Al recordar tantos conflictos sucedidos
en el planeta desde que tengo uso de razón y ver que casi todos han tenido
solución, siento desazón y angustia. No encuentro razón para que el nuestro
parezca interminable y sin un final cercano, a pesar de los intentos para lograr
una reconciliación entre las partes. Desde el inicio de las conversaciones en
La Habana celebré el pacto de silencio por parte de los negociadores,
compromiso que han incumplido los representantes de las FARC, mientras el
gobierno cae en la trampa de ripostar y entrar en el debate abierto. Entonces
empieza todo el mundo a opinar y a meterle palos a las ruedas del diálogo, y
esa vaina así no funciona.
Es necesario insistir en que al
tratarse de una negociación debemos estar dispuestos a hacer concesiones,
tragarnos muchos sapos, reprimir odios y resquemores, y ceder hasta donde sea
posible para alcanzar el éxito. Al no lograr finiquitar un conflicto armado con
la derrota absoluta de una de las partes, no queda sino sentarse a negociar una
paz que convenga a ambos contrincantes. Muchos insisten en que los guerrilleros
no merecen sino bala y mano dura, pero olvidan que así podemos quedarnos otros
cien años y la cifra de muertos y perjudicados sería lamentable. Una guerra de
guerrillas en un país con una topografía como la nuestra, con grandes
extensiones de selva y parajes olvidados, además de las milicias urbanas, es
muy difícil de enfrentar.
La gente se ofusca y ofende
cuando se entera de las peticiones que hacen los representantes del grupo
ilegal, una situación normal en cualquier tipo de regateo. Es común que al
querer vender un carro que vale 25 millones yo pida 28, mientras el interesado
ofrece 23. Entonces empieza el tira y afloje, hasta que llegamos al precio que
ambos sabemos es el real. Por pedir o por ofrecer a nadie han metido a la
cárcel y en cualquier negocio se acostumbra tirar el anzuelo a ver qué cae. De
manera que no debemos aterrarnos por esas demandas y contraofertas, porque todo
eso hace parte de lo que llamamos “barequeo”.
Tampoco es sano revivir el pasado
y sacar a relucir todo el mal que esa guerrilla le ha causado al país, porque
se trata de un borrón y cuenta nueva. Claro que no es fácil, y mucho menos para
los directamente afectados, pero si no es así, olvidémonos del asunto. Existe
una película que debería promocionarse en nuestro país, presentarse en
colegios, universidades, salones comunales, teatros y cuanto recinto sirva para
tal fin; lógico que la televisión pública debe repetirla cuantas veces sean
necesarias y que los canales privados, así tengan que dejar por un día de
emitir la basura que acostumbran, también le den difusión.
El título de la cinta es “In my
country”, protagonizada por Samuel Jackson y Juliette Binoche, un par de
periodistas que siguen de cerca el proceso de paz que logró acabar con el
Apartheid en Sudáfrica. Un conflicto racial de varios siglos, cargado de
atrocidades y sucesos que lo hacían parecer irreconciliable, encontró un final
feliz después de mucho sacrificio y esfuerzo por parte de todos los implicados.
El filme está centrado en las Audiencias de verdad y reconciliación que se
celebraron en todos los rincones de esa inmensa nación africana, donde unos
jueces internacionales hacían las veces de moderadores en unos encuentros
realmente escalofriantes.
En todo tipo de recintos eran
enfrentadas víctimas y victimarios para esclarecer los hechos y llegar hasta
los más íntimos detalles de los diferentes crímenes. Por ejemplo los policías
blancos encargados de los centros de detención y tortura detallaban cómo habían
sometido a los negros a vejámenes y salvajadas, cómo estos lloraban y suplicaban
por sus vidas, cuándo y cómo los asesinaron y dónde estaban enterrados sus
cuerpos. De igual manera los negros que asaltaron la casa de un blanco
relataban la forma como violaron a mujeres de todas las edades, de qué manera
las asesinaron, cómo destruyeron todo y se ensañaron hasta con las mascotas.
Y en las salas se escuchaban
llantos y lamentos, había insultos, y hasta trataban de agredirse, pero al
final todos aceptaron que oír esos detalles era necesario para lograr superar el
traumático pasado. Claro que perduran odios y resquemores, como el lógico, pero
el paso del tiempo se encarga de difuminarlos. Estas secuelas pueden verse en
la novela Desgracia del escritor surafricano J.M. Coetzee, premio Nobel de
literatura, cuya trama refleja de forma precisa cómo esas heridas tardan en
cerrarse y que tantos siglos de opresión y humillaciones pasan factura en
cualquier momento.
Se pudo en los Balcanes, en
Nicaragua y El Salvador; son historia Las brigadas rojas, Los Montoneros y
Sendero Luminoso; Camboya y Vietnam superaron sus pesadillas; los indios
musulmanes se fueron a Pakistán y terminaron las pugnas tribales y religiosas; ETA
y el IRA optaron por el diálogo; las primaveras árabes se solucionan una tras
otra; en África muchos conflictos han visto su fin; y así son tantos los enfrentamientos
superados.
Metámosle positivismo a los diálogos y que hagan una
pausa durante el proceso electoral, porque enemigos de la reelección querrán
torpedearlos, mientras el gobierno puede ceder demasiado con tal de sacarlos
adelante. A ver si logramos alcanzar la paz, porque estamos mamaos de esta
disputa tan…