No sé si a todo el mundo le pasa,
pero la tecnología no deja de descrestarme a diario. Sin alcanzar a digerir una
innovación en cualquier dispositivo electrónico e inventan otro que manda al
anterior para el cuarto de san alejo. Y nos preguntamos si es posible mejorar
por ejemplo un teléfono celular de esos inteligentes, a los que no les falta
sino pensar, pero a los pocos meses lanzan una versión mejorada con más y
mejores servicios. Porque la competencia se basa en ofrecer nuevas tecnologías
que superen lo existente, ya que de lo contrario nadie compra el producto. Hace
poco tiempo tener un Blackberry era el sueño de muchos, pero en poco tiempo fue
reemplazado por otros dispositivos que lo hacen ver como un aparatejo arcaico y
obsoleto. Una chanda, dicen los sardinos.
He tenido con las computadoras una
relación larga y enriquecedora, que me ha sacado algunas canas pero son más las
satisfacciones recibidas. Fue por allá en 1985 cuando le encargué a un piloto
amigo un aparato de esos a los Estados Unidos y al recibirlo casi no encuentro
quién supiera siquiera prenderlo. Recurrí entonces a mi pariente Fernán
Escobar, que es tan entendido, y el hombre al menos lo instaló y me enseñó
algunas cosas básicas. Era un mamotreto con
monitor monocolor ámbar, disco duro de 30 megas y memoria RAM de 1 mega
(no exagero un pelo). Funcionaba con disquete flexible de 5.25 pulgadas y el
corrector de palabras, cuyo nombre no recuerdo, tenía básicamente las mismas características
de una máquina de escribir, pero con algunas funcionalidades que lo hacían
novedoso y muy práctico. Otro inconveniente fue conseguir un profesor que me
diera las primeras indicaciones.
Infortunadamente no pertenezco a
las nuevas generaciones que nacen con un chip que les permite entender sin
esfuerzo las tecnologías modernas, porque después de casi treinta años de tener
relación a diario con una computadora, sobre todo en los últimos veinte que he
pasado mucho tiempo al frente del monitor, debería ser un experto en su manejo.
Pero qué va, apenas me defiendo. Mejor dicho, si aprendo algo puedo realizarlo
y hasta escarbar para encontrarle más usos, lo que llaman cacharrear, pero no
me diga que debo meterle mano al sistema operativo porque hasta ahí llego.
Muchas veces me desespero porque no puedo encontrar una información que estoy
seguro tengo en algún recoveco de la máquina, hasta que no me queda sino pedir
cacao para que me saquen del apuro; lo mismo pasa cuando bajo programas de la
red y me enredo al querer instalarlos y ejecutarlos.
El caso es que aprendí a manejar
ese primer procesador de palabras, pero cuando ya le había cogido el tiro, salió
una nueva versión y debía cambiarlo. Me negué rotundamente, pero mi hijo, quien
era apenas un mocoso, insistió en que lo hacía o me dejaba el tren de la
tecnología. Ya no recuerdo cuántas veces me ha tocado enfrentarme al cambio de
sistema operativo, a nuevos comandos, diferentes programas, etc., pero gracias
a una computadora puedo trabajar, escribir, leo todo tipo de documentos, recorro
el planeta, tengo amigos que nunca he visto, con ella me culturizo y
entretengo, me instruyo y descubro. Y se ven unas cosas…
Aparecieron las tabletas para
leer y empezó mi hijo con la cantinela, que debía incursionar en esa
tecnología, que eso es lo último, que ahí puedo leer lo que quiera y mil
razones más, pero le dije que ni muerto, que yo seguía con el libro físico por
muchas razones, sobre todo por romanticismo. Entonces me hizo ver el enfoque
ecológico, la cantidad de árboles que dejarán de talar cuando los libros
electrónicos remplacen los de papel, y ahí sí me sonó el asunto. Hasta que
compré la tableta y ahora no me cambio por nadie, porque es una verdadera
maravilla. Tiene infinidad de ventajas, entre ellas que puedo leer de noche sin
encender la luz, si olvido las gafas agrando la letra, acomodo el fondo de
pantalla a mi gusto, etc. Y lo mejor es que al encontrar una palabra
desconocida basta ponerle el dedo y aparece la definición, o puedo conectarme a
la red para buscar más información al respecto.
Empecé a comprar libros desde la
tableta, muy económicos y para todos los gustos, pero hace unos meses dejaron
de enviarme tres ejemplares que ya estaban pagos. Mandé correos electrónicos
con el reclamo e hice los trámites correspondientes, pero de nada sirvió. Por
baratos que sean no estoy dispuesto a regalarles mi dinero, por lo que mi hijo
consiguió una dirección de correo electrónico donde se envía cualquier título
bajado de Google en pdf, y en cuestión de segundos lo devuelven convertido al
formato de la tableta. Y al gratín.
Lo último es que una amiga me
trajo un disco con varios cientos de libros listos para pasar a mi tableta y ahora
trato de escoger lo mejor del generoso menú, porque está claro que ya no
alcanzaré a leer la mayoría de ellos. Lo mejor es que no me queda remordimiento
por actuar de manera ilegal, porque fueron ellos quienes incumplieron con el
envío de mi compra. De manera que de ahora en adelante no verán un cochino
dólar de mi bolsillo. ¡Y adiós que me voy a leer!
pablomejiaarango.blogspot.com