeo muestra un estilo muy diferente al que conocíamos, y ahora aparece el latinoamericano con propuestas maravillosas. Sobre todo el mejicano que rompe esquemas y atrae la atención del mundo. Inclusive en nuestro país, aunque trabajan con las uñas, la calidad cinematográfica va en ascenso continuo.
Lo cierto es que en esta industria el lenguaje coloquial coincide, en todos los casos, en la forma vulgar y tosca como habla la gente. Sin importar el lugar donde se desarrolle la historia, es común que las personas utilicen palabras soeces, dichos ordinarios y explícitos, y exclamaciones bruscas. Hay que oír a los españoles cuando vociferan groserías; a los argentinos y sus muletillas subidas de tono; o a los gringos con sus dichos característicos.
Por ello nadie debe escandalizarse cuando en el cine colombiano se utiliza un lenguaje fuerte y ordinario. Porque la realidad es que la gente habla así, y puedo asegurar que la mayoría de las veces se quedan cortos los directores; tal vez por recato. La costumbre puede variar un poco según el estrato o la región del país, pero es una constante que solo tiene excepciones entre algunos aristócratas que viven de la imagen. Claro que les sacan la piedra y parecen verduleras.
Existen palabras que coinciden en todas las culturas, como aquella que se refiere a los desechos fisiológicos o el insulto a la madre. Mentar la madre no tiene fronteras, así varíe la forma. En cuanto a lo otro, hay que ver cómo se acude a dicho vocablo para insultar o enfatizar un hecho. ¡Shit!, dice el anglo parlante cuando quiere maldecir. En cambio nosotros la utilizamos prácticamente para todo. Lo mismo con “la grande”, como le dice mi madre a la otra palabrota.
Antes para referirnos a algo muy lejano, comentábamos que quedaba en los infiernos, en la Cochinchina o en la quinta porra. Ahora basta con decir que queda en la eme. Si alguien no sabe nada, no sabe ni eme; si huele mal, huele a eme; si habla mucha paja, lo que habla es eme. Ya no lo mandan a uno para el carajo, sino para la eme; no lo tildan de hosco sino de eme; y lo despachan cuando lo mandan a comer eme (un tarrao o una volquetada). Si está ofuscado manda todo a la eme; si es miope no ve ni eme; y si la comida está maluca sabe a eme. Recuerdo que cuando estábamos chiquitos, mi papá, para no decir malas palabras delante de los niños, comentaba que la laguna del Otún quedaba en la ñola.
Otra herramienta de la gramática que pasó a calificar servicios es la de los aumentativos. Grandotote, lejísimos, corridonón o piliculasa, era la forma de referirnos a algo de gran tamaño, un sitio muy retirado, una corrida de toros antológica o una película muy buena, respectivamente. En cambio ahora basta con agregar “la grande” a cualquier frase y queda todo dicho. El edificio es el hp de grande; éso queda más lejos que el hp; vimos una corrida la hp; y si viera que hp película tan genial.
La queja más común es: ¡vida hp! Para celebrar optamos por: ¡qué hp dicha! Al que cae en desgracia se lo lleva el hp. Si gana la lotería tiene una suerte la hp. Es tan manoseada la expresión, que cuando un perro ataca a alguien éste no dice que lo mordió un chandoso hijo de perra, sino un gozque hp. Ahí no cabe aquello que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
Y como estamos convencidos de que entre más énfasis le pongamos a la expresión mejor cala en el interlocutor, es menester combinar las dos manidas palabrejas para que no queden dudas. Ya dije cómo nos referimos a un sitio lejano, pero si la distancia es mucha, entonces le damos vehemencia al asegurar que queda en la hp eme. Esa vaina sí es lejos.
La costumbre evoluciona con el paso del tiempo porque en mi infancia uno respondía, al ser reprendido por hacer algo indebido, que había actuado de ésa manera porque le daba la gana. Más grandecito le ponía energía al decir la puerca gana. Después la cochina gana, para remachar con la hp gana. Recuerdo que mi mamá, cuando algún mocoso estaba chinchoso, le metía un pellizco y lo mandaba a “comer de lo que dijo un viejo”. Eso debe saber a eme.
pmejiama1@une.net.co
jueves, marzo 08, 2007
CONMIGO TACARON BURRO.
Por qué será que vivir cuesta tanta plata. Aunque las personas de diferente nivel social sobreviven con presupuestos muy desiguales, es curioso ver a un alto ejecutivo que recibe un salario sustancioso quejándose a toda hora porque con sus ingresos no puede sostener el ritmo de vida que acostumbra. Ventilaron hace poco la diferencia que hay en Colombia entre los emolumentos que reciben un yupie y un obrero raso, los cuales van desde un cheque con varios ceros a la derecha el primero, hasta el modesto salario mínimo que recibe el lungo proletario. Y sin embargo ambos saltan matones al final de mes, y es una paradoja que casi sin excepción quien recibe mejores ingresos vive más estresado.
Dice la sabiduría popular que siempre hay una vida mejor, pero que es muy costosa. Por ello uno debe amoldarse a lo que tiene y sin renunciar a las ambiciones naturales, nunca envidiar el estatus de los demás. Basta con tasar en forma responsable el ingreso mensual, programando un presupuesto y siguiéndolo al pie de la letra, porque el error más común es que gastan más de lo que reciben. Y así no aguanta ni el más guapo.
Una platica bien manejada hace milagros y con juicio puede alcanzar hasta para ahorrar. No me cabe duda de que el truco está en no dejarse permear por la sociedad de consumo, que lo único que busca es exprimir al consumidor hasta dejarlo sin un peso. La publicidad se encarga de antojarnos de cuanta pendejada inventan y si caemos en la trampa, podemos llegar a convertirnos en esclavos de miles de productos sin los cuales podemos vivir perfectamente.
A diario vemos el lanzamiento de innovaciones que buscan clientes potenciales –conocidos como marranos-, los cuales es muy posible que se envicien al producto de moda y queden abrochados de por vida a consumirlo. Un ejemplo tangible es un sobrecito con un aliño especial que publicitan ahora dizque para preparar el arroz. Toda la vida hemos cocinado el grano con agua, un tris de aceite y sal al gusto, el cual queda delicioso para acompañar cualquier plato; también se acostumbra agregarle yerbas, verduras, un caldo o una bebida cola para variar su preparación, pero nunca ha sido necesario comprar aditivos. Que es muy barato y el gasto no vale la pena argumentan quienes lo ofrecen, pero definitivamente ese no es el punto. Porque con seguridad en un futuro próximo empiezan a subirle el precio, y quien se acostumbre a utilizarlo le va a hacer falta tenerlo a mano.
Puedo asegurar que la sociedad de consumo tacó burro conmigo. Que agradezcan que no todos somos iguales, porque si al menos la mitad de la población pensara como yo, tendrían que ir a buscar nuevos mercados al espacio exterior. Ese cuentico que para todo hay que llamar a un número de celular para votar, opinar, hacer apuestas, escoger opciones, dar marcadores y demás perendengues, no me lo trago ni a palo. Con esos ingresos sostienen los programas decadentes y hasta las transmisiones deportivas desde el exterior, y los premios que ofrecen no pasan de ser nimiedades que producen rabia.
En este mundo nadie regala nada y cuando vemos en las promociones que ofrecen dos productos por el pago de uno, quiere decir que la utilidad es mucho mayor de lo que imaginamos y que hasta con semejantes descuentos obtienen ganancias. O se trata de los grandes almacenes que presionan a los proveedores para que regalen sus productos a cambio de seguir con las puertas abiertas en sus puntos de venta; lo que se llama ganar jaculatorias con padrenuestros ajenos.
Ahora cogieron la modalidad de dar puntos o millas por todo tipo de consumo. Los supermercados buscan amarrar los clientes poniéndolos a coleccionar etiquetas especiales que entregan por cierto monto consumido. Los bancos incitan a sus clientes a meterse en cuanto plan implementan para que acumulen puntos que luego verán reflejados en una cafetera o en un juego de ollas, pendejadas que uno casi nunca necesita porque son de uso diario y con seguridad ya las tiene; y más finas.
El día que me vean en un centro comercial buscando “qué comprar”, pueden proceder a meterme al psiquiátrico. La moda me importa un pito, y me visto por costumbre y porque si salgo en pelota voy a parar al mismo manicomio. No le jalo a comprar basura que no necesito, basado en la absurda justificación de que está muy barata. No doy regalos inútiles ni me gusta recibirlos. Me choca sobre manera la oferta de boletas o bonos para obras de caridad, sobre todo cuando aprovechan situaciones comprometedoras que obligan a la gente a comprarlas.
Durante una feria fui a dar una vuelta por el centro de la ciudad para ver los ríos de gente que recorren las calles, y a los vendedores ambulantes que ofrecen de todo. Un tipo tenía un muestrario de una gran variedad de relojes, todos los cuales tenían un costo de tres mil pesos la unidad. La romería no se hizo esperar y en esas un pato gritó desde el anonimato:
- ¿A tres mil pesitos? ¡Hum!, ¿y entonces dónde está la utilidad?
El rebuscado vendedor no se dejó amilanar y respondió:
- ¡La utilidad es toda porque son robados!
pmejiama1@une.net.co
Dice la sabiduría popular que siempre hay una vida mejor, pero que es muy costosa. Por ello uno debe amoldarse a lo que tiene y sin renunciar a las ambiciones naturales, nunca envidiar el estatus de los demás. Basta con tasar en forma responsable el ingreso mensual, programando un presupuesto y siguiéndolo al pie de la letra, porque el error más común es que gastan más de lo que reciben. Y así no aguanta ni el más guapo.
Una platica bien manejada hace milagros y con juicio puede alcanzar hasta para ahorrar. No me cabe duda de que el truco está en no dejarse permear por la sociedad de consumo, que lo único que busca es exprimir al consumidor hasta dejarlo sin un peso. La publicidad se encarga de antojarnos de cuanta pendejada inventan y si caemos en la trampa, podemos llegar a convertirnos en esclavos de miles de productos sin los cuales podemos vivir perfectamente.
A diario vemos el lanzamiento de innovaciones que buscan clientes potenciales –conocidos como marranos-, los cuales es muy posible que se envicien al producto de moda y queden abrochados de por vida a consumirlo. Un ejemplo tangible es un sobrecito con un aliño especial que publicitan ahora dizque para preparar el arroz. Toda la vida hemos cocinado el grano con agua, un tris de aceite y sal al gusto, el cual queda delicioso para acompañar cualquier plato; también se acostumbra agregarle yerbas, verduras, un caldo o una bebida cola para variar su preparación, pero nunca ha sido necesario comprar aditivos. Que es muy barato y el gasto no vale la pena argumentan quienes lo ofrecen, pero definitivamente ese no es el punto. Porque con seguridad en un futuro próximo empiezan a subirle el precio, y quien se acostumbre a utilizarlo le va a hacer falta tenerlo a mano.
Puedo asegurar que la sociedad de consumo tacó burro conmigo. Que agradezcan que no todos somos iguales, porque si al menos la mitad de la población pensara como yo, tendrían que ir a buscar nuevos mercados al espacio exterior. Ese cuentico que para todo hay que llamar a un número de celular para votar, opinar, hacer apuestas, escoger opciones, dar marcadores y demás perendengues, no me lo trago ni a palo. Con esos ingresos sostienen los programas decadentes y hasta las transmisiones deportivas desde el exterior, y los premios que ofrecen no pasan de ser nimiedades que producen rabia.
En este mundo nadie regala nada y cuando vemos en las promociones que ofrecen dos productos por el pago de uno, quiere decir que la utilidad es mucho mayor de lo que imaginamos y que hasta con semejantes descuentos obtienen ganancias. O se trata de los grandes almacenes que presionan a los proveedores para que regalen sus productos a cambio de seguir con las puertas abiertas en sus puntos de venta; lo que se llama ganar jaculatorias con padrenuestros ajenos.
Ahora cogieron la modalidad de dar puntos o millas por todo tipo de consumo. Los supermercados buscan amarrar los clientes poniéndolos a coleccionar etiquetas especiales que entregan por cierto monto consumido. Los bancos incitan a sus clientes a meterse en cuanto plan implementan para que acumulen puntos que luego verán reflejados en una cafetera o en un juego de ollas, pendejadas que uno casi nunca necesita porque son de uso diario y con seguridad ya las tiene; y más finas.
El día que me vean en un centro comercial buscando “qué comprar”, pueden proceder a meterme al psiquiátrico. La moda me importa un pito, y me visto por costumbre y porque si salgo en pelota voy a parar al mismo manicomio. No le jalo a comprar basura que no necesito, basado en la absurda justificación de que está muy barata. No doy regalos inútiles ni me gusta recibirlos. Me choca sobre manera la oferta de boletas o bonos para obras de caridad, sobre todo cuando aprovechan situaciones comprometedoras que obligan a la gente a comprarlas.
Durante una feria fui a dar una vuelta por el centro de la ciudad para ver los ríos de gente que recorren las calles, y a los vendedores ambulantes que ofrecen de todo. Un tipo tenía un muestrario de una gran variedad de relojes, todos los cuales tenían un costo de tres mil pesos la unidad. La romería no se hizo esperar y en esas un pato gritó desde el anonimato:
- ¿A tres mil pesitos? ¡Hum!, ¿y entonces dónde está la utilidad?
El rebuscado vendedor no se dejó amilanar y respondió:
- ¡La utilidad es toda porque son robados!
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