El mejor producto de la naturaleza son los abuelos. Con cualquier otro familiar puede uno tener roces, malentendidos y querellas, pero el que pelee con un abuelo no está en nada. Porque no existe nadie más cariñoso que un abuelo, más “cuarto”, más alcahuete, más generoso, más bacano. Y me refiero a ellos en un solo género, porque nadie dice que va para la casa del abuelito y la abuelita. Dice simplemente que va para donde los abuelos. Y a casa de los abuelos se va con gusto, porque allá nadie regaña, puede hacer lo que le provoque, siempre hay mecato disponible y los horarios son bastante flexibles.
La mayoría tiene una edad respetable y hay que ver lo chochos y resabiados que son debido a la acumulación de calendarios, pero dichos achaques solo aplican para cualquier otra persona diferente a los nietos. Ellos tienen licencia para desordenar, ensuciar, dañar, esconder y reblujar; son los únicos que tienen el poder de decidir qué programa se ve en la televisión; resuelven donde tienden el colchón para ellos dormir, así a media noche terminen dando patadas a los viejos mientras roncan entronizados en el medio de la cama; escogen qué comer al desayuno y se dan el gusto de reemplazar la leche por coca cola. Otra cosa: donde los abuelos no deben lavarse los dientes y pueden gastarse toda el agua caliente.
Envidio a todos aquellos que pueden disfrutarlos. Yo no tuve el gusto de conocer a mis abuelos y las abuelas me tocaron cuando era muy pequeño, y a esa edad no sabemos valorarlas. Además, en nuestra época éramos demasiados descendientes y los viejos no podían ser muy especiales con medio centenar de nietos. En cambio ahora, como lo común es que las parejas tengan uno o dos muchachitos, los abuelos pueden darse gusto y disfrutar de esos diablillos que llegan a alegrarles la vida.
Cuando nosotros estábamos chiquitos mi mamá no resistía que uno se enmelotara, que dejara caer harinas cuando comía parva, que tomara gaseosa a deshoras, que dejara la toalla en el piso, que ensuciara la ropa, que se recostara en una cama tendida, que hablara muy duro o que se tragara un confite antes de la comida. Y hay que verla ahora con estos mocosos. Y mi papá que nunca fue muy efusivo ni cariñoso, se derrite cuando la nieta que apenas camina se le tira encima a jalarle el bigote.
Así ven a esos seres tan especiales un grupo de alumnos de segundo grado, de un promedio de edad de 8 años. Las definiciones son geniales y el primero dijo simplemente: “Los abuelos son un señor y una señora que como no tienen niños propios, les gustan mucho los de los demás”. Otro hizo esta maravilla de descripción: “Un abuelo es una abuela, pero hombre”. Y qué tal esta realidad: “Los abuelos son gente que no tiene nada que hacer, solo están ocupados cuando nosotros los vamos a visitar”. Claro que el interés no puede faltar: “Los abuelos son personas con las que es bien divertido salir de compras”.
La franqueza de los niños es absoluta: “Por lo general, las abuelas son unas señoras bien gordas, pero así y todo se agachan para amarrarnos los zapatos”. A los nietos les parece que los abuelos son unos ancianos: “Los abuelos son tan viejitos que no deben correr”. Imaginemos entonces cómo ven a los bisabuelos: “Algunos abuelos tienen papás, esos si son bien viejitos; por ejemplo la mamá de mi abuelita, se puede quitar las encías y los dientes... a la misma vez”. Con esta frase cualquiera queda enternecido: “Todo el mundo debe buscarse unos abuelos; son las únicas personas grandes que siempre están contentas de estar con nosotros”.
Con razón los niños se amañan con los abuelos: “Ellos permiten que antes de dormir comamos mecato; y cuando nos vamos a acostar, les encanta rezar con nosotros, nos besan y consienten aunque nos hayamos portado un poco mal”. Siempre es un programa pernoctar en su casa: “Son unos señores que para leer usan anteojos, siempre los pierden y cuando me he quedado a dormir con ellos, usan unas piyamas bien chistosas”.
Los papás muchas veces no tiene tiempo suficiente para dedicar a sus hijos, mientras que a los abuelos les sobra: “Cuando salimos a pasear con ellos, se detienen para enseñarnos cosas bonitas como hojas de diferentes formas o un ciempiés de muchos colores”. Además: “Ellos nunca nos dicen ¡apúrate!”. Infortunadamente no todos pueden disfrutarlos y por ello al preguntarle a un niño de 6 años dónde reside su abuelita, respondió: “Ella vive en el aeropuerto. Cuando la necesitamos vamos allá y la buscamos, y cuando queremos que regrese a su casa, la volvemos a llevar al aeropuerto”.
Para rematar un cuento de mi sobrino Santiago. El chino vive al frente de donde reside mi mamá y cuando inauguraron el Centro comercial Cable plaza, y aprovechando que viven cerca, mi madre lo llamaba seguido para invitarlo a que dieran la caminadita hasta allá. Como es lógico, el muchachito se antojaba de todo lo que veía, pero la abuela le decía que ni riesgos, que ella no tenía plata para comprarle tanta chuchería. Cierto día al recibir la llamada, el mocoso le respondió tajantemente:
-Listo abuela yo voy, pero con una condición: ¡Que llevemos plata!.
La mayoría tiene una edad respetable y hay que ver lo chochos y resabiados que son debido a la acumulación de calendarios, pero dichos achaques solo aplican para cualquier otra persona diferente a los nietos. Ellos tienen licencia para desordenar, ensuciar, dañar, esconder y reblujar; son los únicos que tienen el poder de decidir qué programa se ve en la televisión; resuelven donde tienden el colchón para ellos dormir, así a media noche terminen dando patadas a los viejos mientras roncan entronizados en el medio de la cama; escogen qué comer al desayuno y se dan el gusto de reemplazar la leche por coca cola. Otra cosa: donde los abuelos no deben lavarse los dientes y pueden gastarse toda el agua caliente.
Envidio a todos aquellos que pueden disfrutarlos. Yo no tuve el gusto de conocer a mis abuelos y las abuelas me tocaron cuando era muy pequeño, y a esa edad no sabemos valorarlas. Además, en nuestra época éramos demasiados descendientes y los viejos no podían ser muy especiales con medio centenar de nietos. En cambio ahora, como lo común es que las parejas tengan uno o dos muchachitos, los abuelos pueden darse gusto y disfrutar de esos diablillos que llegan a alegrarles la vida.
Cuando nosotros estábamos chiquitos mi mamá no resistía que uno se enmelotara, que dejara caer harinas cuando comía parva, que tomara gaseosa a deshoras, que dejara la toalla en el piso, que ensuciara la ropa, que se recostara en una cama tendida, que hablara muy duro o que se tragara un confite antes de la comida. Y hay que verla ahora con estos mocosos. Y mi papá que nunca fue muy efusivo ni cariñoso, se derrite cuando la nieta que apenas camina se le tira encima a jalarle el bigote.
Así ven a esos seres tan especiales un grupo de alumnos de segundo grado, de un promedio de edad de 8 años. Las definiciones son geniales y el primero dijo simplemente: “Los abuelos son un señor y una señora que como no tienen niños propios, les gustan mucho los de los demás”. Otro hizo esta maravilla de descripción: “Un abuelo es una abuela, pero hombre”. Y qué tal esta realidad: “Los abuelos son gente que no tiene nada que hacer, solo están ocupados cuando nosotros los vamos a visitar”. Claro que el interés no puede faltar: “Los abuelos son personas con las que es bien divertido salir de compras”.
La franqueza de los niños es absoluta: “Por lo general, las abuelas son unas señoras bien gordas, pero así y todo se agachan para amarrarnos los zapatos”. A los nietos les parece que los abuelos son unos ancianos: “Los abuelos son tan viejitos que no deben correr”. Imaginemos entonces cómo ven a los bisabuelos: “Algunos abuelos tienen papás, esos si son bien viejitos; por ejemplo la mamá de mi abuelita, se puede quitar las encías y los dientes... a la misma vez”. Con esta frase cualquiera queda enternecido: “Todo el mundo debe buscarse unos abuelos; son las únicas personas grandes que siempre están contentas de estar con nosotros”.
Con razón los niños se amañan con los abuelos: “Ellos permiten que antes de dormir comamos mecato; y cuando nos vamos a acostar, les encanta rezar con nosotros, nos besan y consienten aunque nos hayamos portado un poco mal”. Siempre es un programa pernoctar en su casa: “Son unos señores que para leer usan anteojos, siempre los pierden y cuando me he quedado a dormir con ellos, usan unas piyamas bien chistosas”.
Los papás muchas veces no tiene tiempo suficiente para dedicar a sus hijos, mientras que a los abuelos les sobra: “Cuando salimos a pasear con ellos, se detienen para enseñarnos cosas bonitas como hojas de diferentes formas o un ciempiés de muchos colores”. Además: “Ellos nunca nos dicen ¡apúrate!”. Infortunadamente no todos pueden disfrutarlos y por ello al preguntarle a un niño de 6 años dónde reside su abuelita, respondió: “Ella vive en el aeropuerto. Cuando la necesitamos vamos allá y la buscamos, y cuando queremos que regrese a su casa, la volvemos a llevar al aeropuerto”.
Para rematar un cuento de mi sobrino Santiago. El chino vive al frente de donde reside mi mamá y cuando inauguraron el Centro comercial Cable plaza, y aprovechando que viven cerca, mi madre lo llamaba seguido para invitarlo a que dieran la caminadita hasta allá. Como es lógico, el muchachito se antojaba de todo lo que veía, pero la abuela le decía que ni riesgos, que ella no tenía plata para comprarle tanta chuchería. Cierto día al recibir la llamada, el mocoso le respondió tajantemente:
-Listo abuela yo voy, pero con una condición: ¡Que llevemos plata!.
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